Extraños subgéneros: la asombrosa literatura de la metacrítica
Todos hemos oído en alguna ocasión la expresión cualquier publicidad es buena, o es bueno que hablen de ti, aunque sea mal. Numerosos estudios han demostrado que, a nivel comercial, estas máximas pueden cumplirse. La publicidad, aunque sea negativa, acerca de un producto poco o nada conocido, le confiere fama, y el carácter positivo o negativo de dicha fama no es necesariamente recordado por el consumidor una vez se encuentra delante de éste. Algo parecido puede pasar con los libros (un caso muy distinto sería el de libros muy conocidos que adquieren una fuerte publicidad negativa que actúa en su contra, aunque dudo que el polémico libro de Ana Rosa Quintana perdiese ventas tras su acusación de plagio).
Recientemente, esta mala publicidad llega, además, de las manos de los propios escritores. Toda persona que haya lanzado al arriesgado mercado de lo público algo que haya escrito con sus propias manos conoce el atroz miedo a una mala reseña, y el sentimiento de frustración e impotencia ante la mala crítica que, inevitablemente, suele venir de alguna u otra fuente. No es necesario ser vilipendiado en The Times, basta con una palabra poco considerada de un amigo o familiar. El problema surge cuando el escritor, en vez de sufrir su desilusión en silencio, decide compartir con el mundo su ira, dirigiéndola habitualmente contra el responsable de la crítica.
Éste ha sido el caso de la escritora Jacqueline Howett, cuya novela autoeditada The Greek Seaman (El marino griego) obtuvo una crítica poco favorable por parte del blog Big Al’s Books and Pals. Howett contestó a dicha reseña de manera soez y poco profesional. Todo habría quedado en una simple pataleta de autor de no ser por las nuevas y fantásticas posibilidades de Internet: Twitter, Facebook y la blogosfera anglosajona se ocuparon de que Howett pasara de la oscuridad literaria a la fama más embarazosa, partiendo de una serie de comentarios inmaduros en una página web casi desconocida. Este quite y desquite entre autor y crítico no es, en absoluto, algo nuevo, lo que sí lo es es la posibilidad de promoción que pueden recibir sus entretenidos forcejeos gracias a la web 2.0. Algunos autores han llevado estas rencillas hasta el nivel de lo personal de manera ridícula (y peligrosa); la escritora Alice Hoffman, tras una reseña negativa en el Boston Globe, puso en su Twitter el nombre, email y número de teléfono del reseñador para que sus fans pudiesen molestarlo personalmente. Está por ver si las novelas de Howett y de Hoffman se ven beneficiadas por esta línea de acción. Es muy posible que así sea. En estos momentos de saturación de información, en los que lo que ayer era relevante hoy no tiene más importancia que un cotilleo olvidado, es muy probable que los lectores recuerden el nombre de Howett, por ejemplo, sin recordar por qué les es familiar, lo que resultaría en un crecimiento exponencial de ventas para una obra que, sinceramente, no merecía tanta prensa.
Alice Hoffman