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Gabriella Campbell (Página 34)

Extraños subgéneros: la asombrosa literatura de la metacrítica

AutorGabriella Campbell el 10 de abril de 2011 en Divulgación

Critica literaria

Todos hemos oído en alguna ocasión la expresión cualquier publicidad es buena, o es bueno que hablen de ti, aunque sea mal. Numerosos estudios han demostrado que, a nivel comercial, estas máximas pueden cumplirse. La publicidad, aunque sea negativa, acerca de un producto poco o nada conocido, le confiere fama, y el carácter positivo o negativo de dicha fama no es necesariamente recordado por el consumidor una vez se encuentra delante de éste. Algo parecido puede pasar con los libros (un caso muy distinto sería el de libros muy conocidos que adquieren una fuerte publicidad negativa que actúa en su contra, aunque dudo que el polémico libro de Ana Rosa Quintana perdiese ventas tras su acusación de plagio).

Recientemente, esta mala publicidad llega, además, de las manos de los propios escritores. Toda persona que haya lanzado al arriesgado mercado de lo público algo que haya escrito con sus propias manos conoce el atroz miedo a una mala reseña, y el sentimiento de frustración e impotencia ante la mala crítica que, inevitablemente, suele venir de alguna u otra fuente. No es necesario ser vilipendiado en The Times, basta con una palabra poco considerada de un amigo o familiar. El problema surge cuando el escritor, en vez de sufrir su desilusión en silencio, decide compartir con el mundo su ira, dirigiéndola habitualmente contra el responsable de la crítica.

Éste ha sido el caso de la escritora Jacqueline Howett, cuya novela autoeditada The Greek Seaman (El marino griego) obtuvo una crítica poco favorable por parte del blog Big Al’s Books and Pals. Howett contestó a dicha reseña de manera soez y poco profesional. Todo habría quedado en una simple pataleta de autor de no ser por las nuevas y fantásticas posibilidades de Internet: Twitter, Facebook y la blogosfera anglosajona se ocuparon de que Howett pasara de la oscuridad literaria a la fama más embarazosa, partiendo de una serie de comentarios inmaduros en una página web casi desconocida. Este quite y desquite entre autor y crítico no es, en absoluto, algo nuevo, lo que sí lo es es la posibilidad de promoción que pueden recibir sus entretenidos forcejeos gracias a la web 2.0. Algunos autores han llevado estas rencillas hasta el nivel de lo personal de manera ridícula (y peligrosa); la escritora Alice Hoffman, tras una reseña negativa en el Boston Globe, puso en su Twitter el nombre, email y número de teléfono del reseñador para que sus fans pudiesen molestarlo personalmente. Está por ver si las novelas de Howett y de Hoffman se ven beneficiadas por esta línea de acción. Es muy posible que así sea. En estos momentos de saturación de información, en los que lo que ayer era relevante hoy no tiene más importancia que un cotilleo olvidado, es muy probable que los lectores recuerden el nombre de Howett, por ejemplo, sin recordar por qué les es familiar, lo que resultaría en un crecimiento exponencial de ventas para una obra que, sinceramente, no merecía tanta prensa.

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Henry James y un millón de ventanas

AutorGabriella Campbell el 9 de abril de 2011 en Divulgación

Henry James

Es muy frecuente que algunos de los mejores teóricos literarios y narratólogos sean escritores (y viceversa, que algunos de los mejores escritores sean teóricos literarios y/o narratólogos). Henry James, escritor estadounidense nacido en 1843, es uno de los principales referentes en el mundo del estudio de la narración, debido a su tremenda intuición en lo que a éste se refiere. Se adelantó en muchos aspectos a algunos de los grandes teóricos posteriores (grandes nombres como Todorov o Genette), reflexionando constantemente acerca de la relación del autor y el narrador con sus personajes y con su receptor o lector. Las mejores observaciones del autor están, precisamente, en el prólogo a la que es generalmente considerada su mejor obra literaria, el complejo y algo cínico análisis social llamado Retrato de una dama.

James crea una famosa analogía entre la ficción narrativa y una casa, diciendo que dicha ficción tiene un millón de ventanas que le permiten asomarse al interior del edificio. El perspectivismo al que alude James, ese múltiple punto de vista, es, sin duda, una de las características fundamentales de la novela moderna. El escritor estadounidense va más allá, llegando a comunicarnos la acción de la novela a través de la propia conciencia de sus personajes. Esta herramienta trasciende la novela de su tiempo y se acerca revolucionariamente a la nuestra. Se ha asociado esta forma de narrar tan personal de James con lo que muchos teóricos han llamado psiconarrativa, una forma de escribir presente en otros escritores como Tolstoi, donde abunda el monólogo interior, llevando cada personaje el peso de su propia narración, independizándose de la tradicional figura de un narrador objetivo, externo y omnipresente. Este formato encuentra su máxima expresión en métodos más modernos (particularmente en escritores posteriores a James Joyce, que dominó esta técnica de manera espectacular), como el famoso flujo de conciencia, donde el monólogo pierde las restricciones clásicas de la narración y se libera, convirtiéndose en una especie de locución entre el personaje y su propio yo, mezclándose, mediante la palabra escrita, lo racional con lo emocional.

Es precisamente esta serie de monólogos interiores, junto a la perspectiva múltiple del autor, lo que confiere una fuerza extraordinaria a los personajes de James. La acción en Retrato de una dama es limitada, hay pocos acontecimientos realmente significativos; sin embargo hasta la acción más pequeña se torna importante, debido a la capacidad de empatía que despierta James entre nosotros hacia sus protagonistas. Al eliminar parte de esa muralla invisible entre autor, personajes y lector, nos permite un acceso mucho más directo a las vidas, emociones y creencias de los actores en escena. Tenemos una visión, asimismo, más completa, más perfecta, de dichas acciones, ya que las observamos desde múltiples puntos de vista. Si un acontecimiento, pequeño o grande, llegase a nosotros de una sola fuente, ¿no sería nuestro conocimiento mucho más limitado, más frío que si leyésemos varios periódicos diferentes, viéramos varios telediarios y escuchásemos diferentes programas de radio que tratasen este asunto? ¿Y si, además, pudiésemos estar en la cabeza del que transmite la noticia, conocer sus miedos, sus inclinaciones, incluso sus falsedades? Cualquier autor que recuerde que el ser humano es complejo, y que además cualquier acción permite decenas de lecturas, está, al igual que James, en el camino adecuado.

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Nuestras brujas favoritas

AutorGabriella Campbell el 4 de abril de 2011 en Divulgación

Brujas

Ya hemos hablado alguna vez de la injusta apreciación de la figura de la “bruja”, que tradicionalmente se ha asociado a cualquier personaje femenino ligeramente fuera de lo normal, generalmente mujeres poderosas, diferentes e inconformistas. Por supuesto también tenemos a la bruja en el sentido clásico: mujer malévola, fea, con poderes mágicos. A continuación vamos a enumerar a algunos de los personajes femeninos asociados al término “bruja” que más han hecho volar nuestra imaginación.

La Malvada Bruja del Oeste: Tanto en la versión original del Mago de Oz como en la más reciente versión de Gregory Maguire (Wicked), el personaje de la bruja verde levanta miedos, curiosidad y cierta compasión. Con un toque de Dr. Frankenstein genetista, Elphaba crea, además, a sus monos voladores, criaturas que han pasado al imaginario popular.

Morgana Le Fey: En las diferentes versiones de las leyendas artúricas la figura de Morgana, hermanastra del Rey Arturo, se entremezcla con la de Morcadés, su hermana, con quien Arturo cometió incesto y tuvo al hijo que finalmente habría de derrotarlo, Mordred. Curiosamente, la figura de Morgana se nos muestra en ocasiones como la de una hechicera poderosa y benévola, otras como una mujer despiadada y ambiciosa.

Las brujas del Mundodisco: Terry Pratchett creó a las que seguramente son las brujas más entrañables de la literatura contemporánea: un trío fatal y muy divertido compuesto por Yaya Ceravieja, la Tata Ogg y Magrat Ajostiernos …. Posteriormente, y tras la retirada de Magrat, Agnes Nitt ocupa su puesto y llevará sobre sus hombros responsabilidades tan terribles como servir el té a una vieja gruñona y a una anciana bastante obscena.

Las brujas de Roald Dahl: Lo maravilloso de Dahl es que era capaz de crear villanos surrealistas. Las intenciones y comportamiento de sus villanos no tienen que tener un sentido lógico, y ese es parte de su encanto. Las malignas señoras de Brujas, son una raza aparte, diferente de la humana, que se disfraza y oculta y comete terribles atrocidades como encerrar a los niños en cuadros, donde quedan prisioneros el resto de su vida.

Las brujas de Macbeth. Entraría en esta categoría cualquier grupo de parcas, brujas, o sibilas que disfrutan amargándole la existencia al héroe o heroína prediciéndole su futuro de manera poco clara. Las predicciones fatalistas están estrechamente vinculadas al concepto clásico griego de ironía, por el que los personajes se comportan de manera extrema para intentar eludir (u obtener, en el caso de Macbeth y su esposa) el destino predicho, consiguiendo precisamente con dicho comportamiento que éste se complete.

Por supuesto que hay muchísimas más brujas que los lectores llevan en el corazón. Tenemos a Bellatrix LeStrange de la saga de Harry Potter, a la Bruja Blanca de C.S. Lewis, a las clásicas brujas de los cuentos de hadas (Hansel y Gretel, Blancanieves, la Sirenita), a brujas que nos son menos conocidas pero que están enlazadas al folklore de diferentes países: éste es el caso, por ejemplo, de Baba Yaga.

¿Cuál es tu bruja favorita? Esperamos, como siempre, que contribuyáis con vuestras propias hechiceras favoritas en los comentarios.

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Escrito sobre papel. O no.

AutorGabriella Campbell el 31 de marzo de 2011 en Divulgación

Skin Project

Cuando alguien menciona la palabra libro, inevitablemente pensamos en un formato estandarizado, es decir, en un cuaderno de papel fresado o cosido, lleno de palabras impresas con tinta. Las nuevas tecnologías comienzan a hacer que nos replanteemos esta asociación, ahora esos mismos libros pueden estar formados por píxeles en una pantalla. De la misma manera que el formato libro tradicional se asocia con funciones no necesariamente propias del libro (como por ejemplo, la función decorativa o estética), cada vez encontramos más creaciones narrativas presentadas de maneras muy diferentes a las esperadas.

Éste fue el caso del Skin Project (Proyecto piel) de Shelley Jackson. El proyecto se llevó a cabo en el 2003, año en el que Jackson pidió 2000 voluntarios para llevar a cabo algo nunca visto. La autora escribió un relato de 2000 palabras, y solicitó a cada uno de los voluntarios que se tatuara una de las palabras en la piel. De esta manera, el relato se convirtió en una narrativa viva, que mantenía su existencia en el cuerpo de cada una de estas personas. Ya en el 2011, Jackson ha revisado el proyecto, y ha reinventado su cuento de manera que esta vez constara de 895 palabras, las 895 palabras de las personas participantes del proyecto inicial que ha conseguido reunir en un vídeo que muestra a cientos de personas mostrando su palabra tatuada y leyéndola en alto. Jackson llama a sus voluntarios tatuados “palabras”, y explica que su historia es efímera, y que poco a poco va muriendo, conforme las palabras en sí mueren (desde el 2003 han fallecido algunos de sus voluntarios). Ciertos participantes han decidido eliminar el tatuaje, pero para Jackson esto no significa la eliminación de su palabra, ya que, para ella, los participantes se habían convertido en las propias palabras. Según Jackson, las palabras sólo desaparecen cuando mueren sus portadores, y comenta que la historia morirá, finalmente, con su propia muerte. En su propio cuerpo lleva tatuado el título del relato, Skin (piel). Podéis encontrar toda la información sobre el proyecto y el vídeo con el relato reestructurado aquí.

No es, ni mucho menos, la primera vez que algún autor elige un medio sorprendente para compartir su obra con el mundo. En el caso del reconocido escritor estadounidense James Frey, el medio elegido ha sido el lienzo, mostrando la obra escrita como si de una selección de cuadros se tratase. Huyendo de las editoriales habituales, Frey ha sido subvencionado por una galería de arte, la galería Gagosian de Nueva York, que ha preparado la exposición del original en lienzo (acompañado de numerosas ilustraciones de pintores de moda de la Gran Manzana), y además ha publicado unas 10000 copias de la obra en formato tradicional (una cifra irrisoria para un autor de la talla de Frey). El escritor también se ha autoeditado en ebook, optando por controlar él mismo su promoción, venta y beneficios. Además, Frey anticipa el recibimiento negativo que podría tener su obra entre los sectores más conservadores, debido a su argumento (relata el regreso del Mesías, en este caso un Cristo alcohólico y bisexual que deja embarazada a una prostituta) haciendo uso de formatos más difíciles de controlar y destruir. Conforme crecen los gigantes distribuidores, autores como Frey o Jackson prefieren reinventar el género. Lo que para unos puede ser una forma extrema de creación artística, como en el caso del relato tatuado, para otros puede ser una manera justa y eficiente de vender y promover su trabajo.

Adiós a Diana Wynne Jones

AutorGabriella Campbell el 30 de marzo de 2011 en Noticias

El castillo ambulante

Todos los lectores tenemos un escritor con el que nos hemos hecho adultos. Alguien con quien hemos crecido, que nos ha hecho disfrutar como nunca, y que nos ha ayudado a madurar. Alguien que parecía comprendernos, en ese terrible y extraño mundo intermedio entre la infancia y el mundo “de los mayores”.

Para mí seguramente fue Diana. La desbordante imaginación de esta autora británica la ponía por encima de otros similares, por la sencilla razón de que parecía comprender mis miedos, aunque estuviesen en entornos muy distintos (o no tanto) del mío. La caza de brujas de Witch Week (Semana bruja) tenía tantos elementos del mundo que me rodeaba en esos momentos que asustaba, y la protagonista de Black Maria (creo que no se ha traducido al español, por favor corregidme si me equivoco) se parecía asombrosamente a mi propia abuela paterna.

Si el nombre de esta escritora no os resulta familiar, es posible que los fans de Hayao Miyazaki (La princesa Mononoke, El viaje de Chihiro) hayan visto su película El castillo ambulante, basado en la novela del mismo nombre de Wynne Jones. Diana fue una de las muy afortunadas estudiantes británicas que tuvieron de profesores universitarios tanto a J. R. R. Tolkien como a C. S. Lewis. Diría que esto la influyó notablemente, pero también es cierto que la autora tenía cierto oscuro sentido del humor del que éstos carecían. Llevaba ya más de un año luchando contra un cáncer que la consumía, al que finalmente tuvo que rendirse, pero podemos decir que gozó de una vida larga (Diana nació en Londres en 1934) y plena. No dejó nunca de escribir, habiendo publicado más de cuarenta libros (y dos más que están todavía por salir a la luz de manera póstuma). Tenía una estrecha relación con el escritor de literatura fantástica Neil Gaiman, de quien decía que era de los pocos adultos que disfrutaba de su obra sin ser profesor ni bibliotecario. Wynne Jones le dedicó a Gaiman su novela Hexwood, y Gaiman dedicó sus Libros de la magia a “cuatro brujas”, de las cuales una era la autora británica.

Aunque Diana escribía para el público juvenil, sus obras están abiertas a que las disfruten personas de todas las edades. Personalmente, pienso rendirle homenaje releyendo sus libros y buscando aquellos que todavía no he leído. Podría hacer aquí una larga lista de sus numerosos méritos, títulos y premios, como también podría daros más datos biográficos y anécdotas variadas. Pero creo que es mejor pediros que os toméis la molestia de leer algo suyo, o por lo menos que se lo recomendéis a vuestros hijos. Creedme, ya le gustaría a J. K. Rowling escribir como ella, crear los mundos complejos y adolescentes que ella ha creado (paradójicamente, sus libros han experimentado un incremento de ventas gracias a la pottermania, debido a la similitud de algunos de sus temas).

Adiós, Diana. Aquellos que crecimos con tus libros te echaremos de menos. Y aquellos que todavía no te han leído también lo harán, estamos seguros.

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Marginalia (bis)

AutorGabriella Campbell el 27 de marzo de 2011 en Divulgación

Al margen

Cuando escribí el artículo Marginalia, acerca del controvertido tema de escribir en los libros y mi propia experiencia al respecto, lo hice inspirada por un artículo que había leído en el New York Times en el que se hablaba de esta práctica (el artículo, de Sam Anderson, se centraba más en el ejercicio de escribir en los márgenes como práctica referencial, hecha para uno mismo; sin embargo para mí y para otros “anotadores”, como para los amantes y amigos del siglo XIX, se trata de una práctica social). Debe de ser un tema bastante llamativo porque semanas después de enviar mi texto encontré otra referencia al respecto por parte de otro articulista del mismo periódico, que también hacía mención de obras que han tratado, de una manera u otra, esta costumbre más o menos polémica.

Este segundo artículo, de Pamela Paul, nos presenta algunas publicaciones interesantes acerca de este tema. La reciente obra de Matthew Grenby, The Child Reader: 1700-1840 (El niño lector: 1700-1840), se centra en las anotaciones de lectores infantiles, y sus curiosas percepciones y arreglos del texto en el que se estaban concentrando. Uno no puede dejar de pensar que sería tal vez más interesante saber qué anotan los niños de nuestro tiempo, quienes, a pesar de la imposición escolar de mantener los libros impolutos, siguen garabateando en sus páginas. Reconozco que mis propios libros de texto están repletos de anotaciones y dibujos, algo que me encanta redescubrir ahora que han pasado los años. La sensación de libertad y rebeldía al trasladar esta destructiva costumbre a los libros de ficción fue importante, algo así como comenzar a colorear los dibujos saliéndome de las líneas, o a escribir poesía que no rimase. Los libros perdían su inocencia, su pureza, pero precisamente esto les proporcionaba vida, experiencia.

La obsesión por los márgenes puede llegar, sin embargo, a ser enfermiza. Paul nos habla también del tratado Marginalia de H. J. Jackson, que reúne miles de anotaciones de escritores conocidos. Curioso, pero lejos de ser apasionante. Aunque dichas notas puedan darnos cierta información sobre la personalidad e intereses de dichos autores, no son tan inspiradoras como pueden ser las notas de nuestros propios conocidos o nosotros mismos (reencontrarse con una anotación propia es, frecuentemente, bucear en los recuerdos y en el mismísimo subconsciente, de una forma parecida, pero más sutil, a la de un diario). Lo que sí es llamativo de esta obra de Jackson es su narración de la “guerra” existente entre los anotadores y los bibliófilos, entre los que garabateaban y los que consideraban dicho garabateo pecado mortal; el enfado de De Quincey con Wordsworth cuando éste le devolvió un libro prestado lleno de marcas de mantequilla es, seguramente, muy razonable, pero hay una gran distancia entre los que simplemente no sienten aprecio físico por el libro y aquellos que llevan su aprecio a límites distintos. El amor hacia el libro se demuestra, sin duda, de diferentes maneras; como el amor, la afición por el libro puede ser de respeto, virginal y platónico, casi religioso, o puede ser terrenal, pecaminoso, repleto de lujuria, con un fálico lápiz (o, perversión de las perversiones, un bolígrafo) para impregnar a la obra de nuestros pensamientos, opiniones y persistente creación de recuerdos.

Derribando el muro

AutorGabriella Campbell el 26 de marzo de 2011 en Divulgación

El cuarto muro

Cuando hablamos de la cuarta pared, estamos usando una expresión que se originó en el mundo del teatro. En el escenario, contamos con tres paredes que rodean la acción, y una cuarta (transparente, imaginaria), que separa el escenario del público. En el teatro es fácil derribar este muro ilusorio, cualquier momento en que los actores se dirigen al público es un momento en el que la ilusión de otredad se rompe, donde el público se convierte en un participante más del espectáculo. Esta herramienta, relativamente sencilla en el entorno dramático, ha trascendido y ha invadido el espacio de otros ámbitos literarios, importando un ejercicio de interacción y transformándolo en un movimiento casi existencialista. Algunos teóricos hablan también de la existencia de una quinta pared, que sería la existente entre los miembros individuales del público de una obra, es decir, la que separa a un espectador de otro.

Dentro de la complejidad de la estructura narrativa, habitualmente podemos confiar en un principio casi inamovible: disponemos de un autor y disponemos de una serie de personajes. Nos adentramos en un mundo artificial en el que nosotros no somos más que meros espectadores, y los personajes no son más que marionetas de la voluntad omnipotente de su creador. Pero del mismo modo que Calderón cuestiona la propia validez de la realidad en La vida es sueño, algunos personajes gozan de tal calidad de existencia que pueden empezar a comportarse como seres reales, es decir, a cuestionarse su propio mundo y la autoría de éste, en una especie de acto religioso donde la divinidad es el narrador, y la narración queda en manos de una entidad bifurcada y/o especular, que es, a la vez, omnisciente y personaje. Así, en Niebla el protagonista decide salirse del marco impuesto por Unamuno y reclamar su derecho a la vida, a la decisión, al libre albedrío, del mismo modo que Adán come del Árbol de la Ciencia. El reciente género del webcómic (y antes de éste, el cómic y la novela gráfica) utiliza generosamente, tal vez de manera abusiva, este recurso, valiéndose de la flexibilidad que ofrece una publicación periódica y la combinación de texto e imagen, llegando a presentarse esta cuarta pared como algo gráfico, identificado con el marco de las viñetas, que los personajes utilizan como soporte físico a la vez que metafórico. Algo que podría parecernos, visto en pantalla, tremendamente sencillo, se convierte en un proceso autorreferencial que, visto desde la perspectiva del sistema narrativo, es confuso y difícil de describir y delimitar, un poco como situarse entre dos espejos y verse uno reflejado ad infinitum. Los resultados más espectaculares, sin duda, son aquellos en los que uno se sumerge de lleno en la ficción, convencido de su carácter, precisamente, ficticio; para verse sorprendido, de repente, por su propia inclusión en la intriga.

Muchos libros parten, desde el principio, de la ruptura de la cuarta pared, al dirigirse de manera directa al lector. En Jane Eyre, la protagonista nos habla desde el principio, nos llama “querido lector”. Ésta es una técnica muy común. Sin embargo, en la literatura es interesante llevar esta ruptura más allá, mostrando, dentro de la estructura de ficción, personajes que toman conciencia de su propia realidad de personajes, como el ya mencionado caso de Niebla. Ante todo, se trata de una transformación del ya establecido pacto narrativo, aquel que se establece entre autor y lector, por el que el lector acepta suspender temporalmente su sentido de la realidad para aceptar la realidad ficticia presentada por el autor. Si este sentimiento de ficción se rompe, el resultado es la sorpresa, la incomodidad y, si se realiza correctamente, una profunda reflexión sobre nuestra propia calidad de actores.

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Manuales de amor

AutorGabriella Campbell el 15 de marzo de 2011 en Divulgación

Arte de amar, Ovidio

Cada año el mercado se ve inundado por una nueva oleada de libros de pseudociencia, autoayuda, cuentos con moraleja y similares, enfocados al tema del amor y a las relaciones sentimentales, aprovechando el “antes” de San Valentín y, por supuesto, el “después”, por el que la saturación de cajas de bombones en forma de corazón con descuento empujan a más de uno a buscarse una pareja, esta vez en serio. Sin embargo estos manuales de amor no son, ni mucho menos, un fenómeno moderno.

Tal vez las dos obras más conocidas al respecto, que han sobrevivido con encanto intacto a lo largo de los siglos, son El arte de amar, de Ovidio, y el celebérrimo Kamasutra, de Vatsaiana. De orígenes muy distintos, ambos coinciden en su interés por “aconsejar” al amante, ya sea en su pericia sexual o en sus hábitos de higiene. Algunas ideas son curiosamente contemporáneas: Ovidio nos aconseja que salgamos a pasear con nuestra pareja en días festivos en los que los comercios estén cerrados, para evitar gastar de manera innecesaria, impulsados por el arrojo del amor o por las obligaciones estándar. Ovidio, en resumen, nos diría que saliésemos en domingo y que ignorásemos convenciones como San Valentín u otras fiestas comerciales. En otras cosas, sin embargo, se nos queda obsoleto, si para las romanas estaba de moda oscurecerse el entrecejo en busca de la “uniceja” perfecta, ésta no es una preferencia aplicable a la mujer contemporánea. Ovidio también habla de manera favorable del adulterio, lo que le valió, bajo el estricto régimen de Octavio, el destierro (aunque contaban las malas lenguas que su conocimiento de los deslices de Julia, la hija de Octavio, pudo ser la razón principal para su expulsión).

Es complicado, sin embargo, encontrar similitudes entre el contenido del Kamasutra y nuestra realidad actual. Aunque suele concebirse con un manual sexual (que suele editarse, además, en formato ilustrado, por razones evidentes), es mucho más que eso, es toda una enciclopedia de comportamiento para el cortejo, el amor, el adulterio y la etiqueta en una corte. La obra ofrece todo tipo de recetas para mejunjes variados, destinados a obtener a la pareja deseada, a mejorar la potencia sexual, o a procurar la fidelidad del cónyuge. Y por supuesto está su combinación de ocho maneras de hacer el amor y ocho posiciones principales, lo que daría un total de 64 “artes” o posturas que forman, seguramente, la parte más aprovechable de la colección para el lector de hoy en día. Con todo, cuando el Kama sutra habla del uso de ungüentos realizados con hierbas y excrementos de animal que debían utilizarse para todo tipo de proezas sexuales (y fruncimos el ceño, horrorizados), sí que puede encontrarse cierta similitud con el extenso compendio de ingredientes que forman parte de numerosos cosméticos, medicamentos y demás orientados a la satisfacción erótica y al embellecimiento personal. Por otro lado, nuestros complejos rituales de cortejo actuales pueden llegar a ser, a ojos de alguien ajeno a éstos, totalmente bizarros, a lo mejor casi tanto como los explicados por Vatsaiana.

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Marginalia o cómo aprovechar al máximo los márgenes de tu obra favorita

AutorGabriella Campbell el 13 de marzo de 2011 en Divulgación

Escribir al margen

Uno de mis libros favoritos es El ladrón de cuerpos, de Anne Rice. Antes de que os llevéis las manos a la cabeza, en un claro concierto de gritos, haré una aclaración: es uno de mis libros favoritos, entendiendo “libro” como una entidad única física de tapa dura, más de doscientas páginas y papel ahuesado. Y es que no me refiero a la obra de Anne Rice en sí, poco disfrutable a partir de mis quince años, sino al libro en concreto que ha pasado por mis manos y por las de muchas otras personas.

Ahí radica, precisamente, mi amor por la obra. Con El ladrón de cuerpos hice algo que he hecho pocas veces con un libro. Aparte de invertir mi paga juvenil de varias semanas en un libro de tapa dura y papel deliciosamente poroso, me decidí a hacer algo que me parecía, hasta entonces, pecado: me decidí a escribir en el libro. Y no sólo tenía mi propia marginalia, mis notas en márgenes a lápiz, sino que me dediqué a prestar el libro a la mayor cantidad de personas posible, y a animarles a que ellos mismos también incluyeran pensamientos e impresiones, a lápiz (o incluso, ¡herejía!, a bolígrafo), del libro. Pretendía crear una especie de obra coral, donde la voz del autor era sólo una más en una masa tremenda de pequeños autores/lectores que se sintieran libres de comentar, a su juicio y libertad, lo que se les viniera a la cabeza respecto a la obra en sí. El resultado fue un libro único, maravilloso, donde yo leía no sólo una crónica vampírica, sino una crónica de lectores, un poco como una edición crítica, sin tanta pedantería y datos extravagantes y con más sinceridad e improvisación.

Es posible que algunos bibliófilos se vean reconocidos con esta anécdota: es posible que ellos también tengan libros maltrechos y violados donde figure la letra ajena; también es posible que algunos se sientan insultados; quiénes somos nosotros, después de todo, para mancillar la pureza del libro. Pero ésta debe de ser una práctica más extendida de lo que creemos, ya que muchos lectores electrónicos tratan de imitarla: ofrecen la posibilidad de anotar, de crear contenidos extra para lo que leemos. Sin embargo, hasta que consigan imitar a la perfección la sensación física de tomar el lápiz entre los dedos y deslizarlo, a tropiezos, sobre el desigual papel, nos sentiremos como cada vez que hemos de usar un lápiz electrónico sobre una pantalla: inseguros, temerosos de que nuestra firma no sea reconocible. Aunque hablamos siempre del fetichismo del libro tradicional, del olor y la textura del papel frente a lo antiséptico de la opción electrónica, me temo que éste es uno de los aspectos donde el hiperenlace es nuestro aliado: imaginad un libro donde podríamos hacer aparecer notas de otros lectores, de críticos profesionales o incluso del propio autor. Es innegable que la conexión a internet podría hacer del e-book un sustrato para miles de niveles de información, de la misma manera que es innegable que nos agarramos, con una nostalgia casi enfermiza, a una hermosa noción de libro táctil, realizado en imperfecto papel, maleable tinta y tangibles hilos de costura, en un surco intermedio entre una generación pasada, abrazada a la época pre-informática y una generación futura donde los libros, posiblemente, sean tan inútiles y extraños como para nosotros son los códices medievales: hermosos pero frágiles, sensuales recuerdos del pasado.

Viajando en el tiempo

AutorGabriella Campbell el 9 de marzo de 2011 en Divulgación

Máquina del tiempo

Una de las razones de ser de la ficción especulativa en general, sea cual sea su subgénero (cyberpunk, space opera, utopía, distopía, ucronía, y un muy largo etcétera) es tratar de manera más o menos literaria algunas de las consideraciones científicas que han interesado al hombre desde el principio de los tiempos. La posibilidad del desplazamiento temporal ha sido, sin duda, una de sus mayores obsesiones, debido a la curiosidad natural que todos sentimos hacia un futuro desconocido, o para conocer mejor un tiempo pasado del que sólo tenemos recuerdos de ancestros y documentos escritos (o ni tan siquiera eso). Más allá de los tratados técnicos, se trata además de un campo fértil para la literatura, ya que permite un desarrollo imaginativo, una libertad de creación, que pocos otros temas ofrecen.

Seguramente si preguntásemos a cualquier lector, el título que acudiría en primer lugar a su memoria sería La máquina del tiempo de H. G. Wells. Wells popularizó el concepto de máquina temporal, ideando un instrumento, una especie de vehículo, que podría transportar al individuo a través del tiempo, como si éste fuera más bien un concepto espacial. Wells se interesa por el futuro, y presenta un mañana poco esperanzador, en el que los temibles morlocks y los ingenuos eloi ofrecen una visión triste de lo que podría llegar a ser la Humanidad. La intención de Wells no es entrar en complicados dilemas científicos, sino en presentar un dilema social y moral respecto al futuro del ser humano. En el caso de esta temática, solemos encontrar dos tipos de ficción, la que se interesa más por el aspecto teórico del viaje en sí (considerando, por ejemplo, la complicación de la paradoja temporal, un asunto que se presenta de muchas formas diferentes en la literatura), y la que se centra en el aspecto psicológico y social. Algunas obras, como El libro del día del juicio final, de Connie Willis, por ejemplo, aúnan ambos intereses, en el que la autora evalúa el funcionamiento de la paradoja temporal al mismo tiempo que realiza un estudio casi histórico del pasado y las implicaciones de introducir en éste a un miembro del tiempo futuro. Willis también trató el viaje temporal, si bien de una forma más ligera y casi humorística, en Por no mencionar al perro.

Los métodos de transporte son muy variados, aunque conforme avanzó la tradición temática, cada vez los autores estuvieron más influidos por las diferentes teorías y campos de saber que se han centrado en el estudio de la posibilidad del viaje temporal. Así, cada vez se tiene más en cuenta la relevancia de los agujeros de gusano como vehículos de transporte temporal; y las tecnologías asociadas al viaje espacial han dado pie a considerar otras opciones como la criogenización, o el desfase temporal al viajar a velocidades superiores a la de la luz. En Puerta al verano, de Heinlein, se examinan dos tipos de viaje temporal que funcionan como tales en la misma novela: por un lado, la criogenización, por la que el protagonista es congelado y despierta en el futuro; por otro, el uso de una máquina de viaje en el tiempo “clásica” cuyo funcionamiento es sólo descrito superficialmente.

La popularidad de este tema es inmensa, y la lista de autores que lo han tratado, de una manera u otra, casi interminable. Una de mis obras favoritas en este sentido es La mujer del viajero en el tiempo, de Audrey Niffenegger, que se atreve a considerar el viaje temporal de una manera totalmente original, examinando asimismo su impacto sobre las personas que rodean al viajero que se ve obligado a desplazarse constantemente, hacia atrás y hacia adelante en su propia vida. ¿Cuál es vuestra historia de viaje temporal preferida?

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