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Gabriella Campbell (Página 33)

Alquilando periódicos

AutorGabriella Campbell el 7 de mayo de 2011 en Noticias

Prensa

Constantemente hablamos de los nuevos formatos, de la transformación del acto de leer, que se halla en un proceso revolucionario semejante al que experimentaron los primeros en tener en sus manos un producto de imprenta, allá por el 1450. Sin embargo, más allá de la inundación de lo digital, de los gadgets y del consumo de ocio de nuevas y extrañas maneras, prevalece siempre la noción de que la mayor madre de la inventiva es, cómo no, la necesidad. Damos por sentado la libre accesibilidad a la información: desde la televisión a internet o a la radio, gozamos de vías de conocimiento (sin entrar, claro, en la calidad o relevancia de dicho conocimiento) con las que otros tan sólo pueden soñar. Un claro ejemplo de esto es un nuevo y lucrativo negocio que ha surgido en Etiopía: el alquiler de periódicos.

En un país en el que la mayor parte de la prensa es producida por el estado, son los periódicos independientes los que realmente lo arriesgan todo (en toda Etiopía sólo hay 24). Y esta nueva tendencia de pagar por el uso limitado de un periódico, en vez de comprarlo, les afecta negativamente. Pero es inevitable que lo que perjudica a estos medios de comunicación es, precisamente, lo que beneficia a muchos: a los pequeños emprendedores que montan un pequeño puesto a la sombra con un puñado de publicaciones, y a los miles de graduados universitarios en paro, por ejemplo, que necesitan usar los periódicos para buscar empleo pero que no pueden permitirse comprarlos todos los días. Un periódico medio en Addis Abeba cuesta seis birr (unos 24 céntimos de euro). Sin embargo, cuesta menos de un céntimo de euro alquilar uno de estos periódicos durante 20 ó 30 minutos (según el vendedor). El sistema es sencillo y, de manera parecida a un alquiler de dvd o de libro, si excedes el tiempo permitido tienes que pagar un extra. Este recurso permite a varias familias de la capital poder mantenerse, aunque han de estar atentos a los frecuentes ladrones de periódicos. Por otro lado, estos periódicos manoseados luego pueden venderse a los comerciantes locales, que los usan para envolver sus productos. Lamentablemente, también reduce la venta de periódicos, lo que, como ya hemos mencionado, no favorece en absoluto a una industria que se las ve y se las desea para mantenerse a flote, tanto por presión política como económica (la tirada de la mayor de estas publicaciones semanales no excede los 50000 ejemplares).

De cualquier manera, los lectores no tienen muchas opciones, ya que hay pocos puestos de venta (esto requeriría un capital de inversión del que pocos emprendedores de las grandes ciudades etíopes disponen), y aun menos dinero para comprar. Un solo ejemplar puede dar mucho de sí: las publicaciones son semanales (no hay periódicos diarios en el país), por lo que una misma unidad puede ser leída cientos de veces en el mismo puesto de alquiler. Este fervor por la lectura, posibilitada por el sistema de alquiler, se debe, como hemos dicho, sobre todo a la búsqueda de empleo, pero también a la necesidad, siempre urgente, de saber qué ocurre a su alrededor, además de una fuente sencilla y barata de ocio, para disfrutar de algo que nosotros, expuestos a una saturación informativa, damos totalmente por sentado.

David Ferry gana uno de los mayores premios de poesía del mundo

AutorGabriella Campbell el 2 de mayo de 2011 en Noticias

David Ferry

Dotado con cien mil dólares americanos, es posible que el premio de poesía Ruth Lilly sea uno de los más importantes, si no el que más, premio poético del mundo. Su origen también es notable, una septuagenaria millonaria, la Sra. Lilly, donó la nada despreciable cantidad de cien millones de dólares a una pequeña fundación sin ánimo de lucro, la Poetry Foundation, conocida sobre todo por ser la responsable de publicar la revista Poetry, una publicación que desde el año 1912 lleva luchando por acercar la poesía al público estadounidense. La gracia del asunto es que la generosa benefactora había sido rechazada por los editores de esta revista para publicar sus propios poemas muchos años antes, algo por lo que, parece ser, no les guarda mucho rencor. No era la primera donación de este tipo por parte de esta notable mujer, heredera de la prestigiosa compañía farmacéutica Eli Lilly and Company, fundada por su bisabuelo, el Coronel Eli Lilly. En 1985 creó la cátedra Ruth Lilly de poesía para la Universidad de Indiana, y en 1989 creó varias becas de poesía valoradas en 15000 dólares cada una (donadas a estudiantes preuniversitarios a través de un concurso nacional). Su monumental presente a la Fundación llegó en 2002, posibilitando que ésta continuara su labor tanto con su revista (en un tiempo en que este tipo de publicación está en franco declive) como con su espectacular dotación en un premio que ha adquirido un prestigio, además, innegable.

El certamen se lleva celebrando desde 1986, y este año le ha tocado a David Ferry, traductor y poeta original de Nueva Jersey. Ferry nació en 1924, así que el premio le ha llegado con 87 años. Pero Ferry no es un octogenario cualquiera, sigue trabajando como profesor emérito de Wellesley College y como docente activo en las Universidades de Boston y de Suffolk. En la actualidad está realizando una nueva traducción de la Eneida de Virgilio, y el año que viene saldrá a la venta su próximo poemario, Bewilderment. Aunque es más conocido como traductor, Ferry lleva publicando poesía durante más de cincuenta años. Éste no es, ni mucho menos, su primer galardón literario, ya que además de ser miembro de la American Academy of Arts and Sciences (Academia americana de las artes y las ciencias), tiene en su haber el Premio Teasdale, la Beca John Simon de la Fundación Guggenheim, el Premio Nacional Rebekah Johnson Bobbitt y el Premio Ingram Merril, entre otros, aparte de los que ha recibido como traductor (como el William Arrowsmith, administrado por la revista AGNI).

Aquí podréis ver al poeta recitando algunas de sus obras. La poesía de Ferry suele definirse como aparentemente tranquila y suave, con un efecto subterráneo, casi sísmico. Lamentablemente no he podido encontrar ediciones impresas de su poesía traducida al español (si alguien ha encontrado alguna ruego lo indique en los comentarios), y posiblemente no lleguemos a verlas. La poesía sigue siendo, qué remedio, un producto de consumo minoritario.

El Buen Libro. Una biblia para ateos

AutorGabriella Campbell el 1 de mayo de 2011 en Divulgación

El buen libro, de A.C. Grayling

El filósofo británico A. C. Grayling ha despertado el interés de los lectores del mundo anglosajón gracias a su publicación de una biblia para ateos. Se trata de una recopilación, en un formato muy similar al de la biblia tradicional, de citas de filósofos, historiadores, científicos y grandes pensadores en general de la historia de la humanidad. Aunque todas las citas provienen de personajes reales, en su biblia humanista Grayling no hace mención de sus fuentes, pero son reconocibles algunos de los dichos más populares de grandes como Isaac Newton, Sócrates o Darwin. Grayling pretende compensar de esta manera la ausencia, en su opinión, de un libro de referencia moral para los no creyentes. El autor, que se ha especializado siempre en aspectos éticos relacionados con la búsqueda de la felicidad por parte del hombre contemporáneo, define su obra como un compendio de la búsqueda de lo bueno, de lo que nos hace felices.

Lejos de criticarlo por ello, algunos sectores religiosos incluso lo han apoyado. Algunas voces seculares han apuntado la necesidad de historias diferentes para los no creyentes, que también buscan las cosas buenas de la vida. Grayling apunta a una visión sorprendentemente benévola del ser humano, asegurando que hay más bondad que maldad en el hombre, y que todos debemos estar abiertos a encontrarla, algo para lo que serviría este tomo de versículos de sabiduría histórica. Grayling desconfía de los intentos de constituir una religión humanista, con rituales y formas semejantes a las de las grandes religiones monoteístas, como ya intentó hacer Auguste Comte en su momento, pero insiste en las ventajas de tener un libro semejante en formato a la Biblia cristiana, debido a su composición de pequeños textos, que nos permiten abrir el libro en cualquier página y encontrar una frase sobre la que meditar. A ello ha dedicado este filósofo anglosajón treinta años de su vida.

Y Grayling no es un filósofo cualquiera. Profesor de filosofía de la Universidad de Londres, educado en Oxford, ha publicado más de veinte libros sobre filosofía. Ha sido columnista de The Guardian y The Times, dos de los periódicos anglosajones más importantes, además de ser locutor en varias emisoras de radio. Es editor de varias publicaciones académicas y en 2003 fue miembro del jurado del Premio Man Booker, y fue miembro del Foro Económico Mundial, parte del grupo de mediación entre Occidente y el mundo islámico. También es miembro de la Sociedad Real de Literatura y de la Sociedad Real de las Artes, y fue durante diez años el Secretario Honorífico de la Sociedad Aristotélica, la asociación filosófica más relevante del Reino Unido. En resumen, si alguien iba a construir una biblia para no creyentes, este autor tiene todos los credenciales necesarios. Es curioso que, tal vez para no distraer al lector en su reflexión, estos versículos ateos no incluyan referencia alguna al autor de cada cita, por lo que varios críticos han comentado que su lectura es imposible sin tener una pantalla de ordenador al lado, convenientemente aparcada en Google o algún buscador similar.

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Escritoras del siglo XIX (III): Carolina Coronado

AutorGabriella Campbell el 30 de abril de 2011 en Divulgación

Carolina Coronado

Cuando alguien usa el apelativo de el Bécquer femenino, la mayoría asociaría este título con Rosalía de Castro , por ser considerada ésta, junto al propio Bécquer, como una de las mayores representantes de la literatura postromántica, dentro del tardío Romanticismo español. Sin embargo, en su tiempo la que era denominada de esta manera fue Carolina Coronado, poetisa que, debido a su ideología política, sufrió una fuerte censura que la relegó a segunda fila en cuanto a publicaciones y celebridad, pero que poco a poco fue haciéndose un puesto importante en la lista de escritores de su época. Carolina, además, falleció en Lisboa en el año 1911, por lo que este año 2011 se celebra su centenario.

A pesar de las tendencias progresistas de su familia (su padre, Nicolás Coronado, fue encarcelado, y su abuelo, Fermín Coronado, murió en 1820 por maltratos), Carolina recibió la típica educación femenina de primera mitad del siglo XIX: costura, labores domésticas, algo de música y mucha lectura a escondidas. Con trece años ya tenía importantes admiradores, entre ellos José de Espronceda, que dedicó unos cuantos versos a su belleza juvenil (sin hacer mención, sin embargo, a su notable talento). Carolina sufría de una extraña enfermedad, una especie de catalepsia parcial que hizo que se le diera por muerta en varias ocasiones, lo que le inculcó un profundo temor a llegar a ser enterrada viva (este temor fue el que la llevó a embalsamar el cadáver tanto de su primera hija como el de su marido, a la espera de ser ella misma enterrada con ellos).

Carolina era mujer de gran popularidad en la alta sociedad española, a pesar de sus tendencias revolucionarias, debido a su atractivo personal y a su discreta elegancia. Representaba, en esencia, a la mujer perfecta: bella, agradable, y amante esposa y madre. De ella dijo su sobrino, Ramón Gómez de la Serna: “era la agarena blanca de ese suroeste de España, y el óvalo de su rostro era perfecto, y en su perfil, sobre todo en su nariz, había la pureza árabe, juncal, blanca, con cierto reflejo de aguileñismo judío; se presentaba con el pelo negro y rizado que caía en melena de aladares sobre sus hombros”. Sabía compatibilizar los requisitos de la dama burguesa tipo con una libertad individual y amor por la cultura a lo que ayudaba el empleo de su marido, diplomático de origen anglosajón. Tuvo, o por lo menos según sus escritos, dos grandes amantes. Del primero, del que sólo se conoce el nombre, Alberto, ni siquiera se tiene constancia de si era real o inventado. El segundo, Horacio Perry, su esposo, falleció veinte años antes que ella, que se encontró, viuda, desamparada y en la pobreza, alejada de las luces de la corte y las tertulias, sola con su hija Matilde. Fue aquí donde se refugió en la escritura, revelándose una vez más una Carolina poeta, novelista y ensayista que continuó activa hasta su fallecimiento.

Ser escritora en el siglo XIX: posiblemente no sea la mejor opción (II)

AutorGabriella Campbell el 26 de abril de 2011 en Divulgación

Charlotte Brönte

Con la llegada del Romanticismo, las escritoras decimonónicas encontraron una moda aliada. La dignificación de los sentimientos, la victoria de las emociones (generalmente asociadas al mundo femenino) sobre el raciocinio (generalmente asociado al masculino) permitieron a muchas mujeres convertirse en novelistas y utilizar un lenguaje que les era conocido, el lenguaje pasional, que hasta entonces había sido ridiculizado y menospreciado por costumbre. Si bien continuó una lucha persistente por la que dichas novelistas tenían que demostrar, una y otra vez, que su labor escritora no influía en su labor primordial de amas de casa, esposas y madres, esta revolución romántica abrió la ventana para numerosas mujeres, más o menos activistas, que encontraban una manera de lanzar al público una voz nueva, distinta a lo conocido hasta la fecha en nuestro país. Sin embargo, la misma moda y contexto que las favorecía también las discriminaba: el siglo XIX es el siglo por excelencia de la burguesía, y el siglo en el que toma definitivo arraigo la dualidad de mujer pecadora, malévola, frente al “ángel del hogar” sacralizado por la sociedad de este tiempo. La mujer es objeto de adoración y poesía, pero pasar de ser objeto literario a sujeto es una acción, cuanto menos, complicada. La mujer literata sabía utilizar el lenguaje romántico, pero resultaba difícil concebirla como autora de dicho lenguaje, que se aplicaba generalmente a la adoración de un miembro del sexo femenino.

La mujer literata, por tanto, es una mujer inmoral, que dedica su tiempo a la escritura en vez de a su familia y a su hogar. Esto explica por qué tantas autoras utilizaron pseudónimos masculinos, pudiendo cosechar el éxito que en su condición de mujer les sería negado. En vez de utilizar su propia condición femenina como observador y crítico del ambiente doméstico y social que les rodeaba, como harían escritoras anglosajonas de prestigio como las hermanas Brönte o Jane Austen, muchas tuvieron que crear una máscara de hombre si querían salir de la beatería y domesticidad sumisa en las que se hallaban inmersas sus colegas españolas. Todo esto no quita que las ideas políticas liberales y la herencia de la ilustración del XVIII se tradujeran en cierta preocupación por la situación de la mujer, aunque sólo fuera por ésta como madre de los hijos de la nación. El mayor argumento a favor de la educación de la mujer surge a raíz de su papel como educadora principal del ámbito doméstico: educar a la madre significaba educar de manera eficiente a los hijos. En este sentido, el siglo XIX está repleto de conflictos, en una sociedad que lucha por definirse, anclada a valores del pasado pero al mismo tiempo fascinada por las posibilidades del futuro.

En esta serie de artículos procuraremos recuperar la figura de algunas de las más notables escritoras realistas y románticas de nuestro país; algunas se mantienen en el recuerdo común, otras han quedado olvidadas, pero es indiscutible que todas fueron escritoras que pudieron superar todos los obstáculos impuestos por una sociedad en la que la mujer no tenía, ni mucho menos, la facilidad de la que gozamos en nuestros tiempos para ser reconocida en una profesión tan compleja como la literaria.

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Más libros censurados (II)

AutorGabriella Campbell el 23 de abril de 2011 en Noticias

Voces que susurran

Seguimos con nuestro recorrido por la lista de libros que más denuncias han recibido en Estados Unidos durante este último año, aquellas obras que más intentos de censura han sufrido (intentos que, en algunos casos, han resultado, efectivamente, en su retirada de las estanterías).

A mitad de la lista están Los juegos del hambre, de Suzanne Collins, cuyo entorno postapocalíptico de violencia a lo Battle Royale ha encandilado a los lectores y frustrado a sus padres. Esta primera parte se vio continuada por dos novelas más: En llamas y Sinsajo, que mantienen el gusto de la autora por las muertes sangrientas.

En la sexta posición nos encontramos con otra obra juvenil centrada en las drogas, el sexo y las palabras malsonantes. Lush, de Natasha Friend, de forma parecida a Hopkins, de nuevo se concentra en enseñar a los inocentes jóvenes cómo las drogas, en este caso el alcohol, nos llevan por caminos que parece que terminan, invariablemente, en la violación y el abuso de sustancias.

What My Mother Doesn’t Know, de Sonya Sones, es una compilación de poesía organizada de manera narrativa, de un modo similar a Ellen Hopkins. De nuevo estamos ante una obra centrada en las complicaciones de la adolescencia, el primer amor, y las tribulaciones del sexo.

Más abajo en la lista está la polémica Nickel and Dimed: On (Not) Getting by in America, de Barbara Ehrenreich. Ehrenreich no preocupa a los más conservadores por incluir sexo o violencia en su libro (que no lo hace), sino por sus peligrosas observaciones acerca del American Way Of Life, y su feroz análisis del sistema de desigualdad de su país. La autora ha sido duramente criticada por los sectores políticos de derecha y por diversas congregaciones religiosas, al intentar demostrar una realidad de pobreza y discriminación. Con todo, también ha sido criticada por mostrarse en ocasiones poco objetiva y manipular los datos presentados en el libro en su propio interés.

Y de nuevo surge la homofobia en el penúltimo libro de la lista. Con Revolutionary Voices: A Multicultural Queer Youth Anthology, una antología literaria de temática homosexual, la editora Amy Sonnie ha hecho que muchos se hayan llevado las manos a la cabeza. La obra ha sido prohibida en varias bibliotecas y duramente criticada por sus referencias sexuales.

Y al final nos encontramos con algo bastante inesperado. La última obra de la lista es Crepúsculo, de Stephenie Meyer, vilipendiada por sus principios morales y religiosos y por su violencia. Aunque personalmente abogo por la libertad de expresión y de lectura, si tuviera que estar de acuerdo con algún libro de los mencionados en la lista, sería con éste. Dudo que la exposición de la juventud actual a escenas de sexo explícitas vaya a resultar especialmente dañina (sobre todo teniendo en cuenta lo que ya ven en televisión o por Internet), y las historias de terror sobre las drogas pueden ser, incluso, positivas. Exponer a una mujer joven a la noción romántica de sumisión y entrega machista como hace Meyer puede ser, curiosamente, mucho más perjudicial.

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Más libros censurados (I)

AutorGabriella Campbell el 20 de abril de 2011 en Noticias

Crank

Llega ese momento del año que todos estábamos esperando. Y es que las listas bizarras de libros que preocupan a todos esos pobres padres estadounidenses nunca dejará de entretenernos. Una vez más, la ALA (American Library Association), ha hecho pública la lista de los libros que más usuarios han intentado que se prohíban en las bibliotecas de Estados Unidos. Teniendo en cuenta que los lectores estadounidenses representan un porcentaje bastante grande del cúmulo de lectores a nivel mundial, siempre es curioso ver exactamente qué temas son los que los ponen especialmente nerviosos.

En primer lugar tenemos un clásico, el ya famoso Tres con Tango, de Peter Parnell y Justin Richardson, basada en la historia real de dos pingüinos macho del zoo de Central Park, de Nueva York, que adoptaron como suyo un huevo abandonado. Es el libro más denunciado por los padres estadounidenses, que han pedido su retirada de librerías y bibliotecas desde que su publicación. De hecho, es el número uno de esta lista desde el año 2006. ¿La razón? Su contenido homosexual, al parecer no recomendable para determinadas edades (sí, habéis leído bien, y no, no incluye sexo explícito entre los pingüinos).

El segundo más polémico es El diario completamente verídico de un indio a tiempo parcial, de Sherman Alexie. Aunque esta obra juvenil podría levantar polémica por la dureza de su argumento (acerca de un joven indio residente de una reserva tremendamente pobre), parece ser que lo único que les preocupa a los progenitores es sexo, sexo y sexo. La obra ha sido denunciada frecuentemente por incluir una escena en la que el protagonista se masturba (algo que todos sabemos que no hace ningún joven de entre 13 y 18 años).

Resulta sorprendente el número tres, ya que uno pensaría que Un mundo feliz, de Aldous Huxley, es una obra con la que todos estamos curados de espanto. Pero volvemos al tema clave: parece ser que a los padres les preocupa que la presentación del acto sexual en la obra de Huxley incite a la promiscuidad en sus propios vástagos. Parece ser que aquí tampoco hay una hermenéutica muy correcta, ya que el libertinaje que retrata el autor es precisamente uno de los puntos más fuertes de su crítica a una sociedad distópica.

En cuarto lugar tenemos Crank, de Ellen Hopkins, cuya inclusión de drogas, sexo y palabrotas tampoco gusta al público más conservador. Hopkins combina la poesía con la prosa, creando un lenguaje propio de violencia, drogas y sexo enfocado a lectores jóvenes con estómago. Si por un lado es comprensible que la agresividad de los temas y lo explícito de las escenas de sexo puedan preocupar a padres y docentes, la introducción a los jóvenes lectores a formas alternativas de narrativa y la firmeza con la que se critica el peligroso mundo de las drogas son puntos poderosos a su favor.

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Ser escritora en el siglo XIX: posiblemente no sea la mejor opción (I)

AutorGabriella Campbell el 17 de abril de 2011 en Divulgación

Emilia Pardo Bazán

Hemos oído hasta la saciedad hablar acerca de la situación de la mujer en el siglo XIX. No me refiero, claro, tan sólo a lo literario, sino a su situación social y económica. Los cambios revolucionarios que han llegado hasta nosotros nos hacen, con frecuencia, olvidar lo que era ser ciudadano de segunda en todos los sentidos (lo cual no implica, por supuesto, que la situación actual sea perfecta, pero en comparación el pasado es más que tétrico en lo que a igualdad de sexos se refiere), simplemente por el hecho de nacer siendo fémina.

Y claro está que esta situación se extendía también al ámbito de la creación. Algunas novelistas decimonónicas optaban por el uso de un pseudónimo masculino (ahí tenemos a Cecilia Böhl de Faber, también conocida como Fernán Caballero), o se refugiaban en su elevada posición social: Emilia Pardo Bazán era, después de todo, hija de conde y heredó dicho título a la muerte de su padre. Mencionar a la Pardo Bazán no es gratuito, ya que siempre fue una ardua defensora de la igualdad de derechos entre hombre y mujer, denunciando con frecuencia el sexismo rampante en los círculos intelectuales en los que ella se movía. Y es que ser mujer española y novelista no era algo extremadamente vergonzoso, siempre que supieras cuál era tu lugar y te limitaras a escribir novelitas moralistas o románticas para otras mujeres moralistas y románticas. Pardo Bazán propuso a Concepción Arenal, célebre escritora y activista por los derechos femeninos (suele considerarse que con ella entró el feminismo en nuestro país), para entrar a formar parte de la Real Academia de la Lengua. Arenal fue rechazada por la RAE, al igual que Gertrudis Gómez de Avellaneda, respetada poetisa cubana, y como lo fue asimismo la propia Pardo Bazan (en tres ocasiones, ni más ni menos).

Así que ser escritora en el XIX no era precisamente fácil. En un intento de ganarse el respeto de escritores y lectores por igual, estas autoras solían recurrir a escritores masculinos como prologuistas, como si con el aval de una pluma célebre del sexo opuesto se pudiese justificar su propia labor. En general se trataba de prólogos en los que poco se decía de la calidad o del contenido de la obra en sí, centrándose sus autores en hacer chascarrillos o en alabar a la autora cuya novela prologaban, como si evitasen tomarse en serio la producción literaria de ésta.

En principio, parece ser que en nuestra vecina Francia se concedía menor importancia al sexo de los novelistas. En 1882 se publicó una bibliografía en la gaceta conocida como Álbum del bello sexo, que indicaba que en Francia había ni más ni menos que 1200 novelistas reconocidas, 400 traductoras, 300 poetisas y 100 periodistas, unas cifras nada despreciables para la época. Es difícil saber los números de España, ya que hasta 1832, fecha de publicación de la Biblioteca de Serrano y Sanz, no hubo una bibliografía que sirviera de referencia. Aun así, los estudiosos calculan que habría en el siglo XIX cerca de un millar de firmas escritoras, de las cuales, como ya hemos indicado, la mayoría escribía obras dirigidas específicamente a lectoras femeninas. Los temas, desde luego, eran más conservadores que los de sus colegas francesas: la importancia del matrimonio y de la maternidad se convertía en eje central de sus novelas, y la escasa formación que habían recibido, al igual que la mayoría de mujeres en la España de la época, era evidente en su ejecución literaria, por lo que la calidad de sus novelas era, en la mayoría de ocasiones, muy inferior a la de sus vecinas francesas.

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Libros sobre España para no españoles

AutorGabriella Campbell el 13 de abril de 2011 en Divulgación

Typical Spanish

Hace poco, la multidisciplinar web About.com (que ofrece desde recetas de cocina a guías para hacer la declaración de la renta) publicó un interesante artículo listando las diez obras sobre España que todo no español debería leer (aunque el artículo está enfocado, obviamente, a anglosajones). Algunas de estas obras nos son muy familiares, otras son superventas en otros países sin que nosotros apenas las conozcamos.

La lista comienza, por supuesto, con la obra española más universal, El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes. Eligen a Cervantes junto a otros españoles muy conocidos como Lorca (de quien recomiendan su poesía, y leerlo en una edición bilingüe) y, por supuesto, a Washington Irving con sus Cuentos de la Alhambra. No podía faltar tampoco ese habitual referente, Ernest Hemingway, con Muerte en la tarde, su particular análisis taurino, o la autobiografía de Laurie Lee, cuya segunda y tercera parte (Cuando partí una mañana de verano y Un instante en la guerra) están ambientadas en España (Un instante en la guerra, concretamente, en la Guerra Civil española). Parece que les fascina especialmente el mundo de la alpujarra granadina, ya que se incluye tanto el aclamado Entre limones de Chris Stewart como Al sur de Granada de Gerald Brenan. Por lo demás, también se hace mención al curioso camino de Santiago recorrido por Tim Moore en Paseos por España: Viajes con mi burro y al Homenaje a Cataluña del maestro Orwell, también relacionada con nuestra guerra civil, donde participó primero como soldado raso y más tarde como oficial.

Varias de estas obras entroncan con el amor de los anglosajones por los libros de viajes, uno de los géneros más populares de la industria editorial británica y estadounidense. Ya en el siglo XVIII abundaban las colecciones que relataban experiencias en lugares ajenos: A Collection of Voyages and Travels, some now first printed from original manuscripts. Others translated out of foreign languages and now first published in English se publicó en 1704 en cuatro volúmenes (en 1732 se reeditó con dos volúmenes más) y contenía variada información sobre nuestro país, dirigida sobre todo a los comerciantes, al igual que la muy popular Biblioteca “Harris”, originalmente conocida como la Navigantium atque Itinerantium Biblioteca. Con el tiempo este tipo de obras se ha vuelto menos académica y más cercano al género novelístico, utilizando frecuentemente el humor (como en el caso de Entre limones de Stewart) surgido del enfrentamiento de los nativos anglosajones con las escenas typical Spanish más familiares y, a la vez, exageradas. Ver nuestro país a través de los ojos del extranjero (como ya hicimos con la fantástica Tesis de Nancy, de nuestro propio Ramón J. Sénder) es siempre curioso e informativo, y nos permite redescubrir todo lo que damos por sentado o preferimos ignorar de una sociedad que resulta, como todas, algo alienígena para el visitante internacional.

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La novela póstuma de David Foster Wallace

AutorGabriella Campbell el 12 de abril de 2011 en Noticias

Foster Wallace, Pale King

Algunos de los grandes iconos de nuestro tiempo lo son, posiblemente, gracias a su muerte temprana. Ahí tenemos a Kurt Cobain, al Che Guevara y a Stieg Larsson. Larsson vende libros como rosquillas tras su fallecimiento, Nirvana nunca fue tan popular como tras el disparo fatídico de Cobain, y ahí tenemos las camisetas, llaveros y demás parafernalia del Che. Un caso semejante es el del estadounidense David Foster Wallace, cuyo estatus de best-seller ha crecido exponencialmente desde que decidiera terminar con su vida allá por el 2008.

Y por supuesto ha surgido, como en el caso de Larsson, el peliagudo asunto de la novela póstuma. Lo que tienen los escritores es que, generalmente, suelen escribir bastante, y en el momento de su suicidio, Foster Wallace ya tenía apiladas hojas y hojas de novela, notas y apéndices varios para la que sería su próxima obra, El rey pálido. La novela fue encontrada por su esposa, Karen Green, mientras ordenaba el garaje.

Recientemente, en el New Yorker, que ha publicado por adelantado un extracto de El rey pálido, Jonathan Franzen escribió sobre el tema de la depresión en la escritura, y concretamente sobre la obra de su amigo Wallace. Franzen especifica que, si bien Wallace era indudablemente una persona deprimida, sus obras no lo son, a pesar de sus temáticas acerca del tedio y lo insignificante. Franzen aduce que la cercanía que ofrecía Wallace con sus lectores, la presentación de lugares y textos en los que se podían perder hasta hacerlos propios, era un bálsamo para el espíritu triste y solitario. Lo que no es discutible es que Wallace también era un perfeccionista, y parece ser que esta obra póstuma, que será publicada por la editorial Little, Brown and Company en el próximo mes de abril, está llena de párrafos pesados y complejos que posiblemente el autor no había llegado a editar. La gran cantidad de libretas y documentos repletos de anotaciones indica que la obra no estaba, ni mucho menos, terminada. Así que volvemos a un punto que hemos discutido otras veces en esta página: ¿Justifica la adoración de sus fans y la llamada eterna de la literatura el que se publique una obra que no había sido autorizada por su dueño? ¿Se revolvería Wallace en su tumba de saber que su última creación estaba sin pulir? ¿O el abandono de ésta en un garaje revuelto, junto al terrible estado anímico del autor, indica su absoluta indiferencia hacia el futuro de su rey pálido? El editor de Wallace, Michael Pietsch, ha conseguido reducir más de mil páginas de documentación a 400 páginas de novela, que ha obtenido una recepción crítica más o menos unánime: Si bien El rey pálido no es, ni mucho menos, la mejor obra de Wallace, y no hace justicia a monumentos literarios como La broma infinita, sigue siendo una lectura obligatoria por el tono agridulce del escritor y por su absorbente capacidad estilística. A pesar de todo, uno no puede dejar de pensar que la existencia de una obra narrativamente inconclusa, casi tejida a mano por otra persona, puede ser, más que un afortunado agregado a la carrera ascendente de Wallace, un triste recuerdo de lo que fue un autor brillante.

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