Alquilando periódicos
Constantemente hablamos de los nuevos formatos, de la transformación del acto de leer, que se halla en un proceso revolucionario semejante al que experimentaron los primeros en tener en sus manos un producto de imprenta, allá por el 1450. Sin embargo, más allá de la inundación de lo digital, de los gadgets y del consumo de ocio de nuevas y extrañas maneras, prevalece siempre la noción de que la mayor madre de la inventiva es, cómo no, la necesidad. Damos por sentado la libre accesibilidad a la información: desde la televisión a internet o a la radio, gozamos de vías de conocimiento (sin entrar, claro, en la calidad o relevancia de dicho conocimiento) con las que otros tan sólo pueden soñar. Un claro ejemplo de esto es un nuevo y lucrativo negocio que ha surgido en Etiopía: el alquiler de periódicos.
En un país en el que la mayor parte de la prensa es producida por el estado, son los periódicos independientes los que realmente lo arriesgan todo (en toda Etiopía sólo hay 24). Y esta nueva tendencia de pagar por el uso limitado de un periódico, en vez de comprarlo, les afecta negativamente. Pero es inevitable que lo que perjudica a estos medios de comunicación es, precisamente, lo que beneficia a muchos: a los pequeños emprendedores que montan un pequeño puesto a la sombra con un puñado de publicaciones, y a los miles de graduados universitarios en paro, por ejemplo, que necesitan usar los periódicos para buscar empleo pero que no pueden permitirse comprarlos todos los días. Un periódico medio en Addis Abeba cuesta seis birr (unos 24 céntimos de euro). Sin embargo, cuesta menos de un céntimo de euro alquilar uno de estos periódicos durante 20 ó 30 minutos (según el vendedor). El sistema es sencillo y, de manera parecida a un alquiler de dvd o de libro, si excedes el tiempo permitido tienes que pagar un extra. Este recurso permite a varias familias de la capital poder mantenerse, aunque han de estar atentos a los frecuentes ladrones de periódicos. Por otro lado, estos periódicos manoseados luego pueden venderse a los comerciantes locales, que los usan para envolver sus productos. Lamentablemente, también reduce la venta de periódicos, lo que, como ya hemos mencionado, no favorece en absoluto a una industria que se las ve y se las desea para mantenerse a flote, tanto por presión política como económica (la tirada de la mayor de estas publicaciones semanales no excede los 50000 ejemplares).
De cualquier manera, los lectores no tienen muchas opciones, ya que hay pocos puestos de venta (esto requeriría un capital de inversión del que pocos emprendedores de las grandes ciudades etíopes disponen), y aun menos dinero para comprar. Un solo ejemplar puede dar mucho de sí: las publicaciones son semanales (no hay periódicos diarios en el país), por lo que una misma unidad puede ser leída cientos de veces en el mismo puesto de alquiler. Este fervor por la lectura, posibilitada por el sistema de alquiler, se debe, como hemos dicho, sobre todo a la búsqueda de empleo, pero también a la necesidad, siempre urgente, de saber qué ocurre a su alrededor, además de una fuente sencilla y barata de ocio, para disfrutar de algo que nosotros, expuestos a una saturación informativa, damos totalmente por sentado.