Lecturalia Blog: reseñas, noticias literarias y libro electrónico 112.564 libros, 24.650 autores y 91.949 usuarios registrados

Gabriella Campbell (Página 31)

Grandes pseudónimos

AutorGabriella Campbell el 23 de julio de 2011 en Divulgación

Mark Twain

Dentro del constante juego autor-lector que encontramos en la literatura en general, no es raro hallar casos de escritores que no son exactamente lo que quieren hacernos creer. Más allá del engaño narrativo, podemos ver autores que se reinventan a sí mismos, como si fueran otro personaje más, de mil maneras distintas, de las cuales una de las más populares, por tantas razones, es cambiarse el nombre. A continuación enumeraremos algunos de los más raros y notables.

En caso de mencionar el nombre Howard Allen O’Brian, es muy probable que a nadie le resulte familiar. Sin embargo, Anne Rice es un nombre muy conocido, y ambos corresponden a la misma persona. Bautizada como Howard Allen en honor a su padre, la escritora no tardó en cambiarse el nombre por algo un tanto más femenino, Anne, y adoptó el apellido al casarse con su marido, el poeta Stan Rice. El caso de Rice es peculiar, además, ya que generalmente son las mujeres las que optan por escoger nombres masculinos en la literatura, como demostraron las hermanas Brontë, que optaron por hacerse llamar Acton Bell (Anne Brontë), Currer Bell (Charlotte Brontë) y Ellis Bell (Emily Brontë) para sus primeras obras, con la esperanza de que se les tomara más en serio en una época en la que las mujeres generalmente se dedicaban a la menospreciada novela romántica. Algo parecido le ocurrió a George Elliot, nacida Mary Ann Evans, que además se escudaba en una falsa identidad para ocultarle al público en general su larga relación de amor y convivencia con un hombre casado.

Hay muchos motivos que empujan a un autor a esconderse detrás de un pseudónimo. En el caso de Eric Arthur Blair, la publicación de su obra Sin blanca en París y Londres, inspirada en sus propias experiencias desempeñando todo tipo de trabajos en las ciudades mencionadas mientras intentaba hacerse un nombre como escritor, lo obligó a utilizar un nombre falso para no incomodar con la obra a sus padres. Aunque hizo uso de varios pseudónimos, será el de George Orwell el que finalmente le traerá el reconocimiento debido, con novelas como 1984 o Rebelión en la granja. También se han utilizado pseudónimos con frecuencia para separar dos tipos de actividad, como le ocurrió al matemático Charles Lutwidge Dodgson, quien adoptó el nombre de Lewis Carroll para separar su prestigio como científico de su éxito como escritor (se trataba de un juego de palabras con su nombre original: Lewis es otra forma adaptada al inglés de Ludovicus, la versión latina de Lutwidge, y Carroll es un apellido irlandés parecido al nombre latino Carolus, de donde proviene Charles).

Algunos pseudónimos son ya casi material de leyenda. No queda nada claro el origen real del nombre Mark Twain, con el que Samuel Clemens comenzó a firmar sus obras en 1863. Aunque el propio Clemens explicó que hacía referencia a una expresión usada para designar el estado de un río (significa dos brazas de profundidad), dicha explicación ha sido frecuentemente puesta en duda, ya que algunos de sus biógrafos aseguran que hace referencia al alcohol que bebía de fiado en la taberna de John Piper en Nevada.

Autores relacionados Autores relacionados:
Anne Rice
Anne Brontë
Charlotte Brontë
Emily Brontë
George Orwell

La feria de las vanidades, de William Thackeray

AutorGabriella Campbell el 21 de julio de 2011 en Reseñas

Feria de las Vanidades

El título de la novela más conocida de William Thackeray proviene de la obra El progreso del peregrino, de John Bunyan. Esta obra de Bunyan, alegórica, se presentaba como una narrativa llena de símbolos donde los protagonistas avanzaban en un largo viaje representativo de la vida del cristiano. Existe un lugar en esta larga alegoría denominada Vanity Fair, la feria de las vanidades, y fue en este lugar donde Thackeray ubicó a sus protagonistas.

Aunque Thackeray era un excelente creador de personajes, es indudable que las dos mujeres protagonistas brillan con una intensidad a la que los secundarios apenas pueden aspirar. El escritor toma a los dos tipos por excelencia de la mujer en su tiempo, el dócil ángel del hogar y la maléfica femme fatale, y los conjuga de modos extraños e ingeniosos. En Amelia encontramos todas las virtudes de la mujer modelo: dulzura, obediencia, sencillez, acompañados de una generosa dosis de estupidez y cabezonería. En Becky encontramos todos los defectos de la perdida: ligera de cascos, manipuladora pero a la vez esclava de sus pasiones, avariciosa, pero al mismo tiempo inteligente y con una valentía fuera de lo común. Con estas notas añadidas, Thackeray presenta a dos personajes que, dentro del estereotipo que aparentaban emular, se manifiestan de maneras inesperadas. Y el placer de Thackeray al retratar a su mujer fatal, muy a diferencia de la tristeza con que otros autores realistas como Zola o Flaubert presentaban a sus personajes femeninos rebeldes, es evidente, muy evidente, a lo largo de la obra.

Becky Sharp sólo tiene miedo a una cosa: a la pobreza. Utilizará todos sus trucos, todos sus recursos, para garantizarse una seguridad económica, aunque para ello tenga que sacrificar valores, amistades y su propio entorno social. Sharp es una pícara sin apenas conciencia, sabia con los recursos que su feminidad le confiere. Es interesante asimismo cómo Becky utiliza de manera descarada sus encantos, de una manera eficiente y provechosa, a pesar de que se nos describe como una criatura menuda y no especialmente agraciada, poseedora, eso sí, de unos enormes y brillantes ojos verdes y de un sentido del humor ocurrente, además de buenas dotes para la danza, el canto y el arte del entretenimiento en general. Si bien sus ardides acaban volviéndose en su contra, no terminan de condenarla, obteniendo finalmente el perdón y el apoyo financiero de un hijo al que ella misma había ninguneado. Sin embargo, el carácter sumiso y afectuoso de Amelia sólo le acarrean miseria tras miseria, e incluso su supuesto y merecido final feliz no termina de convencer, ni al lector ni a ella misma. A pesar de las supuestas lecciones morales que debía conllevar la obra de Thackeray, queda patente cuál es su personaje favorito, con cuál se regodea más en su narrativa. Y es que a él, como a tantos de nosotros lectores, también le gustaban más los villanos en la literatura.

Autores relacionados Autores relacionados:
William Makepeace Thackeray
Libros relacionados Libros relacionados:
La feria de las vanidades

Versiones para coleccionistas, ¿cuánto estarías dispuesto a pagar por un libro?

AutorGabriella Campbell el 11 de julio de 2011 en Divulgación

Galerada

Ya hemos tratado aquí en Lecturalia el espinoso tema de los precios de las ediciones especiales de clásicos de la literatura. Pero el ansia del coleccionista va mucho más allá, ahora lo que está de moda es comprar versiones especiales, pre-publicación, de títulos que nos encantan.

Generalmente, antes de sacar la versión definitiva a la calle, los libros que tendrán una distribución más o menos grande suelen tener una versión primera, menos trabajada y corregida, para enviarse a críticos, reseñadores y medios de comunicación a fin de realizar trabajo de promoción antes de que la obra esté lista para presentarse al público. Esta versión puede variar de formato: puede ser un pdf (como el de Go the Fuck to Sleep, que se escapó de los ordenadores a los que estaba restringido para enviarse a los pcs de medio mundo), un libro debidamente encuadernado, casi idéntico a la edición definitiva, una prueba de impresión o un bloc de hojas impresas. La página web estadounidense Salon.com, a través del punto de venta y distribución de libros Abebooks, recientemente hizo acopio de algunas de estas versiones, que se ofrecen a coleccionistas por precios desorbitados. La más popular ha sido, cómo no, una selección exclusiva de los tres primeros libros de Harry Potter (a partir del cuarto ya no se distribuyeron estas versiones pre-publicación, seguramente para evitar la creciente piratería que ha rodeado a la franquicia de J. K. Rowling), en concreto unos 50 lotes a 27.500 dólares americanos cada uno (calculad unos 19.190 €, casi nada). Le sigue en precio una galerada de Herzog, de Saul Bellows, firmada y con anotaciones del autor en los márgenes, por nada menos que 6600 €. Parece ser que sólo hay tres unidades de esta particular versión.

Por lo demás, tenemos una versión fresada en bloc de Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, que por su fragilidad sólo alcanza los 5200 €. Sucedió en el Pacífico, de James Michener, tuvo una galerada única (de hecho la primera edición es, de por sí, difícil de encontrar) valorada actualmente en 3500 €. De John Lennon, concretamente de Un españolito en obras, se han encontrado tres ediciones de prueba hasta la fecha, y la más reciente se vendió por unos 2400 €. Tenemos opciones un poco menos costosas: Otras voces, otros ámbitos, de Truman Capote, por ejemplo, por tan sólo 1750 €; Mucho después de medianoche, de Ray Bradbury, por 1400 €; 1984 de George Orwell (la única copia que se ha encontrado hasta la fecha de la galerada canadiense), por 1280 €. También está la obra de teatro Rebecca, de Daphne de Maurier (en la que se basó Hitchcock para su célebre película galardonada con un Óscar), por 1220 €. Y si te sobra algo de calderilla, siempre puedes comprar el Hocus Pocus de Kurt Vonnegut, firmado por el propio Kurt y con la fecha “April72003” escrita de su puño y letra, por unos míseros 350 €.

Es preciso entender que se trata de versiones especiales, seguramente llenas de erratas, sin terminar de editar, simples pruebas de impresión que responden a la demanda específica de fans y lectores coleccionistas. Imaginaos, pues, a qué precio desorbitado pueden llegar los manuscritos, esas versiones escritas a mano o a máquina, originales de los grandes escritores de ayer y hoy.

Escritoras del siglo XIX (y VI): Gertrudis Gómez de Avellaneda

AutorGabriella Campbell el 8 de julio de 2011 en Divulgación

Gertrudis Gómez de Avellaneda

Incluir a Gertrudis en esta serie de escritoras españolas tal vez no sea del todo correcto, debido a que se trata de una mujer de origen cubano. Pero la escritora Gómez de Avellaneda pasó gran parte de su vida en nuestro país, y fue aquí donde produjo sus obras más conocidas. Gozaba de gran popularidad en España y ésta era, para ella, su segunda patria.

Cuando hablamos de escritoras del siglo XIX, inevitablemente hablamos de mujeres de vidas atormentadas y terribles. Aunque, en cierta forma, éste parece ser un requisito fundamental para triunfar en el ámbito literario decimonónico, podría parecer que la producción de obras grandes se basaba sobre todo en la necesidad de desahogo de vidas muy alejadas de la felicidad. Gertrudis vivió varios intensos amores no correspondidos, y perdió a su hija cuando ésta contaba con tan sólo siete meses de edad (fue, además, madre soltera, algo casi inconcebible para su tiempo). Es interesante destacar que Gertrudis era de familia noble, al igual que Emilia Pardo Bazán. Podría deducirse que la mujer de origen aristocrático tenía una oportunidad superior en lo que se refiere a la educación, y cierta libertad en lo que a situación social se refiere, tal vez cierta libertad de la que no gozaban otras mujeres de condición menor.

De Gertrudis se sabe bastante, gracias a una autobiografía en formato epistolar que envió al que seguramente fue el amor de su vida, Ignacio de Cepeda y Alcalde. Escribió a Ignacio con dos condiciones: “Primera: que el fuego devore este papel inmediatamente que sea leído. Segunda: que nadie más que usted en el mundo tenga noticias de que ha existido”, condiciones que, obviamente, no se cumplieron. Como tantos otros escritores del momento, no se limitó a un solo género, cultivando drama, novela y ensayo, pero es por la poesía por la que se le conocía en su época y por la que se le recuerda hoy en día, sobre todo por la lírica mística a la que se dedicó al final de su vida. Es también digna de mención su novela Sab, considerada por algunos como novela abolicionista, y por otros como un retrato de la Cuba que había conocido.

Es interesante que la valoración de Gómez de Avellaneda por parte de críticos y escritores de su tiempo suela coincidir en un punto importante: de ella se dijo que no era poetisa, sino poeta, debido a características de su lírica, y de su obra en general, que solían atribuirse a escritores masculinos. La fuerza de sus versos y el tratamiento sobrio de sus emociones la situaban, para sus lectores, junto con los grandes hombres del Romanticismo, lejos del sentimentalismo de sus contemporáneas. Gertrudis aprovecha su calidad “varonil”, huyendo de la habitual discriminación de los círculos literarios que frecuentaba, usando diversos pseudónimos masculinos. De ella dijo su amigo Nicasio Gallego: “Todo en sus cantos es nervioso y varonil; así cuesta trabajo persuadirse que no son obra de un escritor de otro sexo”. Fue Gertrudis una criatura camaleónica, adaptada a su ambiente, a quien la desgracia personal no hizo sino fortalecerse, para terminar convirtiéndose en una de las figuras estrella no sólo de la literatura romántica cubana, sino también de la española.

Leyendo en voz alta

AutorGabriella Campbell el 7 de julio de 2011 en Divulgación

Leer en voz alta

Durante muchísimo tiempo se nos ha hablado de los beneficios de leer en voz alta. Todos recordamos cómo, en el colegio, leíamos por turnos, pero el mayor placer nos lo proporcionaban los momentos en que nos leían nuestros padres y familiares. Los especialistas recomiendan que se lea en voz alta a los niños (y cuantas más personas diferentes lo hagan, mejor, para que puedan tener varios modelos de lenguaje), lo que mejora su uso de la lengua, su vocabulario, su conocimiento del lenguaje escrito y su interés por la lectura en general (aparte de los conocimientos que puedan adquirir del contenido de lo que se les lee). Se recomienda que dicha lectura se produzca también en el entorno escolar, por parte del profesor o profesora hacia los alumnos. Y no sólo en lo que se refiere a niños, los profesores de idiomas han descubierto que leer en voz alta a alumnos adultos es igual de beneficioso, debido a que ayuda a sus estudiantes a reconocer patrones del lenguaje y a enriquecer su léxico.

Parece ser que con el apretado currículo de la mayoría de las aulas pocos profesores tienen ya tiempo para dedicarse a la lectura en voz alta. Más allá de lo que se considera estrictamente necesario (el fomento de la lectura en niños que todavía están aprendiendo a leer), llega un momento en que los docentes ya no consideran que la lectura en voz alta sea un estímulo necesario para sus alumnos, a partir de cierta edad. Sin embargo, muchos profesores (incluso profesores universitarios) están redescubriendo las ventajas de este tipo de actividad. En lo que a la lectura se refiere, nunca dejamos de aprender, somos siempre lectores en prácticas, debido a que el proceso de aprendizaje asociado a este acto es ilimitado. Así, algunas universidades (como, por ejemplo, Oxford) crean sesiones de lectura para sus alumnos, que les ayudan a relajarse y a reavivar la capacidad imaginativa y la pasión por los libros.

Además, parece ser que la afición por la lectura a viva voz va bastante más allá de la enseñanza. El grupo británico The Reader Organisation hace apología del poder social de la lectura compartida, organizando visitas a residencias de mayores, centros de acogida, hospitales, etc., simplemente para leerle a personas que pueden beneficiarse no sólo de la compañía, sino del acto de leer. Algunos estudios apuntan hacia los beneficios de la lectura en la recuperación de pacientes, pero aparte de esto la organización también lleva sus libros, cuidadosamente seleccionados, a zonas deprimidas donde prima el analfabetismo. Y esto no es todo. Una sencilla búsqueda por Internet revela una comunidad creciente de personas que leen no sólo a sus hijos, sino a sus parejas. Antes de dormir como medio de relajación; durante el día, algún párrafo de un artículo o un poema suelto; o mientras uno de los dos conduce y el otro hace de copiloto, para mantener al conductor entretenido. Parece ser que este acto, sencillo pero entretenido, crea un vínculo especial y afianza los lazos de pareja. El acto de leer se convierte en una actividad compartida, interactiva, preparado para ser disfrutado junto a las personas a las que más queremos. Y si nos apetece leer en voz alta y no hay nadie para escucharnos, siempre podemos recurrir a un perro, que por lo visto son excelentes compañeros de lectura, ya que escuchan sin ningún tipo de prejuicio o crítica y, como señalan en The Guardian, se están utilizando en la actualidad en varios centros educativos para ayudar a niños tímidos o con problemas de aprendizaje a mejor sus habilidades lectoras.

Escritoras del siglo XIX (V): Cecilia Böhl de Faber

AutorGabriella Campbell el 2 de julio de 2011 en Divulgación

Cecilia Böhl de Faber

Si no le suena el nombre de Cecilia Böhl de Faber y Larrea, es posible que le sea más familiar el seudónimo con el que habitualmente escribía: Fernán Caballero. La vida de Cecilia no fue más sosegada que la de las otras escritoras de las que ya hemos hablado: enviudó ni más ni menos que tres veces, vivió en diferentes países (nacida en Suiza, habitó en España, Alemania y Puerto Rico), sin, al parecer, conseguir llegar a aposentarse. Murió en la pobreza, ya que en la Revolución de 1868 perdió lo único que le quedaba, una vivienda cedida por Isabel II, quien la tenía en alta estima.

Con su novela La gaviota, apareció en España el costumbrismo, y traía rumores de lo que estaba por llegar, la novela realista y naturalista, en definitiva, la novela moderna, adornada de prosa romántica. Cecilia bebía de fuentes extranjeras, no en vano podía leer en francés, inglés, alemán e italiano. Su excelente educación, poco habitual (como ya hemos comentado hasta la saciedad) para una mujer de su época, se debía sobre todo a la influencia de sus padres. Su madre era escritora, traductora y anfitriona de una de las tertulias gaditanas más conocidas de su tiempo. Su padre era un gran amante del teatro clásico español, y no puso obstáculos a su hija ni impidió su formación. Cecilia bebió de su amor por los libros, del mismo modo que bebió de su formación tradicional: su novela hace apología de las enseñanzas cristianas y pretende ofrecer moralejas acerca de la resignación cristiana, la caridad y la humildad. Su intención moralista se ve reflejada sobre todo en su relato breve, en sus cuentos pretende analizar los males de su sociedad, ofreciendo soluciones maniqueístas y clásicas, eluyendo, pese a su condición ya revolucionaria de escritora, cualquier tipo de rebelión en sus letras.

Su seudónimo parece responder a una clarísima condición de inferioridad, de mujer que se sabe por debajo de las posibilidades de prestigio de la literatura de su época, de hecho rechaza la Cruz de Leopoldo (por su obra Relaciones Populares), debido a que, según ella, “es una señora y no un hombre”. Todavía no nos queda muy claro si ésta es una reivindicación de individualidad o de inferioridad. En cualquier caso, al hablar de Cecilia Böhl de Faber siempre es interesante contrastar un evidente interés por el pueblo, por la vivencia costumbrista, frente a una educación elitista y tradicional. La práctica de Cecilia es siempre dentro del más estricto catolicismo y de la más estricta moralidad, frente a un materialismo que dominaba la literatura europea y que influye, aun a su pesar, en las obras de su época y, por supuesto, en las suyas. Hablar del XIX español es complejo, pero hablar, en este cabo, de una mujer de educación y comportamiento aristócrata, que intentaba escribir dentro del género de la nueva burguesía y la nueva revolución moral y religiosa, es de una complejidad absoluta. Tomar la pluma siendo del género, la clase y el entorno equivocado es, cuanto menos, atrevido. Aun así, dentro de las limitaciones propias de su formación, se convierte en una de las muy escasas mujeres realistas de nuestro extraño XIX, siempre luchando entre las revelaciones filosóficas y políticas europeas y la realidad conservadora de su época española.

Autores relacionados Autores relacionados:
Fernán Caballero

Escritoras del siglo XIX (IV): Emilia Pardo Bazán

AutorGabriella Campbell el 25 de junio de 2011 en Divulgación

Emilia Pardo Bazán

Emilia Pardo Bazán es, probablemente, la primera mujer que uno recuerda si se le pregunta por escritoras decimonónicas. La recordamos por su obra, pero su vida no fue menos memorable. De cuna noble, Emilia se casó con dieciséis años, y no tardaron en llegar los hijos. En principio, podría parecer que se acogería a la respetada costumbre de mujer hogareña y maternal, buena esposa que escribía como pequeño pecado, sólo en los ratos de ocio.

Nada más lejos de la realidad. Emilia estaba profundamente impresionada por el naturalismo francés, y por todas las corrientes ideológicas que rodeaban a éste. El naturalismo se atrevía a ir más allá del realismo, llevando el estilo descriptivo a límites hasta entonces insospechados. Inspirada por escritores como Émile Zola, a quien conoció personalmente en uno de sus numerosos viajes, Emilia escribió una serie de artículos acerca de la novelística de éste y sobre otros aspectos de esta nueva corriente revolucionaria, ensayos que aparecieron recopilados en La cuestión palpitante, en 1883. Tan palpitante era la cuestión, de hecho, que le valió un profundo desencuentro con su propio marido, que no pudo soportar el escándalo que supuso su publicación; dicha polémica también afectó al propio prologuista, Leopoldo Alas Clarín, que confesó arrepentirse de haber colaborado. Dos años después, ya estaban separados, y la Pardo Bazán comenzaba una relación amorosa con el también escritor Benito Pérez Galdós, relación salpicada de infidelidad por parte de la aristócrata pero que duró más de veinte años.

La vida de Emilia, tan alejada del ideal de finales del XIX, es una presentación biográfica de su carácter revolucionario, carácter que aparece, transparente, en gran parte de su obra. Y su obra no era, precisamente, escasa. En total se calcula que de su pluma salieron más de cuarenta novelas, siete dramas, incontables ensayos, unos seiscientos cuentos y dos libros de cocina. Sus ensayos son, seguramente, lo que le proporcionaron mayor prestigio a nivel internacional, la cuestión feminista, que se extendía por Europa pero que apenas aparecía en España, fue ésta una de sus mayores preocupaciones y la que le valió tanto la crítica como el elogio de sus contemporáneos. Para Emilia, el origen de muchos de los males femeninos era la ignorancia, y se volcó en numerosos proyectos relacionados con la educación de la mujer española. Creó la Biblioteca de la mujer en 1891, que pretendía recopilar todo el saber científico, histórico y filosófico relacionado con ésta. La obra fue un fracaso de escasas ventas, debido en gran parte al limitado interés de sus lectores intencionados, las propias mujeres. Tampoco se libró de su crítica el establecimiento religioso, si bien jamás abandonó el catolicismo, para ella poseía un poder político subyugador, llegando a decir que “no hay palanca más poderosa que una creencia para mover las multitudes humanas; no en vano se dice que la religión liga y aprieta a los hombres”. La situación social y la independencia económica permitieron a Emilia vivir libre de las ataduras que constreñían a otras mujeres de la época, y si bien recibió una constante presión por abandonar sus causas revolucionarias, fue objeto de admiración de muchos, que veían en ella un símbolo de lo que Europa traía a España: nuevas ideas, nuevas formas y un nuevo siglo.

Autores relacionados Autores relacionados:
Benito Pérez Galdós
Emilia Pardo Bazán
Leopoldo Alas Clarín

Vete a dormir (de una beeeeeep vez)

AutorGabriella Campbell el 22 de junio de 2011 en Noticias

Go the fuck to sleep

¿Alguna vez has sentido que los libros infantiles son demasiado edulcorados para tu gusto? ¿Que cuando le estás poniendo voz de ovejita parlanchina a tu pequeño angelito por quincuagésima vez, hay otra voz simultánea en tu cabeza rogándole que por favor, por favor, se duerma de una vez?

Pues algo parecido tenía en la cabeza el estadounidense Adam Mansbach cuando creó, con ayuda del ilustrador Ricardo Cortés, su libro Go the Fuck to Sleep (algo así como vete a dormir de una puta vez). Mansbach escribió en verso este libro infantil para adultos, donde se expresan las tribulaciones y ocasional desespero de un padre con niño pequeño (sobre todo si éste es insomne). La obra también se ha editado para Kindle y como audiolibro, originalmente con la voz del director, guionista y actor alemán Werner Herzog y más recientemente con la del prolífico Samuel L. Jackson.

Pero lo más curioso de la obra no es su tendencia a mezclar palabrotas con imágenes clásicas de la literatura infantil. Go the Fuck to Sleep ha sido un fenómeno viral nunca visto en el mundo de las obras escritas, y un caso curioso de piratería literaria donde la distribución gratuita e ilegal de la obra ha funcionado como método de promoción muy eficiente. De alguna forma, todavía desconocida, el archivo pdf original del libro saltó a las esferas de lo compartido (se cree que fue liberado por algún crítico o periodista que recibiese dicho pdf para su lectura profesional), mucho antes de que la obra llegase a distribuirse en papel. Así, se dio el muy curioso caso de convertirse en un superventas de Amazon sin existir siquiera todavía en formato físico: el número de reservas y preventas del libro ha superado las expectativas más locas de la editorial, que reconoce no haberse gastado ni un euro en promoción hasta la semana anterior a su publicación. Parece ser que el boca a boca, o más bien el email a email, ha impulsado de manera increíble a esta obra que, dado su carácter gracioso y su formato corto, rápido de leer, se ha convertido en el “forward” de correo electrónico perfecto tanto para lectores que son padres como para los que no lo son. La editorial ha solicitado que los internautas no sigan haciendo circular el pdf pirata, pero es muy posible que ésta haya sido una solicitud entre dientes, debido a que el éxito del libro no podría haber sido tan inmenso sin una difusión tan radical del producto.

Lo que está claro es que mezclar literatura infantil con palabrotas puede ser peligroso. Algunos lectores parecen no haberse percatado todavía de que la obra de Mansbach no es para niños, y el sector conservador estadounidense se ha quejado abiertamente tanto de su uso indiscriminado de palabras soeces, como por expresar tan abiertamente su frustración paternal. Dicho sector exige la retirada del libro manifestando que podría tener graves consecuencias de caer en manos de un público demasiado joven. Para el resto de lectores, sin embargo, es simplemente un divertido pequeño tratado sobre lo difícil que puede ser a veces la vida cotidiana como padre.

Cuando la fama no es suficiente (II)

AutorGabriella Campbell el 19 de junio de 2011 en Divulgación

Negro literario

Aunque asociamos esa escritura fantasma, de la que hablábamos en la primera parte del artículo, a biografías de famosos y casos similares, el negro literario no se limita a este tipo de publicaciones. Si bien en nuestro país parece que sigue siendo un oficio de bajo rendimiento, en otros países es una profesión relativamente bien pagada, llegando a percibirse alrededor de $100 por página en muchos casos.

Los mercenarios de la escritura no se limitan a la biografía, como ya hemos dicho. Muchos libros de ficción, sobre todo en el caso de colecciones o sagas de libros, que necesitan una producción acelerada, deben recurrir a escritores complementarios para realizar en un espacio limitado de tiempo todo el trabajo que el escritor principal (generalmente el que ostenta el prestigio) no puede ofrecer. Y esto no es nada nuevo, se cree que en la Roma imperial ya existían textos atribuidos a grandes pensadores y escritores que realmente salían de la mano de escritores contratados. De Alejandro Dumas se decía que tenía más de setenta asistentes que le ayudaron a escribir, entre otros, El Conde de Montecristo o Los tres mosqueteros, y el celebrado autor de terror H.P. Lovecraft obtenía ingresos como negro para otros autores de su mismo género literario. Por no hablar de la inmensa producción de grandes dramaturgos como Shakespeare o Lope de Vega, que siempre ha hecho sospechar a teóricos y críticos.

Más peligroso es cuando el negro literario se asocia con la comunidad médica. Parece ser que es una práctica habitual en muchas empresas de investigación científica el pagar a escritores profesionales para crear contenido que luego lleve la rúbrica de científicos y médicos titulados. Y no nos detengamos en la investigación de laboratorio, algunos de los más inspirados textos religiosos vienen también de la mano de estos profesionales. Se sospecha, por ejemplo, de varias encíclicas papales, entre ellas la controvertida Mystici Corporis Christi, firmada por Pío XII, pero asociada generalmente a la mano del jesuita holandés Sebastiaan Tromp. Y esto no es nada, hasta los columnistas o articulistas de opinión pueden delegar en un escritor fantasma, que también puede recibir ingresos por crear contenido web en nombre de otros, escribir ensayos sobre cualquier tema, letras (y música) para grandes artistas, o incluso llevar un blog bajo el nombre del famoso de turno. La realidad del asunto es que, por mucho que sacralicemos la persona del autor, éste es tan comerciable como cualquier otro producto, y el verdadero trabajo puede quedar, como tantas otras veces, en manos de personas de talento no reconocidas y necesitadas de dinero. Se gestiona como un intercambio comercial: tú escribes, yo te pago. Pero en el fondo uno no puede dejar de plantearse por qué esto no podría realizarse de manera más justa, dando crédito también a ese escritor fantasma en la cubierta. ¿No será, ante todo, una cuestión de ego? Aunque el autor contratado se esté limitando a dar formas a determinadas ideas, incluso a transcribir de manera más aceptable las experiencias o pensamientos de otros más conocidos que él, ¿no forma parte también del proceso del libro? ¿No debería recibir su justo reconocimiento? Existen artículos sobre el tema que lo niegan, insistiendo en que la labor de dicho escritor es la de un simple intermediario. Como siempre, os animamos a expresar vuestra opinión en los comentarios.

Autores relacionados Autores relacionados:
Alejandro Dumas
H. P. Lovecraft
Lope de Vega
William Shakespeare

Cuando la fama no es suficiente (I)

AutorGabriella Campbell el 17 de junio de 2011 en Divulgación

Negro literario

La existencia de la figura del negro literario no es algo que sorprenda a muchos lectores, si bien hizo falta un escándalo a la española, aquel famoso y aparentemente ya olvidado caso de Ana Rosa Quintana, para traer a la palestra a qué se dedica exactamente un escritor de estas características. Aunque muchas celebridades no niegan directamente que ha habido un profesional que les ha ayudado a construir su historia, muchos argumentarían que el trabajo desempleado por éste (generalmente, además, mucho peor pagado que el desempleado por la celebridad en cuestión) debería ser reconocido.

Es posible que fuera de España haya menos tabúes alrededor de esta figura. En Estados Unidos, por ejemplo, todos saben quién está detrás de las biografías más escandalosas, y muchas editoriales no tienen problema en admitir que algunos de sus escritores, aquellos que son conocidos por actividades muy distintas a la escritura, han recibido un apoyo importante por parte de un autor especializado. Las editoriales reconocen la rentabilidad del producto, la estrella reconoce el valor de perpetuar su fama en otro formato más, y el lector recibe información de primera mano del objeto de su afecto, odio o curiosidad.

Posiblemente uno de los casos más conocidos fuera de nuestro país sea el de la política estadounidense Sarah Palin, recientemente de nuevo en el ojo público debido a la liberación de los emails de su cuenta de Yahoo. Lynn Vincent, la verdadera pluma tras el Going Rouge de Palin, no tuvo que ocultar en ningún momento su trabajo, y de hecho es una autora reconocida por sí misma, con profundas convicciones religiosas y políticas que la hacían ideal para el proyecto mediático de Palin. Varias páginas web comenzaron a circular alrededor de 2009 una publicación de algunos extractos del supuesto diario de Vincent, narrando cómo Palin la contrató, con las palabras “necesito a alguien que entienda que el aborto mata a más personas en este país que el cáncer, que entienda que la Biblia es historia, que no es que nos hayamos caído de los árboles y empezado de repente a andar erguidos. Quiero a alguien, Lynn, que entienda que Dios no es el neumático de sobra. Él es el volante”. El supuesto diario parece no ser más que eso, supuesto, pero sin duda su contenido evoca a la perfección la percepción pública de estas dos mujeres política y religiosamente muy conservadoras. En cualquier caso, la unión Palin-Vincent fue tremendamente provechosa para ambas: Palin obtuvo a una autora entregada a su causa, y Vincent consiguió un medio de promoción con el que otros escritores sólo pueden soñar.

La escritura en manos del negro literario, lo que los anglosajones llaman ghostwriting (escrito por fantasmas), tiene toda una serie de connotaciones éticas, debido al engaño aparente de que si un nombre figura en una portada de un libro como autor, se sobreentiende que si dicho nombre realmente no corresponde al auténtico autor del libro, se está mintiendo directamente al lector. Y de muchas maneras este tipo de escritura, asociada generalmente a biografías, pero presente en todo tipo de literatura, desde cuentos infantiles a discursos políticos, no deja de sorprendernos, más que nada por tratarse de un sistema mucho más común de lo que creemos. Hay estimaciones, probablemente exageradas, de que un 40% de los libros publicados hoy en día están escritos por una persona diferente a la que figura en cubierta. En la segunda parte de este artículo veremos más casos relacionados con este complicado y polémico tema.