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Gabriella Campbell (Página 30)

Libros de dieta para niños

AutorGabriella Campbell el 30 de agosto de 2011 en Noticias

Maggie se pone a dieta

En Maggie goes on a diet (Maggie se pone a dieta), una graciosa niña pelirroja con unos kilitos de más pasa de ser una chica insegura y feúcha a la estrella del equipo de fútbol del cole, delgada y guapa, a lo largo de un libro dirigido a niños de edades comprendidas entre los 6 y 12 años. Con tiempo, esfuerzo, dieta y ejercicio, Maggie consigue realizar su sueño.

El libro ha levantado controversia, claro. Al fin y al cabo, ¿querrías leerle un libro así a tu hija antes de dormir? ¿Realmente te interesa crearle complejos antes de tiempo? ¿Quieres meterle en su testaruda cabezota que tiene que estar delgada para ser feliz y tener seguridad en sí misma? El autor, el estadounidense Paul M. Kramer, no entiende esta reacción pública. Después de todo vive en un país donde la obesidad infantil es un problema, y su obra intenta educar a los niños para que coman mejor, hagan ejercicio y tengan un estilo de vida más saludable. Supongo que para los que vivimos en otras partes del mundo nos cuesta más entender que puedan producirse libros así, dispuestos a inculcar el canon de belleza de moda y televisión a nuestros propios hijos, desde cada vez más jóvenes. Ya existen libros infantiles inocuos, que insisten en la importancia de una vida sana, de una manera lógica y divertida, y uno no puede dejar de pensar que la imagen de portada de Maggie goes on a diet, con la protagonista de catorce años (curioso, teniendo en cuenta que el libro está enfocado a niños mucho más jóvenes), mirándose en el espejo mientras agarra un vestidito rosa minúsculo, es ligeramente perturbadora.

La polémica no viene sola, por supuesto. Hace poco, la marca francesa de moda Jours Après Lunes escandalizó a medio mundo con su más reciente colección de lencería para niñas. Aunque la “lencería” en sí no tiene nada de escandalosa (la propia diseñadora explica en su página web que comenzó con su línea infantil porque no encontraba ropa interior cómoda y práctica para menores), toda la promoción fotográfica es, cuanto menos, incómoda, mostrando a jóvenes de entre 6 y 12 años en entornos y posturas tradicionalmente asociadas a la moda adulta (por no hablar de los accesorios, maquillaje y peluquería, más propios de Amy Winehouse que de niñas comunes). En general, la afición por empujar a los menores de ambos sexos (sobre todo el femenino) hacia un comportamiento más propio de adultos se vuelve más y más evidente, y más y más desasosegante. Y si no, sólo hay que ver a la modelo de moda, Thylane Léna-Rose Blondeau, que con sólo 10 años ha sido protagonista de Vogue con una serie de fotos que son, por decirlo de manera suave, poco coherentes con su edad.

Los mejores libros de ciencia ficción y fantasía de la NPR

AutorGabriella Campbell el 24 de agosto de 2011 en Noticias

Señor de los Anillos

Recientemente, la NPR (la radio pública estadounidense), en su sección de literatura, pidió ayuda a oyentes y visitantes de su página web para crear una lista de los cien mejores libros de ciencia ficción y de fantasía. Para evitar los límites habituales entre ambos géneros, se hizo un llamamiento para votaciones de las mejores obras de “ficción especulativa”, que incluirían todo tipo de ci-fi y fantasía pero que excluirían obras de terror y de fantasía y ciencia ficción juvenil (así que nada de Harry Potter ni Crepúsculo). Los resultados, fruto de más de sesenta mil votos, no traen grandes sorpresas, pero sí algunas inclusiones interesantes, de obras más recientes que empiezan a formar parte del canon, convirtiéndose en referentes indispensables para nuestro tiempo y el de generaciones futuras.

Para sorpresa de nadie, la número uno absoluta ha sido la magnífica El señor de los anillos de J.R.R. Tolkien. Tolkien sigue siendo el rey de lo fantástico, y seguramente su reinado será largo y glorioso. Puede resultar más inesperada la elección del segundo, que es La guía del autoestopista galáctico, de Douglas Adams. Es interesante que un libro de ciencia ficción cómica, un género poco exitoso por lo general, haya quedado tan bien posicionado. Seguramente a muchos se les ocurrirán bastantes libros que consideren con más mérito, pero está claro que la obra, por lo menos en el mercado anglosajón, sigue gozando de una salud más que envidiable. En tercer lugar tenemos El juego de Ender, de Orson Scott Card, un clásico de la ciencia ficción recomendable para todas las edades. El cuarto puesto le corresponde a Dune, de Frank Herbert, un autor cuya fantástica imaginería se ha visto apoyada de manera repetida por el cine y la televisión. Y en el quinto lugar ya aparece George R. R. Martin, que comparte iniciales con Tolkien y poco más, ya que su interpretación de la fantasía épica, que incluye poca fantasía y bastante épica, y que domina a la perfección el desarrollo de personajes y el casi televisivo cliffhanger, ha hecho de su saga Canción de hielo y fuego uno de los best-sellers más interesantes de los últimos tiempos. Que el lector medio pueda interesarse por la fantasía, un género frecuentemente denostado, es algo que tenemos que agradecer a Martin los amantes de la épica con tintes adultos.

En los puestos 6 y 7 nos encontramos con dos clásicos de la distopía: 1984, de George Orwell, y Fahrenheit 451, de Ray Bradbury. Al mencionar estos títulos uno no puede evitar pensar también en Un mundo feliz, de Aldous Huxley, pero éste se queda en el noveno lugar, adelantado por la trilogía Fundación de Isaac Asimov. En el décimo puesto tenemos de nuevo a un escritor más cercano a nuestro tiempo, a Neil Gaiman con su American Gods, representante de un nuevo tipo de fantasía oscura, mezclada con la mitología, que ya desarrolló en su conocido cómic Sandman (que por cierto obtiene el puesto 29 de la lista).

Podéis encontrar el resto de la lista, donde figura una abundancia de clásicos (desde Moorcock a Arthur C. Clarke, de Heinlein a Julio Verne), junto a una refrescante cantidad de escritores actuales (Pratchett, Dan Simmons, Neal Stephenson o Susanna Clarke, entre otros). Como con cualquier lista de votación popular, surgen quejas y recriminaciones: algunos autores se repiten demasiado, otros faltan. ¿Cuál es vuestra opinión? ¿Creéis que es una lista representativa (hay que tener en cuenta, además, de que se trata de una lista elaborada desde la perspectiva estadounidense)? ¿Cuál es, a vuestro juicio, el mejor libro de ficción especulativa que existe?

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¿Qué es Freedom?

AutorGabriella Campbell el 17 de agosto de 2011 en Noticias

Freedom

Ser escritor hoy en día no es, necesariamente, más fácil que hace unos cuantos siglos, si lo analizamos a un nivel puramente productivo. Internet, esa gran masa de información, interacción y entretenimiento, es una herramienta peligrosa. Al mismo tiempo que nos proporciona todo lo que necesitamos, directamente, para documentarnos, promocionar nuestra obra y comunicarnos con otros miembros de la cadena literaria, desde escritores a agentes, editores y lectores, es una fuente inagotable de distracción. La abundancia de información es, al mismo tiempo, una gran ventaja y desventaja para el escritor.

Algunos ensayistas han apuntado a la rentabilidad artística de hallarse encerrado en prisión. El Marqués de Sade, que antes sólo había dejado algunos aburridos manuscritos a medias en su nombre, comenzó a escribir a un ritmo frenético una vez instalado en su cómoda celda de la Bastilla. Otros escritores que se han beneficiado de estar entre rejas han sido el conocido seductor Giacomo Casanova, que escribió su renombrada autobiografía erótica en un retiro voluntario al Castillo Dux de Bohemia, o el propio Napoleón Bonaparte, que escribió sus memorias desde su exilio en Santa Elena. El De profundis de Óscar Wilde nació en una pobre celda en la que había sido encerrado por actos contra natura. El ganador de un Nobel Joseph Brodsky escribió largamente sobre el efecto del encierro en el escritor, argumentando que el encierro solitario favorecía la creación de poesía, mientras que el encarcelamiento junto a otros presos solía complementar a la prosa. Y tantos otros escritores han elegido, a falta de crímenes confesos por los que ser encarcelados, recrear la situación del preso, encerrándose en habitaciones espartanas durante largas horas para forzar su concentración. Recientemente, además, ha surgido un equivalente virtual, un programa que puede crear un espacio de silencio informativo, un software llamado Freedom.

Freedom es un programa diseñado tanto para Mac como para Windows que nos permite bloquear la conexión a Internet de nuestro ordenador durante el periodo de tiempo que elijamos, desde unos minutos a largas horas. La única manera de detener la acción de Freedom, una vez iniciado, es reiniciar el ordenador; por lo que este software nos proporciona una libertad relativa al librarnos de distracciones innecesarias. Se está convirtiendo, poco a poco, en la herramienta favorita de escritores de todo tipo, y es constantemente recomendado por autores tan conocidos como Nick Hornby (Alta fidelidad), Nora Ephron (Cuando Harry encontró a Sally) o Naomi Klein (No logo), y por grandes gurús del márketing como Seth Godin. En resumen, cualquiera que necesite de un tiempo exclusivo para él o ella misma y el papel en blanco puede beneficiarse de Freedom. El programa cuesta 10 dólares americanos y dispone de una demo gratuita, puede encontrarse más información en su web. Por otro lado, siempre podemos dejarnos de tonterías y simplemente apagar el ordenador, agarrar un bolígrafo y un cuaderno, o incluso una máquina de escribir, y hacer las cosas a la antigua. O, ya sabéis, sencillamente desconectar el Wi-Fi.

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La lectura, reina del transporte

AutorGabriella Campbell el 11 de agosto de 2011 en Noticias

Lectura y Aeropuerto

Es más que habitual subirse a un vagón de metro y ver a cuatro o cinco personas con libros en las manos. Es más que habitual encontrarse lo mismo en un tren. Y también lo es en los aviones. Las salas de espera y las zonas de embarque están repletas de libros. Y en algunas ciudades españolas hasta nos regalan pequeños libros en los autobuses. Lo que no es tan normal, sin embargo, es que nos lean en alto en un aeropuerto.

El aeropuerto londinense de Heathrow ha sido el pionero en lo que se refiere a la iniciativa de adoptar a un escritor durante una semana, para deleite de sus visitantes. Heathrow regalará la friolera de 5000 ejemplares de la última antología de Tony Parsons, realizada con relatos inspirados por el aeropuerto. Parsons se dio a conocer como redactor para la prestigiosa revista musical NME, y en la actualidad goza de una gran reputación como escritor gracias a su novela Man and Boy. El escritor recibirá una cuota fija por esta tirada de libros, pero conservará los derechos de la antología, siendo su única obligación aparecer por el aeropuerto durante una semana para hablarle a viajeros y empleados de su libro. Es ya la segunda vez que Heathrow tiene un escritor residente, en 2009 hizo algo similar con el filósofo y autor Alain de Botton, con resultados muy interesantes.

Aunque Heathrow es el primer aeropuerto que ha tomado a un escritor bajo sus, nunca mejor dicho, alas, no es la primera institución que decide apadrinar a un autor de manera oficial. En 2002, la escritora Fay Weldon fue residente del hotel Savoy durante tres meses. Sus obligaciones incluían trabajar en su novela, dar tres conferencias y ejercer de redactora para la revista del hotel. A cambio, se llevó nada menos que tres meses de alojamiento gratuito (valorado en 350 libras esterlinas por noche, unos 405 €) con desayuno incluido. Es un acuerdo que beneficia a ambas partes: por un lado el escritor recibe techo, comida, tal vez un sueldo, por otro la institución pertinente puede ofrecer algo realmente único a usuarios y clientes. Algunas bibliotecas también se han visto inspiradas por la idea, y comienzan a contratar a autores para escribir obras especialmente para ellas, y para poder interactuar de manera periódica con sus lectores. Si bien para algunos esto podría adquirir connotaciones negativas típicas de la literatura de compromiso, para otros podría verse como una forma positiva de revalorizar el oficio del escritor dentro de un sistema laboral que cada vez le ofrece menos, sobre todo teniendo en cuenta que incluso las funciones secundarias atribuidas a los escritores, como la redacción especializada e incluso la crítica, comienzan a perderse, prefiriendo las grandes publicaciones conceder estos puestos a profesionales de la información en nómina, cuya producción no depende de un coste por palabra que las grandes publicaciones ya no pueden permitirse. Esta cesión de trabajo a personas educadas en el ámbito de la comunicación, pero no en el de la escritura ni en el de la crítica, ha despertado la ira de los seguidores de muchos de los grandes periódicos a nivel internacional. Tal vez, debido a la crisis y a la iniciativa de Heathrow, veremos ahora poetas recitando a bordo de los vuelos de bajo coste, novelistas repartiendo ejemplares de sus libros subidos a un Talgo, o incluso algún que otro redactor repartiendo artículos a la salida de cualquier estación de autobuses.

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Libros sobre vacaciones

AutorGabriella Campbell el 9 de agosto de 2011 en Divulgación

Vacaciones y libros

Cuando hablamos de vacaciones, lo primero que se nos viene a la mente es el consabido trío de mar, sol y montaña. Los viajes a la playa, el turismo rural, las excursiones senderistas o las escapadas a balnearios son todo sustitutos más que aceptables a la rutina del resto del año. Incluso quedarse en casa, tomando el sol en el patio de tender la ropa, suena mejor que enclaustrarse en una oficina, contando los días para que llegue el deseado fin de semana. Y ya que en vacaciones se relaja uno (teóricamente), y lee más que el resto del año, parece la época propicia para leer libros que traten, precisamente, sobre las vacaciones.

Pero no todo va a ser coser y cantar, sangría y siesta, en las vacaciones de nuestros favoritos literarios. Ballard disfrutaba desentrañando la parte más sórdida y triste de las vacaciones (puntuales o eternas), de jubilados y turistas en urbanizaciones de lujo de nuestra Costa del Sol, como pudimos ver en Noches de cocaína, donde la reluciente fachada del conglomerado Estrella de Mar escondía todo tipo de amargas realidades, producto de una clase media-alta aburrida, sufridora de diversos grados de insolación y locura. El escritor anglosajón pretendía retratar a una nueva clase social compuesta de habitantes sin ataduras económicas, familiares ni morales, ambientada bajo el sol del Sur de España.

Y la Costa del Sol no es el único lugar donde uno puede celebrar unas vacaciones menos beneficiosas de lo esperado. ¿Quién no se acuerda de la escalofriante Señor de las moscas de William Golding, donde el naufragio en una isla paradisíaca tiene todo tipo de consecuencias alarmantes? Un grupo de preadolescentes, evacuados de una guerra desconocida, se encuentran en un lugar virgen donde deben aprender a sobrevivir y a relacionarse entre ellos. Lo que pudo tener atisbos de Verano azul termina por parecerse más a Battle Royale, y las únicas amenazas reales que presenta la isla es el propio enfrentamiento entre los niños.

En lo que se refiere a las visitas a lugares exóticos que se alargan más de lo esperado, podemos recurrir al tórrido Cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrell. En los libros que componen el Cuarteto, el calor es el elemento omnipresente, conduciendo lentamente a la desesperación a los personajes, pasionales y enfebrecidos. La Alejandría de Durrell está repleta de actores que sólo están de paso, figuras efímeras que parecen dispuestas a partir en cualquier momento, personas que vienen de otros lugares y que no tardarán en marchar, envueltas de miles de maneras con aquellos que son nativos de la ciudad. Y si buscamos más lugares calurosos con viajes de pesadilla, también podemos visitar Plataforma, de Houellebecq, que analiza de manera polémica la relación entre el turismo, la prostitución y el terrorismo, todo desde la perspectiva de una apatía que contrasta duramente con la extraña pasión de un nuevo amor.

En cualquier caso, vayamos preparados a cualquier viaje de pesadilla: llevemos unos cuantos libros bajo el brazo. Y si lo que tenemos es miedo de que se nos estropeen con tanto baño en el mar y en la piscina, nuestros problemas se acabarán pronto: parece ser que en mayo de 2012 se publicará el primer libro impermeable (el primero para adultos, ya que ya hay unos cuantos dirigidos al público infantil), utilizando una técnica que lleva ya años aplicándose a los billetes de muchos países para aumentar su resistencia.

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Grandes pseudónimos (III)

AutorGabriella Campbell el 4 de agosto de 2011 en Divulgación

Valle Inclán

Como ya comentábamos en el artículo anterior, no han sido los autores extranjeros los únicos en usar un nom de plume o pseudónimo. En España hay una larga tradición de utilizar nombres de guerra para el ejercicio literario, y a veces eran realmente más títulos bélicos que autoriales, debido a su uso como tapadera para todo tipo de peleas, insultos y combates lingüísticos y personales.

El pseudónimo llegó a convertirse en un nombre tapadera, como es el caso del conocido Alfonso Fernández de Avellaneda, que en 1614 hacía circular una versión apócrifa de una obrilla llamada El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, y que incluía en su prólogo toda una colección de palabras de desprecio hacia el autor de dicha obra, Miguel de Cervantes. En cuanto a quién se hallaba detrás del nombre Avellaneda, nadie lo sabe con seguridad, pero se barajan nombres como Jerónimo de Pasamonte, Pedro Liñán de Riaza, Baltasar Elisio de Medinilla o Cristóbal Suárez de Figueroa. En los casos primeros, sobre todo, parece estar involucrada la vengativa mano del dramaturgo Lope de Vega, que pudo haber encargado dicho apócrifo a alguno de estos escritores, amigos suyos, o haberlo realizado, parcialmente, él mismo. Lope no era ajeno a los pseudónimos, se le conocen varios, entre los que destaca, seguramente, el de Gabriel Padecopeo, que utilizó para algunos de sus poemas, probablemente para ocultarse de la furia de maridos, hermanos y padres de las mujeres a las que agasajaba en sus versos.

Otro nombre artístico con el que se han deleitado los lectores españoles ha sido el de Miguel de Musa, con el que un joven Francisco de Quevedo escribió unos versos que parecían parodiar el estilo de un tal Luis de Góngora, una imitación burlesca que el cordobés no perdonó y que inició una de las batallas literarias más conocidas del mundo literario. También tenemos en nuestro país casos de mujeres escritoras que utilizaron nombre masculino para poder hacerse hueco en un mundo de grandes autores y escasas autoras, ya lo hacía en el siglo XIX Cecilia Böhl de Faber al firmar como Fernán Caballero.

La lista de pseudónimos españoles es larga, y de muchos se han destapado los nombres originales (o nunca se ocultaron en gran medida, usándose, como en los ejemplos que vimos en los artículos anteriores, simplemente para distanciarse del nombre utilizado en su actividad profesional). En el caso de Azorín, por ejemplo, la posición política del escritor y su uso ferviente del periodismo como medio de crítica y ensayo lo impulsaron a utilizar varios pseudónimos diferentes, si bien al final de su vida los abandonó para firmar con J. Martínez Ruiz, su nombre real. Cabe mencionar también a Valle Inclán, bautizado Ramón José Simón Valle Peña, que tomó su nombre artístico de su antepasado, Fernando de Valle Inclán; y si hablamos de otros países hispanohablantes no podemos dejar de mencionar a Plácido, el cubano Gabriel de la Concepción Valdés; al chileno Pablo Neruda (Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto), o a la también chilena Gabriela Mistral (Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga).

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Qué leer cuando estás de vacaciones

AutorGabriella Campbell el 3 de agosto de 2011 en Divulgación

Banana Yoshimoto

A pesar de las cada vez más comunes restricciones de peso y espacio cuando llega el anhelado momento de viajar por vacaciones, parece ser que el libro (o libros) sigue siendo uno de los elementos más comunes que incluimos en maletas, bolsos y equipaje en general. No en vano el verano es seguramente la época del año con mayores ventas de libros, ya que la oportunidad de tumbarse junto a la playa o la piscina, o de enfrentarse con trayectos de larga duración, nos anima a ponernos al día con una actividad que, con el trajín del día a día, tenemos más abandonada: la lectura. ¿Pero qué libros son los que llevamos con nosotros de vacaciones y, más importante, nos los leemos?

Para aquellos para los que la lectura es un acto público, de demostración, urge hacerse ver con algún clásico de la literatura universal, o con alguna recomendación oscura de libreros y webs alternativas. Sin embargo, desde un punto de vista práctico, ¿es Guerra y paz el libro más recomendable para descansar junto a la orilla? ¿Y la recopilación de poesía dadaísta, es manejable para las siestas post-paella? ¿No preferiría el lector, en una situación semejante, tener entre sus manos algo más ligero y de fácil digestión? Los blogs y webs de lectura recomiendan obras intermedias: generalmente superventas bien considerados como la saga Millenium o cualquier cosa de Murakami. El thriller sueco, sin embargo, no se limita a Los hombres que no amaban a las mujeres, otros escritores del helado norte como Camilla Läckberg o Anna Jansson están haciendo mella en los lectores de nuestro país, y otros escritores del lejano oriente empiezan a verse también en nuestras estanterías y en nuestras maletas, como la exitosa Banana Yoshimoto.

Tal vez lo más inesperado de este verano ha sido la irrupción de lo fantástico en las bolsas de viaje. Tras el creciente éxito de obras consideradas de ciencia ficción como La chica mecánica de Bacigalupi, parece que ciertos géneros tradicionalmente considerados menores podrían hacer las delicias del lector generalista. Tras el apabullante éxito de El señor de los anillos gracias a las películas de Peter Jackson, la creación de la serie Juego de tronos por parte de la siempre meritoria cadena estadounidense HBO ha sido el incentivo necesario para que aquellos que todavía no conocían la obra de George R. R. Martin puedan acercarse a la fantasía épica sin complejos. La oferta de Martin de una épica para adultos aleja la imagen de lo fantástico como literatura juvenil y nos acerca a una saga de lectura rápida y trepidante, que puede ser devorada con la misma voracidad que un Dan Brown o un Ken Follett (pero tal vez con más orgullo). Y si uno no quiere tener que cargar con varios tomos de tamaño poco manejable llenos de Lannisters, Starks y Targaryens, siempre puede recurrir a un lector electrónico, con la ventaja de poder leer absolutamente cualquier cosa sin temor a quedar poco (o demasiado) intelectual frente a sus compañeros de vóley playa.

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Grandes pseudónimos II

AutorGabriella Campbell el 31 de julio de 2011 en Divulgación

Richard Bachman

Si bien ya hemos mencionado algunos de los pseudónimos más conocidos de la historia de la literatura, las razones que se escondían tras estos nombres falsos eran sencillas: vergüenza, interés profesional, o la necesidad de cambiarse de sexo. Pero se dan algunos casos donde la propia identidad del escritor se desdobla con el pseudónimo, creando un tira y afloja muy particular entre escritor y alter ego. Esto es lo que ocurrió, por ejemplo, con Stephen King y Richard Bachman.

Cuando King estaba ya en la cúspide del éxito, se preguntaba frecuentemente si éste se debía a una simple cuestión de suerte y excelente márketing, o al talento en sí. Además, le irritaba no poder publicar la cantidad de libros con la frecuencia que querría, ya que sus editores limitaban su producción a un libro por año para no saturar el mercado. Así que se inventó al escritor Richard Bachman (escogió el nombre Richard en honor al pseudónimo del escritor Donald E. Westlake, Richard Stark; y el apellido Bachman por el grupo de rock Bachman-Turner Overdrive), y publicó con éste una serie de libros usando escasos medios publicitarios, para ver cómo funcionaría. Lamentablemente para King, el secreto no duró mucho, ya que los libros estaban llenos de referencias a su obra en general, y el estilo era muy similar al que empleaba con su nombre real, algo que los fans no tardaron en reconocer, a pesar del esfuerzo del escritor por crear una persona ficticia, con foto y dedicatorias falsas en los libros firmados por Bachman. Acabó dándose por vencido, y mató a Bachman, informando de su “fallecimiento por cáncer de pseudónimo” (aunque desde entonces se han “encontrado” varias obras póstumas del autor). King no fue el primer escritor famoso que decidió escribir bajo pseudónimo para probarse, en Francia algo similar fue llevado a cabo por Romain Gary, que publicó varios libros con el nombre de Émile Ajar, en un intento de descubrir si sus libros tendrían la misma aceptación sin la influencia de su propio prestigio. El resultado de su experimento (que a King realmente no le dio tiempo de comprobar, ya que se descubrió antes de tiempo su ardid) fue positivo, obteniendo unas cifras de ventas notables.

Más allá de lo conveniente de hacerse pasar por hombre o por mujer, cada vez es más común que los escritores reduzcan a iniciales su nombre para evadir los prejuicios asociados a cada sexo. En especial, las mujeres procuran esconder su nombre usando esta treta para publicar en géneros todavía asociados a escritores masculinos, como es el caso de la ciencia ficción. Un buen ejemplo sería D. C. Fontana (Dorothy Catherine Fontana), guionista de la serie Star Trek, que también ha utilizado varios pseudónimos masculinos. La propia J. K. Rowling prefirió abreviar su nombre para no condicionar con éste a lectores habituales de fantasía, género donde el sexo femenino puede asociarse a un tipo de literatura más romántica, menos “épica” que la de sus equivalentes masculinos. Otro caso curioso, en lo que se refiere a la literatura fantástica y a la ficción especulativa, es el que lleva años dándose en nuestro país, por el que numerosos escritores españoles utilizan nombres extranjeros para publicar sus obras, debido a la desconfianza que todavía existe hacia la calidad de lo producido en España dentro de dicho género.

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Cómo no criticar un libro

AutorGabriella Campbell el 30 de julio de 2011 en Divulgación

Crítica literaria

A lo largo de la historia, la actitud del lector público, aquel que marcaba la opinión sobre una obra escrita, el que producía una valoración o lo lanzaba al mercado (o a su equivalente en cada momento histórico), ha variado considerablemente. Esta figura, conocida hoy como la figura del crítico, ha cumplido siempre una función primordial en la compleja relación autor-libro-lector, sobre todo en tiempos más recientes en los que la sobreproducción editorial es más que evidente, y en los que como lectores disponemos de una cantidad inmensa (tal vez demasiados) de textos entre los que escoger.

En un artículo reciente de Robert Pinsky para la publicación estadounidense Slate, se nos recuerdan tres reglas doradas que se han venido sugiriendo para las reseñas de libros desde el propio Aristóteles. Pinsky las define así:

1.Toda reseña debe decirnos de qué trata el libro.
2.Toda reseña debe decirnos qué dice el autor del libro sobre aquello de lo que trata el libro.
3.Toda reseña debe indicar qué piensa el reseñador o crítico sobre lo que dice el autor del libro sobre aquello que trata el libro.

Cualquier profesional de la crítica académica (en la que pueden interesar más otros aspectos formales o narrativos, por ejemplo) podría ponerle peros a estas supuestas reglas de oro, pero para la reseña periodística suele necesitarse de estas claves. La sorpresa de Pinsky en Slate surgía cuando descubría que rara vez veía que éstas se cumplieran completamente, prefiriendo muchos críticos lucir su talento literario, desviándose por caminos de sorna y desprecio ingenioso hacia el objeto de su análisis en vez de centrarse en lo que al lector (y comprador) podría interesarle, es decir: de qué va el libro, cómo lo enfoca el autor y, finalmente, si el libro merece la pena (o el precio de treinta euros en tapa dura).

Personalmente, añadiría que el aspecto valorativo de la reseña, fuera de su función de mercado, no es siempre estrictamente necesaria, y añade cierta virulencia a muchos textos críticos que puede ser del todo injusta y casi personal. En ese sentido adaptaría una idea que suele promoverse en la crítica de arte (otra cosa, claro, es que se lleve a cabo en el ámbito artístico), que insiste en su papel como mediadora entre el objeto artístico y el receptor, funcionando como herramienta de conocimiento. Es decir, si el crítico literario invirtiera más tiempo desgranando niveles de sentido, analizando formas y personajes y, en general, aclarando la lectura para hacérsela más provechosa al receptor; y menos tiempo alabando o insultando las habilidades del escritor, obtendríamos, posiblemente, una crítica más provechosa, y muchísimo más objetiva. Tal vez un encuentro feliz entre la crítica académica y la periodística podría proporcionarnos textos ideales; reseñas explicativas en un lenguaje comprensible para el lector medio. O tal vez la respuesta sea aun más sencilla, y sólo se trata de conseguir que críticos, reseñadores y similares consigan dejarse el ego en la puerta cada vez que se sienten a hablarnos al resto de un libro.

Sobre recitales, presentaciones y lecturas

AutorGabriella Campbell el 25 de julio de 2011 en Opinión

Charles Dickens

Aunque en España estamos ya más que acostumbrados al frecuente acto de la presentación literaria, aquel en el que autor, editor e invitados varios convocan a prensa, amigos y familiares para hablar de su libro, tal vez nos estemos librando, por ahora, de la aun más frecuente costumbre extranjera de la lectura pública, por la que el autor realiza una gira de visitas a librerías para promocionar su libro a través de una lectura del mismo de, por lo menos, treinta minutos.

Si bien en nuestro país existe esta actividad, no está tan generalizada y suele restringirse a los extremos: o bien se concentra en ámbitos universitarios y academicistas, o bien para libros de gran tirada y mayor promoción; pero, en países como Estados Unidos parece ser que cualquier escritor de medio pelo se halla obligado a organizar por lo menos una lectura de su obra, a la que habrán de asistir (o no), periodistas, lectores y cualquier interesado en aprovecharse de la ocasional copa de vino de cortesía. Caso aparte es el del escritor de literatura infantil y juvenil, que en España sí tiene una actividad paralela a la del escritor general estadounidense, debido a su aparición estelar en centros educativos. Los niños, curiosamente, parecen mostrar más interés y paciencia en este sentido y, además, los escritores de literatura infantil parecen estar, en su mayoría, versados en el arte del cuenta-cuentos, especializados en poner voces de princesa o de monstruo, según donde y cuando haga falta.

En Estados Unidos, comienzan a alzarse voces protesta contra esta práctica, cada vez más insulsa, y ahora de poco interés comercial para la entidad editora. Llenar una librería de asistentes era vital para vender ejemplares hace veinte años, pero hoy en día, debido al rápido acceso por internet de unidades tanto en papel como digitales, no es tan necesaria la comunión con el autor, y mucho menos si éste no es precisamente un showman. En un reciente artículo del New York Observer, el periodista literario Michael H. Miller se lamentaba de la gran cantidad de lecturas a las que se veía obligado a asistir y que encontraba, francamente, muy aburridas. Asegura Miller que las mejores lecturas son aquellas que llevan a cabo escritores con una gran capacidad de entretenimiento, generalmente aquellas que no son tanto lecturas y se centran más en la interacción con el público mediante sesiones de pregunta-respuesta o incluso lecturas conjuntas entre todos los asistentes.

Y tal vez aquí es donde se separa la lectura de la prosa del acto de recitado. Generalmente, el propio ritmo de la poesía permite una interpretación más activa e interesante del texto, por lo que un recital es, en potencia, bastante más interesante (debido, también, a la lectura de textos cortos). Por supuesto, esta separación no es estricta, ya que existen escritores de prosa con una capacidad asombrosa para la lectura en voz alta (algunos de ellos incluso con formación teatral), y poetas con nulas capacidades interpretativas. De cualquier forma, cada vez nos cuesta más pararnos a escuchar, rememorando los viejos tiempos de la tradición oral, en los que la literatura se compartía de boca a boca, y más en un tiempo en el que el escritor es, ante todo, escritor; no actor, cantante ni cómico.