¿Estamos todos representados? (I)
A raíz del artículo en el que hablamos de los problemas que tenían algunos escritores estadounidenses de literatura juvenil para encontrar un agente dispuesto a representarlos sin que le asustara la inclusión de personajes homosexuales en sus libros, podríamos preguntarnos cuál es la situación a este lado del charco. Personalmente, no tengo constancia de ningún caso de discriminación en este sentido, por parte de agentes ni de editores, y de hecho sí recuerdo un episodio en particular en el que los profesionales de una editorial se hallaban divididos entre fomentar una relación entre dos personajes femeninos o eliminarla por completo. Al final, el escritor hizo lo que quiso y la editorial respetó su decisión. Parecería que en nuestro país, de hecho, hay cierta preocupación por la corrección política, y los editores, si bien suelen tratar al libro como producto y mirar ante todo por su rentabilidad, no consideran que la sexualidad de los personajes sea una prioridad absoluta. Pero hablo de mi propia, limitada, experiencia, y me pregunto qué ocurrirá, realmente, entre bambalinas.
En España tenemos la suerte de contar con un importante escritor de juvenil, Jordi Sierra i Fabra, que nunca se ha limitado al prototipo personaje blanco, heterosexual y occidental, abriendo así camino para otros escritores que quieran crear, del mismo modo, protagonistas de todo tipo, interesantes y complejos. Tal vez si J. K. Rowling hubiera hecho gay a Harry Potter, o si Stephenie Meyer hubiese convertido a Edward en una chica, habrían ayudado a abrir este camino de manera significativa en sus respectivos géneros y países. Pero por otro lado, y aceptemos la cruda realidad, tal vez los libros no habrían gozado de la misma aceptación.
Con todo, estamos muy lejos de gozar de una representación adecuada de personajes gays, lésbicos, bisexuales, asexuales o cualquiera que entre en el amplio espectro de lo no heterosexual. No se trata de llenar un cupo, sino de percatarse de una realidad llamativa: hay un porcentaje de adolescentes que comienzan a cuestionarse sus preferencias en una sociedad en la que todavía existe la discriminación por orientación sexual. Recordemos cómo muchos nos perdíamos en los libros cuando teníamos catorce o quince años, identificándonos con tal o cual protagonista. ¿No sería lo ideal que cualquiera de estos adolescentes pudiera tener esa misma sensación, al conocer la historia de alguien que está pasando, o ha pasado, por experiencias parecidas a las suyas? ¿No le ayudaría esto a aceptarse, a rechazar el estigma de la diferencia que la sociedad se encargará, probablemente, de otorgarle en algún momento? No me refiero a que la literatura juvenil tenga que llenarse de tramas que narren salidas del armario (que también), sino simplemente a que empecemos a incluir más personajes que, además de salvar el mundo, descubrir reinos de fantasía o embarcarse en una nave pirata, puedan enamorarse de alguien de su mismo sexo. Es precisamente por esto por lo que hablamos de literatura juvenil, por la importancia que tiene la lectura a una edad en la que todo es más intenso y confuso, y por la interesante actitud que muestran las editoriales del género en nuestro país, que parecen cada vez más dispuestas a tratar temas que realmente atañen a su público objetivo. En la segunda parte de este artículo examinaremos qué autores pueden suplir este vacío, analizaremos qué títulos cubren esta necesidad, y veremos hasta qué punto están representados, o no, los lectores.
Jordi Sierra i Fabra