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Gabriella Campbell (Página 29)

¿Estamos todos representados? (I)

AutorGabriella Campbell el 28 de septiembre de 2011 en Opinión

Jordi Sierra i Fabra

A raíz del artículo en el que hablamos de los problemas que tenían algunos escritores estadounidenses de literatura juvenil para encontrar un agente dispuesto a representarlos sin que le asustara la inclusión de personajes homosexuales en sus libros, podríamos preguntarnos cuál es la situación a este lado del charco. Personalmente, no tengo constancia de ningún caso de discriminación en este sentido, por parte de agentes ni de editores, y de hecho sí recuerdo un episodio en particular en el que los profesionales de una editorial se hallaban divididos entre fomentar una relación entre dos personajes femeninos o eliminarla por completo. Al final, el escritor hizo lo que quiso y la editorial respetó su decisión. Parecería que en nuestro país, de hecho, hay cierta preocupación por la corrección política, y los editores, si bien suelen tratar al libro como producto y mirar ante todo por su rentabilidad, no consideran que la sexualidad de los personajes sea una prioridad absoluta. Pero hablo de mi propia, limitada, experiencia, y me pregunto qué ocurrirá, realmente, entre bambalinas.

En España tenemos la suerte de contar con un importante escritor de juvenil, Jordi Sierra i Fabra, que nunca se ha limitado al prototipo personaje blanco, heterosexual y occidental, abriendo así camino para otros escritores que quieran crear, del mismo modo, protagonistas de todo tipo, interesantes y complejos. Tal vez si J. K. Rowling hubiera hecho gay a Harry Potter, o si Stephenie Meyer hubiese convertido a Edward en una chica, habrían ayudado a abrir este camino de manera significativa en sus respectivos géneros y países. Pero por otro lado, y aceptemos la cruda realidad, tal vez los libros no habrían gozado de la misma aceptación.

Con todo, estamos muy lejos de gozar de una representación adecuada de personajes gays, lésbicos, bisexuales, asexuales o cualquiera que entre en el amplio espectro de lo no heterosexual. No se trata de llenar un cupo, sino de percatarse de una realidad llamativa: hay un porcentaje de adolescentes que comienzan a cuestionarse sus preferencias en una sociedad en la que todavía existe la discriminación por orientación sexual. Recordemos cómo muchos nos perdíamos en los libros cuando teníamos catorce o quince años, identificándonos con tal o cual protagonista. ¿No sería lo ideal que cualquiera de estos adolescentes pudiera tener esa misma sensación, al conocer la historia de alguien que está pasando, o ha pasado, por experiencias parecidas a las suyas? ¿No le ayudaría esto a aceptarse, a rechazar el estigma de la diferencia que la sociedad se encargará, probablemente, de otorgarle en algún momento? No me refiero a que la literatura juvenil tenga que llenarse de tramas que narren salidas del armario (que también), sino simplemente a que empecemos a incluir más personajes que, además de salvar el mundo, descubrir reinos de fantasía o embarcarse en una nave pirata, puedan enamorarse de alguien de su mismo sexo. Es precisamente por esto por lo que hablamos de literatura juvenil, por la importancia que tiene la lectura a una edad en la que todo es más intenso y confuso, y por la interesante actitud que muestran las editoriales del género en nuestro país, que parecen cada vez más dispuestas a tratar temas que realmente atañen a su público objetivo. En la segunda parte de este artículo examinaremos qué autores pueden suplir este vacío, analizaremos qué títulos cubren esta necesidad, y veremos hasta qué punto están representados, o no, los lectores.

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Agentes políticamente incorrectos

AutorGabriella Campbell el 26 de septiembre de 2011 en Noticias

Manos unidas

Hay un artículo que ha estado dando tumbos por internet durante las últimas semanas, firmado por los escritores estadounidenses Rachel Manija Brown y Sherwood Smith. Ambos son autores muy reconocidos en su campo (han publicado numerosas novelas dirigidas al público juvenil), y decidieron escribir juntos una novela juvenil de ciencia ficción (en concreto se trata de un libro llamado Stranger, ambientado en un mundo post-apocalíptico). Presentaron su obra, como tenían ya por costumbre, a diversos agentes literarios, con la esperanza de que quisieran representarlos en la siempre complicada búsqueda de editor. Y cuál no sería su sorpresa cuando la respuesta de los agentes, casi unánime, hacía referencia a un cambio en particular: eliminad a Yuki.

La obra de Rachel y Sherwood se desarrolla desde cinco perspectivas. Una de estas corresponde a Yuki Nakamura, un adolescente que tiene pareja. De su mismo sexo. Por lo visto esto no es aceptable para algunos agentes literarios (e imagino que para algunas editoriales, ya que a los agentes les interesan los libros que creen que pueden, a su vez, interesar a las empresas de edición). Y si no es aceptable damos por sentado que no hablamos de principios religiosos, convicciones morales o políticas, sino de pura y dura rentabilidad. ¿Rechazaban estos agentes a Yuki porque haría menos atractiva la obra para sus lectores y, más importante, para los padres de los lectores? Los autores admiten que algunos agentes eran más abiertos al respecto (solicitando directamente la eliminación o “heterosexualización” del personaje), mientras que otros lo sugerían a media voz junto con otras “modificaciones” (que también pedían transformar a los personajes de razas no blancas en arios de pura cepa). Se reduce, al fin y al cabo, en la discriminación hacia el otro, hacia la diferencia, tome ésta forma de gay, lesbiana o hindú. Lo cual, teniendo en cuenta que hablamos de ciencia ficción, un género que suele abrazar, precisamente, la diferencia (alienígenas, futuros alternativos, tecnologías extrañas…), no deja de sorprender.

En los comentarios y respuestas al artículo de Brown y Smith, hay voces de todo tipo, en su mayoría de escritores. Aunque aparece quien afirma que nunca tuvo este tipo de problema con sus agentes literarios, la mayoría se muestra (generalmente bajo pseudónimo) bastante de acuerdo con éstos, contando experiencias similares. Entre los que sí han dado su nombre real destaca Nicola Griffith, que tiene nada menos que un Nebula, uno de los premios más importantes dentro del género de la ficción especulativa. Griffith cuenta sin tapujos cómo despidió a su primer agente literario por intentar que ella disfrazase o eliminase la homosexualidad de sus personajes. En un mundo en el que a J. K. Rowling no se le ocurrió sacar del armario a Dumbledore hasta que sus libros ya estaban terminados, ¿hay suficientes libros que ofrezcan personajes con quien puedan empatizar los adolescentes gays, bisexuales, o transexuales? Más aun, ¿no es precisamente la diversidad lo que hace más creíbles a dichos personajes, proporcionando por tanto mayor legibilidad a la obra ante sus lectores, sean estos homosexuales, heterosexuales, blancos o verdes?

No hay duda de que existen en Estados Unidos varias editoriales pequeñas especializadas en temática queer. Pero el mainstream todavía está lejos de ofrecer todo lo que puede. Por ahora, Stranger sigue sin editor. ¿Y qué pasa con España? De eso trataremos en otro artículo.

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Amores que matan (II)

AutorGabriella Campbell el 24 de septiembre de 2011 en Divulgación

Ana Karenina

A veces el amor parece una simple excusa, una gota más en el vasto océano de la disconformidad, la depresión y el hastío. Que se lo digan a Emma Bovary, que con aquello de serle infiel a su marido y ser adicta a ciertas sustancias poco recomendables, decidió convertirse en una heroína romántica como las de las novelas y suicidarse ingiriendo arsénico. En situación parecida se vio Anna Karenina, el célebre personaje de Tolstoi, si bien para ella no fueron las deudas y el miedo, sino los celos y la ira, las manos que la empujaron a la vía del tren, en un memorable suicidio digno de una gran novela. Eso sí, ambas compartían el gusto por los opiáceos y el odio hacia la reclusión rural, con el aburrimiento que ello implicaba. Y no es raro en la literatura que el amor trascienda a la propia muerte, de un modo más o menos amable. No parecía muy contento Heathcliff con las apariciones de su amada Catherine en las noches tormentosas de Cumbres borrascosas, la novela escrita por Emily Brontë, cuya visión extrema de la devoción amorosa contrasta con su vida personal, en la que parece que no hubo ningún gran romance (probablemente porque ya tenía que lidiar con su propio hermano, un personaje de lo más byroniano que ya era protagonista de grandes historias pasionales y adúlteras). Otra aparición fantasmagórica más bienvenida es la intervención estelar de Doña Inés, quien salva de la condenación eterna al incorregible Don Juan Tenorio; y en lo que a regresos desde el más allá se refiere, podemos incluir en dicha categoría a gran parte de la literatura de vampiros (¡o de zombies!), por la que aquellos que se ven separados por la muerte pueden volver a encontrarse, para bien o para mal, como la Berenice de Edgar Allan Poe, que regresó en busca de su amado y de sus dientes.

En lo que se refiere a muertes literarias asociadas al amor, el suicidio acompañó a la esposa enajenada de Rochester, que se lanzó desde el tejado tras provocar un gran incendio que devoró su vivienda, dejando vía libre para que éste pudiese vivir feliz para siempre (o por lo menos, una vez recuperó la vista) con su querida Jane Eyre. Y es que para que triunfe el amor con frecuencia tienen que sufrir otros, añadiendo el asesinato, el suicidio o el desafortunado accidente al pecado de los amantes. En otras ocasiones, es la tercera persona la que origina el fallecimiento de uno o dos de los enamorados, como en el cuento de La doncella de hielo de Hans Christian Andersen, donde una entidad femenina que vive bajo un lago helado reclama para sí al personaje principal, quitándole la vida con sus besos de nieve. Y el amor y su tragedia pueden ir también más allá del tiempo, como ocurre con la pareja protagonista de La mujer del viajero en el tiempo, de Audrey Niffenegger. En todos estos supuestos, en relación con todas estas variantes de lo trágico y lo amoroso, todos tenemos nuestros favoritos, todos recordamos esa triste historia amorosa que nos llevó a la relectura y tal vez a la lágrima. Como siempre, os animamos a que mencionéis los vuestros en los comentarios al artículo.

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Amores que matan (I)

AutorGabriella Campbell el 16 de septiembre de 2011 en Divulgación

Lanzarote y Ginebra

Parece ser tópico habitual en cualquier buen romance que los protagonistas del idilio se vean obligados a enfrentarse, de manera más o menos continua, a grandes obstáculos, con el doble objetivo de rellenar páginas y de otorgarle al lector una sensación de triunfo si el amor vence, o un provechoso torrente de lágrimas en el caso contrario. Y siempre hay obstáculos más memorables que otros, protagonistas más interesantes que otros, momentos dignos de banda sonora propia, y finales merecedores de premios y alabanzas variadas.

Cuando hablamos de amores mortales, de aquellos que terminan en trágica muerte, desconsuelo y espanto, siempre surge una pareja de fama ilimitada, la formada por los herederos de las familias enfrentadas Montesco y Capuleto; hablamos, cómo no, de Romeo y Julieta, esos nobles italianos surgidos de la pluma del dramaturgo anglosajón William Shakespeare (aunque en el caso de Shakespeare, casi mejor no poner la mano en el fuego en lo que se refiere a autoría). En lo que se refiere a estos dos tortolitos, se sigue la línea clásica de la tragedia, por la que los lectores son conscientes de que la terrible muerte de los amantes podría haberse evitado con un poco de suerte, algo más de tiempo o simplemente una pizca de inteligencia. Lo mismo podría aplicarse a Tristán e Isolda, o a Píramo y Tisbe, por ejemplo, y a tantas otras parejas cuyo patetismo es, precisamente, lo que más nos afecta, lo que más injusto y frustrante nos resulta. Muchas de ellas son, además, adúlteras, lo que parece proporcionar una dimensión más interesante a su relación, debido a su carácter pecaminoso y prohibido. Podemos mencionar a Paolo y a Francesca, de la Divina Comedia de Dante, que fueron descubiertos y asesinados por el marido de Francesca, al descubrirlos en amoroso abrazo precisamente por haber leído la historia de otra pareja muy literaria y muy adúltera: Ginebra y Lanzarote. ¿Quién no recuerda la triste historia de la reina de las leyendas artúricas, y el muy fiel caballero de la mesa redonda, que se vieron traicionados por su pasión (y por el maléfico Mordred, que los acusó ante el Rey Arturo, a sabiendas del caos que acarrearía)? Aunque Ginebra fue rescatada por Lanzarote justo antes de arder en la pira como castigo por su grave afrenta, su huida sirvió de poco en el mundo revuelto que ellos mismos habían propiciado, y terminaron de manera triste, él perdido en las Cruzadas y ella recluida en un monasterio. Por otro lado, algunas versiones de la leyenda apuntan a que Lanzarote del Lago tuvo un hijo con otra mujer (si bien dejó embarazada a su madre, Elaine, por obra de un hechizo, pensando que yacía con Ginebra), por lo que su pecado tenía un doble filo, como tantas otras leyendas en las que intervienen rivales y terceras personas. Mucho se ha escrito también sobre Marco Antonio y Cleopatra, y sobre infinitos personajes históricos que han inspirado a los escritores para llevar sus propias adaptaciones al papel.

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El club de un millón de ebooks

AutorGabriella Campbell el 13 de septiembre de 2011 en Noticias

Millón de libros

Los ebooks rompen récords de venta en EEUU, y existe un puñado de afortunados autores que puede presumir ya de haber vendido más de un millón de libros electrónicos. Entre ellos están Stieg Larsson, con su archiconocida saga de títulos largos; James Patterson, escritor estadounidense que produce libros a ritmo acelerado, con la ayuda de un equipo profesional de co-autores; Nora Roberts, una de las escritoras que más vende en el género de la literatura romántica (y que además escribe ciencia ficción policíaca bajo el pseudónimo de J. D. Robb, con una pluma que, al igual que Patterson, debe de echar chispas por la velocidad con la que escribe); Lee Child, quien no será tan productivo como Roberts pero que es uno de los más populares en el campo del suspense, con su ex-policía militar Jack Reacher. También están en el prestigioso club Suzanne Collins, autora de la trilogía juvenil Los juegos del hambre, que fue incluida en la lista de la revista Times de las 100 personas más influyentes de 2010 y cuyos libros han estado en la lista de superventas del New York Times durante más de 60 semanas; Michael Connelly, otro escritor de suspense policíaco, que ha arrasado con su serie de novelas protagonizadas por el carismático detective Hieronymus “Harry” Bosch, traducidas a más de treinta idiomas; y por último encontramos al célebre John Locke, quien fue el primero de este curioso club en sobrepasar la cifra de un millón de ventas de ebooks, a través de la plataforma Kindle de Amazon. Como ya comentamos en otro artículo al respecto de este autor en Lecturalia, Amazon estima que se vende un libro de Locke, dedicado también al género policíaco, cada siete segundos. Recientemente se han apuntado también Janet Evanovich, autora de la revolucionaria saga de aventura romántica de Stephanie Plum; y Kathryn Stockett, que sigue ganando premios a velocidad de vértigo con su muy popular The Help (Criadas y señoras).

No es mucha casualidad, viendo estos nombres, que algunos aparezcan en otra lista muy celebrada: la lista de Forbes de escritores mejor pagados. Patterson es el número uno, con muy jugosos acuerdos económicos con su editor (aunque es posible que parte de ese dinero tenga que repartirlo entre sus colaboradores), pero los siguientes en la lista son grandes de la publicación impresa: Danielle Steel, que supera económicamente a su rival de la literatura romántica antes mencionada, Nora Roberts; Stephen King, que además tiene el valor añadido de interminables royalties por adaptaciones al cine y a la televisión, al igual que Stephanie Meyer, de fama “crepuscular”, cuyas versiones cinematográficas han supuesto unos ingresos más que interesantes; también figura Rick Riordan, autor de Percy Jones y los dioses del Olimpo, una serie de libros de inspiración mitológica que recuerda al incombustible Harry Potter; y otros pesos pesados como Dean Koontz o Ken Follett. Rowling, sin embargo, se conforma con un puesto más modesto, ya que sus ingresos actuales, gracias al lanzamiento de la nueva web Pottermore, se estiman en unos míseros cinco millones de dólares.

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El Proyecto Genoma (de los libros)

AutorGabriella Campbell el 12 de septiembre de 2011 en Divulgación

ADN y Libros

Cada vez surgen más entusiastas de la programación que pretenden aplicar la ciencia de la informática al insondable mundo de la literatura. En la Universidad de Idaho, en Estados Unidos, nació hace unos años el Book Genome Project, cuyo objetivo es “identificar, realizar seguimiento, medir y estudiar las características que conforman un libro”. Pretenden analizarse componentes como el lenguaje utilizado, los personajes y los temas para diferenciar un libro de otro. Al proyecto se han unido investigadores de todo el país y varias editoriales colaboran activamente, pero seguramente el aspecto más interesante de este proyecto sea la página web Booklamp.

Al igual que su equivalente musical, Pandora, toma música que nos gusta y nos sugiere otra que cree que encajaría en nuestros gustos, la web Booklamp pretende llevar a cabo de forma automática una labor hasta ahora reservada al crítico y al lector eficiente y considerado: la de recomendar libros. A pesar de hallarse muy lejos de la perfección (a veces los algoritmos producen resultados curiosos), sus creadores aseguran que tiene múltiples beneficios, entre ellos, por ejemplo, que la inmensa base de datos de títulos literarios permite que dichas recomendaciones no se limiten a obras superventas o de lectura masiva. Según los participantes de este Proyecto Genoma literario, los puntos a través de los cuales se analizan los libros para encontrar similitudes y producir recomendaciones serían tres: aquel que se refiere al estilo y lenguaje (en el que intervienen nociones de ritmo, densidad, descripción, perspectiva y diálogo); aquel que se refiere al tema (las obras se categorizan en más de 2000 subconjuntos temáticos, por los que podemos encontrar un libro que sea, por ejemplo, 10% sobre alienígenas, 50% romántico, 20% sobre ciudades y 20% sobre viajes en carretera); y aquel que se refiere al tipo de personajes. Si bien estos no son parámetros válidos para estudiar una obra en su totalidad, son tremendamente útiles para ese árbol de diversas ramificaciones que ayuda a llegar a un libro nuevo a través de sus semejanzas con otro. Uno se pregunta, sin embargo, si estas recomendaciones no se verán limitadas por la imposibilidad de que una ecuación defina aspectos a veces tan subjetivos como la calidad literaria, o la capacidad de entretenimiento. El que alguien disfrute con novelas de corte histórico ambientadas en la corte anglosajona de Enrique VIII no implica que le gusten todas las novelas de dicho corte, ni que sean todas de calidad comparable; y lo mismo ocurre con novelas para adolescentes sobre vampiros u obras de ciencia ficción dura ambientadas en Marte. En cualquier caso, Booklamp no deja de ser una herramienta interesante, ideal para descubrir libros nuevos y para disponer de una lista de candidatos a nuestra mesilla de noche con más posibilidades de complacernos que una obra recomendada por un conocido con el que no tenemos nada en común, o por un crítico con intereses velados. Por ahora sólo está disponible en inglés, pero suponemos que de tener un éxito aceptable pronto empezaremos a verlo adaptado a otros idiomas.

Clásicos que aburren

AutorGabriella Campbell el 9 de septiembre de 2011 en Divulgación

La Regenta

La Regenta, de Leopoldo Alas Clarín, es una de mis novelas favoritas. Es posible que nunca la hubiese probado si no hubiera estado entre las lecturas obligatorias de mi centro de enseñanza, ya que por sí misma no gozaba de nada que me llamase la atención. De acuerdo, había adulterio, una feroz crítica al conservadurismo religioso y mil atracciones más entre sus numerosas páginas, pero no era fácil saberlo cuando lo primero con lo que una se encontraba, siendo adolescente, era con un capítulo largo y tedioso con una descripción pormenorizada de Oviedo, perdón, Vetusta, desde lo alto de un campanario. La obligación escolar me hizo ir más allá de esas primeras páginas y pude disfrutar de una obra excelente, emocionante y tremebunda, pero de haber sido por mi propio interés lector, nunca habría superado esas densas primeras páginas.

¿Cuántos libros, descritos como clásicos literarios, tenemos en la estantería, promesas olvidadas de cultura, de estatus intelectual? ¿Cuántas obras están protegidas por la impenetrable pátina del prestigio, cuántas de ellas acaban sirviendo, pese a nuestros mejores deseos, como el mejor remedio contra el insomnio o incluso como conveniente extra bajo la pata de una mesa coja? Cortázar decía que no había podido leer El Quijote hasta que comenzó a hacerlo en sus visitas al excusado; el Ulises de Joyce decora más de una habitación, cubriéndose de polvo, infeliz en su inutilidad. En muchas ocasiones necesitamos un contexto, una valoración, apéndices de conocimiento que nos expliquen por qué un volumen de insoportable aburrimiento es una de las obras cumbre de la literatura universal. En estos casos, la literatura se parece al arte pictórico. La crítica puede marcar la diferencia ante un cuadro, como por ejemplo El Matrimonio Arnolfini, donde sólo vemos una pareja poco agraciada en una habitación de extrañas proporciones, cogida de la mano; las palabras adecuadas pueden hacernos apreciar el contexto histórico, político y social, el detallismo del paisaje, el inteligente juego del espejo, la aparición de elementos pictóricos de extraño simbolismo, etc. Cuando queremos darnos cuenta, la pareja nos resulta hermosa y la habitación cobra una vida propia que trasciende lo visual. Con frecuencia, con los libros nos pasa algo semejante: el entendimiento del juego de crítica, sátira y pura diversión que aliña la novela de Cervantes y la apreciación del maestral uso del lenguaje de Joyce pueden llevarnos a encontrar en sus libros un verdadero goce que poca literatura podrá proporcionarnos.

O tal vez, sólo tal vez, sigan pareciéndonos escritos densos, lentos, en resumen, aburridos. Por otro lado, lecturas hay para todos los gustos, y obras como Guerra y paz o Cien años de soledad levantan casi tantas pasiones como bostezos. Las conversaciones sobre la conveniencia de largas escenas bélicas (o la abundancia de absurdas cancioncillas) en El señor de los anillos ya son bastante cansinas de por sí. Pocas personas hay que recomienden lecturas como La voluntad de Azorín, La madre de Gorki o Tiempos difíciles de Dickens, por su valor como entretenimiento. Y vosotros, lectores, ¿qué libros preferiríais usar para avivar el fuego este próximo invierno antes de tener que volver a pasar por el suplicio de leer más de dos páginas seguidas?

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Serie de televisión para American Gods

AutorGabriella Campbell el 5 de septiembre de 2011 en Noticias

American Gods

Cuando los aficionados a la fantasía todavía estábamos aplaudiendo la excelente adaptación de Juego de Tronos a la pequeña pantalla, la cadena estadounidense de televisión HBO, sinónimo de calidad y grandes producciones que nada tienen que envidiarle al mejor cine, anuncia que acoge en sus brazos a la muy singular American Gods de Neil Gaiman. Gaiman, como no es de extrañar, se muestra encantado con la noticia, probablemente con la seguridad que otorga saberse en manos de los mismos que permitieron a George R. R. Martin un control casi absoluto sobre el guión de la primera temporada de Canción de hielo y fuego.

American Gods se publicó en 2001 por primera vez, y se ha reeditado recientemente en una versión revisada ampliada por el autor. Recoge algunos conceptos que ya trató Gaiman en sus novelas gráficas: en concreto, la antropomorfización de figuras mitológicas y su existencia paralela a los seres humanos, sobreviviendo gracias a la fe de éstos. Aparece también el personaje Anansi, el dios araña, que retomaría Gaiman en su posterior Los hijos de Anansi. American Gods se llevó en su momento nada menos que el premio Hugo, el Nebula, el Locus y el Bram Stoker, entre otros muchos galardones. También fue el primer libro en transmitirse, frase a frase, a través de la red social Twitter. La obra es un homenaje del autor a la Norteamérica más mágica y profunda, la que transmite en ocasiones Stephen King en sus novelas a través de desiertos y extraños personajes, retratando un panteón único de semidioses y divinidades casi olvidadas, que malviven como pueden, desapareciendo poco a poco en una sociedad que ya no los necesita, sustituidos por dioses nuevos, más poderosos.

La adaptación a serie será producida por Playtone, dirigida ni más ni menos que por Tom Hanks, una productora que ya se ocupó de series de elevada calidad como The Pacific o Band of Brothers. El guión estará a cargo de Robert Richardson (más conocido como director de fotografía de películas como Malditos Bastardos o Shutter Island) y del propio Gaiman. Playtone también tiene su propia discográfica, con la que ha creado la banda sonora de varias de las series y películas de la productora, por lo que cabe la posibilidad de que también se ocupe del contenido musical de American Gods.

Por otro lado, parece ser que la novela Buenos presagios, escrita por Gaiman a medias con Terry Pratchett, podría ir por el mismo camino, si bien se desconoce qué cadena se ocuparía de realizar la serie (sí se sabe que el proyecto estará vinculado a los célebres Terry Jones y Gavin Scott). Sea como sea, tanto Pratchett y Gaiman suelen desconfiar de cualquier mención a Buenos presagios, que desde el 2001 ha ido de mano en mano, circulando por todo Hollywood (en principio iba a ser un proyecto cinematográfico). Según Pratchett, la diferencia entre él y Gaiman en lo que se refiere a proyectos de cine es que Gaiman no se cree que sucederán hasta que está sentado delante de la pantalla, comiendo palomitas, y Pratchett, directamente, no se cree que sucederán.

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Timothy Ferris y el imperio de las cuatro horas

AutorGabriella Campbell el 4 de septiembre de 2011 en Divulgación

Tim Ferriss

Hay muchos tipos de libros de autoayuda, y en la actualidad destacan sobre todo aquellos que abogan por una mejora personal, ofreciendo toda una serie de trucos para vivir mejor, trabajar menos, ganar más dinero y tener un cuerpo de escándalo. Estas obras componen una atractiva gama de soluciones en forma de texto: uno puede aprender, por ejemplo, a ser mucho más productivo; también puede descubrir cómo mejorar su vida en pareja (o cómo conseguir una pareja). Y aunque hay muchos libros de este tipo, y muchos escritores, muchos de los cuales son, además, blogueros, es indiscutible que Timothy Ferriss es el rey de todos ellos.

Ferriss ha asombrado a todos los expertos en marketing llevando él solo su promoción, moviéndose con facilidad en el mundo de los blogs, consiguiendo que sus propios colegas blogueros sean los que apoyen sus productos. Y aunque lo que pretenda vender sean sus libros, Ferriss es, él mismo, su mejor producto. Lo que hace a Ferriss atractivo como autor es que escribe desde su propia experiencia, ya que se trata, sin duda, de una persona extraordinaria que tan pronto está aprendiendo tiro con arco a caballo al estilo japonés como escalando una montaña, y que muestra en sus libros los resultados de sus propias experiencias (y experimentos). Comenzó su meteórica carrera con el libro La semana laboral de 4 horas, donde explicaba cómo reducir significativamente las horas de trabajo, aumentar los ingresos y poder viajar por todo el mundo. Ferriss aboga por las “mini-jubilaciones”, por las que uno puede (y debe) escaparse de vacaciones de manera periódica, dejando el trabajo sucio en manos de asistentes virtuales contratados de países con mano de obra barata. No contento con reducir nuestra semana laboral a 4 horas, el escritor decidió aplicar su filosofía de ultra-productividad a otras facetas de la vida, y enseguida apareció The 4 Hour Body (El cuerpo de 4 horas). Ferriss es lo que en inglés se conoce como un life hacker, un “hacker” de la vida. De una manera similar a los hackers informáticos, que destruyen barreras y sistemas de seguridad para acceder a información, dinero, etc., los life hackers acaban con dificultades para llegar a los beneficios que les interesan. En resumen, se trata de personas que ofrecen trampas, atajos y trucos para sacarle el máximo rendimiento a la vida. En The 4 Hour Body aplica todos los conocimientos que puede con el objetivo de sacarle el mayor rendimiento posible al cuerpo humano (y, cómo no, él es el vivo ejemplo de lo que vende).

Su próximo proyecto es The 4 Hour Chef, donde aplicará sus métodos revolucionarios al mundo de la cocina. Como ya hemos comentado aquí en Lecturalia, este será el primer libro en el nuevo sello editorial de Amazon, que ya anda frotándose las manos con las posibles ventas. Aunque Ferriss ha sido criticado por muchos de sus seguidores por “venderse” al gigante estadounidense (a quien muchos consideran el principal responsable del cierre de las librerías tradicionales, y que anda ya envuelto en varias investigaciones por monopolio), está claro que no va a dejar pasar la oportunidad de promocionarse con uno de los mayores escaparates de venta del mundo, ni se va a negar a una muy generosa, presuponemos, compensación económica.

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Bienvenidos al cabaret literario

AutorGabriella Campbell el 3 de septiembre de 2011 en Divulgación

Chicago Poetry Brothel

Chicago es uno de esos lugares donde la cultura toma múltiples y extrañas formas, desde la haute culture de los pudientes, especializados en decoración de interiores a golpe de millones, al graffiti más descarnado o la poesía más visceral del subsuelo artistico. Aparecen las más variadas representaciones, y una de las que arrasan en estos momentos se acerca al mundo del burlesque, del cabaret, teñido en ocasiones con cierto matiz victoriano y steampunk, una estética que puede encontrarse tanto en la pasarela como en un local de topless. Y cuando ésta se cruza con lo literario, surgen proyectos tan interesantes como la Chicago Poetry Brothel, algo así como el Burdel de Poesía de Chicago.

En este curioso burdel uno paga cantidades simbólicas (unos cinco dólares estadounidenses) para tener un encuentro íntimo con su prostituta o prostituto favorito, quien recitará, para su singular deleite, poesía de su propia composición o cualquiera que ud. le solicite. Los Poetry Whores, como se hacen llamar, declaman en un escenario común mientras los clientes consumen en la barra o sentados a las mesas, acompañados de personajes habituales como “El Buen doctor”, “El Tísico” o los White City Rippers, que amenizan con su música el local. Una vez contemplado el acto común, los clientes pueden retirarse a los reservados con el o la Poetry Whore de su elección, mientras en el escenario se desarrolla todo tipo de actos, algunos circenses, otros más cercanos al ya mencionado arte del burlesque, donde el striptease adquiere una categoría superior. En lo que se refiere a la prostitución poética, hay mucho donde elegir: si prefiere algo cálido, musical, inspirado por el jazz y la cultura de Nueva Orleans, tal vez elija a Serafine LaCroix; si lo que busca es algo gótico, deprimente, con toques románticos, puede que disfrute del arte de Woodland Doll. Hay para todos los gustos, dirigidos todos bajo la tierna pero estricta mano de la Madame, Susan de Ojos Negros.

Aunque no es la primera vez que el cabaret se une con lo literario, sí es llamativo ver cómo se crea un local exclusivamente para la combinación de ambos aspectos del arte y el espectáculo. La idea del poeta como alguien que se prostituye, ofreciendo, en esta ocasión, su alma a plena vista de todos (y a nivel personal, a merced de los deseos artísticos del cliente) es atractiva, y resulta más física que nunca al adaptarla a un entorno fastuoso y decadente como el de la Chicago Poetry Brothel. Estos prostitutos de la literatura representan al escritor más mercenario, cuya venta como artista y creador se manifiesta de esta manera tan particular, por la que, por un lado, el creador recibe compensación económica por sus servicios y, por otra, el comprador obtiene la sensación, aunque pasajera, de mecenas, patrón y habitante de los lupanares de la literatura. Así que ya saben, si pasan por Chicago, no dejen de visitarlo y de elegir a su propia puta, al fin y al cabo la poesía en vivo es uno de esos lujos de los que uno puede disfrutar rodeado de los escenarios más carnavalescos e inverosímiles.