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Gabriella Campbell (Página 27)

Las diez ciudades más literarias según National Geographic (II)

AutorGabriella Campbell el 5 de diciembre de 2011 en Divulgación

Santiago de Chile

De nuevo nos adentramos en el compendio que ha realizado la marca National Geographic de las ciudades consideradas como “más literarias”, aquellas en las que podemos vivir las mejores experiencias relacionadas con el mundo de la lectura. Ya hablamos en el artículo anterior de Edimburgo, de Dublín, de Londres, de París, de Estocolmo y de Portland y Washington D.C. A continuación nos centraremos en las restantes: Melbourne y Santiago de Chile.

Si Camberra es la capital política de Australia, Melbourne es la cultural, sin discusión posible. Su biblioteca central, la State Library de Victoria, que se construyó a mediados del siglo XIX, ofrece entrada gratuita y se muestra orgullosa de su sala principal, La Trobe, adornada además de citas de escritores famosos. Melbourne también cuenta con sus rutas literarias (pubs y bares incluidos, en los que no podía faltar el omnipresente Oscar Wilde), y una muy interesante feria del libro semanal todos los sábados en la Plaza Fed.

National Geographic es, qué remedio, anglocéntrica, y enumera varias ciudades británicas y estadounidenses, además de incluir Estocolmo como adalid de la vieja Europa, a San Petersburgo como campeón de los rusos de finales del XIX, dejándonos sólo a Chile como representante no anglosajón más allá de los mares. En Santiago se centran en Neruda, promocionando su casa-museo, y celebrando también a la ganadora del Nobel Gabriela Mistral. Pero parece ser que el mayor encanto de Santiago de Chile se encuentra en sus mercadillos, rastros y ferias, protagonizados por libros de segunda mano y cafeterías literarias. Parece ser que el elevado precio del libro en Chile impulsa un comercio de segunda mano y de intercambio muy importante, lo que se traduce en el crecimiento de establecimientos relacionados con este tipo de obras y de rastros especializados.

Las listas, como ocurre siempre, son incompletas y subjetivas. Seguramente nuestros lectores habrán vivido experiencias literarias incomparables en ciudades que esta selección no recoge, y os animamos a que las compartáis en los comentarios. Más aun, y teniendo en cuenta la ausencia notable de más países no anglosajones, tanto europeos como hispanoamericanos, en esta lista, ¿qué mejor que compilar la nuestra propia? En lo que se refiere a nuestra lengua, ¿qué ciudades españolas, sudamericanas, centroamericanas, recomendaríais para entrar en contacto con el fantástico mundo de la literatura? ¿En qué lugar del mundo habéis realizado una ruta, una visita excepcional que os haya enseñado más sobre vuestros autores y libros favoritos? Y yendo más allá, ¿qué ciudades creéis que os inspirarían a vosotros mismos para crear, para escribir? ¿Os llaman la atención vuestros lugares de siempre, aquellos donde os habéis criado y que conocéis como la palma de vuestra mano? ¿O preferiríais viajar lejos para encontrar el punto exacto donde se escribió vuestra obra preferida, el lugar donde se emborrachaba, drogaba o simplemente contemplaba el paisaje vuestro escritor más leído? Como siempre, estaremos encantados de conocer vuestra visión respecto a este tema, la geografía de lo literario.

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Las diez ciudades más literarias según National Geographic (I)

AutorGabriella Campbell el 3 de diciembre de 2011 en Divulgación

París

National Geographic es una de esas marcas que sobrevive a los cambios, a las inclemencias económicas y culturales, al olvido y a la pérdida de calidad. Sinónimo de viaje, de excelente fotografía y texto, de descubrimiento, siempre ha marcado tendencia en el mundo del periodismo y del reportaje gráfico, tanto que puede permitirse, de vez en cuando, la intrusión en campos ajenos a su cobertura habitual, tales como el mundo de la gastronomía, del ocio o de la propia literatura. En la edición de septiembre de 2011, en su revista de viaje National Geographic Traveler, mencionan diez ciudades como las más “literarias”, o más recomendadas para los aficionados a la lectura en general.

Los afortunados han sido Edimburgo, Dublín, Londres, París, San Petersburgo, Estocolmo, Portland, Washington D.C., Melbourne y Santiago de Chile. De Edimburgo, Escocia, los redactores destacan su inspirador ambiente, que ha alimentado a las musas de escritores de todos los tiempos, desde el poeta del XVIII Robert Burns hasta los contemporáneos Ian Rankin e Irvine Welsh, que gozan de visitas guiadas en las que se incluyen unos cuantos pubs tradicionales y varias excursiones a pie por la ciudad (además de la siempre recomendada visita al Writer’s Museum dedicado a Burns, Walter Scott y Robert Louis Stevenson). En Dublín también se recomienda una ruta de pubs para disfrutar de una buena Guinness mientras los actores-guía nos hablan de Joyce o de Yeats, y una visita pausada al Trinity College para ver el famoso manuscrito miniado llamado Libro de Kells. Londres presenta otra opción repleta de eventos y excursiones, entre los cuales tampoco pueden faltar, de nuevo, las visitas a pubs con múltiples referencias a Shakespeare y a Dickens. Los fans de James Bond pueden hacer una excursión alcohólica un tanto más refinada, pasando por el Dukes Bar cuyos martinis inspiraron a Ian Fleming.

En París abundan los cafés famosos por haber abrigado a escritores procedentes de todo el mundo, y las casas-museo dedicadas a escritores como Víctor Hugo o Balzac. De San Petersburgo la National Geographic recomienda seguir la ruta de Crimen y castigo, además de la residencia de su autor, el célebre Dostoievski; de Estocolmo, Suecia, destacan la relevancia del Premio Nobel y todos los eventos y comercios asociados, además de la estatua dedicada a Astrid Lindgren (creadora de la entrañable Pippi Calzaslargas) y la gira por la ciudad que ofrece una visión completa de los lugares que aparecen en la conocidísima saga de Stieg Larsson.

En cuanto a ciudades estadounidenses, desde un tiempo a esta parte Portland se ha convertido en el centro cultural del país americano. Destaca por sus cafés de estilo europeo, su inmensa oferta artística (sobre todo en lo que se refiere a lo “underground”, a lo alternativo y a lo moderno) y sus librerías, entre las que reina con indiscutible corona Powell’s City of Books, una gigantesca manzana completa de libros apilados sobre libros, sean nuevos o de segunda mano, con más de un millón de ejemplares en sus estanterías. Pero la competencia es abrumadora en Washington D.C., que ofrece un tono más clásico con su tremenda Biblioteca del Congreso, la más grande del mundo. También es el hogar de la Poetry Foundation, que organiza visitas relacionadas con poetas como Walt Whitman.

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Cuándo no regalar un libro

AutorGabriella Campbell el 30 de noviembre de 2011 en Opinión

Libros y regalos

Ahora que se acercan las Navidades (algo que la televisión, Internet y demás medios llevan asegurándonos desde finales de septiembre), aparece la perentoria necesidad del consumo para los demás. El regalo, ese enemigo atroz, surge de entre la neblina de nuestro reposo para empujarnos hacia terrenos ya conocidos (y temibles) de obligación, correspondencia e incomodidad. Y por supuesto, como somos lectores, y nos gusta leer (o eso doy por sentado, teniendo en cuenta el nombre de esta página web), lo primero que se nos viene a la mente es “voy a regalar un libro”.

Regalar un libro parte de la premisa siempre peligrosa del regalo, esa premisa clásica de “como me gusta a mí, a ti te gustará más”. Una lástima que no siempre sea así, ya que nuestra afición por los libros no tiene por qué imponerse sobre personas que, tal vez, no tengan el mismo interés por la palabra escrita. Y aunque lo tuvieran, ¿qué nos garantiza que nuestros gustos coincidan con los suyos? Además, hoy en día surge una dificultad extra… ¿debo regalar en papel, o en formato electrónico? Regalar un mamotreto de mil páginas a alguien que se duerme con su e-reader en brazos tal vez no sea una elección sensata; del mismo modo que determinados géneros (jardinería, esoterismo, cría de perros) no tienen por qué ser los más adecuados para nuestros amigos, conocidos y familiares, por mucho que a nosotros nos apasionen. Tal vez tendríamos que tener en cuenta algunas reglas básicas.

En primer lugar, huyamos de los libros de autoayuda. Es posible que El secreto haya cambiado tu vida, pero regalarle a una persona enferma una obra que asegura que manifestamos aquello que deseamos (incluidas desgracias personales y enfermedades) probablemente no sea una decisión acertada. El momento personal que atravesamos es único e intransferible, ese libro mágico que ha marcado tu existencia no es, necesariamente, vital para otra persona (y evitemos, como lava ardiendo, cualquier obra con el más mínimo matiz religioso o político). Tampoco es recomendable regalar libros a estudiantes universitarios o de oposiciones, siempre cabe la posibilidad de que tu presente les haga recordar el escaso tiempo del que disponen para leer obras que realmente les apetezcan, más allá de la bibliografía, obligatoria e interminable, de su carrera. El libro puede también causar auténticos desastres en el ámbito de la pareja, aquello que para uno de los dos puede ser romántico, trascendente e inolvidable, para el otro puede ser empalagoso, trivial y aburrido, llevando a desencuentros nada deseables. Por otro lado, en el complicado mundo del libro-regalo existen dos destinatarios de pesadilla: el que lo ha leído todo (y lo tiene en diferentes ediciones, llegando a sentirse insultado porque la tuya es de bolsillo y con una traducción nefasta); y el que no lee nada, nunca. En todos los casos el regalo debe implicar, siempre, que uno ha dedicado un mínimo de tiempo a pensar qué podría interesarle al que recibe, por lo que el libro refleja, casi tanto como otros regalos complejos como la música o el perfume, una decisión elaborada acerca del gusto de la otra persona. En resumen, regalar un libro es regalar cultura, regalar una aventura, regalar un sueño. Pero también es exponerse al desastre, a la ofensa, a la humillación. Regalemos libros por Navidad, sí; pero no cualquier libro: regalemos la obra perfecta para esa persona. Y si no, siempre nos quedarán los bombones.

La novela seriada y el modelo freemium (II)

AutorGabriella Campbell el 28 de noviembre de 2011 en Divulgación

bambook

En China ha surgido un modelo que muchos países estudian ya importar para su propio provecho, la edición freemium. El modelo conocido como freemium no es un concepto novedoso, ya que hace referencia a cualquier empresa que ofrezca servicios gratuitos, con una porción, por otro lado, de servicios de pago no obligatorios. Ahí tenemos a Spotify , por ejemplo, o muchos juegos de rol masivos como Runescape o Age of Empires Online. El gigante asiático ha decidido aplicarlo al texto literario, de manera que los escritores pueden compartir su obra de manera seriada a un sinfín de lectores, que a su vez pueden disfrutar de una gran cantidad de contenido gratuito y votar por sus textos favoritos. Los textos más populares pasan a una sección VIP de pago, que exige a los lectores que aporten una cantidad para poder ver cómo avanza su historia favorita. Los costes para los lectores son muy reducidos (hablamos de céntimos), pero a la vez muy rentables para las empresas online y para los propios escritores, que reciben una parte importante del pastel. Lo interesante de estas webs de literatura freemium es que algunas están asociadas con otras empresas de entretenimiento, por lo que de un libro de éxito pueden salir todo tipo de adaptaciones, sobre todo al videojuego, una industria de inmensa aceptación en el país asiático (un ejemplo perfecto de esto es la web de Shanda, que además se ha abierto al mercado de los lectores electrónicos, donde ha conseguido que su Bambook haya copado un porcentaje importante del mercado de los e-readers). De este modo, el libro impreso no es la finalidad última de la producción del escritor, sino el videojuego, la televisión, el lector electrónico o el móvil, formatos mucho más rentables para las grandes empresas de ocio; y no se trata de un proyecto que cuente con un minúsculo nicho de mercado, según recientes estudios hasta un 40% de los internautas chinos visitan este tipo de páginas. Veremos si este lucrativo sistema saltará el charco, ya que el lector medio europeo sigue, por ahora, enamorado del libro en papel; en la actualidad proliferan las plataformas que pretenden compartir la obra del escritor con sus lectores, pero más bien en calidad de preventa o como incentivo para ayudar a su financiación en caso de autoedición. Lo que está claro es que se trata de un sistema que recompensa al escritor valiéndose sólo en su capacidad para gustar, más allá de criterios editoriales o económicos.

Uno no puede dejar de preguntarse si muchos escritores de calidad se prestarían a este tipo de producción seriada, frente al criterio, no siempre óptimo (pero siempre líder), de las grandes masas. Por otro lado, la posibilidad de tener un catálogo tan amplio de lectura gratuita o casi gratuita es muy atractiva para el consumidor voraz de ocio, y más aun para el escritor en ciernes, que busca pulirse, darse a conocer y/o rentabilizar su trabajo; por no hablar de la eliminación de los intermediarios que tradicionalmente consumen el bocado más importante de los beneficios literarios: imprentas, puestos de venta, distribuidores, agencias de publicidad… De nuevo aparece el sueño dorado de la publicación digital: ofrecer productos literarios a precios razonables que proporcionen una remuneración digna (o por lo menos proporcionada) al auténtico responsable del texto, el propio autor. El tiempo dirá si resultará en éxito o en desastre: si se convertirá en una salida eficiente de creación textual, con una justa retribución al escritor, o si será, como parece ser el futuro más inmediato del ebook, una nueva manera de producir texto mediocre con la mayor rentabilidad posible para las grandes empresas y un escaso beneficio para el responsable directo.

Algunos consejos para sobrevivir al NaNoWriMo

AutorGabriella Campbell el 27 de noviembre de 2011 en Divulgación

Nanowrimo

Aunque aquí en España su seguimiento sea más limitado, el proyecto NaNoWriMo, aquel por el que miles de personas se ponen a escribir como locos durante el mes de noviembre, tiene una popularidad tremenda en el mundo anglosajón. Tanto, que algunas páginas web se han dedicado a ofrecer consejos o guías para ayudar a los autores, como es el caso de Galleycat, que ofrece un consejo diario a lo largo del mes (y en este enlace podréis encontrar, además, los treinta consejos del año pasado). Muchos de estos consejos enlazan a otras páginas web que ofrecen todo tipo de recursos para el proyecto, desde encuentros sociales para realizar carreras mecanográficas, foros enciclopédicos muy útiles para documentarse, grupos de chat donde los propios participantes se animan (o empujan) a seguir escribiendo, o incluso una hermandad de World of Warcraft compuesta exclusivamente de participantes de NaNoWriMo. En cuanto a participantes hispanohablantes, Yolanda González Mesa ofrece 10 interesantes consejos en su blog Tinta al sol, de los cuales podríamos destacar el preparar la labor de documentación el mes anterior, o la necesidad de recompensarte, una vez alcances tu objetivo final (los de Galleycat van más allá, insistiendo en una recompensa cada vez que cubras determinado número de palabras). Algunos de los consejos más “tramposos” y divertidos aparecen en el blog Vel Anima, que nos insta a luchar contra el bloqueo introduciendo zombies, piratas, ninjas y vampiros, o matando personajes (sobre todo que ahora George R. R. Martin parece haberlo puesto de moda), y que aconseja inflar el número de palabras utilizado a base de nombres de personajes o lugares inusualmente largos o descripciones meticulosas de escenas y paisajes.

Uno de los consejos más llamativos, y que suele aparecer, una y otra vez, es el de no corregir o editar. Nos encontramos, una vez más, con el gran defecto del NaNoWriMo, la falta de calidad que suele acompañar a la escritura rápida. Una novela de 50000 palabras, de escribirse en la tacada de treinta días, necesitaría una revisión y edición laboriosa. Aunque es cierto que los profesionales aconsejan escribir del tirón y dejar la edición para luego, una gran mayoría de estas novelas se presentan al concurso NaNoWriMo sin ningún tipo de repaso o corrección, no por falta de ganas, sino simplemente por falta de tiempo. A pesar de su valía como ejercicio de disciplina y para crear hábito, uno no puede dejar de preguntarse, un año más, si escribir sin orden ni concierto servirá, en realidad, para producir una buena obra literaria. Ante esto, tiene una inspiradora respuesta la escritora Elif Batuman, que ganó el premio Whiting en la categoría de no ficción en 2010; Batuman asegura que el tiempo que se emplea en escribir nunca es desperdiciado y que todos tenemos cierta cantidad de escritura mediocre que tenemos que sacarnos de dentro para poder empezar a producir textos en condiciones. Sea como sea, NaNoWriMo fomenta la cantidad sobre la calidad, en un esfuerzo por abandonar una autocrítica demasiado restrictiva y avanzar en el abrasivo camino de la escritura diaria. Su consejo más importante es el siguiente: Escribe. Escribe. Escribe.

Jane Austen… ¿asesinada?

AutorGabriella Campbell el 23 de noviembre de 2011 en Noticias

Jane Austen

Mucho se ha teorizado sobre la temprana muerte de la escritora inglesa Jane Austen, allá por 1817. Algunos aseguran que se trataba de algún tipo de cáncer, de la enfermedad de Addison o incluso de lupus. Austen murió con 41 años, una edad joven incluso para la época, y mucho se ha escrito sobre las posibles razones de su fallecimiento. Ha sido la autora Lindsay Ashford, conocida por sus novelas de corte policiaco, quien ha ofrecido una muy convincente hipótesis al respecto: el arsénico.

Ashford, que se mudó al pueblo de Austen, Chawton, hace ya tres años, ha estado inspirándose en la casa del hermano de Jane, Edward, para escribir su última novela, una obra de suspense basada en la muerte de la escritora. Leyendo las cartas de Jane, Ashford descubrió un dato interesante. Austen escribe “ I am considerably better now and am recovering my looks a little, which have been bad enough, black and white and every wrong colour” (Ahora me encuentro bastante mejor y empiezo a recuperar mi color, que ha estado muy mal, negro y blanco y todo tipo de tonos erróneos). Esto sugiere que la escritora tenía manchas negras y blancas en la piel, un síntoma del envenenamiento por arsénico. Ashford siguió investigando, y descubrió que una pareja estadounidense que había comprado un mechón de pelo perteneciente a Austen, en una subasta en 1948, lo había llevado a un laboratorio para analizar, y que allí habían encontrado restos de arsénico. El oficio de Asford de novelista de género negro le daba una ventaja que otros autores no tenían: un amplio conocimiento de criminología que le había llevado a descubrir estas pistas hasta ahora ocultas, como ha explicado al periódico inglés The Guardian en una entrevista reciente.

Aunque Ashford sugiere el homicidio por envenenamiento, y esto es precisamente de lo que versa su nueva novela, asegura que no es lo más probable. Caben más posibilidades de que Austen estuviera tomando algún medicamento que contuviera arsénico, como la famosa “Solución Fowler”, que se utilizaba para casi todo, incluido el reumatismo, dolencia de la que Austen sufría. La muerte por arsénico era algo habitual en pacientes que utilizaban este tipo de remedios, en una época en la que dicho elemento no se podía encontrar en un análisis forense. Pero parece ser que el asesinato utilizando este método era también bastante común, debido a la imposibilidad de determinar las causas de la muerte. Ashford asegura que para conocer la verdad sería necesario exhumar y examinar el cadáver, algo que levantaría más que ampollas entre los fans de la escritora decimonónica; por ahora nos encontramos con una hipótesis con cierto fundamento, la de la muerte de la escritora por arsénico; lo que no tenemos manera de saber es cómo le fue administrado. Tal vez no sea mala idea esto de poner a escritores de thrillers policiacos a estudiar extrañas muertes de escritores, quién sabe lo que podrían descubrir, sobre todo teniendo en cuenta las sospechosas circunstancias en las que murieron autores como Edgar Allan Poe o Máximo Gorki.

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¿Literatura popular? Cátedra estrena colección

AutorGabriella Campbell el 22 de noviembre de 2011 en Noticias

Cátedra - Literatura popular

Si hay una editorial que se ha ganado a pulso el respeto de sus lectores gracias a la calidad de sus contenidos y al enfoque crítico de sus ediciones, esa es Cátedra. Con más de cien novedades anuales, se ha dedicado, desde 1973, a producir libros de todo tipo, distinguiéndose siempre por el cuidado con el texto y el mimo por las letras. Es, tal vez, una editorial “de fondo”, es decir, una marca que produce todos esos libros que hemos necesitado alguna vez, bien como consulta o bien como lectura obligada, en ediciones económicas de formato y diseño sencillo. Cátedra ofrece el fondo de armario de nuestra biblioteca, los vaqueros y camisetas del mundo del libro.

Pero esta apreciación no es del todo cierta. Cátedra, aunque sea conocida por prólogos y anotaciones infinitas, en ocasiones más largas que la propia obra publicada, lleva un tiempo ampliando sus colecciones y multiplicando sus ramas. Y ahora anuncia la inauguración de una colección de literatura popular.

¿Qué es lo que espera uno ante la definición literatura popular? ¿Literatura del pueblo? ¿Éxitos comerciales no reconocidos por la crítica? ¿Obras que han ilustrado la infancia de muchos de nosotros sin la pátina del canon? Al conocer los contenidos programados para la colección, parece ser que literatura popular hace referencia a los subgéneros, a los clásicos de novela que pertenecen a géneros denostados a lo largo de los años. Se refiere, en definitiva, a la fantasía, al terror y a la ciencia ficción.

Cierto es que la propuesta incluye títulos propios de literatura pulp procedente de todo el siglo XX, a los BEM de otro tiempo que en España nunca pudimos disfrutar con traducciones ni ediciones correctas. Pero también incluye obras de calidad más que demostrada, que escapan desde hace años del círculo de lo kitsch, de lo mediocre, de lo popular. Hablo de Stanislaw Lem o de Lovecraft, cuya inclusión en la selección de Cátedra no responde a un criterio de popularidad, sino al simple hecho de pertenecer al género especulativo. Cátedra asegura que lo que implica esta colección es lanzar preguntas al canon literario, al orden establecido, y lo hace denominando como popular a un conjunto de obras que se distinguen claramente por el género, no por su calidad canónica, menospreciando en cierta manera la validez de la obra de ficción especulativa como entidad propia, estableciendo hasta sus títulos de mayor prestigio como literatura de los márgenes. Por otro lado, y con independencia de nombre y definiciones, a veces tan perjudiciales, es de agradecer la posibilidad de contar con estas obras, muchas de ellas sólo disponibles en ediciones de baja calidad (o directamente no disponibles). Y es de agradecer también que el prestigio asociado a Cátedra pueda vincularse a algunas obras de valía demostrada, llámense populares, o como quieran definirlos, con sus correspondientes anotaciones y estudio crítico.

Eso sí, no son los primeros ni los únicos interesados en dignificar la literatura del pueblo. En el Facebook de Valdemar, editorial especializada en la denominada “cultura popular”, la respuesta no se ha hecho esperar:

En Valdemar llevamos años haciendo precisamente eso que tanto preconizan (…). Dicen que son los primeros en prestigiar la literatura popular y patatín patatán… Valdemar no existe, queridos amigos, los libros que tenéis en casa son una alucinación…

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La novela seriada y el modelo freemium (I)

AutorGabriella Campbell el 21 de noviembre de 2011 en Divulgación

Lovers and Beloveds

Curiosamente, a pesar de la expansión tremenda del libro en los últimos siglos, la figura del escritor sigue gozando de un prestigio admirable, y la profesión de autor remunerado está, sin duda, muy codiciada. Poder escribir y vivir de lo que uno escribe es una meta cada vez más popular, y ya que quien más y quien menos ha hecho sus pinitos en esto de juntar palabras con intencionalidad estética, cada vez hay una mayor oferta de producción literaria, que sobrepasa con creces la capacidad de las editoriales y de los propios lectores. Y siempre está, por supuesto, el factor de la calidad, teniendo en cuenta que sólo un porcentaje mínimo de estos aspirantes a autor ofrece una plausibilidad comercial que pueda interesar a las empresas de edición, debido a los elevados costes asociados al libro tradicional.

Y esto, claro, está cambiando, en un proceso evolutivo que se antoja infinito. Con la aparición del monstruo comunicativo que es Internet y el crecimiento, por otro lado, del libro electrónico, nos encontramos con vías de salida para la escritura que antes no podrían ni imaginarse. Dentro del proceso de la autoedición, por el que es el propio autor el que edita y controla la salida al mercado de su obra, surgen interesantes ofertas que van más allá de la producción en papel. Ya hemos mencionado en alguna ocasión la existencia, sobre todo en EEUU, de novelas seriadas que se publican de manera periódica en Internet, que obtienen su rendimiento económico a través de donaciones y pagos de los lectores, ansiosos por conocer cómo se desarrollan las historias de estos expertos del folletín. Suele tratarse de obras de corte romántico, erótico o de aventuras, géneros en los que encaja a la perfección el cliffhanger, ese final de capítulo que hará que los lectores deseen avanzar para conocer el desarrollo de la trama, y la elaboración de intrigas épicas con personajes siempre en evolución. Un ejemplo potente es la obra Lovers and Beloveds: An Intimate History of the Greater Kingdom, de Meilin Miranda, que tras un inmenso seguimiento por internet, a través del cual la autora actualizaba de manera periódica la obra (con una sección de pago para poder leer la obra completa), pudo llegar a publicarse en papel gracias a las donaciones recibidas por Crowdfunding (en España contamos para este tipo de financiación colectiva con el proyecto Lánzanos), gozando de unas ventas más que notables. En cualquier caso, en EEUU sigue tratándose de obras cuya finalidad última es verse impresas, mientras que, en otros países, esa concepción del libro comienza a cambiar de una manera mucho más significativa. La gran novedad, y la oferta de un sistema rentable para las tres partes fundamentales implicadas (editorial, escritor y lector), viene de la mano del modelo freemium, que China ha sabido adaptar al mercado literario. De ello hablaremos en la segunda parte de este artículo.

El flautista de Hamelin

AutorGabriella Campbell el 18 de noviembre de 2011 en Divulgación

El flautista de Hamelin

Uno de los aspectos más interesantes de los cuentos clásicos es que por mucho que uno investigue, siempre parece haber una versión más antigua, una referencia anterior que podría significar el origen de lo narrado, transmitida de manera primero oral y luego escrita. Generalmente los cuentos tradicionales son elaboraciones de mitos, de unidades de sentido creadas con finalidad didáctica o ejemplarizante. Funcionan como extractos de la memoria común, y suelen hacer hincapié en enseñanzas básicas y útiles, si bien éstas pueden perderse con el transcurrir del tiempo y el cambio histórico.

En el caso del muy conocido cuento del Flautista de Hamelín, parece ser que más que una finalidad didáctica la historia simplemente retrataría un hecho real. Lo complicado sería establecer cuál de las múltiples teorías al respecto sería la correcta, ya que la idea del flautista que embauca y secuestra a los niños de una ciudad como retribución podría provenir de varios orígenes diferentes, todas igualmente sugerentes y válidas. Por lo menos contamos con su lugar de procedencia, Hamelín, un pueblo de la Baja Sajona alemana. Según el historiador, teórico o estudioso de turno, podría tratarse de una narración alegórica de alguna plaga, por la que podrían haber muerto tantos infantes (la presencia, además, de las ratas a las que hipnotiza en primer lugar el flautista, sería aquí significativa); podría deberse a la salida masiva de niños en la famosa (y dudosa) Cruzada Infantil; o podría responder a un éxodo generalizado de jóvenes hijos no primogénitos que buscasen tierras propias, relacionado con la Ostliedlung, o colonización alemana del este de Europa. Según la versión, la narrativa es más o menos cruel: en algunas variantes los niños mueren, en otras viven para siempre en un lugar maravilloso, en otras regresan a su hogar después de pagar sus padres la deuda acumulada con el flautista. Aunque la moraleja de la historia parece clara (cumple tus promesas y paga lo convenido o vendrá un hombre extraño y se llevará a tus hijos), hay connotaciones e interpretaciones que no se nos escapan, y menos en nuestros días, en los que el lector ejerce un saludable ejercicio de sospecha. De este modo, ha habido quien ha querido ver referencias a la pederastia en la figura del flautista de vestimenta colorida que con tanta facilidad engatusa a los niños para llevárselos a una tierra prometida de juegos y dulces, dejando atrás a los lisiados y menos válidos, que son los que dan el aviso a los adultos de Hamelín.

Como con todo buen cuento, las versiones y adaptaciones han sido innumerables; seguramente la más conocida sea la recreación de los Hermanos Grimm, junto con los textos de Goethe y de Browning, pero se conservan manuscritos al respecto desde el siglo XIV. En una genial vuelta de tuerca, escritores como China Miéville (El rey rata) o Terry Pratchett (El asombroso Mauricio y sus sabios roedores) han elaborado versiones muy particulares del cuento tradicional, mezclándolo el primero con elementos contemporáneos, y realizando una variación humorística (en la que el flautista no es más que un timador asociado a un gato y a una panda de ratones inteligentes) el segundo.

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Grandes plagios literarios (II)

AutorGabriella Campbell el 16 de noviembre de 2011 en Divulgación

Ana Rosa y su libro

Siempre ha habido autores reconocidos que se han aprovechado de otros peor avenidos para hacer el agosto. Con frecuencia se trataba de escritores que respondían a una demanda inmensa, obligados a producir una cantidad enorme de obras en un tiempo muy limitado. Del mismo modo que otros usaban negros literarios para hacerles el trabajo sucio, muchos recurrían al uso indiscriminado de textos ajenos, generalmente pertenecientes a autores poco conocidos. Se sospecha que muchos de los grandes de la literatura hayan recurrido a esta treta, como podría haber ocurrido con Shakespeare. Con nuestro Lope de Vega, o con escritores mucho más actuales como Camilo José Cela, que ha sido acusado en varias ocasiones de utilizar ideas, personajes y argumentos de novelas ajenas. Recientemente ha sido llevado de nuevo a juicio (o más bien lo ha sido Planeta, ahora que el autor ha fallecido) por el supuesto plagio de la novela Carmen, Carmela, Carmiña (Fluorescencia) que fue presentada por Carmen Formoso al premio Planeta en el año 1994 y que parece ser que Cela “adaptó” para convertirla en la novela que resultó ganadora: La Cruz de San Andrés.

Otro caso aparte, pero también muy frecuente, es el plagio de traducciones. Es obvio que es mucho más complicado encontrar el plagio en una traducción, debido a que una parte importante de una traducción puede coincidir, por lógica, con la de otra persona. Es precisamente en las omisiones y en los fallos donde puede pillarse al traductor con delito, ya que éstas son mucho más fáciles de encontrar y denunciar. Y sí, hay plagiadores tan torpes que copian hasta los errores, sin molestarse en revisar su trabajo de copia, como ha aprendido a base de escándalo la periodista y presentadora Ana Rosa Quintana, al convertirse en el máximo exponente del plagio literario en nuestro país con su obra Sabor a hiel, que Planeta no tuvo más remedio que retirar del mercado al encontrarse párrafos completos copiados de manera íntegra de escritoras conocidas como Danielle Steel y Ángeles Mastretta. Quintana mantiene que fueron textos insertados por un colaborador y que no tuvo nada que ver con su propia labor autorial, a diferencia de Lucía Etxebarría, que ante las denuncias por plagio en su libro Ya no sufro por amor, declaró a la prensa que esperaba que la acusación de plagio disparase las ventas de su libro. Aunque Etxebarría se ha defendido siempre de las acusaciones de esta naturaleza que ha recibido a lo largo de su carrera recurriendo al socorrido argumento de la intertextualidad artística, dudo que cualquier teórico o crítico estaría dispuesto a utilizarla de ejemplo al hablar de la angustia de las influencias que menciona Harold Bloom o de las teorías polisistémicas de Even-Zohar. Hasta la interliterariedad tiene un límite.

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