Cuando los archienemigos se convierten en amantes: el peculiar caso del matrimonio entre la literatura y la televisión
Quién no recuerda aquella conocida frase de Groucho Marx: “Encuentro la televisión muy educativa. Cada vez que alguien la enciende, me retiro a otra habitación y leo un libro”. Parece que desde siempre la televisión ha sido antónima de cultura, de conocimiento, mientras el libro se ha considerado parangón del aprendizaje. Del mismo modo, el formato largo y elaborado de la novela es muy distinto a la entrega rápida e inconsecuente de la serie de televisión. Hasta ahora, claro.
Ya hemos hablado aquí en Lecturalia de algunas adaptaciones planeadas por el canal estadounidense HBO, que ya ha tenido en sus manos, con un éxito indiscutible, obras maestras de la televisión como Deadwood o Juego de tronos, al igual que planea adaptar a la pequeña pantalla a grandes nombres de la literatura contemporánea como Jonathan Franzen (Las correcciones) o Neil Gaiman (American Gods). No es casualidad que HBO siga apostando por las adaptaciones literarias, incluso con producciones orientadas a un público un poco más joven (True Blood). No se trata sólo de contar con una fuente casi inagotable de material, sino de percatarse de que adaptar no sólo el argumento sino también el ritmo de una novela produce, con frecuencia, resultados espectaculares. En Juego de tronos, la atención al detalle es tan obsesiva como en la obra de Martin, y la ambientación igual de meticulosa, pero es el enredo lento y complejo de personajes el que nos absorbe, el hecho de que la acción transcurra de una manera distinta a la habitual, totalmente al servicio de los personajes, como ocurre en otras series de la misma cadena (Carnivale, Roma) o de otras similares como Showtime, que también cuenta con adaptaciones de libros de gran éxito (ahí tenemos la tenebrosa Dexter). Por primera vez, nos encontramos con creaciones televisivas donde por fin los protagonistas son los propios personajes, que se definen a través de sus actos, sus gestos y su diálogo, apoyados por un cásting que antepone la calidad a la fama y popularidad de sus intérpretes.
En España no solemos tener tanta suerte con las adaptaciones de libros para televisión, pero la influencia estadounidense es poderosa y sin duda nos encontraremos pronto con algún amago imitativo. Ya hay ejemplos de libros y series que interactúan con relativo éxito comercial, como es el caso de la serie de libros de Águila roja de Andrés Carrión, ambientada en la serie televisiva homónima, y de series nacionales basadas en libros de éxito, como ocurrió en su momento con Celia, inspirada por los libros infantiles de Elena Fortún, o con Cañas y Barro (basada en la obra de Blasco Ibáñez), ejemplos que han gozado de una gran respuesta del espectador sin ofrecer necesariamente una calidad óptima. Esperemos que, tanto en nuestra televisión como en otros canales que se atreven con producciones narrativas propias, podamos disfrutar en el futuro de cada vez más creaciones de calidad que nos acerquen más a la escritura de talento y a las adaptaciones íntegras. Un matrimonio de éxito entre la novela y la serie de televisión sería, sin duda, de un provecho incalculable para todos los amantes de la buena narración, tenga esta el formato que tenga.
Así que aprovechamos una vez más para preguntar a nuestros lectores: ¿Qué grandes obras te gustaría ver llevadas a la televisión? ¿Y cuáles de las adaptaciones televisivas del presente o del pasado han estado a la altura, a tu juicio, de la novela en la que se basaban?