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Gabriella Campbell (Página 21)

Nuevas formas para reciclar libros

AutorGabriella Campbell el 11 de abril de 2012 en Noticias

Reciclar libros

¿Recordáis que debatimos en un artículo anterior sobre cuál era la mejor forma de reciclar y darle nueva vida a los libros que ya no necesitábamos? En los comentarios encontramos muchas opiniones enfrentadas; algunos de vosotros abogabais por convertir los libros en algo nuevo, aprovechable (como aquellas obras de arte que os enseñamos, o incluso bolsos o muebles), mientras que otros defendíais el valor de todos los libros, y su derecho a seguir existiendo como tales cuando su dueño ya no los quería. Puede que el artista japonés Koshi Kawach haya dado con una forma más que interesante de proporcionarles nueva vida, si bien su proyecto, el “manga farming”, es sólo una muestra de la influencia que podría tener la industria del libro en el mundo del cultivo.

Kawach expuso su idea en un centro comercial de Nagoya, en 2010, exhibiendo grandes tomos de manga que se habían utilizado para plantar brotes de rábano (kaiware-daikon). Con añadir un poco de agua y sol fue suficiente para que las plantas brotasen, produciendo un efecto divertido y agradable a la vista (por lo menos dentro de una instalación artística). Pero más allá de su impacto artístico Kawach reflexiona sobre las posibilidades del papel, cuya pulpa podría usarse como un fertilizante barato y eficiente, sobre todo teniendo en cuenta la inmensa cantidad de libros no vendidos que se destruyen cada año.

El mayor inconveniente del uso de la pulpa de papel como fertilizante es su bajo contenido en nitrógeno, pero ya existen estudios y propuestas rentables que ofrecen salidas a esta complicación. Teniendo en cuenta que en los Estados Unidos, uno de los mayores productores de libros del mundo, la industria del papel produce cinco millones de toneladas de pulpa en forma de sedimento sólido, no estaría de más que pudiera, por un lado, reducirse dicha cantidad (algo que seguramente ocurrirá con el ascenso del libro electrónico) y, por otro, aprovecharse para algo más productivo que llenar vertederos. La elección de Kawach del manga como base para el cultivo no es gratuita; en Japón el manga ocupa una tercera parte del sector editorial, ya que hablamos de una industria muy lucrativa que se traduce en aproximadamente 10 billones de dólares en ventas anuales. Se venden unos 2 mil millones de tomos de manga al año en Japón, y suele tratarse de ejemplares baratos, de baja calidad, destinados al consumo rápido. Por esto, el desecho que pueden generar debe de ser también espectacular. Aunque el objetivo de Kawach haya sido tan sólo estético (se le presupone intención de, por lo menos, hacernos reflexionar, aunque es dudoso teniendo en cuenta que algunas de sus instalaciones anteriores eran de patatas fritas lacadas, aperitivos en forma de anillo con diamantes incrustados, o mapas realizados con ramen seco), no deja de sugerirnos que esta forma de reciclaje es una posibilidad más para los libros, revistas y periódicos que ya no necesitamos.

Más razones para leer: El poder de los recursos estilísticos (y II)

AutorGabriella Campbell el 8 de abril de 2012 en Divulgación

Cerebro y palabras

Como ya comentábamos en la primera parte de este artículo, la lectura de determinadas palabras y expresiones produce reacciones en el cerebro muy similares a las que se experimentan en la vida real. Ya hemos hablado del llamativo efecto de la metáfora y de la antítesis, pero según Véronique Boulenger, del Laboratorio de Dinámica del Lenguaje de Francia, los verbos y términos que expresan traslado y movimiento activan del mismo modo las partes de nuestro cerebro que utilizamos para movernos. De este modo, si leemos que un personaje le da una patada a una pelota, en nuestro cerebro se “iluminan” las secciones dedicadas a realizar acciones motoras. En el departamento de psicología cognitiva de Toronto han llegado a sugerir que el cerebro, al leer, “carga” las experiencias percibidas en el cerebro, como si se tratara de una simulación, de un videojuego hiperrealista. Además, nos ofrece algo que la vida real no puede: entrar en los pensamientos, sensaciones y aventuras de otra persona, alguien que puede ser completamente distinto a nosotros, lo que nos ofrece vivir una serie de momentos, emociones y acciones que de otro modo nos serían imposibles; un ejercicio, además, que mejora nuestra empatía y nos prepara para entender y relacionarnos mejor con aquellos que nos rodean. Parece ser que nuestro cerebro crea una especie de mapas, de lugares, sentimientos y datos, dedicados en exclusiva a los personajes de los textos que leemos. Para ello, claro, el medio estrella es la novela, ya que nos da la suficiente información para crear mapas muy complejos y detallados.

En el artículo que mencionamos de Annie Murphy Paul sobre la neurociencia y la ficción, ésta nos habla de una serie de estudios realizados en colaboración por el departamento de Toronto y especialistas canadienses de la Universidad de York, que demostraban que aquellas personas que leían con frecuencia tenían mayores habilidades para empatizar con los demás, para entenderlos, para ver el mundo desde otras perspectivas. Llegaron a estas conclusiones a través de una serie de pruebas que descartaban que todo esto partiera de que los individuos de naturaleza más empática disfrutaran más de la lectura que otro tipo de individuos: se realizaron pruebas a niños de muy temprana edad, en las que se descubrió que los niños a los que se les leían cuentos de manera habitual desarrollaban de manera mucho más significativa esta cualidad empática (esto también ocurría con los que veían películas, pero no con los que veían programas de televisión, posiblemente porque al ver la televisión a solas los niños no gozaban de una interacción provechosa con sus padres, lo cual da bastante que pensar respecto al valor del diálogo posterior a la lectura, a ese análisis en común que nos ayuda a percibir todo tipo de elementos que antes no habíamos descubierto en el texto, como nos ocurre al leer una crítica bien hecha o al comentar un libro con amigos). Todo esto indicaría que no sólo se trata de la lectura, sino que la exposición a cualquier tipo de narrativa estructurada y de calidad produce seres humanos más comprensivos y tolerantes. Y nada mejor para ello que una buena película o, cómo no, una joya literaria.

La tribu amazónica que desafió a Chomsky

AutorGabriella Campbell el 7 de abril de 2012 en Divulgación

Tribu Amazónica Pirahã

Cuando el misionero Daniel Everett visitó por primera vez a una tribu que vivía escondida en una de las zonas más remotas del Amazonas, su intención era convertirla al cristianismo. No sólo no lo consiguió sino que, varios años después, ha perdido su propia fe, y de evangelista con conocimientos de lingüística se ha transformado en académico laico, obsesionado con compartir con los demás todo lo aprendido del fascinante lenguaje de la tribu con la que convivió: el Pirahã.

No sería la primera historia de misionero reconvertido, ni la primera historia de investigador centrado en una lengua desconocida para el resto del mundo. Lo que hace que el caso de Everett sea realmente excepcional es que sus escritos sobre el Pirahã desafían algunas de las teorías más estables e importantes de la lingüística contemporánea, y ante todo atacan a la Gramática Universal de Noam Chomsky. Chomsky asegura que el fundamento común de las lenguas humanas es su recursividad, un proceso, generalmente asociado a la subordinación, que permite a un hablante incluir una cláusula dentro de otra de manera teóricamente ilimitada. Este fundamento sería lo que nos permitiría mantener una comunicación rica y compleja que nos diferenciaría, por ejemplo, de los animales; y este es un principio que Everett discute al presentarnos a los “cabezas rectas”, una tribu cuyo lenguaje carece de esta característica, sin perder por ello su facultad comunicativa. Tal vez responda al hecho de que esta tribu piense siempre en presente, careciendo de memoria histórica o concepto de futuro (eliminando por tanto ideas trascendentales como la existencia de una divinidad superior, razón por la que Everett no podía presentarles la religión cristiana, ni ninguna religión, como plausible), pero sea como sea, pone en duda las afirmaciones del que posiblemente sea el mayor lingüista de nuestros tiempos.

¿Pero es realmente esta lengua amazónica para la Gramática Universal lo que aquel neutrino rebelde pudo ser para la teoría de la relatividad de Einstein, o se trata, como con éste, de un error de procedimiento? Después de todo, nadie puede comprobar, por ahora, si lo que asegura Everett es cierto, ya que es el único académico que conoce la lengua Pirahã lo suficiente como para realizar un análisis útil. A esto se une el hecho de que a los científicos, por razones obvias, les pone muy nerviosos que vayan por ahí desbaratando sus bases teóricas, por lo que Everett ha hecho unos cuantos enemigos en el mundo académico, hasta el punto de que algunos profesionales han llegado a influir en la organización que concede los permisos para este tipo de viajes de investigación en Brasil, y a Everett ya no se le permite visitar a la tribu de la discordia.

Teniendo en cuenta el avance tortuoso y lento de las investigaciones lingüísticas, este debate puede tardar años en cerrarse, ya que no hay forma, por ahora, de probar que las afirmaciones del ex-misionero sean ciertas, ni manera de interpretar qué significarían, a la larga, para el mundo de la lingüística. Como en tantos otros campos de conocimiento, la aparición de nuevos datos, lejos de ayudarnos a confirmar aquello que ya sabíamos, contribuye a abrir más y más puertas de duda y confusión.

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El peor artículo de la historia de Vogue

AutorGabriella Campbell el 6 de abril de 2012 en Divulgación

Vogue - Obesidad infantil

Partamos de la base de que Vogue no es una revista que destaque por sus contenidos literarios. Por sus relucientes páginas han paseado algunos de los mejores diseñadores, modelos y fotógrafos del mundo pero, aunque ha habido alguna pluma notable invitada, la calidad de sus textos no es su mayor baza. Por esto, cuando Jezebel.com, el influyente sitio web estadounidense enfocado a mujeres, criticó con dureza uno de sus artículos, llamándolo “el peor artículo de la historia de Vogue”, uno no puede sentir más que curiosidad por saber de qué trataba dicho texto, sobre todo teniendo en cuenta que la propia Jezebel.com es poco más que un sitio de cotilleo y artículos de opinión.

El artículo de Vogue, titulado Weight Watchers y escrito por Dara-Lynn Weiss, una de estas personas que uno nunca sabe realmente por qué son famosas (parece ser que por ir a muchas fiestas en Manhattan), se centra en los meses de pesadilla por los que pasó Weiss intentando que su hija, la pequeña Bea, perdiera peso. Después de que el pediatra diagnosticara a Bea, de siete años, de obesidad, Dara-Lynn recurrió a la dieta de la Dra. Dolgoff, llamada Red Light, Green Light, Eat Right (Luz roja, luz verde, come bien), para ayudar a su hija a perder peso. La dieta en cuestión, enfocada a niños con problemas graves de peso, es bastante razonable, ya que insiste en la necesidad de comer sano, realizar ejercicio y ayudar a los niños a que tomen ellos mismos las decisiones sobre qué comer, para que adquieran hábitos saludables para el resto de su vida. Sin embargo, parece que Dara-Lynn se olvidó de la parte de “tomar ellos mismos las decisiones”, y describe en su artículo cómo humilló en varias ocasiones a su hija, montando escenas cada vez que alguien le ofrecía un dulce, o cómo en un Starbucks le gritó a un empleado por no saber cuántas calorías contenía una bebida (tras lo cual tiró dicha bebida a la basura). Dara-Lynn reconoce que podría estar proyectando sus propias experiencias con las dietas, y sus problemas con el control de peso, en la dieta de su hija, y celebra, en el artículo, cómo su hija por fin ha perdido el peso necesario. Como recompensa, la llevó de compras para adquirir unos bonitos vestidos nuevos, y Vogue les hizo una sesión de fotos.

Por desgracia, el artículo no está disponible online, así que la mayoría de opiniones se basan en extractos publicados en Jezebel. Es complicado comprender así el contexto de Weiss, pero no hay duda de que el tema ha levantado ampollas por todo el mundo, y no queda claro si la neurosis de Weiss responde a una preocupación real por la salud de su hija, o si se trata de un miedo irracional a que su niña sea “gorda, el mismo miedo que la ha perseguido a ella misma durante toda su vida. Sea como sea, Random House ya le ha ofrecido publicar un libro sobre el tema en su sello Ballantine, lo que promueve la idea de que obsesionarte sobre lo que come tu hija es algo que merece promoción y aplauso y, más aun, que lo que pueda esto afectar a tu niña, al exponer ante la opinión pública algo tan irrelevante como su peso, te importa menos que ver tu propia imagen, sonriente, en una solapa.

Más razones para leer: El poder de los recursos estilísticos (I)

AutorGabriella Campbell el 5 de abril de 2012 en Divulgación

Cerebro y palabras

Recuerdo haber leído hace un tiempo en un comentario de Scott Adams, a una de sus tiras de Dilbert, que estaba muy impresionado por la letra de la canción Bad Romance, de Lady Gaga. Adams, de formación científica, probablemente nunca se había encontrado con la definición de oxímoron, antítesis o incluso de paradoja (por lo menos no en el sentido literario), y se encontraba muy sorprendido por el efecto de las contraposiciones que podían encontrarse en la canción, ya que obligaban a su cerebro a recurrir a dos conceptos aparentemente irreconciliables y opuestos como “querer” o “desear”, ideas tradicionalmente asociadas a cosas positivas, y “enfermedad” o “venganza”, términos de clara connotación negativa. Esta unión de vocablos de significados tan dispares obligaba al cerebro a realizar un esfuerzo no acostumbrado y a crear conceptos totalmente nuevos. Mientras una parte de mí se burlaba de este señor de aparente superioridad intelectual, que dedicaba quinientas palabras a descubrir él solito la poesía (si tal fue su impresión con Gaga, mejor no dejarle cerca nada de Quevedo), otra no dejaba de preguntarse cómo este tipo de recursos retóricos afectan a nuestra forma de pensar, y cómo podríamos utilizar este conocimiento para reivindicar lo literario más allá de lo estético, artístico y socio-político.

Pero eso ya lo ha hecho por mí la periodista Annie Murphy Paul, quien en un reciente artículo para el New York Times nos explica los resultados de varias investigaciones en el campo de la neurociencia que aportan datos muy interesantes del efecto de la lectura en nuestro cerebro. Ya hablamos en otro artículo de Lecturalia sobre cómo la lectura obligaba a nuestra mente a crear sistemas y planos de pensamientos diferentes y nuevos, pero Paul hace mención a ciertos recursos retóricos que también ofrecen resultados sorprendentes. Del mismo modo que la paradoja de Lady Gaga obligaba al cerebro de Adams a tomar conceptos de zonas muy distintas del cerebro y a unificarlos creando nuevas nociones y conexiones neuronales, Paul explica la importancia de la metáfora, otro de esos recursos fundamentales en la literatura y que produce reacciones en nuestro cerebro del todo asombrosas. Según las investigaciones de la revista NeuroImage, los sujetos que se prestaron a leer determinados textos, mientras sus cerebros eran monitorizados, respondían de manera muy diferente ante expresiones normales (o ante metáforas que, siguiendo al teórico Paul Ricoeur, podríamos denominar como “muertas”, es decir, tan utilizadas y tópicas que no aportan nada nuevo) que ante textos que contenían metáforas “vivas(aquellas que o son nuevas o no las conocemos lo suficiente como para ser indiferentes ante ellas).

Los textos metafóricos incitaban al cerebro a activar zonas que no suelen asociarse con la comprensión comunicativa, como aquellas que se relacionan con los sentidos: de este modo, una persona que leyera las palabras “el cantante tenía una voz aterciopelada”, tendría activada la zona de su cerebro relacionada con el sentido del tacto. En la segunda parte del artículo veremos más ejemplos de cómo ciertos recursos y palabras, al ser leídas, activan diferentes partes de este órgano, convirtiendo la experiencia de leer en una experiencia muy parecida a la experiencia de vivir.

Quejas en los márgenes

AutorGabriella Campbell el 4 de abril de 2012 en Divulgación

Libros medievales

Ya hemos hablado, y con cierta recurrencia, del hábito de algunos lectores de anotar en los márgenes de los libros. Es una costumbre que adoptan también estudiosos, traductores y escritores, como demuestra, por poner un ejemplo notable, el decoradísimo ejemplar de Nabokov en su intento obsesivo de traducir el Eugenio Oneguin de Pushkin, traducción que le valió demasiados años de su vida, la crítica negativa de gran parte del gremio, y la amistad del gran eslavista y crítico estadounidense Edmund Wilson.

Esta costumbre no es, ni mucho menos, moderna. Ya en el medievo, mientras trabajaban de manera incansable en sus transcripciones y miniados, encontramos pruebas de que su labor no era, de hecho, tan incansable. En la revista Lapham’s Quarterly encontramos un precioso gráfico que recoge las mejores anotaciones espontáneas de transcriptores medievales, y he querido compartirlos con vosotros, ofreciendo traducciones aproximadas a los comentarios de estos sufridos copistas, quienes se lamentan de su trabajo, y en ocasiones hasta puede que intenten justificar una labor imperfecta (gracias a una mala tinta o a pergaminos hirsutos):

-”New parchment, bad ink; I say nothing more” (Pergamino nuevo, tinta mala; no digo más).

-”I am very cold” (Tengo mucho frío).

-”That’s a hard page and a weary work to read it” (Es una página difícil y cuesta mucho leerla).

-”Let the reader’s voice honor the writer’s pen” (Que la voz del lector honre a la pluma del escritor).

-”This page has not been written very slowly” (Esta página no se ha escrito muy despacio).

-”The parchment is hairy” (El pergamino tiene pelos).

-”The ink is thin” (La tinta está aguada).

-”Thank God, it will soon be dark” (Gracias a Dios, pronto será de noche).

-”Oh, my hand” (Oh, mi mano).

-”Now I’ve written the whole thing: for Christ’s sake give me a drink” (Ya he terminado por fin con esto, Por el amor de Dios, dadme algo de beber).

-”Writing is excessive drudgery. It crooks your back, dims your sight, and twists your stomach and your sides” (Escribir es demasiado penoso. Te dobla la espalda, entorpece la vista, y te retuerce el estómago y los costados).

-”St. Patrick of Armagh, deliver me from writing” (San Patricio de Armagh, libérame de escribir).

-”When I wrote I froze, and what I could not write by the beams of the sun I finished by candlelight” (Mientras escribía me congelé, y lo que no pude escribir bajo los rayos del sol terminé junto a la luz de las velas).

-”As the harbor is welcome to the sailor, so is the last line to the scribe” (Del mismo modo que le es grato al marinero llegar al puerto, le es grato al escriba llegar a la última línea).

Y no podemos dejar de hacer referencia al monje que, tras una larga y ardua labor de copia, se pone un tanto filosófico:

-”This is sad! O little book! A day will come in truth when someone over your page will say, The hand that wrote it is no more” (¡Esto es triste! ¡Oh, pequeño libro! Llegará en verdad el día en que alguien, sobre tu página, dirá “La mano que escribió esto ya no existe”).

Pagar por publicar (y II)

AutorGabriella Campbell el 1 de abril de 2012 en Divulgación

Edición de vanidad

En la primera parte del artículo analizábamos hasta qué punto ha cambiado el mercado editorial, de tal forma que ahora el que aporta la mano de obra, el escritor, puede llegar incluso a pagar por ver su libro en el mercado. Del mismo modo que en situaciones graves de paro hay quien paga por obtener una entrevista de trabajo, podría asumirse que el escritor está dispuesto a invertir no sólo su trabajo sino su propio capital para obtener un beneficio no sólo económico (que resulta poco probable debido a la feroz competencia) sino personal. En este sentido los anglosajones utilizan un término muy adecuado para la autoedición, calificándola de Vanity Press, es decir, impresión por vanidad.

Como ya hemos tratado en Lecturalia los diferentes medios de publicación para el escritor (edición tradicional, coedición, autoedición), llaman ahora la atención algunos aspectos que han ido modificándose de manera evidente desde la última vez que os ofrecimos nuestra percepción del asunto. Como ya apuntó Alfredo Álamo en su artículo ¿Una nueva autoedición?, el formato de autoedición ha evolucionado de manera que, gracias a las nuevas tecnologías y al conocimiento informático cada vez mayor del usuario medio (junto a las posibilidades del software libre y otras herramientas de gran utilidad), el autor por fin puede (otro aspecto a estudiar sería si debe) prescindir de los intermediarios clásicos. Esto es muy productivo si el escritor dispone además de conocimientos avanzados de corrección, maquetación, diseño y mercadotecnia, y es una lástima que tantos de los que se han apuntado al carro Amazon de la producción digital y a demanda no dispongan de dichos conocimientos, ni entiendan la necesidad de subcontratarlos. Demasiado a menudo se olvida que más allá de las garras de las temibles editoriales, a las que los escritores suelen ver como auténticos vampiros, existen profesionales autónomos más que cualificados para apoyarnos en la aventura de publicar, para producir un texto que, si bien no tiene una calidad garantizada, a falta de un filtro editorial, por lo menos ofrece una presentación cuidada y correcta. Tal vez una de las consecuencias nefastas de la burbuja de esta nueva autoedición de la que habla Álamo sea, aparte de ese filtro tan necesario para separar la paja del oro (no siempre eficiente, pero desde luego útil), la proliferación de obras repletas de erratas, maquetadas en fuentes ilegibles con un diseño atroz, vendidas no ya como objeto cultural, sino como ente promocional. Facebook y Twitter cobran más importancia que el valor de marca, ofreciendo una satisfacción inmediata para el ego del autor, una recepción pública mucho más rápida (y efímera) de lo que podría suministrar una editorial seria.

Y algo más está cambiando, algo que podríamos asociar a un catálogo cada vez más extenso procedente de las empresas de autoedición y coedición encubierta. En la mejor línea de la famosa Editorial Garamond en El péndulo de Foucault de Umberto Eco, aparecen incluso en editoriales reconocidas, supuestamente de edición tradicional, contratos con cláusulas nunca vistas como que el autor debe comprar una parte de los libros producidos o que debe pagar un porcentaje de los gastos de impresión, o que junto a estas condiciones además recibe un porcentaje mínimo por la venta de libros que él mismo ha costeado. Surgen autores que ofrecen, ellos mismos, cubrir el gasto de la edición con tal de ver su nombre asociado a una editorial de prestigio. Esto nos impulsa hacia un mercado donde la oferta carece de criterio preestablecido, donde hasta las grandes marcas pueden suspender su filtro de calidad. Y ahora, más que nunca, impera el boca a boca, la recomendación, las visitas a blogs y redes sociales especializadas, buscando una lista de títulos que no vayan a dejarnos un mal sabor de boca, ya sea por falta de calidad en el contenido o en la forma.

Pagar por publicar (I)

AutorGabriella Campbell el 30 de marzo de 2012 en Divulgación

Pagar autoedición

En el mercado actual hay una delicada balanza que, con el tiempo, puede oscilar en una u otra dirección. Sin embargo, pocas áreas han oscilado de una manera tan flagrante como el mercado editorial, donde la contraposición oferta-demanda comienza a alcanzar cotas extraordinarias.

Hasta hace relativamente poco, el mundo editorial respondía a un encuentro económico de lo más normal: uno vende y otro compra. Por supuesto, se trata de algo mucho más complicado: “el que vende” es un conjunto demasiado amplio: escritor, corrector, maquetador, traductor, editor, imprenta, comerciales, distribuidora, librería…, mientras que el que compra es uno solo, el lector (y no dejéis de pensar en ello la próxima vez que os lamentéis del precio aparentemente abusivo de un libro en papel). En cuanto al libro digital, siguen participando unos cuantos en la producción de la obra, si bien podemos eliminar de la ecuación a la imprenta y a la distribuidora física (una lástima que en ocasiones su parte del pastel se la coman igualmente grandes plataformas de venta y editores avariciosos). De manera tradicional, el principal productor de la obra, el escritor, ofrecía un texto y a cambio recibía una cantidad fija o porcentual por las ventas de dicho texto. Esto responde a una necesidad de mercado clara: los lectores demandan textos, y los escritores reciben dinero por proporcionarlos.

Sin embargo, en los últimos tiempos viene produciéndose un fenómeno sorprendente. La posición del escritor, asociada tradicionalmente a prestigio y respeto por parte de lectores y miembros en general de la sociedad, unida a una alfabetización cada vez más democrática, se ha convertido en un oficio no sólo envidiable, sino accesible para todos. A pesar de estar, desde siempre, poco y mal pagado, existe la envidia del lector, la postura más o menos moderna (hay antecedentes, desde luego, pero nunca ha sido tan clara la situación como en los últimos años) de que cualquiera puede escribir un libro, cualquiera puede llevar a cabo esa acción antaño reservada para sabios y eruditos.

Y de repente nos encontramos con un contexto desconcertante: resulta que ahora la oferta es tan inmensa, y supera con tantos creces a la demanda, que la balanza se invierte y es el escritor el que se convierte en comprador, es el escritor el que debe pagar por producir un texto. Esto, en principio, no es bueno ni malo, sólo es sintomático de determinados cambios sociales y culturales. Por supuesto que, como ocurre en cualquier exceso de oferta, la calidad no es siempre óptima, pero aquí no se trata de que, como podría pasar con cualquier otro producto, gane el que venda más barato. La oferta es tal que uno tiene que plantear un precio tan bajo que entra en negativo, es decir, llegamos a la increíble situación de tener que pagar por vender. En caso de no existir los intermediarios que hemos mencionado, nos encontraríamos simplemente con una cuestión de competencia y supervivencia del más fuerte, del mejor, el más barato o el más ocurrente y original. No obstante, precisamente por esta cadena de producción tan elaborada, los que arriesgan el capital deben encontrar otros modos de sufragar el coste de la operación, y nada más fácil que alimentarse del deseo de prestigio del autor. Y aquí encontramos vertientes editoriales que responden al exceso de oferta haciendo responsable al escritor de todo o parte del gasto involucrado. Ya sabéis de qué hablo: coedición, autoedición y similares. ¿Pero en qué ha cambiado este modelo en los últimos tiempos? ¿En el fondo nos acercamos a la publicación absoluta, similar a la de los contenidos de internet, por la que debemos pagar alojamiento y nombre de dominio (plataforma de venta y copyright) para lanzar nuestras palabras al espacio virtual? De ello hablaremos en la segunda parte del artículo.

Publican nueva novela corta de Kurt Vonnegut

AutorGabriella Campbell el 27 de marzo de 2012 en Noticias

Basic Training - Vonnegut

La editorial estadounidense RosettaBooks acaba de publicar una novela corta del escritor Kurt Vonnegut, hasta ahora inédita. Sesenta años después de que la obra fuese rechazada por el Saturday Evening Post (antes de que el escritor alcanzara fama a nivel internacional con obras como Matadero cinco o El desayuno de los campeones), RosettaBooks recupera este texto de 22.000 palabras titulado Basic Training (Entrenamiento básico), obra que han seleccionado de entre cientos de otros textos no publicados que los responsables de los derechos de Vonnegut les ofrecieron en su momento. La editorial afirma que han elegido esta novela porque incluye los grandes temas clásicos del escritor: “la locura de los reyes; la improbabilidad de la existencia; la lucha del héroe con el amor y el deber; y el significado del heroísmo”. Lo mejor de esta noticia es que estará disponible directamente para Kindle por tan sólo $1,99 (1,5 €), sumándose así a una creciente lista de obras más que deseables que se ofrecen en formato electrónico a precio muy apetecible. Con todo, no deja de resultar curioso que este texto siga el camino de la revolución digital, teniendo en cuenta el carácter a veces tecnófobo de su autor, quien desconfiaba de aquellos que dependían demasiado de los ordenadores, y de las “comunidades electrónicas”.

Tras la muerte de Vonnegut, se encontró todo un tesoro de obras inéditas en su residencia de Indiana, algunas de ellas escritas, como Basic Training, tras regresar el escritor de su participación en la Segunda Guerra Mundial, en la que había sido prisionero, capturado en la Batalla de las Ardenas. Al volver, y tras estudiar Antropología en la Universidad de Chicago, consiguió un trabajo como relaciones públicas en General Electrics, lo que influyó de manera notable en su estilo sencillo y conciso. Debido al carácter público de su empleo, utilizó el pseudónimo de Mark Harvey para mover sus textos literarios. Tanto su labor en General Electrics como su experiencia en la guerra influyeron en su obra (Vonnegut fue uno de los siete prisioneros americanos que sobrevivieron al bombardeo de Dresde, y entre los horrores que vivió se incluye el apilamiento y quema de cadáveres cuando estuvo preso en un almacén alemán conocido como “Matadero Cinco”, que luego inspiraría su novela más célebre), pero a la vez el escritor se encontraba atrapado entre el tipo de literatura que solicitaban publicaciones de moda como el Saturday Evening Post (cuyo rechazo hacia Basic Training, obra de tono antimilitarista que atacaba el carácter conservador del estadounidense medio, no es de extrañar teniendo en cuenta el público objetivo de la revista) y la siempre tentadora llamada de la ciencia ficción, su medio favorito pero a la vez todavía un subgénero carente del prestigio literario que él perseguía.

La publicación de este texto nos lleva una vez más a preguntarnos si es buena idea recuperar obras que nunca llegaron a publicarse, por el mero hecho de haber salido de la pluma de un nombre reconocido. Algo a lo que no tendremos respuesta hasta haber leído la novela corta de Vonnegut que, por suerte, a $1,99, es un riesgo que muchos estarán dispuestos a permitirse.

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Esos crueles editores

AutorGabriella Campbell el 24 de marzo de 2012 en Divulgación

Editor cruel

Como en cualquier sector u oficio, la actuación de unos pocos puede ensombrecer la imagen de la mayoría. Sería poco realista, y totalmente injusto para con aquellos profesionales que se dejan la piel en su labor, trabajando con integridad y esmero, juzgar a la persona del editor basándonos en los numerosos casos que se conocen de abuso y estafa propiamente dicha. Pero no hay duda de que para el escritor los editores son la mayor barrera a superar, y su posición de árbitros de calidad y gestores de la obra del autor coloca a este en una posición cuanto menos precaria. Surgen una tras otra noticias de índole casi fantástica, sobre todo en lo que se refiere a grandes empresas editoriales, respecto al estado lamentable en que han acabado grandes escritores a pesar de haber proporcionado pingües beneficios a aquellos que los han publicado.

Uno de los casos llamativos más recientes ha sido el de Gary Friedrich. El nombre puede que no os resulte familiar, pero Gary fue el mayor responsable de la imagen moderna del personaje del Motorista Fantasma, esa figura popular del cómic estadounidense que ya se ha llevado al cine en dos ocasiones, con un archiconocido Nicholas Cage como protagonista. Friedrich no obtuvo una gran retribución en sus días con Marvel, y tampoco gozó de derechos de autor con los que alimentarse una vez terminó su trabajo con ellos. Sobrevivió a duras penas, ayudándose de lo obtenido con las ventas de láminas firmadas de su personaje. Enfadado tras ver el excelente rendimiento de su superhéroe a manos de la industria del cómic y del cine, demandó a la gigantesca Marvel y fracasó estrepitosamente: no sólo no se le reconocieron derechos de autor sino que la editorial contraatacó llevándolo a juicio por vender reproducciones de imágenes que según la empresa le pertenecían. Ahora, Friedrich, que apenas tiene para comer, tiene que pagar 17,000 dólares por vender unas láminas de imágenes que él mismo creó. Esta lamentable situación ha escandalizado a la industria del cómic y de la literatura en general, con voces tan conocidas como la de George R. R. Martin haciéndose eco. Martin propone a los que vayan a ver la película más reciente que consideren además donar un porcentaje mínimo de lo que les costó la entrada al cine para un fondo dedicado a ayudar a Friedrich (más información en su blog, que está enfermo, a punto de perder su vivienda, y endeudado hasta las cejas por pagarle a una empresa a la que ya le ha aportado una rentabilidad más que notable.

Friedrich no es ni la primera ni la última víctima en este sentido, pero a lo mejor la más conocida sea el creador de Sandokán, Emilio Salgari, que se hizo el harakiri con tan sólo 49 años, en 1911, ahogado por su terrible situación familiar y económica. Sus editores lo sometían a jornadas eternas de trabajo sin un salario decente, y finalmente les dedicó las siguientes palabras en su nota de suicidio:

A vosotros, que os habéis enriquecido con mi piel, manteniéndome a mí y a mi familia en una continua semimiseria o aún peor, sólo os pido que en compensación por las ganancias que os he proporcionado, os ocupéis de los gastos de mis funerales. Os saludo rompiendo la pluma.

Sea como sea, recordemos que estos son casos concretos no atribuibles a todo el gremio editorial, y que en la mayoría de las ocasiones no son los editores, ni mucho menos, los que obtienen la parte del león en las ventas de libros (sobre todo en lo que se refiere al soporte tradicional), sino distribuidoras y puntos de venta. Curiosamente se habla poco o nada de productos culturales (libros, películas, arte) condenados al fracaso por una mala distribución, cuando se trata de una situación más que frecuente. Queda claro que los casos más notables son aquellos que obtienen mayor repercusión: autores y traductores que han fallecido en la más absoluta miseria tras un éxito rotundo de sus obras; y con frecuencia observamos una demonización de la figura del editor, sin contar con datos como qué tipo de contrato había aceptado y firmado el escritor o, en casos más extremos, si había dilapidado sus innumerables regalías en drogas, alcohol y conejitas de Playboy.

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