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Gabriella Campbell (Página 17)

Tiempo para leer (I)

AutorGabriella Campbell el 10 de julio de 2012 en Divulgación

Tiempo - Libro

Hay personas a las que no les gusta leer. Esto es así y tenemos que aceptarlo, por mucho que nos cueste comprenderlo a los que no podemos vivir sin devorar libros, ya sean de ficción, de ensayo o de poesía. Puede deberse a que en el colegio les obligaron a leerse El Quijote con doce años y todavía tienen pesadillas con tomos gigantes por las noches, puede ser que no hayan encontrado un libro que les resulte realmente apasionante, puede ser que se criaran en una casa en la que no había ni una sola obra literaria, o en un entorno en el que leer estaba mal visto. Aunque nuestro primer instinto puede ser el intento de evangelización que suele acompañar al lector feroz (el tradicional “eso es que no has leído tal libro de tal autor”), debemos controlar nuestro afán de proselitismo y aceptar que no todos comparten nuestra pasión exacerbada.

Un caso aparte es el de los que se excusan con el consabido “yo es que no tengo tiempo para leer”. Los que se valen de esta respuesta son, con frecuencia, personas que en su juventud fueron ávidos lectores, pero que con la exigencia de un trabajo, una casa que mantener, una vida familiar y miles de eventos más que se empeñan en despejar de libros nuestra mesita de noche, ya no disponen de tranquilidad para sentarse y disfrutar de una buena obra. En este par de artículos me gustaría señalar algunos trucos, sugerencias e ideas que podrían ayudar a este tipo de exlectores (a no ser, claro, que se trate simplemente de una mera excusa de aquellos que nunca han leído pero prefieren no admitirlo). Recordad que leer tiene muchísimos beneficios (como podéis ver aquí, o aquí), así que merece la pena hacer un pequeño esfuerzo extra.

Hay dos formas fundamentales de encontrar tiempo para la lectura (y esto, claro, es aplicable para cualquier otra actividad). Por un lado, puedes asignarle un periodo de tiempo fijo a esto de leer, como puede ser una media hora justo antes de dormir. Pero si realmente crees que no tienes posibilidad ni de hacer eso, puedes intentar robarle tiempo a otras actividades.

-Primero, piensa en todas esas pequeñas cosas que haces que realmente no te aportan nada. Cronometra el tiempo que pasas en las redes sociales, por ejemplo, te sorprenderá ver cómo poco a poco se va acumulando y probablemente descubras que les dedicas mucho más de lo que querrías admitir. Lo mismo puede decirse del email, del móvil, o de la televisión. ¿Seguro que no podrías dedicarle unos diez minutos de ese tiempo a la lectura?

Ten el libro a mano. Descubrirás que hay montones de pequeños momentos cotidianos en los que puedes leer mientras realizas tareas que apenas requieren de tu atención (hervir agua, esperar a que se llene una bañera, ¡hasta cepillarte los dientes!). Y no hablemos ya de leer mientras caminas. No lo recomendaría por motivos de seguridad, pero seguramente recordaréis este artículo en el que lo describíamos. Para todo esto vienen bien los libros pequeños y fáciles de manejar, o algún lector electrónico resistente a manchas y a golpes ocasionales.

En la segunda parte del artículo continuaremos con nuestras sugerencias para encontrar tiempo para leer.

Las mejores obras de la literatura criminal, según Ian Rankin

AutorGabriella Campbell el 9 de julio de 2012 en Divulgación

El sueño eterno

El periódico anglosajón The Daily Mail publicó hace poco en su versión online una lista de lo más llamativa: los diez libros preferidos, dentro del género policíaco, del escritor escocés Ian Rankin. Para los que no conozcáis a Rankin, se trata de uno de los autores de suspense mejor valorados del mundo; si recordáis aquel artículo que publicamos sobre obras de arte esculpidas de libros, gran parte de estas esculturas misteriosas iban dedicadas a Rankin. Además de novela, donde destaca su personaje más popular, el investigador John Rebus, ha escrito relatos, ha participado en una gran cantidad de producciones para televisión y hasta creó una novela gráfica para Vertigo, protagonizada por John Constantine de la serie Hellblazer. Por todo esto, nos resulta muy interesante ver cuáles son las elecciones de Rankin a la hora de seleccionar su top 10:

  • 1. Memorias privadas y confesiones de un pecador justificado, de James Hogg.
  • 2. Casa desolada, de Charles Dickens.
  • 3. Crimen y castigo, de Fyodor Dostoyevski.
  • 4. El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde, de Robert Louis Stevenson.
  • 5. Brighton Rock, de Graham Greene.
  • 6. El sueño eterno, de Raymond Chandler.
  • 7. Rosseana, de Maj Sjöwall y Per Wahlöö.
  • 8. El asiento del conductor, de Muriel Spark.
  • 9. El nombre de la rosa, de Umberto Eco.
  • 10. Carne trémula, de Ruth Rendell.

Como podéis ver, Rankin se decanta por una serie de títulos de lo más variopinta. Si bien apunta algunos clásicos del género negro, como el thriller tradicional de investigador privado aficionado a la bebida de Raymond Chandler, o la obra de misterio criminal de Ruth Rendell (conocida sobre todo en España por la adaptación poco fiel que realizó para la gran pantalla Pedro Almodóvar), al mismo tiempo hace mención de obras pretéritas que generalmente no se asocian con la novela negra, pero que sin embargo han marcado a muchos de los grandes escritores del género actual: este es el caso de Crimen y castigo o de El nombre de la rosa. En Casa desolada, de Dickens, aparece el personaje de Vidocq, un detective francés real de la época y personaje singular, que luego influiría en la creación de muchos investigadores del género negro contemporáneo. Dickens también había hecho uso de él en Grandes esperanzas, como inspiración para uno de sus personajes.

Tal vez la obra menos conocida de la lista sea la de James Hogg, que se publicó por primera vez en 1824, y que muestra un tratamiento psicológico bastante adelantado a su época, donde la relación del protagonista, un asesino y criminal que se considera libre de culpa por estar “justificado por la gracia de Dios” con cierta entidad sobrenatural de procedencia desconocida otorga a la obra un ambiente oscuro y terrorífico propio de la novela gótica. En cuanto a Rosseana, se ha dicho del equipo escritor formado por Sjöwal y Wahlöö que ha sido antecesor de la ola actual de género policíaco nórdico, donde destacan escritores como Asa Larsson o Henning Mankell.

¿Creéis que esta es una buena selección? ¿Qué obras de este género recomendaríais vosotros?

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Por qué escribir

AutorGabriella Campbell el 6 de julio de 2012 en Opinión

George Orwell

Hemos hablado mucho en Lecturalia sobre las razones que nos pueden llevar a leer, pero ¿cuáles son los motivos que impulsan a una persona a escribir? Se lo hemos preguntado, de manera póstuma, a un maestro de la pluma, a uno de los grandes que debía de tener razones mayúsculas para hilar palabras e historias, creando algunas de las obras más importantes de la literatura universal. Hablamos nada menos que de Eric Arthur Blair, mejor conocido como George Orwell, autor de libros como 1984 o Rebelión en la granja.

En su ensayo de 1946 Por qué escribo, Orwell nos presenta cuatro razones que a él le parecen fundamentales para escribir. Son las siguientes:

1. Por puro egoísmo. Orwell lo define como un “deseo de parecer listo, de que hablen de ti, que te recuerden cuando hayas muerto, para vengarte de los adultos que te menospreciaron cuando eras un niño, etc.”. También afirma que “los escritores serios son por lo general más vanidosos y egocéntricos que los periodistas, pero les interesa menos el dinero”.

2. Por entusiasmo estético. Nos sentimos impulsados por el deseo de colocar palabras en el orden adecuado, de disfrutar del impacto de un sonido con otro o del ritmo de una buena historia. Queremos compartir una experiencia estética que a nuestro juicio es valiosa. Hasta el escritor más seco y objetivo tendrá ciertas palabras favoritas, ciertas frases que utilice por razones poco utilitarias… o tal vez le emocione la tipografía y la disposición de párrafos y márgenes hasta formar una página perfectamente encuadrada.

3. Por impulso histórico. Orwell considera que este impulso es un “deseo de ver las cosas como son, de averiguar la verdad de los hechos y acumularlos para la posteridad”.

4. Por motivaciones políticas. Aquí se utiliza el término “político” en un sentido amplio, es decir, como deseo de hacer un mundo mejor, como tendencia a enseñarle a los lectores mundos posibles y ofrecerles puntos de vista distintos y revolucionarios acerca de su sociedad presente. Orwell afirma que ningún libro está totalmente libre de influencia política, y que la misma opinión de que el arte debe ser creado en el vacío, libre de motivaciones socio-políticas es, a su vez, una opinión política.

Podríamos decir que estos cuatro puntos que nos presenta Orwell se resumen en tres aspectos muy relacionados con lo literario. Primero, escribimos por razones egoístas. Segundo, escribimos por obsesión estética. Y tercero, escribimos porque tenemos un propósito, ya sea histórico, político o social. Más allá de este análisis, resulta muy común escucharle a los que escriben que lo hacen por necesidad, porque si no se volverían locos, y que es un acto de desahogo y de vómito. Imagino que esto podría encuadrarse, en cierta manera, en la primera de las razones expuestas por Orwell, con algún matiz de la segunda.

Y yo os pregunto, a todos los que nos leéis que también os dedicáis a la escritura, ¿estáis de acuerdo con Orwell? ¿Qué motivos o razones os impulsan a vosotros? ¿Cuáles añadiríais sin dudarlo a la lista?

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El ladrón de libros

AutorGabriella Campbell el 3 de julio de 2012 en Noticias

Atlas de Wytfliet

¿Qué tienen en común una copia del Leviatán de Thomas Hobbes de 1651, un ejemplar de 1619 de La armonía del mundo de Kepler, otro de El Diccionario Geográfico de los Estados Unidos de Joseph Scott de 1795 y el Atlas de Wytfliet (1597)? Pues tienen en común dos cosas: primero que pertenecen (o pertenecían) a la Biblioteca Real de Suecia, y segundo que cayeron en las avispadas manos de su empleado, Anders Burius. Forman parte de una lista de 56 obras que se supone que fueron a parar a este ladrón literario, quien los vendía a la casa de subastas alemana Ketterer Kunst.

A Burius ya lo pillaron en el 2004, y el suyo se convirtió en un caso célebre, ya que se suicidó poco después de descubrirse el pastel. No contento con abrirse las muñecas, cortó una tubería de gas, lo que ocasionó una explosión en su edificio que hirió a otras 11 personas. Parece ser que sus compañeros se extrañaban de que con su sueldo de bibliotecario pudiera permitirse coches y ropa de lujo, pero este personaje estuvo trabajando en la Biblioteca Real de Suecia durante 10 años antes de que nadie se percatara de que faltaban obras (Burius robaba y modificaba fichas para ocultar sus delitos), y hay indicios de que sustrajo valiosos textos de otras bibliotecas donde había trabajado antes de ésta. En total, Burius llevaba robando desde 1986; solo con lo que se llevó de la Biblioteca Real de Suecia se estaba embolsando libros con un valor conjunto de unos cuatro millones de euros. Si tenemos en cuenta que la Biblioteca Real de Suecia es el equivalente a nuestra Biblioteca Nacional, adonde se envían copias de todas las obras que se publican, es posible que 56 libros, apenas unas gotas en el océano de libros que gestionan, sean relativamente fáciles de perder, si es a lo largo de varios años y a manos de un bibliotecario muy inteligente y poco ético.

Pero ha sido ahora cuando se han empezado por fin a recuperar las obras. Uno de los bibliotecarios descubrió que una de sus piezas desaparecidas más preciadas, el Atlas de Wytfliet, del que solo existen ocho copias en el mundo, estaba a la venta en Nueva York. El nuevo dueño de la obra era W. Graham Arader, un especialista en compraventa de mapas que a su vez lo había adquirido en la casa de subastas Sotheby’s en Londres en el año 2003, sin saber nada de su procedencia ilegal. En su momento pagó unos 100.000 dólares (unos 80.000 €), toda una ganga, ya que en la actualidad estima que tiene un valor de 450.000 dólares (unos 356.000 €). Sotheby’s le ha reembolsado a Arader lo que pagó por el libro y le ha devuelto la obra a la biblioteca sueca. Arader, que ya ha colaborado en otras ocasiones con las autoridades de otros países para recuperar mapas robados, se ha quejado de la escasa difusión que le ha dado la Biblioteca Real al tema de las desapariciones, ya que ni siquiera llegó a publicar una lista de los títulos en busca y captura (que, por cierto, podéis ver aquí).

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Orgullo, prejuicio y retratos

AutorGabriella Campbell el 23 de junio de 2012 en Divulgación

Jane Austen - Retrato

Allá por el 2007, un tal Henry Rice se sintió muy decepcionado cuando el cuadro que había puesto a subasta en Christie’s no obtuvo las pujas que anticipaba. Rice había valorado la obra en más de 400.000 dólares (unos 315.000 €), y esperaba recibir alrededor del doble de esta cantidad en subasta.

Y es que no se trataba de un cuadro cualquiera. Según su dueño, lejano descendiente de la novelista inglesa Jane Austen, era un retrato al óleo de la escritora cuando apenas contaba con 13 años. El problema era que los expertos no terminaban de creérselo, debido a que la indumentaria de la jovencita de la imagen no terminaba de coincidir con la moda vigente de aquella época. No discutían la ubicación temporal del cuadro, sino que perteneciera a la escritora, debido a que el vestido que lleva la protagonista del óleo no comenzaría a verse hasta bastantes años más tarde, cuando Austen rondaba la treintena. Esto se tradujo en un fracaso a la hora de intentar subastar el cuadro, ya que ningún inversor o coleccionista se atrevía a gastar dicha cantidad de dinero en un cuadro de dudosa autenticidad.

De Austen se conservan muy pocas imágenes. Además de este supuesto retrato, solo se han encontrado un boceto de la escritora realizado por su hermana (además de una adaptación muy posterior del mismo boceto) y un dibujo, todavía no verificado, que descubrió el año pasado su biógrafa Paula Byrne. El retrato de la hermana de Jane muestra a una joven con el ceño fruncido, casi enfadada, y el dibujo descubierto por Byrne nos enseña a una Jane bastante más adulta, de aspecto seguro y confiado, muy distinta de la adolescente que aparece en el cuadro de Rice.

Sin embargo, algunas investigaciones recientes comienzan a respaldar la teoría de su descendiente. A partir de 1910 el cuadro fue restaurado en varias ocasiones, lo que consiguió eliminar, por lo menos para el ojo humano, determinados datos que aparecían en la obra. Con la tecnología actual, se ha podido examinar la imagen a una resolución tremenda, lo que ha permitido descubrir los restos de un nombre, Jane Austen, en la esquina superior derecha. Junto al nombre figura la firma de Ozias Humphry, autor del cuadro y pintor reconocido de la época (Humphry era miembro de la Real Academia y amigo de otros artistas tan conocidos como Gainsborough o Romney; además se da la curiosa coincidencia de que quedó ciego a partir de 1797, lo que ubicaría al cuadro en el periodo de tiempo que se le atribuye. Todo parece apuntar a que la pintura fue realizada en 1789, año en el que Austen tenía 13 años, año que parece figurar también escrito en el propio cuadro). El descubrimiento se llevó a cabo gracias a la participación del experto fotográfico Stephen Cole, que de hecho suele trabajar para un departamento forense, examinando pruebas fotográficas para casos criminales, al más puro estilo CSI. Quién iba a decir que sería él quien conseguiría deshacer el entuerto; el que podría confirmar, por fin, que el disputado cuadro de Rice es un retrato auténtico de la escritora decimonónica. Dejémoslo, simplemente, en que aparte de tener un talento extraordinario para la escritura, Jane era, además, una adelantada a la moda de su tiempo, una trendsetter con apenas 13 años.

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En memoria de Bradbury

AutorGabriella Campbell el 21 de junio de 2012 en Divulgación

Ray Bradbury

Si has estado de vacaciones en Júpiter durante las últimas semanas, es posible que no te hayas enterado de la muerte del escritor nonagenario Ray Bradbury. Internet está repleta de homenajes, artículos y lamentos varios dedicados al autor de Farenheit 451, ese libro cuyo título hace referencia a la temperatura a la que arden los libros.

Bradbury era uno de esos nombres escasos que sirven como puente entre los lectores de literatura general y aquellos que se decantan sobre todo por la ciencia ficción, junto a otros autores “nexo” como George Orwell (1984), Kurt Vonnegut (Matadero cinco) o Philip K. Dick (¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?). Sus libros han marcado a toda una generación de lectores y de escritores de todos los géneros y especialidades. Por esto, era de esperar que con su fallecimiento a los 91 años comenzara a surgir todo tipo de obras y recopilaciones en su recuerdo.

El compendio que más me ha llamado la atención, y que sin duda querríamos que se tradujera lo antes posible a nuestro idioma, es Shadow Show, un conjunto de relatos hasta ahora inéditos e inspirados por Bradbury, escritos por algunos de los más grandes nombres de literatura fantástica actual: Neil Gaiman, Audrey Niffenegger, Ramsey Campbell y Margaret Atwood, entre otros. La publicación es una iniciativa conjunta de Gauntlet Press y Borderlands Press, editada por Mort Castle y Sam Weller, y pretende ser una tirada limitada de libros numerados y firmados.

En cuanto al escritor en sí, me quedo con las palabras de Neil Gaiman, quien contó lo siguiente tanto en su blog como en un artículo escrito a propósito para el periódico británico The Guardian:

Last week, at dinner, a friend told me that when he was a boy of 11 or 12 he met Ray Bradbury. When Bradbury found out that he wanted to be a writer, he invited him to his office and spent half a day telling him the important stuff: if you want to be a writer, you have to write. Every day. Whether you feel like it or not. That you can’t write one book and stop. That it’s work, but the best kind of work. My friend grew up to be a writer, the kind who writes and supports himself through writing.

Ray Bradbury was the kind of person who would give half a day to a kid who wanted to be a writer when he grew up.

La semana pasada, mientras cenábamos, un amigo me contó que cuando tenía 11 ó 12 años conoció a Ray Bradbury. Cuando Bradbury se enteró de que mi amigo quería ser escritor, lo invitó a su oficina y se pasó medio día informándole de todas las cosas importantes: si quieres ser un escritor, debes escribir. Todos los días. Te apetezca o no. Que no puedes escribir sólo un libro y detenerte ahí. Que es trabajo, pero es el mejor tipo de trabajo. Con el tiempo mi amigo se convirtió en escritor, del tipo que escribe y además vive de lo que escribe.

Ray Bradbury era el tipo de persona que sacrificaría la mitad de un día por un niño que quería ser escritor de mayor.

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Sobre el cierre de DVD Ediciones

AutorGabriella Campbell el 20 de junio de 2012 en Opinión

DVD Ediciones

Ya empiezan a caer las grandes. Sergio Gaspar, responsable de DVD Ediciones, dio sus razones hace unos días en una entrevista para El Cultural, donde explicaba el porqué del cierre de este referente de la literatura española. Gaspar hablaba sobre todo del problema del impago de sus clientes (muchos de ellos institucionales), lo que ha lastrado a la editorial que, por otra parte, apenas había tenido un descenso en ventas en los últimos años y mantenía una saludable economía sobre papel. Ésta, por desgracia, no se traducía en liquidez contante y sonante.

Aunque publicaban varios géneros, es en la poesía donde la editorial siempre tuvo su punto fuerte, gracias sobre todo a una visión arriesgada pero efectiva. Es imposible hablar del panorama poético actual en nuestro país sin relacionarlo, de un modo u otro, con DVD Ediciones. Nombres que hoy en día son referencias obligadas, como Elena Medel, Rafael Pérez-Estrada o Javier Egea, no pueden evitar asociarse de alguna manera con la editorial.

En una entrevista de 2006, donde se celebraba el décimo aniversario de DVD, la revista Quimera le preguntó a Gaspar cuál era para él la definición de editor independiente. Éste contestó: “Un editor de literatura en España merece el calificativo de independiente si defiende un proyecto alternativo —al menos, en una parte significativa de su catálogo— a los hábitos, los gustos y los nombres dominantes en el mercado literario español, es decir, si no acepta ni el statu quo ni la inercia del mercado, si aspira construir —al menos parcialmente, insisto— otro(s) mercado(s) y otra(s) literatura(s) en España”. No cabe duda de que el propio Gaspar se encuadraba en esta definición, a lo que se añadía una visión de mercado que le permitió sobrevivir durante dieciséis años, algo inaudito en el sector de la literatura “alternativa”.

Hoy en día encontramos muchas editoriales que se definen como adalides de la poesía encauzada fuera de ese torrente central conocido como mainstream. No obstante, una gran cantidad de éstas sobrevive a duras penas, gracias a subvenciones, contratos de coedición o al ingreso constante de dinero propio, como si de un capricho de ricos se tratara esto de editar a los comercialmente menos viables; y la mayoría son entidades pequeñas con escasos títulos, o son colecciones pertenecientes, a su vez, a editoriales mayores dispuestas a afrontar pérdidas económicas en aras de determinado prestigio. DVD era de las pocas que conseguía ofrecer un producto de calidad lejos de los géneros, temas y nombres más potentes, y mantener cierta rentabilidad a base de arriesgar con escritores menos conocidos pero de sobradísimo talento. En cierto modo ofrece consuelo saber que la editorial no había perdido lectores, sino que se ha visto obligada a enfrentarse al mismo mal que aqueja ahora a toda la industria del libro: la falta de solvencia de los intermediarios y de los propios clientes.

El propio Gaspar ha afirmado que, de regresar al mundo editorial, enfocaría de una forma muy diferente la publicación y el formato de los libros. Según él, la “fórmula actual está muy tocada”. Esperemos que sea así y que podamos disfrutar pronto de una nueva entrega de DVD, bajo cualquier otro nombre.

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Leer mientras caminas

AutorGabriella Campbell el 14 de junio de 2012 en Divulgación

Readwalking

Ya sabéis que en Lecturalia nos gusta teneros al día de todo tipo de nuevas tecnologías y curiosidades que encontramos en el mundo de la lectura. De vez en cuando nos topamos con costumbres, hábitos y manías de algunos lectores que no son, ni mucho menos, habituales.

Encontré la primera referencia al readwalking por casualidad, en un artículo del crítico Lev Grossman para Time Entertainment. Confesaba haber leído a George R. R. Martin de camino del sofá al baño. Nadie discute el poder de seducción de Canción de hielo y fuego, pero ¿tanto como para leer por los pasillos? Grossman cita a la escritora Marilynne Robinson, que en una entrevista para el New York Times admitió que solía leer mientras paseaba a su caniche Otis (llamado así por Otis Redding). Marilynne afirmaba andar con cuidado, y aseguraba que la única vez que había tropezado en sus paseos diarios no había sido con un libro en las manos, sino mientras consultaba su teléfono móvil. La bloguera octogenaria Deborah Bryan, por otro lado, asegura que lleva leyendo mientras camina desde muy jovencita, y que ha desarrollado una percepción aguda que le evita choques y accidentes mientras ejerce su llamativo hábito sin ningún problema. En su caso, su afición por la lectura móvil se debe al escaso tiempo del que dispone en general para los libros; para otros es una manera de aprovechar el amor que sienten por la lectura para hacer ejercicio.

Una de las pruebas de que este ejercicio multitarea es cada vez más común es que podemos encontrar hasta manuales de instrucciones, con consejos sobre cómo iniciarnos en esta extraña, y tal vez peligrosa, actividad. Suelen coincidir en lo mismo: practica en un entorno conocido, como tu propio hogar, antes de recorrer caminos nuevos; practica caminando muy despacio; no cubras el rostro, mantén el libro a la altura del pecho y levanta la cabeza de vez en cuando; intenta no observar tu entorno de manera directa, sino por las sombras de los objetos que te rodean… Aunque parece ser que esta no es una costumbre exclusiva de los anglosajones: El mexicano J. L. Torres también nos explica en su blog qué instrucciones debemos seguir para esto de leer mientras andamos.

Pero que no se diga que no nos preocupamos por vuestra seguridad. Si decidís adoptar esta curiosa costumbre, si realmente no podéis pasar ni diez minutos sin tener un libro ante vosotros, tomad, por lo menos, todas las precauciones posibles. Tened en cuenta que, por lo menos hasta que se extienda este hábito, los demás viandantes no están preparados para vosotros, para vuestras cabezas agachadas y miradas perdidas, enfrascadas en una novela, un ensayo o un poemario. Por fortuna, hay una aplicación de iPhone para (casi) todo, y programas como Megareader pueden mostrarte a través del móvil por dónde vas pisando, algo ideal para combinar con la lectura en pantalla de tu obra favorita.

Me decanto por la lectura antes de dormir, a buen recaudo en la cama, sin peligro de impacto ni tropiezo. ¿Y vosotros, cómo de dinámicos sois con un libro en las manos?

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Feria del Libro de Madrid 2012. Una pequeña crónica

AutorGabriella Campbell el 13 de junio de 2012 en Noticias

Playlove - Miguel Ángel Martín

En todas las ferias del libro hay grandes protagonistas, y la de Madrid de este año no iba a ser menos. Celebrada en el Parque del Retiro, con un amplio paseo que separa dos filas de casetas, ofrecía un cómodo espacio de recreo para sus visitantes a lo largo de un intenso par de semanas con tres prácticos findes, perfectos para visitantes sujetos a jornadas de trabajo o estudio de lunes a viernes.

Era la primera vez que tenía oportunidad de visitar la feria de la capital y, como buena chica de provincias, me maravillé ante las filas interminables de puestos, las bien organizadas vallas de contención donde se apilaban los fans más pacientes a la espera de alguna firma famosa, y el encuentro casual con personajes célebres que deambulaban, como todos, de caseta en caseta. Hacía honor, sin duda, a su denominación de feria, con vendedores de barquillos y pesadas esperas frente a los siempre insuficientes baños portátiles.

Los medios de comunicación y la propia organización de la feria coinciden en que ha sido un año desfavorable para las editoriales. Aunque al comienzo de la segunda semana parecía que el libro infantil podría salvar a los vendedores de libros de unas cifras poco esperanzadoras, al final del evento comienzan a aparecer los datos, y parece ser que las ventas han bajado en un 19%, a pesar de que la asistencia ha sido muy superior a la de otros años debido al buen tiempo. Siempre hay factores que tener en cuenta (entre otros, el lento pero progresivo aumento del libro electrónico y la costumbre de leer en pantalla), sin embargo ninguno puede ocultar el hecho de que la crisis afecta al bolsillo también a la hora de adquirir libros, a pesar del tentador descuento. Sigue habiendo grandes triunfadores (la cola para ver a Eduard Punset, por ejemplo, fue digna de mención), peces gordos que obtienen resultados espectaculares frente al goteo correspondiente para los autores y editores menos exitosos, pero algunas voces acusan a la feria de estar en franco declive, y apuntan su necesidad de renovarse o morir, lamentando su escasa cobertura mediática y lo desperdigado de sus actos. El modelo actual tal vez no sea el más provechoso para las librerías y editoriales pequeñas y medianas: se concentran grandes cantidades de lectores de un solo libro, aquellos que buscan la firma del ídolo de turno y que no muestran ningún interés en investigar otras lecturas, en adquirir otros títulos. A los de siempre se les han cansado las muñecas: a Almudena Grandes, a Carlos Ruiz Zafón, a Eduardo Galeano o a Eduardo Mendoza, mientras que la presencia de fenómenos mediáticos como Mario Vaquerizo o Ana Obregón tampoco ha pasado desapercibida. Personalmente, me quedo con el encanto de aquellos que, sin ser ignorados, no gozan de tal poder de convocatoria, por lo que la posibilidad de conocer y hablar con el escritor es muy superior, la dedicatoria es única e intransferible y el libro comprado provoca un placer muy personal, con la arrogante satisfacción que produce sentirse partícipe de un gusto minoritario. Así, han caído tanto el Playlove de Miguel Ángel Martín como Letal como un solo de Charlie Parker, de Javier Márquez Sánchez, además de algunas joyas del cómic como el primer volumen de Lost Girls de Alan Moore y Melinda Gebbie o Pollo con ciruelas de Marjane Satrapi.

Y vosotros, ¿qué libros os habéis traído de la feria?

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El destino kafkiano de los documentos de Kafka

AutorGabriella Campbell el 12 de junio de 2012 en Noticias

Kafka

Kafka es uno de esos escritores que han sabido hacerse un hueco en el canon literario con una producción muy escasa. Esto se debe, sobre todo, a que el escritor de origen checo, que murió en Austria en 1924, ni siquiera quería que sus obras vieran la luz. En vida apenas publicó un puñado de historias cortas, y le pidió a Max Brod, su amigo y posterior biógrafo, que destruyera el resto de sus obras, todas inéditas.

Ni Brod ni Dora Diamant, la compañera final del escritor, cumplieron del todo sus deseos respecto a sus obras sin publicar. Aunque quemó gran parte de los papeles de su amante, Dora guardó durante años varios cuadernos y cartas de éste, que finalmente fueron confiscados por la Gestapo en 1933 y que siguen desaparecidos. En cuanto a Brod, se llevó una maleta marrón repleta de papeles de su amigo de la antigua Checoslovaquia, huyó a Palestina y poco a poco fue publicándolos.

Sin embargo, Brod no llegó a compartir todo el contenido de aquella maleta. Ésta quedó en posesión de su secretaria, Esther Hoffe, residente de Tel Aviv, de quien se sospecha que tuvo una relación amorosa con Brod (en las narices, parece ser, de su propio marido e hijas). A la muerte de Hoffe, la maleta pasó a ser propiedad de sus dos hijas, Eva y Ruth. Fue la propia Esther la que vendió el manuscrito de El proceso, por la nada desdeñable cifra de dos millones de dólares, en 1939.

En la actualidad, el valor del contenido de la maleta de las hermanas Hoffe es incalculable. Se desconoce qué había exactamente dentro de esta pieza de equipaje que siguió a Brod en sus viajes, pero el estado de Israel está, como es obvio, bastante interesado. Reclama para sí estos documentos, acusando a las Hoffe de no tener ningún derecho sobre la maleta. Por otro lado, tras la muerte de Ruth, todo queda en manos de su hermana Eva, una mujer soltera, sin hijos, que vive en un hogar vacío con la única compañía de sus gatos. Para ella, la maleta, cuyo contenido guarda en celoso secreto, es su único legado. Su abogado afirma que el intento del estado de Israel por describir a Kafka como un escritor israelí o con alguna conexión a Israel es completamente absurdo, algo con lo que están de acuerdo estudiosos y académicos de otros países, que desean que los papeles del autor checo de origen judío no caigan en manos de un país en exclusiva, para que puedan ser accesibles para cualquier persona interesada. Eva Hoffe insiste en que los documentos de Kafka estarían a mejor recaudo en las bibliotecas de otro país como Alemania. La élite intelectual israelí insiste en la importancia de vincular a Kafka con su cultura, y aduce, por ejemplo, el interés del propio Kafka por aprender hebreo y su sueño de vivir en Israel (entonces Palestina), algo que puede observarse en los documentos personales que sí se conservan del escritor y que están disponibles para el público.

Mientras, las posesiones de Eva Hoffe están celosamente guardadas en diferentes cajas de seguridad esparcidas por Europa y, una vez más, el duelo entre los guardianes de una herencia literaria y el estado que la acoge es responsable de que una serie de documentos de inmenso valor cultural estén lejos del alcance de los que realmente los necesitan: todos los lectores.

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