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Gabriella Campbell (Página 15)

¿Nos están vigilando?

AutorGabriella Campbell el 18 de agosto de 2012 en Opinión

Vigilantes

Ya hablamos en su momento de una de las desventajas más importantes de tener un lector electrónico: la falta de privacidad. Amazon, Apple y Google saben muchas cosas sobre ti: saben cuánto llevas leído de ese ebook, cuánto tiempo te lleva, de media, terminar un libro electrónico, y cuáles son tus citas favoritas. Y si usas aplicaciones para tabletas como el iPad, el Kindle Fire o el Nook, saben cuántas veces usas dichas aplicaciones y cuánto tiempo dedicas a leer. Esto, en principio, no tiene nada de preocupante: son datos muy útiles para crear estadísticas, una información muy positiva que puede ayudarnos a entender qué y cómo leemos (y por supuesto una herramienta maravillosa para las empresas involucradas en la creación y promoción del libro).

Lo que sí preocupa es el uso de datos personales. En Estados Unidos, el estado de California ha aprobado un acta de privacidad dirigida a los lectores de obras tanto físicas como digitales, que obliga a los agentes de la ley a poseer una orden de registro antes de poder acceder a los datos personales y de lectura de un ciudadano. Esto pone en perspectiva una realidad cada vez más cercana, que es precisamente lo que California intenta evitar: que cualquier Estado pueda conocer en todo momento qué leen sus habitantes (lo que implicaría que determinadas lecturas podrían ser sospechosas o dignas de investigación). En resumen, que si tienes curiosidad por leer en ebook el Mein Kampf o el Manifiesto comunista, a lo mejor Amazon no es el mejor sitio para comprarlo.

Ha sido especialmente conflictivo el caso de Carolina del Norte, donde el fisco reclamaba los datos de cientos de miles de clientes de Amazon pertenecientes a este estado, que han comprado más de 30 millones de obras en Amazon durante los últimos seis años. Estos datos ofrecerían nombres y apellidos de los compradores de obras literarias, visuales y musicales, y si bien las intenciones del NCDOR (la agencia tributaria de Carolina del Norte) son supuestamente para comprobar que el gigante de los libros está haciendo bien sus declaraciones fiscales, caerían en sus manos datos que incluyen una información bastante privada, sobre todo la relacionada con obras que traten temas muy privados relacionados con sus compradores: enfermedades mentales, alcoholismo, infertilidad, o incluso cómo salir del armario, por no hablar de obras polémicas por su contenido político o sexual. Datos que, si bien no van a ser utilizados de manera social, sino tan solo económica, no querríamos, como lectores, que cayesen en manos ajenas. Como ha dicho la principal organización que se opone a la cesión de estos datos, la ACLU (Unión de libertades civiles de América) de Carolina del Norte:

Lo que la gente elige leer, ver o escuchar dice mucho de quiénes somos, de a qué le damos valor y en qué creemos. Por esto, deberíamos poder aprender de todo, desde política a religión o salud, sin preocuparnos de que el Gobierno esté pendiente de ello.

¿Leer adelgaza?

AutorGabriella Campbell el 16 de agosto de 2012 en Divulgación

Leer adelgaza

Debido a la cantidad ingente de información que nos bombardea a diario respecto al control del peso es muy complicado distinguir lo serio de lo sensacionalista. Por esto mismo es difícil no tomarse en broma lo que afirma Fred C. Pampel en la revista Sociology of Health and Illness, en su artículo Does reading keep you thin? Leisure activities, cultural tastes, and body weight in comparative perspective (¿Leer te mantiene delgado? Actividades de ocio, gustos culturales y peso corporal desde una perspectiva comparativa). Parece ser que Pampel ha analizado datos de 17 países (la mayoría europeos), obtenidos de encuestas en las que se interrogó a los participantes no solo acerca de su altura y peso, sino también acerca del tiempo que dedicaban a determinadas actividades. Éstas eran muy variadas: desde hacer deporte hasta ver la televisión, pasando por ir al cine o leer un libro.

Lo sorprendente de los datos que Pampel recopiló en estas encuestas es que parece haber una relación entre aquellos que pasaban gran parte de su tiempo en actividades culturales (aquellas relacionadas con arte, ideas y conocimiento en general) y su índice de masa corporal, muy similar, por ejemplo, a la que existía entre aquellos que practicaban deporte, una actividad tradicionalmente asociada a un índice de masa corporal baja. En otras palabras, parece ser que leer puede estar tan vinculado a un cuerpo bajo en grasa como hacer ejercicio.

No se trata de un caso universal, ya que esta relación entre lo cultural y la delgadez queda más patente en lugares de Europa Occidental y Oceanía, pero menos en Europa Oriental, Sudamérica y algunos países asiáticos como Corea del Sur. También parece afectar de manera más efectiva a las mujeres. Uno también tendría que preguntarse si está relacionado con el poder socioeconómico de los entrevistados, un dato que no figura en el artículo, ya que por lo general las personas con mayor poder adquisitivo tienen acceso a más actividades culturales y a una mejor educación universitaria; pero a la vez pueden permitirse una dieta más saludable que es, por norma, un poco más cara. Por tanto, podríamos pensar que los más ricos leen más y además comen mejor, y de aquí la asociación. Pero esta vinculación tampoco es determinante y no es un factor definitivo.

Una de las hipótesis presentadas por Pampel es que el grupo de personas interesadas en actividades culturales como leer, acudir al teatro, formar clubs de lectura, etc., tenía una formación superior a la media, y que en su educación superior había creado hábitos de estudio y una serie de disciplinas que le permitían alcanzar metas personales con mucha mayor facilidad. Por esto, no les costaba tanto controlar su peso como a otras personas con una educación más limitada, cuyos intereses actuales se centraban más en actividades como ir de compras o chatear por internet. También proponía que en los grupos más “culturales”, podría haber cierta presión social que otorgara un valor superior a aquellos individuos preocupados por su salud tanto mental como física.

Pampel concluye su estudio advirtiendo que este no es un mecanismo de causa-efecto. Si uno lee más y sigue comiendo lo mismo, sin hacer ejercicio ni llevando una vida sana, lo más seguro es que no pierda ni un gramo. Pero tal vez al enfocar de forma diferente nuestra vida, al dedicarla a actividades intelectualmente más complejas, nos convirtamos en el tipo de persona que se come unos cereales integrales con fruta para desayunar, en vez de cinco bollos de chocolate; que sale a correr por las mañanas en vez de quedarse viendo la tele tirada en el sofá, y que se preocupa y quiere aprender sobre todo tipo de temas, incluida su propia salud.

¿Cuánto cuesta hacer un libro? (y II)

AutorGabriella Campbell el 15 de agosto de 2012 en Divulgación

Librería

Una vez el libro abandona la imprenta y se dirige hacia los puntos de venta, entramos en la segunda fase. Del precio de venta empezamos a descontar todas las comisiones o porcentajes que corresponden a los intermediarios. Según la distribuidora y los puntos de venta, dichos porcentajes pueden variar, pero lo habitual es que entre distribuidora y punto de venta se adjudiquen entre un 50% y un 65% del p.v.p del libro (tened en cuenta que las mayores comisiones son las que corresponden a las grandes superficies, mientras que las librerías pequeñas suelen quedarse con menos. Hay que descontar también el porcentaje del autor, que suele estar entre el 5% y el 12% según el formato del libro y la importancia del nombre. Muchas editoriales también pagan regalías a sus traductores (quienes, al fin y al cabo, han creado un nuevo texto a partir del texto original); desconozco cuál será el porcentaje estándar en España, en EEUU suele rondar el 1%. Así, lo que llega finalmente a la editorial oscila entre el 45% y el 23%, un porcentaje con el que tiene que cubrir todos los gastos que ya hemos mencionado (y además tratar de hacer beneficio). Hay que tener en cuenta asimismo que el autor suele recibir gran parte de sus regalías en forma de anticipo, por lo que su pago debe realizarse por adelantado, con una cantidad de la que la editorial debe disponer antes de comenzar a percibir ingresos por la obra. Por fortuna, los libros cuentan con un IVA de tipo superreducido, que no influye de un modo determinante en el precio final de venta al público.

Con este reparto de dinero tan ajustado para todos, no es de sorprender que cada vez haya más editoriales que apuesten por la producción digital (con la que se ahorran la impresión pero no mucho más, ya que muchas de las grandes plataformas de venta imponen porcentajes muy superiores a los de los puntos de venta físicos) o por la impresión a demanda, que les permite producir libros al ritmo que vayan vendiendo, con el inconveniente de que sus obras no están disponibles en todos los puntos de venta habituales y, por tanto, no están a la vista de compradores potenciales. En cuanto a la producción de libros según el formato tradicional de venta, es frecuente ver en una editorial de tamaño medio o grande una selección de obras que responde a necesidades claras: los títulos fundamentales son aquellos que, sin ser grandes superventas, generan suficientes ingresos para llevar adelante el negocio, generalmente títulos especializados o de venta segura que interesan a cierto sector de la población lectora (un ejemplo claro sería la novela localista, que gozará de un número seguro de ventas en su zona). Estos títulos, si bien no generan grandes cifras, cubren gastos y ofrecen un pequeño margen de beneficio. Por otro lado, la editorial puede invertir en otros dos tipos de literatura: aquella que ocasiona pérdidas claras pero que aporta prestigio (textos que atraerán una crítica loable pero ventas escasas) y aquella que supone un riesgo claro, como la publicación de autores desconocidos o una inversión grande de publicidad para un libro que podría ser un superventas (o no). Son con estas inversiones arriesgadas con las que la editorial puede hacer su agosto y cubrir las pérdidas asumidas a lo largo del año.

Con estos datos, reevaluemos al libro que tenemos delante. Es caro, sí. Es caro para nuestro bolsillo. Pero es un precio mínimo teniendo en cuenta el reparto tan ajustado que se realiza del pastel. En este sentido, el ebook tiene una vocación importante, debido a la eliminación de intermediarios y la búsqueda de una retribución más interesante para editores y autores, con el objetivo de ofrecer a la vez un precio atractivo para los lectores. Solo el tiempo nos dirá si el libro electrónico estará a la altura, en este sentido, de nuestras expectativas.

Palabras intraducibles (II)

AutorGabriella Campbell el 11 de agosto de 2012 en Divulgación

Mamihlapinatapai

Y seguimos con la segunda entrega de palabras de diferentes idiomas que no encuentran una traducción exacta. Hemos hablado de conceptos como wabi-sabi o hygge, que son extraños a nuestra cultura. En este grupo podríamos incluir también cosas tan curiosas como el toska ruso, una mezcla única de melancolía y aburrimiento, o la saudade portuguesa, esa añoranza del hogar y de lo conocido que tan bien se expresa en el fado. Tampoco he encontrado en español una traducción exacta para el tipo de humor anglosajón llamado tongue in cheek (literalmente, lengua en mejilla), que se refiere a comentarios que realizamos de manera aparentemente seria pero mordiéndonos el carrillo por dentro, para que no se nos escape la risa. Para este humor se recurre a menudo a la exposición de argumentos en apariencia absurdos o estúpidos, dichos o presentados de un modo serio, con la intención de producir contraste humorístico por su contenido. La intención es, con frecuencia, crítica. Ejemplos típicos serían los que podemos encontrar en escritores como Terry Pratchett o representaciones de cómicos como los Monty Python.

También hemos hablado de términos como schadenfreude, que describe una sensación que todos conocemos pero que no definimos de manera concreta. Algo similar ocurre con la expresión francesa esprit d’escalier (traducida de manera literal sería el espíritu de la escalera). Todos lo hemos experimentado pero no hay una palabra en nuestro idioma para definirlo. Se trata de esa respuesta ingeniosa y perfecta que se te ocurre cuando tu interlocutor ya no está presente, y que, por tanto, ya no sirve de nada. De nuevo, nos encontramos con conceptos que reconocemos pero que no han encontrado en nuestra lengua un vocablo específico. En este sentido, cómo olvidarnos de la escocesa tartle, que describe ese incómodo momento de duda cuando estamos presentando una persona a otra y no recordamos alguno de los nombres. Otra de mis favoritas es mamihlapinatapai, una palabra del idioma yagán (perteneciente a una población de Tierra del Fuego), un idioma conocido por ser capaz de expresar de forma muy precisa conceptos muy complejos relacionados con conductas y estados afectivos. Mamihlapinatapai se refiere a la mirada que se produce entre dos personas cuando cada una de ellas está a la espera de que la otra comience una acción que ambos desean, pero que ninguno se anima a iniciar (tal vez, la mirada que precede al beso que ninguno se atreve a dar). Ostenta además el curioso privilegio de estar incluido en el Libro Guinness de los Récords como la palabra más concisa del mundo.

Tampoco nos resulta extraña la definición de jayus, un término indonesio utilizado para hablar de esos chistes que son tan malos y poco graciosos que producen, a pesar del propio chiste, la risa. Sería útil, también, encontrar una versión española de tingo, una palabra de la Isla de Pascua que se refiere al acto de tomar poco a poco prestados todos los objetos del domicilio de un amigo, consiguiendo así robarle de todas sus pertenencias; o para bakku-sham, un vocablo japonés que describe a una mujer que parece hermosa vista desde atrás, pero que decepciona al darse la vuelta.

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Palabras intraducibles (I)

AutorGabriella Campbell el 10 de agosto de 2012 en Divulgación

Wabi-Sabi

En la novela Happiness, de Will Ferguson, los protagonistas se divierten encontrando palabras culturalmente únicas, es decir, palabras que son imposibles de traducir de manera directa a otros idiomas. Esta disparidad surge, sobre todo, a raíz de diferencias culturales y de distintas maneras de pensar, y hacen falta largas explicaciones para que personas de países ajenos puedan entender a qué se refieren dichas palabras.

Desde que leí la novela de Ferguson, aunque lo de las palabras intraducibles era tan sólo una parte minúscula del argumento de la obra, me sentí fascinada por el concepto. Imaginad qué dificultad para un traductor, que debe encontrar una manera de explicar no sólo el significado de algo que puede sernos del todo extraño, sino, en ocasiones, hasta reproducir la sonoridad que puede tener este término (esto es más notable sobre todo en la poesía, o en la prosa más lírica). Para los daneses, por ejemplo, la palabra hygge (que aparece tanto en el idioma danés como en el noruego), no es solamente una palabra. Es una forma que se mezcla con el lenguaje, combinándose con otros términos, que por sí sola, por su sonido, puede transmitir una sensación de gusto y comodidad. Hygge es, por explicarlo de algún modo, un sentimiento o estado de ánimo asociado a algo relajado, cómodo, y tranquilo, como lo que sentimos cuando estamos en casa delante de una chimenea, con unos buenos amigos y una copa de vino. De esta palabra surge, por ejemplo, julehygge, que se refiere al espíritu navideño.

Otro caso parecido es el de wabi-sabi, del japonés. El wabi-sabi es toda una filosofía, que consiste en encontrar paz y belleza en lo imperfecto, en el carácter efímero y fugaz de las cosas. Desde el punto de vista de la estética, suele asociarse a lo sencillo y rústico, combinando minimalismo con elementos de la naturaleza, pero también puede referirse a un tipo de belleza que destaca precisamente por su imperfección o incluso por su decadencia. Debe, además, producir en el que la observa cierta serenidad y reflexión. Si bien no puede traducirse de manera directa al mundo occidental, aparece cada vez más en nuestro ambiente en forma de exposiciones de arte, arreglos florales o incluso como filosofía de programación informática.

A veces las ideas que reflejan estos términos intraducibles no nos son tan extrañas. Esto ocurre con schadenfreude, ese vocablo alemán que viene a describir la sensación de felicidad que nos embarga cuando algo negativo le ocurre a nuestros enemigos (o simplemente a personas que nos caen mal o a las que envidiamos). Lo más parecido que tenemos en español sería regodearse. Un poco como lo que podrías sentir si aquel compañero del colegio que siempre sacaba mejores notas que tú, que se casó con la chica que te gustaba y que encima llegó a ocupar un importante cargo político muy bien remunerado, apareciera, de repente, en algún telediario como mayor acusado de un caso de apropiación indebida de fondos.

En la segunda entrega del artículo trataremos más palabras que, por una razón u otra, no pueden ser traducidas de modo directo.

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¿Cuánto cuesta hacer un libro? (I)

AutorGabriella Campbell el 9 de agosto de 2012 en Divulgación

Hacer un libro

Los libros son caros. Es la impresión que nos asalta cuando tenemos entre las manos un producto de papel y tinta que tal vez solo vayamos a leer una vez, un producto de ocio que tiene un precio relativamente elevado, sobre todo en comparación con otros medios de entretenimiento. Es una impresión que además se multiplica si comparamos los libros vendidos en España con aquellos vendidos en otros países; en el mundo anglosajón, por ejemplo, la diferencia de precio es notable.

¿Por qué son tan caros los libros en España? No se trata tanto de una diferencia en el coste de producción, sino de una descompensación enorme en la balanza de oferta y demanda. En otros países se consume muchísima más literatura que en nuestro país, por lo que se pueden producir tiradas mayores, de las cuales se vende una mayor proporción. Cuanto más grande sea la tirada, menor será el coste de producción de cada unidad. Costes más bajos, mayores ventas… El resultado es una rentabilidad muy superior que implica precios mucho más asequibles. Hablamos sobre todo del libro tradicional, en papel, pero la oleada de precios mínimos que llega desde Amazon y similares en el mundo del ebook parece dispuesta a mantener esta dinámica también en el mercado del libro electrónico.

Las razones para explicar el precio en nuestro país del libro digital son muchas, entre las cuales están las comisiones de las grandes plataformas de venta en línea y la propia inseguridad de las editoriales en un mercado nuevo que se transforma a una velocidad de vértigo. Sin embargo, en cuanto al libro tradicional, el reparto de gastos y beneficios ha sido más o menos el mismo durante un tiempo considerable. Volvamos al punto de partida, y observemos de nuevo al libro de papel.

Podríamos distinguir dos fases principales en la vida económica de un libro de papel. La primera tendría que ver con el coste de producción y la segunda con el reparto de ingresos.

En la primera fase analizamos cuánto cuesta realizar el libro en sí. Como muchos sabréis, fabricar un libro no es barato. Dependiendo de las características, por supuesto, el coste varía bastante. Un libro en tapa dura y a todo color, por ejemplo, puede llegar a costar hasta tres veces más que su equivalente en rústica y en blanco y negro. También dependerá de si recurrimos a la impresión digital (más económica para tiradas pequeñas) o al offset tradicional (más rentable, por lo general, para tiradas grandes). A este coste sumamos otros gastos: una traducción, una corrección de estilo, una maquetación, el diseño de una portada, promoción, además de los gastos típicos proporcionales de cualquier empresa (luz, teléfono, asesoría, seguridad social, etc.). No me entretendré mucho en dar precios en concreto, ya que varían bastante según la editorial y la obra (una traducción técnica, por ejemplo, triplicaría la cantidad que menciono aquí), pero si pagásemos unos 1,5 € por página de corrección, unos 3 € por página de maquetación, unos 6 € por página de traducción, más unos 400 € por una portada… echad cuentas para un libro de unos 300 páginas. Los precios que he dado son, además, tarifas que están muy por debajo de lo recomendable para cada gremio profesional involucrado, pero seguramente se acercan más a la dura realidad del mercado actual. Si cuentan con la producción suficiente, algunas editoriales tienen a estos profesionales ya en nómina, con un salario fijo, lo que implica un ahorro considerable, pero aun así hablamos de un gasto significativo. De cualquier forma, si hay correctores, maquetadores, traductores e ilustradores en la sala nos interesaría mucho tener su aportación en los comentarios.

De la segunda fase de la vida económica del libro y de su impacto en el comportamiento de las editoriales hablaremos en la segunda parte del artículo.

Reseñar o no reseñar. El dilema de los libros autoeditados (II)

AutorGabriella Campbell el 7 de agosto de 2012 en Opinión

Gav Reads

En la primera parte del artículo hablábamos de como Gav, el autor del blog británico Gav Reads, aducía una serie de motivos por los cuales se negaba por sistema a reseñar obras autoeditadas. Otra razón que aporta Gav para negarse a reseñar este tipo de libros es la especialización. Muchos autores se dedican a enviar ejemplares y notas de prensa a diestro y siniestro, sin fijarse (como sí suelen hacer las editoriales) en si sus destinatarios forman parte de su nicho de mercado. En este caso, no se trata tanto de no querer reseñar tu libro porque lo has editado tú, sino porque es un tratado de mil páginas sobre el uso del alcantarillado en la Europa medieval. Es muy probable que, a no ser que el blog trate específicamente ese tipo de temas, su dueño y/o colaboradores no tengan ningún interés en tu obra.

Por último, insiste en la falta de filtros aportados por una editorial. Es muy cierto que esto no puede aplicarse a todos los libros. Hay una cantidad sorprendente de libros editados de forma tradicional que están repletos de erratas, con nefastas maquetaciones y una capacidad de redacción lamentable, del mismo modo que existen libros autoeditados de indudable calidad, con una corrección pulida y una maquetación envidiable, pero, a juicio de Gav, por lo general la gran mayoría de libros autoeditados carece de un filtro de calidad, por no hablar de todas las obras que prescinden de los servicios de un corrector, un diseñador, etc.

Si bien estoy de acuerdo con todos los puntos presentados por el bloguero, y reconozco que parte de una experiencia más que probada, no puedo evitar que muestra una seria falta de esfuerzo hacia un mundo literario que crece a un ritmo endiablado. Algunas obras autoeditadas han demostrado una rentabilidad más que viable y alguna que otra hasta ha demostrado una calidad llamativa. Tal vez Gav, como otros blogueros en situaciones similares, debería limitarse a obras autoeditadas que le vengan ya recomendadas, o dedicarse él mismo a solicitar de manera activa la recepción de ejemplares autoeditados de temáticas que crea que le pueden interesar. Y si decide realizar una crítica durísima tendrá que hacerla, aunque entiendo que, debido precisamente a ese vínculo directo con el escritor, esto puede echar para atrás a más de uno.

En resumen, la política de recepción de libros de cada blog es un asunto muy respetable. Al fin y al cabo, no se trata de entidades oficiales ni publicaciones a gran escala que deberían mostrar el mayor abanico literario posible con el fin de incluir toda la información necesaria para sus lectores. Los blogs ofrecen contenido gratuito, creado por redactores que en muchas ocasiones lo hacen por simple afición, sin esperar nada a cambio, y por tanto tienen todo el derecho a restringir el tipo de libros que reseñan. Sin embargo, también son necesarias sus voces en el mundo de la autoedición, precisamente para remarcar los libros que merecen la pena y destacar a aquellos autores que son dignos de nuestra atención.

La labor del corrector: Entrevista a Juan Manuel Santiago (II)

AutorGabriella Campbell el 6 de agosto de 2012 en Entrevistas

Los juegos del hambre

Seguimos con la entrevista que comenzamos con el corrector y ensayista Juan Manuel Santiago.

-¿Alguna vez te has encontrado con un texto tan aberrante, tan mal escrito, que has rechazado la posibilidad de corregirlo?

¡Paso palabra! Dada la situación del sector, hay que comulgar con ruedas de molino, y eso incluye aceptar textos imposibles, aunque siempre te queda el derecho a la ironía: por ejemplo, la más visible de mis canas lleva el nombre de una de mis editoriales favoritas, y ahí lo dejo. Me echo a temblar cuando los textos vienen con recomendaciones expresas del cliente como «No toques demasiado, que el autor es muy suyo» o «Limítate a unificar»: suelen ser los peores.

No hace mucho, corregí un ensayo de un autor extranjero… traducido por él mismo. Para colmo, solo entregó la mitad del manuscrito. Por suerte, una profesional acabó la traducción y, por desgracia para mí, lo hizo tan rematadamente bien que luego no hizo falta pasarle corrección de estilo.

Guardo pésimos recuerdos de un texto de un pope de la biología. La traductora no tenía ni idea de inglés ni de español ni, ay, de biología. En un momento dado se refería a un bicho de la orden de los anfibios, en femenino, como si las ranas fueran monjes templarios, o qué sé yo.

También recuerdo una ristra de textos insalvables que encadenó una empresa de servicios editoriales. El más llamativo fue un libro de un psiquiatra que, como vivía en los Estados Unidos, pensaba en inglés, con lo que no había quien entendiera nada. Es el único cliente que me alegro de haber perdido.

Luego hubo otro de un político muy conocido que acepté porque, aunque ya me habían dicho que no necesitaba corrección de estilo sino un milagro, me pudo más la curiosidad. ¡En mala hora! Los originales que escriben los políticos son de lo peor que hay: comunican especialmente mal por escrito, como si no tuvieran claro lo que quieren transmitir, y eso no es nada tranquilizador. ¿Cómo vas a hacer que el país salga adelante si no eres capaz de explicar las soluciones que propones? (Por cierto: mi nivel de redacción es entre correcto y bueno, me considero empático y creativo y, en resumen, no pongo reparos a la posibilidad de trabajar como negro literario.)

-¿De qué libros guardas excelentes recuerdos, a cuáles les tienes especial cariño?

Me encantó corregir Los Juegos del Hambre, de Suzanne Collins, Los nuevos charlatanes, de Damian Thompson, Las chorradas de mi padre, de Justin Halpern, Traficantes de información, de Pascual Serrano, El pasaje, de Justin Cronin y algunos de Taschen (Los archivos de Pedro Almodóvar, la biografía de Muhammad Alí o MoonFire, de Norman Mailer), pero mis favoritos son Hecho a mano, de Dan Lepard (por el trabajo en equipo con el traductor, Ibán Yarza), El lunes empieza el sábado, de Arkadi y Borís Strugatski (de nuevo, por el trabajo en equipo con la traductora, Raquel Marqués), Noticias desde un universo desconocido, de Frank Schätzing (porque fue el primer encargo relevante que recibí, y gracias a él me salieron las cuentas y me pude hacer autónomo) y todo lo que editó Pily B. con el sello NGC Ficción!

-¿Cuál crees que debe ser la labor del corrector en el mundo del libro digital, donde la autoedición está cada vez más presente? ¿Crees que los libros electrónicos que los autores venden a precios mínimos en Amazon, por ejemplo, pueden justificar el coste de una corrección?

Una buena corrección es tan necesaria como una buena maquetación. Algunos autores y autoeditores creen que se están liberando de esas pijadas que les imponen las editoriales, pero en realidad se están disparando en un pie: si careces del paraguas que supone el hecho de que otro (el editor) se está gastando su dinero en editar tu producto, se incrementará tu porcentaje de beneficios si las cosas te van bien, cierto, pero también el de pérdidas si las cosas te van mal. En este sentido, la corrección, por leve que sea, debería considerarse una inversión necesaria para ofrecer un producto competitivo que te ayude a sobrevivir como autor y autoeditor.

-Desde Lecturalia te damos las gracias por tu tiempo.

Muchas gracias a vosotros, por acordaros de esta profesión tan necesaria como poco valorada.

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Reseñar o no reseñar. El dilema de los libros autoeditados (I)

AutorGabriella Campbell el 4 de agosto de 2012 en Opinión

Gav Reads

El blog Gav Reads (Gav lee) es uno de esos blogs de reseñas que atrae bastante visitas en el mundo anglosajón. Al igual que hacen en España muchos lectores ávidos que dedican su bitácora a opinar sobre los libros que han leído, el tal Gav reseña una gran cantidad de libros y obtiene, a cambio, un seguimiento fiel de personas interesadas en conocer su punto de vista. Para ello, como ocurre cada vez más también en nuestro país, muchas editoriales le envían servicio de prensa (es decir, libros gratis), para que los reseñe.

Gav ha intentado explicarle a su público por qué a él, y a otros blogueros similares, le cuesta mucho reseñar libros que no vengan directamente de una editorial, sino de la mano del escritor cuando ha editado su propio libro. Ha dado una serie de razones para justificar su política de no aceptar libros de ficción autoeditados, razones que, aunque perjudican a este tipo de escritor, tienen bastante sentido.

Una de las razones de peso de Gav es que, si bien con los servicios de prensa de editoriales uno puede sentirse libre de dar su valoración sin cortarse, esto es más difícil con el autor autoeditado. Como éste es, a la vez, escritor, editor y relaciones públicas de su obra, no hay ninguna editorial por medio que le pare un poco los pies o que actúe de intermediaria entre el escritor y el crítico. Así, son notorios los casos en los que los blogs de críticos se han visto invadidos por una oleada de mensajes ofensivos del autor cuyo libro no terminó de gustarle al bloguero.

Otra razón, vinculada a este aspecto más personal del libro autoeditado, es que si el bloguero no tiene posibilidad de leer la obra, se sentirá culpable por ello. Al recibir el libro directamente del autor, se crea un contacto directo (que además puede influir en la valoración del libro) muy diferente al establecido por una editorial. El bloguero será, además, consciente de que mientras que para una editorial el envío de un libro como servicio de prensa no le implicará un esfuerzo ni un gasto importante, para el escritor autoeditado, que pone cada ejemplar de su propio bolsillo, puede que sí, lo que crea en el bloguero una responsabilidad que no tiene para con otras obras de edición al uso.

De una manera más egoísta, el dueño de la bitácora sabe que reseñar un libro de un escritor autoeditado desconocido no va a atraer visitas a su página. Muchos blogueros, de hecho, solo reseñan libros muy populares, por el efecto rebote que puede tener dicha reseña (los que busquen información sobre el libro llegarán al blog, y si les gusta, se quedarán).

(Continúa en la segunda parte del artículo)

La labor del corrector: Entrevista a Juan Manuel Santiago (I)

AutorGabriella Campbell el 3 de agosto de 2012 en Entrevistas

Juanma Santiago

En esta segunda entrega de entrevistas con profesionales relacionados con el sector del libro, hemos querido ofreceros la perspectiva del corrector, esa persona por cuyas manos pasa un texto para ser pulido y perfeccionado para ofrecerse al lector de la mejor manera posible.

-Algo que seguramente se habrán preguntado algunos lectores es qué es exactamente un corrector de estilo, qué es un corrector ortotipográfico y si hay alguna diferencia entre ambos.

La corrección es una de las fases del proceso de edición de cualquier texto. Por muy buenos que sean el autor y la editorial, siempre habrá algún aspecto susceptible de mejorar, para que la edición sea perfecta, o casi. (¡Siempre hay imponderables!)

El lenguaje es un código que se ha creado para facilitar la comunicación entre personas. Cuanto más uniforme sea este código, menos errores de interpretación tendremos, y más fácil le resultará al autor transmitir el mensaje que pretende transmitir con su texto.

Por simplificar mucho, existen dos tipos principales de corrección, aunque no son los únicos. La de estilo se encarga de hacer que el texto sea legible, no exista ningún aspecto oscuro desde el punto de vista gramatical o de significado, y se adapte a las normas específicas de cada editorial. La ortotipográfica repara todos los errores ortográficos y de tecleo, lo que de manera coloquial (incluso en algunas editoriales) se llama «poner bien las comas».

-¿Cuál dirías que es la mayor dificultad que sueles encontrarte al realizar una corrección?

Los plazos de entrega. Corregir consiste en leer un texto varias veces, volviendo atrás una y otra vez para unificar aspectos en los que no habías reparado al principio, o para rectificar criterios cuando cambian de una página para otra, y esto requiere tiempo y atención.

También es difícil determinar el nivel de intervención necesario. En ocasiones corregirías más a fondo de lo que te piden, pero no puedes hacerlo, porque te han solicitado que seas respetuoso con el estilo del autor, que es quien tiene la última palabra, y te arriesgas a que te rechace todos los cambios.

-¿Cuáles son los errores más comunes que te encuentras en textos de tipo literario? ¿Cuál es esa metedura de pata de la que parece que no se libra ningún escritor?

Soy admirador incondicional de los textos escritos en español pero repletos de falsos amigos, pasivas y mayúsculas provenientes del inglés. ¡Es como si el autor quisiera demostrar que solo lee en versión original! Otro asunto que me epata son los catalanismos y castellanismos de algunos textos editados, respectivamente, en Barcelona y en Madrid. No es infrecuente que se cuelen nuevos de trinca o la dije. Por no hablar de lo mucho que cogemos en textos que se van a distribuir en Latinoamérica. Me parece bien que los autores escriban así, dado que son sus variedades lingüísticas y luego se corregirán, pero no es de recibo que estos detalles aparezcan sin enmendar en un texto ya editado.

(Continuará en la segunda parte de la entrevista).