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Gabriella Campbell (Página 14)

¿Por qué pirateamos?

AutorGabriella Campbell el 5 de septiembre de 2012 en Opinión

Pirata leyendo

Para aquellos que no la conozcáis, la red social Reddit es uno de los recopiladores de enlaces más importantes del mundo (para que os hagáis una idea, es una especie de Menéame estadounidense gigante). También posee una de las comunidades más grandes de foros, donde se conversa acerca de todo tipo de temas, desde religión a sexualidad pasando por humor (es una de las mayores responsables de propagar los famosos memes de internet). Hace poco alguien planteó una pregunta que a muchos nos incumbe: quería saber qué razones hay detrás de la piratería de libros. El hilo en cuestión ascendió con rapidez a los primeros puestos de popularidad, y se ha convertido en una referencia para muchos blogs y publicaciones virtuales, que ven estas respuestas de usuarios como una guía más que interesante para editores y grandes marcas de edición. Las razones principales que aducían los usuarios de internet que pirateaban libros eran las siguientes:

  • 1. Se piratean versiones digitales de libros que el usuario ya tiene en papel.
  • 2. El usuario solo piratea obras que ya no están en circulación o no están disponibles de forma legal.
  • 3. El usuario disfruta de la lectura pero no tiene dinero para comprar libros (la respuesta en concreto era “soy pobre y me gusta leer, pero no puedo piratear comida, así que pirateo todo lo demás).
  • 4. Los libros que el usuario busca no están disponibles en bibliotecas.
  • 5. El usuario solo piratea libros de texto que necesita para estudiar y que no se puede permitir por su elevado precio.
  • 6. Algún usuario admite que si el libro digital cuesta más que su versión en papel lo piratea simplemente por fastidio.
  • 7. La piratería permite al usuario probar libros en los que no se gastaría el dinero.

Todas estas razones podrían resumirse en ciertas características comunes: se trata ante todo de comodidad y de dinero. Sin embargo, muchos de los involucrados aseguraban que con frecuencia acababan comprándose libros que habían pirateado, libros que de otra forma ni se habrían planteado adquirir.

Más allá de la ética del comportamiento pirata, de la descarga ilegal, estos comentarios deberían ser puntos de partida para la industria del libro, que con frecuencia se centra en el aspecto dinero y olvida la parte relativa a la comodidad. Un usuario siempre preferirá un ebook legal, bien maquetado, a una copia que en muchas ocasiones es de mala calidad y ofrece una experiencia de lectura horrible, pero recurrirá a la piratería si no sabe lo suficiente acerca del libro (no sabe si merece la pena comprarlo), si este no está disponible de manera fácil y accesible, o si tiene un precio prohibitivo. De todo esto ya habló Alfredo Álamo en otro artículo de Lecturalia. Alfredo también mencionó un punto fundamental, desde la perspectiva del escritor, que los usuarios de Reddit también apuntaron: el autor puede marcar la diferencia si, en vez de enojarse y descargar su ira contra los piratas, aprovecha la existencia de copias ilegales para promocionar su obra, dialogando con los usuarios, dándoles información sobre su libro, explicándoles su postura y realizando buenas ofertas para que se interesen por la compra de su obra. Esta comienza a ser la actitud de algunos escritores, que sin juzgar el comportamiento del usuario pirata directamente le piden su opinión acerca del libro, creando un diálogo público que puede ser muy positivo para el escritor, que se asegura una presencia virtual y establece una relación con sus lectores extraordinaria, incluso con aquellos que no han pagado por su libro, relaciones que, tarde o temprano, pueden acabar traduciéndose en ventas.

La afilada lengua de Gore Vidal

AutorGabriella Campbell el 3 de septiembre de 2012 en Divulgación

Gore Vidal

No hace mucho que se nos fue Gore Vidal, el escritor estadounidense conocido por sus ensayos, novelas, guiones y obras de teatro, pero sobre todo por sus ingeniosas frases y aforismos. Aquí hemos querido realizar un pequeño homenaje reuniendo lo mejor de Vidal: las expresiones más sugerentes, provocativas y críticas.

Vidal no era nada compasivo con escritores o artistas que consideraba dignos de desprecio y ridiculización. Así, dijo de la sociedad estadounidense en general:

La sociedad americana, tanto la literaria como la profana, tiende a carecer de humor. ¿Qué otra cultura podría haber producido a alguien como Ernest Hemingway y no haber visto el chiste?

De Andy Warhol afirmó que era el único genio que he conocido con un coeficiente intelectual de 60. Y de sus compatriotas se quejaba amargamente:

Todo el mundo se queja, preguntándose dónde están nuestros grandes escritores. A mí lo que me parece más lamentable es otra cosa: ¿Dónde están los lectores?

Era también muy crítico para con el sistema democrático y con la política de su tiempo:

Conforme las sociedades se vuelven más decadentes, el lenguaje también decae. Las palabras se usan para disfrazar, no para iluminar, liberas una ciudad al destruirla. Las palabras se usan para confundir, de modo que al llegar las elecciones el pueblo votará contra sus propios intereses; El cincuenta por ciento del pueblo no votará, y un cincuenta por ciento no lee los periódicos. Esperemos que se trate del mismo cincuenta por ciento”; “Las figuras públicas de hoy en día ya no pueden escribir sus propios discursos y libros, y hay cierta evidencia de que tampoco pueden leerlos; “Cualquier americano que desee presentarse como candidato a la presidencia debería, por definición, ser inhabilitado automáticamente para ello”; o “Se supone que la democracia tiene que darte una sensación de libertad, como poder elegir entre Analgésico X y Analgésico Y. Pero ambos son solo aspirina”.

Tenía asimismo mucho que decir del mundo de la crítica:

Se trata de un tipo de crítica literaria que parece hacerse cada vez más popular: el soltar opiniones como si fueran hechos, y tratar los hechos como si fueran opiniones.

Y del universo de la escritura en general:

Escribe algo, aunque solo sea una nota de suicidio; En cualquier caso, como si fuéramos sacerdotes que han olvidado el significado de las oraciones que rezan, durante mucho tiempo seguiremos escribiendo libros y hablando de libros, fingiendo que no nos damos cuenta de que la iglesia está vacía y que los creyentes se han marchado a otros lugares para adorar a otros dioses, tal vez en silencio o con nuevas palabras.

Para él, el lenguaje y la literatura estaban vinculados por completo a la historia y a la política:

De hecho, los franceses, que son los que más leen y teorizan, se hicieron tan adictos a la experimentación política que en los dos siglos que han pasado desde nuestra sosa revolución ellos han producido de manera exuberante un directorio, un consulado, dos imperios, tres restauraciones de la monarquía y cinco repúblicas. Eso es lo que pasa cuando te tomas demasiado en serio la palabra escrita.

Otras citas son, simplemente, hermosas:

Sin excepción, los ornitólogos son altos, esbeltos y barbudos, de modo que puedan permanecer inmóviles durante horas, haciéndose pasar por amables árboles mientras observan a los pájaros.

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Difícil de leer

AutorGabriella Campbell el 31 de agosto de 2012 en Divulgación

Lectura difícil

El Publishers Weekly ofreció hace poco una lista de libros que consideraba los más difíciles de leer. Se trataba de una selección realizada por Emily Colette Wilkinson y Garth Risk Hallberg, que llevan una sección especializada en la web de crítica The Millions, dedicada a comentar y analizar los libros que más trabajo les han dado como lectores, estudiantes o profesionales. Para ellos, los libros más difíciles eran El bosque de la noche, de Djuna Barnes; Historia de una bañera, de Jonathan Swift; La fenomenología del espíritu, de Hegel; Al faro, de Virginia Woolf; Clarissa, de Samuel Richardson; Finnegans Wake, de James Joyce; El ser y el tiempo, de Heidegger; La reina de las hadas de Edmund Spenser; Ser norteamericanos, de Gertrude Stein; y Mujeres y hombres de Joseph McElroy.

Más allá de su anglocentrismo (si nos ponemos a analizar las grandes obras de la historia literaria de nuestro país seguro que también damos con unas cuantas de lectura muy compleja; La voluntad de Azorín, por ejemplo, no es una obra que uno suela llevarse a leer a la playa), la lista es, por supuesto, subjetiva, y se basa en un amplio surtido de factores. Un libro no es difícil solo porque sea muy largo, o muy denso, o porque está repleto de palabras cuyo significado desconocemos. A veces la dificultad está en su tema, en su recursividad, incluso en su estructura. Y tal vez su dificultad surja del reto, de lo que todavía no hemos conseguido, ya que tendemos a considerar complicadas aquellas obras que no hemos terminado. Aquellos que hemos finalizado son ya desafíos alcanzados, y si fueron lentos, arduos y cuesta arriba no lo recordamos, debido a su característica de obra derrotada. Para mí, e imagino que para muchos, el libro difícil es aquel que he tomado una y otra vez y que nunca he sido capaz de terminar. La diferencia entre un libro difícil y un libro que no merece la pena es precisamente esa: que con el libro difícil lo seguimos intentando. En otras ocasiones, respondemos a una recomendación de personas cuyo criterio respetamos; es por esta razón por la que empiezo una y otra vez Rayuela, El cuarteto de Alejandría y La crítica de la razón pura, si bien terminan, por lo general, regresando a la estantería. Lo siento, Cortázar, y lo siento, Durrell, pero sospecho que a estas alturas debería abandonar vuestras obras. Esos son mis libros difíciles, las obras cuya prosa me cansa y aturde, cuya forma no termina de casar con la estética que busco y disfruto. Con Kant, sin embargo, lo seguiré intentando. El valor del contenido es suficiente como para intentar superar la barrera de lo espeso y en ocasiones indescifrable.

¿Cuáles son vuestros libros difíciles, aquellos que habéis intentado leer pero que os han superado? ¿Cómo diferenciáis entre libros difíciles pero meritorios y aquellos que simplemente no nos llenan, ni ahora ni nunca? Esperamos vuestras aportaciones, como siempre, en los comentarios.

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Los más ricos del momento

AutorGabriella Campbell el 30 de agosto de 2012 en Noticias

James Patterson

Ya os hemos hablado de los autores que han pasado del millón de ventas, de aquellos que venden sus libros como rosquillas, ya sea en formato tradicional o digital. Con toda seguridad esas ventas numerosas están proporcionando sus bonitas cantidades correspondientes a sus escritores. Pero no hay nada como el cine y la televisión para terminar de llenar las arcas de un autor superventas.

La revista Forbes publicó hace poco la lista de autores que más dinero están haciendo este año. Las mayores novedades frente a años anteriores están sobre todo en el peso de la venta digital y en el hecho de que son las escritoras las que arrasan en conjunto, si bien algunas, como Suzanne Collins, todavía no figuraban en esa lista ya que no se habían estimado todavía los ingresos percibidos por la adaptación al cine de sus libros. El primer par de puestos sigue perteneciendo a autores masculinos, pero el trío Collins-Rowling-James parece dispuesto a comerse el mundo, si no lo ha hecho ya, con obras que parecen de obligada presencia en el hogar medio: Los juegos del hambre, la saga Harry Potter y Cincuenta sombras de Grey (bueno, este tal vez no esté en la estantería del salón, pero sí en el dormitorio).

El ganador absoluto es James Patterson, que, a diferencia de los siguientes de la lista, obtiene casi todas sus ganancias solo de sus libros (teniendo en cuenta que en el 2011 sacó catorce libros, tampoco es de extrañar). Patterson es el superescritor indiscutible, que con unos ingresos estimados de 94 millones de dólares (unos 76 millones de euros, nada menos) le saca una ventaja abismal al segundo de la lista, Stephen King. En el caso de Suzanne Collins y J. K. Rowling, los mayores beneficios provienen de las adaptaciones al cine de sus historias, de forma parecida a lo que le ocurre a George R. R. Martin, que entra este año en la lista de los 100 que más dinero le están sacando a su pluma gracias al éxito de la serie de Juego de tronos del canal estadounidense HBO. Collins obtuvo 1,5 millones de dólares por la cesión de sus derechos para la adaptación al cine (sin contar con los porcentajes que le corresponden por ventas de entradas); pero E. L. James ha cedido los suyos por 5 millones, lo que nos da a entender que una adaptación de Cincuenta sombras de Grey será una inversión nada desdeñable. Y qué decir de Rowling, que volverá a la lista de los más vendidos con toda seguridad en cuanto aparezca su primera novela para adultos, The Casual Vacancy, que le ha valido un anticipo de 8 millones de dólares. Tampoco parece hacerle mucha falta ese dinero ahora mismo, si recordamos que dio en el clavo al guardarse para ella los derechos de publicación en formato digital de sus libros, con lo que su web Pottermore le ha suministrado más de 4 millones de dólares en ventas solo en su primer mes.

El suspense, el terror y la literatura romántica siguen en cabeza por ahora, ¿pero por cuánto tiempo? La literatura juvenil y la erótica para amas de casa parecen dispuestas a quedarse con la porción más jugosa del mercado. O tal vez se trate solo de modas pasajeras que en un par de años se verán sustituidas por otras, mientras los gigantes favoritos se mantienen, imperturbables.

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Portadas de gatitos

AutorGabriella Campbell el 28 de agosto de 2012 en Divulgación

Gatos y libros

La Feria Internacional del Libro de Edimburgo es una gran celebración que lleva convocándose desde su fundación en 1983. Aparte de ser uno de los festivales de este tipo más importantes del mundo, siempre aporta nuevas ideas y encuentros productivos tanto para los profesionales relacionados con el sector del libro como para los lectores de a pie. Más allá de ciertos eventos que nos han llamado la atención, como la reaparición del misterioso escultor de libros del que ya os hablamos hace algún tiempo, que ha dejado nuevos regalos, en forma de exquisitas flores de papel acompañadas de citas de Óscar Wilde (llevaba ya un año sin hacer ningún presente), hemos querido hablaros de la conferencia que dieron los diseñadores Jon Gray y Jamie Keenan en esta feria del libro escocesa acerca de qué es lo que realmente nos hace comprar un libro cuando nos fijamos en su portada. Gray y Keenan (si no conocéis su trabajo, echadle un vistazo, en el de Keenan sobre todo encontraréis cubiertas muy familiares, como las de la colección de Iain Banks para Abacus) enumeran veinte teorías acerca de qué atrae a un lector potencial. Por aquí os dejamos las más llamativas; podéis ver el artículo original con la enumeración completa aquí:

-La teoría del rostro: Hay estudios que afirman que los seres humanos se pasan la mitad de sus vidas descodificando la comunicación facial, así que es normal que las caras, sobre todo si están semiocultas, nos llamen la atención. Gray y Keenan ponen de ejemplo la obra de Nick Hornby Otherwise Pandemonium, que hace uso de la cinta de una casete para componer una cara.

-La teoría del zurullo: Esta noción parte de que si coges un elemento feo y/o repulsivo, y lo multiplicas en una portada utilizando colores llamativos, obtienes un feísmo atractivo. Lo que era desagradable se convierte en armónico y a la vez sorprendente.

-La teoría molecular: Las partes forman un todo; un elemento que puede tener relación con el texto del libro se combina una y otra vez hasta crear un objeto mayor, también relacionado con éste. Un claro ejemplo es Comitiva de embusteros, de Karen Maitland, cuya portada inglesa muestra la imagen de un lobo compuesto de pequeñas cruces (la novela trata de la peste negra).

-La teoría de la ofuscación: Hay elementos semiocultos o parte de la imagen principal desaparece para dar lugar a la rotulación. Así, lo que no está a la vista de manera directa hace más interesante todo lo demás, ya que el cerebro tiene que trabajar para recomponer la imagen.

Y por supuesto, terminan con la Teoría del gatito mimoso, que hace referencia al uso de elementos monos o tiernos en el diseño para despertar un instinto maternal o de protección en el receptor. Porque no hay nada que nos atraiga tanto como un lindo gatito, y si no que se lo pregunten a Internet.

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Detrás del Pulitzer 2012

AutorGabriella Campbell el 25 de agosto de 2012 en Divulgación

Swamplandia

Hace poco el escritor Michael Cunningham, que seguramente os resultará familiar como autor de Las horas, publicó en uno de los blogs del New Yorker estadounidense un artículo bastante largo y emotivo en el que narraba el proceso de selección del premio Pulitzer de ficción de 2012.

Tal vez recordéis que ya hablamos de los resultados del Pulitzer en un artículo anterior. La entrada de Cunningham es muy interesante, ya que proporciona una ventana al proceso de elegir un libro memorable, un libro adalid de la cultura estadounidense (al fin y al cabo, los requisitos principales de dicho premio son que el autor sea estadounidense, o nacionalizado como tal, y que su obra verse sobre la vida en Estados Unidos, de un modo u otro).

Lo primero que podría sorprendernos es que dicho proceso de selección se realizó entre solo tres personas (Cunningham, que ya había obtenido el Pulitzer en el año 1999, la editora Susan Larson y la crítica Maureen Corrigan), que optaron por tres finalistas, que a su vez se entregaron a un panel profesional que sería el responsable de elegir el ganador. El panel no pudo llegar a una decisión unánime y el premio quedó desierto.

Uno puede preguntarse por la validez de opinión de solo tres personas cuando se trata de elegir la lista de finalistas de uno de los premios literarios más relevantes del mundo. Los finalistas que se presentaron pertenecen a tres libros formalmente abigarrados y complejos; tal vez se echó en falta alguna otra perspectiva muy distinta a las tres que realizaron la selección. Puede, incluso, que hiciera falta una visión más realista de la literatura actual, tal como hicieron, arriesgándose de modo evidente, los miembros del jurado que seleccionaron a Barnes para el Premio Booker británico, al decantarse por una obra en apariencia más sencilla (apunto, en apariencia, ya que la maestría formal de A Sense of an Ending es apabullante, gracias a su texto preciso y a la vez multifuncional) pero con una historia hipnótica; alejándose así (y recibiendo numerosas críticas por ello) del impulso por lo denso, lento, casi barroco de la literatura más académica. Los tres finalistas del Pulitzer tenían fallos evidentes: El rey pálido era una obra inacabada, póstuma, de un autor que dispone de obras mucho mejor valoradas, Swamplandia! era una novela debutante, con limitaciones de autor primíparo, y Train Dreams era una reedición, en formato de novela, de un relato largo publicado diez años antes. Nada como para descalificarlos, por supuesto, pero lo suficiente como para que no terminaran de convencer al jurado final.

Tras leer el artículo de Cunningham, uno no puede evitar tener la sensación de que los tres miembros del jurado, si bien encontraron libros que les parecieron dignos de un premio importante, no terminaron de encontrar ese “One” al que hace mención Cunningham; de entre más de 300 libros leídos no pudieron dar con esa obra maestra indiscutible, esa inmensa joya que los hiciera contener la respiración, que los maravillara, y que por esto decidieron seleccionar como finalistas a aquellos que formalmente estaban mejor construidos, o tal vez aquellos que respondían de manera más acertada a sus parámetros de calidad literaria. Pero ya sabemos que esto de la calidad literaria es difícil de medir, y que si falta la chispa de genio absoluto, aquella que nos hace releer un libro una y otra vez y llorar y reír con su contenido, aquella que nos transforma como lectores y como personas, no tenemos por qué contentarnos con menos. Tal vez fue eso, exactamente, lo que les ocurrió a los encargados de decidir el ganador, aquellos que prefirieron, a pesar de la subsiguiente polémica, declarar el premio desierto.

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Detente, respira y escoge. La cortísima vida del lector

AutorGabriella Campbell el 24 de agosto de 2012 en Divulgación

Cantidad de libros

Muchos de los que leemos tenemos la costumbre de terminar todos los libros que empezamos, por muy malos, aburridos o densos que sean. Este puede ser un hábito muy positivo: si hubiera abandonado La Regenta en ese primer capítulo descriptivo de Vetusta que se me antojaba insufrible, nunca habría leído una obra magistral que con el tiempo se convirtió en uno de mis libros favoritos. Muchas obras exigen un esfuerzo, y no merecen ser abandonadas a la primera de cambio. Puede ocurrir (y no pocas veces) que la obra que tengamos entre manos mejore de forma espectacular a partir de la segunda mitad del libro, y de habernos rendido nos habríamos perdido horas y horas de disfrute literario. También nos encontramos con libros que nos resultan muy difíciles y lentos, pero que al terminar nos hacen sentirnos recompensados, conforme revaluamos la lectura y descubrimos todo un mundo subterráneo de sentido y belleza que nos ofrece muchísimo más que una obra más rápida y sencilla.

Dicho esto, es importante tener en cuenta que como lectores (y humanos) somos finitos. Tenemos un límite muy real de libros que podemos leer. ¿Cuánto lees al día, y a la semana, y al año? Si eres un lector ávido, tal vez leas un libro por semana. Unos 52 libros al año. Supón que eres un lector joven y saludable, de unos veinte años. Tu esperanza de vida podría ser, siendo muy optimistas, de 70 años más (y eso dando por sentado que con 90 años tu lucidez sea la misma que ahora). Eso significa que en tu vida podrías leer 3640 libros, en el mejor de los casos. Realmente no son tantos. Solo con los considerados “clásicos” podríamos hacer una lista de mil libros (de hecho ya hay algún libro publicado con listas de este tipo, entre ellos el 1001 libros que hay que leer antes de morir editado por Grijalbo). Muchos aficionados a la lectura no llegan al libro por semana, así que imaginaos cómo se reduce la cantidad. En conclusión, tenemos poco tiempo y muchos libros por leer.

A no ser que seas Sarah Weinman, que en 2008 batió su récord personal al leer 462 libros en 12 meses, ni más ni menos. Weinman tiene una habilidad innata que le permite leer a velocidades supersónicas, sin utilizar ningún tipo de técnica (en Lecturalia os hemos hablado del speed reading, pero lo de Weinman es distinto. Asegura que la narrativa, el ritmo y sonido que se proyecta en su cabeza al leer va a una frecuencia diferente al texto que pasa delante de sus ojos, un caso muy curioso). Weinman corrige libros de 350 páginas en menos de 4 horas y lee un mínimo de un libro al día. Esto es muy útil para su trabajo, ya que es crítica y columnista para el periódico estadounidense Los Angeles Times. Puede permitirse leer, entender y tomar notas de un libro en poco más de una hora: lo que demuestra que comprende y asimila realmente lo que lee.

En cuanto a nosotros, meros mortales con velocidades de lectura media, tal vez deberíamos plantearnos en serio que tenemos un cupo relativamente pequeño de libros. A lo mejor va siendo hora de ser más exigentes con las obras que escogemos, a lo mejor deberíamos prescindir de aquello que no nos aporta nada o que no disfrutamos como querríamos. Además, hay que tener en cuenta la famosa Revelación de Sturgeon: El 90% de todo es mierda. Aprovechemos con conciencia ese 10% restante.

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¿Qué leen los famosos?

AutorGabriella Campbell el 22 de agosto de 2012 en Divulgación

La mujer que se daba con las puertas

Para aquellos a los que nos gusta leer, existe cierta curiosidad morbosa por saber qué leen los demás. Tal vez sea porque creamos que podemos conocer más de una persona por su selección literaria, tal vez porque queramos juzgarla por sus preferencias, o quizá nos pueda el cotilleo: una equivalencia literaria a los programas del corazón, que nos impulsa a preguntarnos qué obras están en las mesillas de noche de aquellos que frecuentan nuestras pantallas, radios y periódicos.

Prueba de esto es el éxito inusitado del que gozan las obras que aparecen en las listas de lectura de personajes como el presidente Obama: cada vez que menciona haber leído un libro este multiplica sus ventas. Otros son menos abiertos en lo que se refiere a sus preferencias literarias, pero una mínima investigación por Internet proporciona una amplia información acerca de los libros que decoran las estanterías de algunos famosos… o por lo menos los libros que quieren hacernos creer que las decoran. Así, podemos saber qué lee una actriz de Hollywood o un político francés, una escritora de éxito o un periodista deportivo, si alguno de éstos ha decidido compartir en algún momento de manera pública sus intereses literarios (o aunque no lo compartan de manera directa, como ocurre con artículos como el que nos narraba qué tenía en la mesa de su despacho el ex-entrenador del Barcelona Pep Guardiola. Algunos no se limitan a compartir qué leen, sino que se dedican también a la edición de libros, como ocurre con el actor Viggo Mortensen, fundador de Perceval Press y admirador confeso de escritores como Martin Amis o ensayistas y poetas activistas como Chris Abani. Mortensen también escribe, y ha publicado varios títulos que combinan poesía y fotografía, entre los que destaca su selección bilingüe, Canciones de invierno Winter Songs, de 2010.

Una de las listas que más se ha compartido por la red es la de la autora británica J. K. Rowling. Según la conocida revista estadounidense O (de Oprah Winfrey, una de las mujeres cuyas promociones literarias más afectan a la industria editorial de su país), entre los favoritos de Rowling están los siguientes: Emma, de Jane Austen; Chéri, de Colette; y La mujer que se daba con las puertas, de Roddy Doyle. Rowling afirma que adora los libros de estilo aparentemente sencillo y sin pretensiones ni grandes sentimentalismos que, a la vez, esconden una gran maestría en el arte de escribir. Asegura que sus libros favoritos de infancia fueron El pequeño caballo blanco, de Elizabeth Goudge (insiste en que le encantaba que la autora describiera siempre todo lo que comían sus personajes) y Los buscadores de tesoros, de Edith Nesbit, que le chocó por su realismo y personajes creíbles (frente al moralismo imperante en los libros infantiles de la época). En cuanto al libro infantil actual que más le ha gustado, Rowling recomienda Skellig, de David Almond, que tiene tanto el Premio Whitbread como la Medalla Carnegie, dos de los premios más importantes de la literatura británica, en su correspondiente categoría de obra infantil.

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La invasión zombi

AutorGabriella Campbell el 21 de agosto de 2012 en Opinión

Invasión zombi

Aunque haya monstruos atractivos y bien vestidos que inundan las estanterías de la literatura para jóvenes adultos (vampiros, hombres lobo, ángeles y demonios que satisfacen las fantasías de los lectores medios), últimamente el terror ha tomado una dirección muy definida.

Frente a la purpurina de chupasangres relucientes y licántropos de gimnasio, parece como si el género del horror necesitara resarcirse recurriendo a la bestia más desagradable de todas: el muerto viviente clásico, el zombi. No hay más que asomarse a la muestra cinematográfica para recordar que los zombis no brillan, practican poco sexo y representan el culmen de la repugnancia orgánica, al fin y al cabo son cadáveres regresados que se pudren y descomponen mientras llevan a cabo sus tradicionales tareas de zombi, esto es, devorar carne humana, contagiar su condición de zombi y diezmar a la población viva.

Lo positivo de cualquier saturación temática es la aparición de creaciones muy originales que pretenden destacar por encima de sus competidores introduciendo nuevos conceptos y giros de tuerca sobre mitos y figuras bien establecidas. Todas las secciones de terror de las librerías rebosan de obras inspiradas por el arquetipo del muerto viviente, y es por esto por lo que surgen nuevas formas, reinvenciones del monstruo clásico con aire a renovación que intentan salvar al género de un inevitable colapso; son joyas creativas que podrían rescatarse de la explosión de la burbuja zombi, de la pira en la que arderán estos cadáveres tarde o temprano (aunque esto, como ocurre con vampiros, brujas, hechiceros y hadas, no es más que un ciclo. Los zombis renacerán, cómo no, de sus cenizas antes o después, si es que llegan a morir del todo). De vez en cuando asoman criaturas diferentes, como las protagonistas muertas de Juan Díaz Olmedo en Zombi (NGC! Ediciones), que en vez de andar aterrorizando al mundo en un súmmum de cadáveres animados son identidades ocultas, personajes ya muertos que se esconden, minoritarios, del resto de la población.

Dentro de colecciones como la Línea Z de Dolmen, por ejemplo, dedicada exclusivamente a libros de esta temática, aparecen también títulos que nos llevan más allá de lo esperado. Observamos diferentes modos de explicar la invasión, de explicar la vivencia del muerto (y quien dice muerto puede decir también infectado), de reflejar la reacción de los supervivientes o de analizar la de los propios zombis (que comienzan a convertirse en protagonistas conscientes de la narración, más allá del tópico de cadáver descerebrado). En Antirresurrección, de Juan Ramón Biedma, los zombis deben lidiar con una no-muerte que no los ha privado de su inteligencia ni percepción, al mismo tiempo que protagonizan una narración con claros tintes de novela negra. La perspectiva de los supervivientes es también fundamental, inmersos en una situación que no entienden, víctimas no solo de la amenaza de los muertos sino también de otros vivos, participantes involuntarios de un auténtico Armagedón bíblico, como refleja Víctor Conde en Naturaleza muerta, donde los despropósitos del fin del mundo anunciado por San Juan cobran una existencia macabra. O pueden convertirse ellos mismos en criaturas espantosas que dejan a los zombis en un segundo plano, horrorizándonos con su comportamiento de vivos desquiciados, como ocurre en El manantial de Alejandro Castroguer.

El gore, el miedo y la acción desenfrenada son puntos en común que suelen encontrarse en todas las obras de zombis. Pero mientras sigan produciéndose obras en esta línea, mientras sigamos teniendo libros de muertos vivientes, seguirán publicándose novelas donde nada es lo que parece, donde nuestras expectativas se vean truncadas. Ya solo queda preguntar: ¿Y vosotros? ¿Cuál es la mejor novela de zombis que habéis leído?

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Las mejores (y peores) promociones de libros

AutorGabriella Campbell el 20 de agosto de 2012 en Opinión

Ray Dolin

En un mercado en el que autores y editores deben crear un producto realmente excepcional para conseguir unas ventas llamativas, en un mundo en el que la oferta de libros es variadísima y, en ocasiones, apabullante, son las campañas de publicidad las que pueden marcar la diferencia. Una campaña promocional inmensa no garantiza la venta de un libro, pero la originalidad suele funcionar para atraer la atención hacia la obra en concreto, como lo demuestran algunas barbaridades llevadas a cabo por escritores y editoriales con el único fin de vender un libro.

No todas estas grandes ideas promocionales salen bien. Ray Dolin, un estadounidense que estaba escribiendo un libro sobre la generosidad de sus compatriotas, llegó a los titulares de los periódicos al recibir un disparo de un conductor que se acercó a él en su coche mientras Dolin hacía autostop como parte de un largo recorrido por su país recopilando actos de bondad por parte de las personas con las que se encontraba. El ataque tuvo una gran polémica (qué triste recibir un disparo no provocado de un desconocido cuando escribes precisamente sobre la bondad de otros), pero más adelante se descubrió que todo era una elaborada farsa. Dolin se disparó a sí mismo para conseguir publicidad para su libro. Sobra decir que, en este caso, la jugada promocional no le salió muy bien, e incluso fue detenido por la policía.

Otros han sido también arriesgados pero con final feliz. El historiador Herodoto se coló en los juegos olímpicos del 440 a. de C. para leerle sus Historias al público. Walt Whitman se escribía sus propias reseñas, de lo más laudatorias, por supuesto. El editor de Random House Bennet Cerf obtuvo una publicación muy efectiva del Ulises de James Joyce en Estados Unidos al conseguir que los agentes de aduanas confiscaran el libro al llegar a Nueva York, lo que aumentó su notoriedad.

También encontramos editores que se especializan en lo bizarro, revolucionario o conflictivo, asegurándose así cierta atención por simple morbo. Un ejemplo claro es el de obras biográficas o ensayos de políticos con ideologías extremas: gran parte de sus ventas provienen de personas de ideologías contrarias, a quienes les proporciona cierto placer poder reafirmarse en su aberración por los principios expresados. Lo mismo ocurre, claro, con el sexo y con el cotilleo: es fácil promocionar un libro cuyo contenido despierte la curiosidad de los lectores potenciales.

¿Pero cuáles son las herramientas principales de promoción que utilizan los autores y editores hoy en día? Parece que cada vez son más importantes las redes sociales, y Facebook y Twitter se han convertido en referentes inevitables, por no hablar de que una presencia virtual, una web propia, es una obligación ineludible para todos los autores. Sea como sea, tanto en la web como en cualquier entorno, de poco sirven las grandes campañas publicitarias si el producto no es bueno, si no engancha, si está mal editado, en resumen, si se pierde de vista lo esencial, que es el propio libro.

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