Es de conocimiento general que en muchas ocasiones son las personas que nos rodean las que más influyen en nuestra forma de escribir, y a veces son determinantes a la hora de decidir si enviamos nuestros escritos a editoriales para probar suerte en el arduo mundo de la publicación. Más allá de esta influencia lógica existen familiares que gestionan nuestro legado literario, generalmente después de nuestra muerte, como ha ocurrido en el conflictivo caso Larsson o con el célebre hijísimo Tolkien, ya sea para bien o para mal. El conocido autor de fantasía Neil Gaiman habló en su blog hace ya tiempo de la necesidad de crear un “testamento literario” en vida que aclarase el futuro póstumo de nuestras obras (puso el triste ejemplo de un colega escritor cuyas regalías y obras no publicadas fueron a parar a su ex-mujer, una mujer que nunca había apoyado su carrera literaria, mientras que la mujer que vivía con él, que lo cuidó antes de morir y gracias a quien pudo desarrollar su talento, se quedó con las manos vacías).
La teórica y crítica Cynthia Ozick ha insistido repetidamente en el peligro de las viudas, quienes se sienten frecuentemente poseedoras de un legado literario que realmente no es suyo. Pone de ejemplo lo que ocurrió con la viuda de Joseph Conrad, el conocido autor de El corazón de las tinieblas (obra que inspiró Apocalypse Now de Ford Coppola), quien se resistía a permitir la publicación de la obra de su marido. Recientemente ha fallecido Inna Hecker Grade, la viuda de Chaim Grade, nombre que seguramente no os dirá nada, pero que es de vital importancia para el mundo literario ya que es uno de los muy escasos grandes escritores en lengua yiddish, la variante oriental del judeoalemán que decayó significativamente después del exterminio nazi. Inna, insistiendo en que ningún traductor podía captar la esencia de los textos de su esposo, se había negado a ceder sus escritos a diversas editoriales y académicos interesados, que conocían la obra de Grade gracias a algunas traducciones al inglés que se habían podido llevar a cabo estando éste en vida. El fallecimiento de su viuda, que no ha dejado ningún tipo de testamento ni documento parecido, deja abierto el tesoro al mayor postor. En estos momentos los más interesados son el YIVO (el Instituto de Investigación de Yiddish de Manhattan), la Biblioteca Pública de Nueva York, el Centro Nacional Yiddish del Libro de Amherst y la Universidad de Harvard.
Otro caso conflictivo es el de la viuda de Jorge Luis Borges, María Kodama, quien quedó como heredera de todos los derechos de autor de su marido al fallecer éste. Esto ha significado complejos casos jurídicos, siendo la disputa más conocida la que ha mantenido con la editorial francesa Gallimard, y en concreto con el editor Jean Pierre Bernés, quien trabajó con Borges en una edición de sus obras completas poco antes de morir, grabándose entre ellos unas veinte cintas de comentarios y anotaciones. Kodama supuestamente reclama el 100% de los derechos de esta edición y las cintas para realizar una edición propia, mientras que Bernés se mantiene firme en su derecho a llevar a cabo la edición con Gallimard usando las cintas en las que trabajó. Kodama es también famosa por llevar a juicio a cualquier biógrafo no autorizado de su marido, entre los que destaca el mejor amigo de éste, Adolfo Bioy Casares, cuyo retrato de la viuda no es precisamente favorable. La figura de Kodama parece situarse al mismo tiempo en dos ejes de la opinión pública: los que la ven como guardiana y defensora del legado del escritor, y los que la ven como una manipuladora que vela por sus propios intereses.