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Las cenicientas de la literatura

AutorGabriella Campbell el 30 de mayo de 2010 en Divulgación

Escritor Ceniciento

A todos nos encantan esas historias de escritores sin fortuna cuyo manuscrito es rechazado constantemente por editoriales hasta que de repente tienen un golpe de suerte y consiguen un montón de pasta. Tal vez uno de los ejemplos actuales más conocidos es el de J. K. Rowling, que escribió su primera novela de Harry Potter en los escasos momentos que le permitía su frenética vida de mamá trabajadora; y recuerdo cómo en una charla universitaria la española Almudena Grandes contó que se levantaba a las cinco de la mañana para escribir un par de horas antes de tener que entregarse a la rutina diaria del trabajo y los niños. El caso de Marina Fiorato es todavía más llamativo: escribió su primera novela de cafetería en cafetería, con su bebé en brazos. Escribía en bares y cafeterías de librerías para poder utilizar la documentación que estas ofrecían, ya que no podía permitirse viajar a Venecia, donde se basaba su primera novela, El misterio de Murano.

Fiorato finalmente consiguió que una editorial independiente, Beautiful Books, se fijara en ella. El libro cosechó un tremendo éxito (está traducido a más de veinte idiomas) y recientemente ha firmado un contrato para su adaptación cinematográfica. Su novela más reciente, The Botticelli Secret (El secreto de Botticelli), le ha valido un adelanto de publicación de nada menos que 250000 libras esterlinas (casi 300000 €). Sin embargo, escarbando un poco nos damos cuenta de que tampoco es una madre trabajadora cualquiera: esta licenciada en Historia de la Universidad de Oxford, medio veneciana y medio inglesa, es actriz, diseñadora (ha colaborado en la puesta en escena de giras de los Rolling Stones y de U2), ilustradora y crítica de cine, medio en el que también trabaja su marido, que es director. Se casó en Venecia, ciudad donde obtuvo también una titulación de Historia y que conocía relativamente bien. Así que, aunque su nueva situación económica le haya venido de nuevas, tampoco era precisamente una cajera de supermercado ni estaba fregando escaleras. A los medios les encanta vendernos estas historias de fama y fortuna de la noche a la mañana, si bien raras veces son ciertas. ¿Quién no se tragó aquello de que El Código da Vinci se hizo célebre simplemente por el boca a boca, sin ningún tipo de promoción editorial?

A la mente del ávido lector acuden enseguida mitos de aquellos escritores que realmente subsistían de mala manera, incluso de aquellos cuya obra no se valoró hasta después de su muerte. Gran parte de la generación beat estadounidense se hizo famosa precisamente por no tener un duro y escribir sobre ello (un ejemplo perfecto sería Jack Kerouac, que escribió sus mayores obras durante su vida como marino mercante), por no hablar de tantos poetas malditos franceses que se dieron a la lujuria y al alcohol barato sin que les llegase el dinero para comer. Por supuesto que el escritor, por lo general, desea una compensación económica, y si ésta es enorme, tanto mejor. Pero eso no quita que tantas noticias sobre pobres autores muertos de hambre atrapados en empleos anodinos empiezan a parecer sospechosamente parecidas, y sospechosamente idóneas para la promoción editorial. Porque está claro, ¿a quién prefieres comprarle, al autor establecido y ricachón, o al marginado por las editoriales, padre de familia con un trabajo parecido al tuyo? Queremos sentirnos identificados con el escritor cenicienta, ya que deja las puertas abiertas a la posibilidad de que nosotros también podamos llegar a serlo.

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