Escribir literatura juvenil no es nada fácil, pese a lo que muchos puedan opinar. Es más, habría que matizar esta aseveración tan pronto como la he escrito: escribir buena literatura juvenil no es nada fácil.
Hay que tener en cuenta que estamos hablando de un gran mercado animado por la existencia del plan lector en las escuelas, mediante el que se recomiendan muchísimos libros al año, y en el que se mueven desde absolutas medianías a grandes obras que traspasan las etiquetas de edad.
Desde luego, los premios son muy importantes en este apartado literario. Cada año se convocan unos certámenes dotados con cantidades que no tienen nada que envidiar a la literatura creada “para adultos”. De todas formas, no se puede asegurar que esos premios sigan una política diferente a la de sus “hermanos mayores” y que no estén movidos, además de por valores literarios, por cierta tendencia a la mercadotecnia.
Por eso me alegra conocer el premio que le han otorgado a César Mallorquí por La caligrafía secreta -un todoterreno de la literatura con novelas de ciencia ficción, género negro, fantástico o juvenil-: el Premio Hache, otorgado por votación popular de más de mil adolescentes y que es, sin duda, el mayor reconocimiento que puede tener un escritor de juvenil, al menos en el sentido de la relación con lectores, de saber llegar a un público que está, al menos en lo físico, tan alejado.
Además del Premio Hache, también se ha otorgado el Mandarache, votado por 3000 jóvenes entre 15 y 30 años, y que ha recaído en Kiko Amat por Rompepistas, una historia punk situada en los años ochenta y que se amolda como ninguna a ese rango de edad entre la adolescencia y el paso a la juventud. Rompepistas es el tercer libro que Amat saca con Anagrama, así que la calidad, como demuestra este premio, se le supone.
El premio, además del importante masaje de ego que supone, lleva 3000 euros de dotación y una estatuilla conmemorativa. Genial iniciativa del Ayuntamiento de Cartagena y que ya va por su quinta edición. La verdad es que es todo un reconocimiento que demuestra qué es lo que le gusta leer a la gente más joven, con una respuesta que puede asombrar a algunos editores: buena literatura.
Vía: Premio Mandarache