Si a Jerry Siegel y Joe Shuster les hubiera dicho alguien cuando comenzaron a planificar el superhéroe que hoy en día todos conocemos como Superman, que alguien iba a estar dispuesto a pagar más de un millón de dólares por uno sólo de los ejemplares de su creación, se habrían quedado cuatro o cinco más para guardarlos en la caja fuerte de su casa.
Lo cierto es que sobre ese mítico número 1 de Action Comics, publicado en junio de 1938, siempre ha circulado el ansia de la mitomanía y el coleccionismo más cerril. Ese número en concreto ha aparecido en películas y series de televisión como símbolo último del frikismo.
Hace muy poco, apenas un mes, ya se pagó un millón por otro de los ejemplares de ese primer número. Días después, otro al que le sobraba algo de calderilla se gastó 1 075 000 dólares, rompiendo el récord anterior, en la primera aparición tebeística de nuestro encapuchado favorito, Batman. Pero la alegría por haber conseguido el Record Guiness de más dinero pagado por un tebeo le ha durado poco, y otro genio de las finanzas ha soltado 1.5 millones para tener en casa esa mítica portada de Superman destrozando un coche. Supongo que le habrán dado una fundita de plástico por el mismo precio.
Así es como funciona el mundo de las subastas modernas, donde las nuevas fortunas parecen menos interesadas en Dalí o en Picasso que en réplicas de Mazinguer Z, fiambreras de Betty Boop y números uno de Superman.
Los responsables de ComicConnect.com donde hacen estas y otras lucrativas subastas, lo resumen de manera bastante sencilla:
No quieren ni un Van Gogh ni un Picasso. Quieren coleccionar objetos que tengan un significado para ellos. Nuestra sociedad está construida sobre la cultura pop y Supermán, Spider Man y Batman son los iconos de hoy día
Después de todo, si comprar Los girasoles de Van Gogh puede considerarse una inversión, ¿por qué no el Superman número 1? El año pasado valía 375 000 dólares. Hoy, un millón y medio. Será cuestión de la crisis económica: hay que invertir en oro, armas, conservas y Superman.
Vía: La vanguardia