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Libros importantes que no nos hemos leído

AutorGabriella Campbell el 7 de febrero de 2010 en Divulgación

Libros que no has leído

Cuando apareció en el 2006, editado por Anagrama, la traducción del libro de Pierre Bayard, Cómo hablar de los libros que no se han leído, muchos corrieron a comprarlo con la esperanza de que su estatus social subiera como la espuma al poder citar Guerra y Paz y sonetos de Shakespeare ante sus amigos sin apenas pestañear. Estos muchos se quedaron muy defraudados al descubrir que dicho libro ofrecía un título muy engañoso, tratándose realmente de un ensayo acerca del acto de la lectura y su repercusión social. Muy interesante, cierto, pero poco útil a la hora de iluminar uno a sus congéneres acerca de sus hábitos culturales.

Cualquier lector ávido entra en la paradoja de la no-lectura, es decir, cuanto más lee uno, menos lee. ¿Qué significa esto? Significa que cuanto más amemos leer, y más leamos, más conscientes seremos de todos esos libros que todavía no hemos leído, que queremos o que debemos leer. La implementación de un canon, sea discutible o no (aunque siempre lo es), que reside en nuestras escuelas, en nuestras universidades y en nuestras mismas calles, nos impulsa hacia un sentido del deber lector, una obligación de conocimiento, no por amor al conocimiento mismo, sino por necesidad de aceptación e integración social. Y por la misma razón por la que nos avergüenza no habernos leído El Quijote o el Ulises de James Joyce (aunque lo hemos comprado y lo tenemos en la estantería), nos avergüenza confesar que pasamos nuestras noches pecaminosas absortos en la lectura de la última novelita de Stephanie Meyer, en algún clásico de la chick-lit, o que estamos a medias con algo de Dan Brown y/o de Ken Follett. Y esto es completamente comprensible, ¿por qué obligarse a digerir un solo párrafo de Proust cuando podríamos estar atrapados sin posibilidad de escapatoria en una intriga de John Grisham? Haciendo referencia a la reciente defunción de Salinger, resulta sorprendente, por ejemplo, la cantidad de personas que afirman ser admiradores de El guardián entre el centeno sin habérselo leído (o habiéndoselo leído y habiéndolo odiado), simplemente porque en su momento fue una obra popular y se ha convertido en un clásico moderno.

Los libros son un poco como la comida. Tenemos la comida rápida, deliciosa y suculenta, que nos suele dejar insatisfechos y con ganas de más. Tenemos la comida sana, poco apetecible e interesante pero muy beneficiosa para nuestro organismo. Y tenemos la comida gourmet, esas maravillas casi experimentales que casi nunca nos podemos permitir. Y si alguien nos pregunta dónde comimos la semana pasada, rara vez diremos que en una hamburguesería, sino comentaremos las ventajas de los guisos caseros, de las verduras, la fruta y de la soja. Y si nos reunimos con personas que nos producen inseguridad, personas con las que nos sentimos menos inteligentes, posiblemente diremos que hemos saboreado un delicioso Milhojas Crujiente de Hortalizas con Foie Caramelizado y Melaza de Cabernet Sauvignon.

Hay quien dice que toda lectura es buena. Y hay algunos trucos para poder deglutir aquellas obras que se nos antojan intragables (Cortázar reconocía que la única forma para él de leerse El Quijote era llevándoselo al baño). Siempre hay que recordar que no tenemos que fingir ser lo que no somos, que es tremendamente fácil pillar a un mentiroso, e intentar mejorar nuestra alimentación poco a poco, ya que nos resultaría complicado pasar de comida rápida a una dieta saludable de un día a otro, puesto que enseguida nos cansaríamos y volveríamos a nuestras costumbres anteriores. La buena literatura es extremadamente saludable para el corazón y para la mente, pero eso no implica tener que llevarse a Dostoievski al excusado, sino sencillamente analizar qué nos aporta lo que leemos, y no tener miedo a enfrentarnos a lecturas que nos supongan un reto. De cualquier forma, lo que nunca debemos olvidar es que lo que leemos nos produce placer y conocimiento sólo a nosotros, y leer por lo que puedan pensar los demás es, como en el caso de tantos otros aspectos de nuestra vida (moda, adquisiciones, ocio, trabajo), un poquito absurdo.

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