Poco sospechamos, al pasar las páginas de la entrañable novela Mujercitas, que el calor y la ternura que inunda nuestras entrañas es producto de varias ediciones, correcciones y capitulaciones que la han convertido en la “porquería moralista” (Louisa May Alcott dixit) que es hoy. Diversos filtros hicieron de Jo una chica mucho más refinada y mejor hablada que en la obra original, y ciertas obras de teatro de las hermanas March fueron sustituidas por representaciones religiosas. La Marmee de la familia fue puesta a dieta y también hizo un curso avanzado de modales y dicción, y Laurie sufrió un remake propio de un cambio radical televisivo.
Cuando Louisa era adolescente, se prometió a sí misma que haría lo que fuera para poder ser independiente, rica y popular. Comenzó enseñando y limpiando casas, ayudando a mantener a su empobrecida familia, y enviando relatos a publicaciones variadas. Finalmente llegó su gran oportunidad, una editorial le encargó “una novela para chicas jóvenes”, y su éxito fue tal que se sucedieron múltiples ediciones, con sus correspondientes modificaciones ya citadas para adaptar la obra al máximo al afán puritano de “educar a las esposas del mañana”. A Mujercitas siguieron muchas otras obras del mismo estilo, ya fueran secuelas de ésta o libros independientes en el mismo tono.
Louisa May Alcott no quería que Jo March se casara, sobre todo porque Jo March era su alter ego literario y Louisa May Alcott no quería casarse. Ni tener hijos. Ni sacrificar su situación de solterona pudiente en ningún sentido. En Mujercitas se advierte a las chicas que se alejen de las novelas “malas”, las novelas románticas y pasionales que pueden ejercer una influencia liberadora sobre esas pequeñas mujeres y futuras esposas. Las hermanas March no sabían que su creadora era la autora de muchas de esas novelas, y de hecho, Pauline’s Passion and Punishment (La pasión y castigo de Pauline) a día de hoy sigue considerándose una de las novelas románticas, o “potboilers”, más importantes de la época. Restringida por la necesidad de ser comercial, ya fuera educando a jovencitas o llenando sus cabecitas de deseos prohibidos, Louisa no publicó muchas obras que realmente reflejasen sus propios intereses y habilidades (Moods y A Modern Mephistopheles probablemente sean las únicas, aparte del compendio de historias sobre las seis semanas que ejerció de enfermera voluntaria en el Hospital de Georgetown durante la Guerra Civil).
No deja de sorprender que la misma autora que relataba las aventuras de cuatro hermanas edulcoradas con tanto candor fuera activa defensora de los derechos de la mujer, abolicionista, y posiblemente lesbiana. Louise Chandler Moulton le preguntó en una entrevista por qué seguía siendo soltera, y Alcott respondió que se había enamorado miles de veces de chicas hermosas, pero nunca de un hombre. Probablemente esta lectura sea demasiado moderna, y simplemente estamos ante una mujer que no quería someterse a la dictadura patriarcal de su época, y que disfrutara más de la compañía de mujeres que de hombres, pero lo que sí es cierto es que la masculina Jo, que expresa querer ser un hombre para así poder casarse con su adorada hermana Meg y evitar que se marche de casa, tuvo que hacer lo socialmente adecuado y contraer matrimonio, pero Louisa huyó de este papel impuesto para convertirse en la figura inspiradora que es hoy. No en vano The Publishing Triangle, una importante asociación de editores, autores y lectores estadounidenses, eligió Mujercitas como una de las cien mejores novelas gays de la historia.
Louisa May Alcott
Mujercitas