Durante las últimas semanas, y con la fiebre subida de las novedades sobre lectores de libros electrónicos -en la última feria electrónica CES hubo un buen montón de novedades sobre e-readers, la figura de la copia privada y la posición del mercado, todavía inicierta, dejan al escritor con cierto miedo al medio plazo.
Digo medio plazo porque, por mucho que se empeñen en ciertos medios, mañana por la tarde no se va a imponer el ebook haciendo desaparecer por arte de magia al libro físico de toda la vida. Es más, la inevitable comparación con el mundo de la música ha llevado los comentarios a niveles un tanto kafkianos.
Lo que despierta ahora cierta inquietud en el escritor de calle, es ese medio plazo que se nos presenta a la vuelta de la esquina. Está claro que a lo largo que la tecnología mejore y se abarate los papeles del libro electrónico y el físico se irán definiendo mucho mejor, pero ahora, que es cuando se tienen que sentar las bases del mercado, la disparidad de opiniones está siendo preocupante.
Las nuevas tecnologías obligan al cambio, es imposible que llegue el ebook y todo siga funcionando de la misma forma. Ahora, hay ciertos aspectos que se vienen comentando alrededor de la creación literaria que van calando hasta convertirse en vox populi.
Una de las ideas que más cuaja es la de que el escritor, al poder acceder a herramientas de difusión prácticamente gratuitas, será capaz de saltarse a la editorial y vender directamente al gran público. Esto presenta varios problemas, que irían desde la maquetación de los textos, la corrección y la publicidad -dejando a un lado el trabajo en las redes sociales-, un gasto monetario que difícilmente es asumible por un autor que no tenga aseguradas unas ventas considerables. ¿Nacerá la figura del escritor social? ¿Habrá darwinismo cultural 2.0? Quién sabe, no sería la primera vez que todo el negocio y el oficio tienen que cambiar de golpe.
Sin embargo, la postura que he escuchado más en los últimos días, y que me preocupa más que todo lo anterior, es la de la del lector frente al escritor. Se suele plantear una pregunta, ¿por qué escribe el escritor? La respuesta, en la mayoría de los casos, es porque se lleva dentro. Es una necesidad, una pulsión, algo que nos lleva por caminos amargos y solitarios durante meses. Es evidente que la necesidad de escribir no nace por dinero, pero, esto es algo que debería quedar claro, si se recibe una compensación económica por las horas invertidas quizá se pueda buscar la forma de tener más tiempo para escribir, mejorar y revisar los textos. Esto hay que dejarlo claro, que ya son varios los que me han comentado que con el reconocimiento los escritores ya tienen bastante, que es una actividad complementaria a otros trabajos y que por lo tanto casi nadie vive de la escritura. Cierto es que la dedicación a tiempo completo está reservada a los superventas, pero el hecho de recibir algo de dinero por derechos y buscarse la vida por otro lado puede hacer que un escritor dedique su tiempo a trabajar en la literatura y no a duplicarse en la oficina, el andamio o la fábrica.
Con estos detalles quiero decir que, si cambia el modelo, el autor necesitará todavía de un punto intermedio de promoción o filtro antes de lanzarse al mercado. ¿Cuál? Está por definir, y todo dependerá de la voluntad del lector de pagar algo por lo que lee, sea propina o tal vez limosna para poder leer el siguiente libro de su autor favorito.