Patrick Rothfuss tardó siete años en escribir El nombre del viento, obsesionado con terminar ese libro que le quemaba los dedos. Revisión tras revisión, rechazo tras rechazo, fue dando forma a una de las más interesantes propuestas de los últimos años dentro de la literatura fantástica.
El nombre del viento nos cuenta la historia de Kvothe, un héroe -o antihéroe-, un hijo de la palabra, de la actuación, del teatro, pero también de la magia, del mito y del destino. Un personaje poderoso, con el que te identificas enseguida y que camina por un mundo creado con un nivel de detalle maravilloso.
De este libro se ha hablado mucho en los últimos meses y tanto la obra como su autor han sido comparados desde con Ursula K. Le Guin hasta incluso con Tolkien y su Señor de los Anillos. Rothfuss, sin embargo, bebe poco de estas fuentes, incluso muy poco de la fantasía clásica, y sí mucho de influencias más cercanas en el tiempo como Harry Potter.
Los rasgos más destacables de El nombre del viento son dos. Por un lado el lirismo con el que la historia está contada, buscando un estilo quizá algo artificial pero de gran belleza, algo a lo que la traductora, Gemma Rovira, habrá aportado su granito de arena. Por otro, tenemos la facilidad con la que Rothfuss hace que nos encariñemos con el personaje principal, lleno de defectos pero también de habilidades.
Sin embargo, he de decir que El nombre del viento me ha decepcionado un poco. Quizá por esas esperanzas creadas a su alrededor, quizá porque, aunque me cuenta una bonita historia, no es en absoluto una historia demasiado original, o puede ser que al final se pase un poco con hacernos querer tanto a los personajes, algo que con ese lenguaje precioso acaba por resultar un tanto ñoño.
La verdad es que me parece un libro más cercano al género juvenil que a una narrativa adulta, a lo mejor por ser el primer volumen y ser en el que se cuenta la infancia y adolescencia del protagonista. Toda la reflexión y el buen acierto que resulta de la combinación de dos tiempos, con el Kvothe joven y el adulto, se pierde en una repetición de las mismas situaciones y una poco afortunada visión de la Universidad donde estudia, en la que no podía dejar de ver guiños a Hogwarts y a la Universidad Invisible de Pratchett.
Sin embargo, y esto reconozco que es algo personal, lo que menos me ha gustado es su complacencia. El nombre del viento es un libro de más de quinientas páginas, pero lo que se cuenta en él podría haberse quedado en menos de la mitad a poco que se hubiera hecho un esfuerzo. La pirotecnia linguística se agradece, pero si te deja a medias, apenas comenzada el nudo de la historia, te quedas con la sensación de que, en realidad, apenas ha pasado nada.
Pese a todo, El nombre del viento es muy interesante. Las ideas son buenas, está muy bien escrito y sobresale de propuestas muy inferiores y refritos auténticos que apenas aportan nada más que el papel donde están escritos, obras todas muy comunes en el mercado del género fantástico actual. Sin duda una obra que me habría entusiasmado hace diez años y que sólo me ha hecho pasar un buen rato ahora.
Eso sí, señor Rothfuss, quiero ese segundo libro terminado lo antes posible.
El nombre del viento