Frente a las limitaciones económicas y físicas del libro, la revista y el periódico tradicional, limitaciones que obligan al editor a seleccionar sus publicaciones con esmero y cuidado, Internet nos ofrece una variedad casi inconmensurable de palabra escrita (o en este caso, tecleada) que resulta bastante más apabullante que pasarse una media hora indecisa frente a las estanterías de las grandes superficies o nuestra librería local. Algunas cosas no cambian, eso está claro, y la música irritante y la climatización de algunos comercios aparentemente más interesados en mostrar una imagen juvenil y dinámica que en ofrecer productos de calidad se corresponde en internet con páginas web saturadas de colores dolorosos y una lista de reproducción mejor o peor seleccionada. Afortunadamente para Internet, parece que los días de HTML para principiantes comienzan a pasar, gracias a la implementación de plantillas y el uso de páginas prefabricadas como pueden ser los omnipresentes blogs; desafortunadamente para los que disfrutamos del tacto y olor de los libros, algunos puntos de venta siguen sin entender que existen temperaturas entre los 3 grados y los 35 grados centígrados, y que vender libros exige una habilidad más allá de vestir un uniforme y tratar al cliente con desprecio.
Lo maravilloso de la World Wide Web es que no existen los costes asociados al libro físico, ni las restricciones físicas de éste. Las maravillas del diseño se acentúan en un medio en que cada segundo se crean nuevos tipos de texto, donde la imaginación dispone de herramientas creativas que inspiran a aquellos que gustan de formar historias, poemas, incluso novelas. En países como EEUU o China, debido a lo inmenso y variado de su mercado, la literatura se pliega a nuevos ejercicios, de mayor o menor éxito. Ya hablamos en Lecturalia de la literatura por SMS que tan popular se había hecho en Asia, y en Estados Unidos muchos escritores se ganan el pan de cada día impulsando a sus lectores a pagar para poder satisfacer su curiosidad: se trata de una literatura por entregas donde un hilo argumental hipnótico atrapa a los seguidores como hacen ya las series de televisión y como ya hacían en su momento los folletines decimonónicos. Estas obras en progreso, por supuesto, suelen adolecer de cierta mediocridad formal, al fin y al cabo se trata de mantener al cliente/lector enganchado, no de escribir una obra maestra. De nuevo entramos en la polémica libro-arte versus libro-producto, y es que Internet, a pesar de sus posibilidades gratuitas, es también un negocio.
Sea como sea siguen activas muchísimas voces dispuestas a crear con la sola intencionalidad de granjearse lectores y fomentar un tipo de cultura que cada vez se desarrolla con mayor rapidez. Y es que, cuando te despiertas, Facebook sigue allí. La masiva y tremendamente popular red social es, al igual que otros como Twitter, una fábrica de microliteratura, donde los escritores aprovechan el espacio reducido para texto de su “estado” para confeccionar mini-cuentos fugaces. Algunos de los más ambiciosos, como el mexicano José Luis Zárate merecen un seguimiento asiduo, ya que escogen temas literarios tradicionales para pergeñar cientos de “estados” en los que los protagonistas no son el propio autor, sino personajes tan sugerentes como Sherezade o Caperucita Roja; por supuesto también merecen mención los miles de grupos y páginas de fans desarrollados a través de Facebook . Desde la novela hasta el nanotexto, las interminables formas de interacción social que ofrece Internet dejan las puertas abiertas para escritores y aficionados al arte de la escritura; junto a blogs y webcomics, con su mediática combinación de imagen y guión (y, en muchas ocasiones, animación y sonido) encontramos e-zines, que recogen el testigo de los zines revolucionarios, los boletines académicos y las publicaciones comerciales, mezclándolos en una coctelera de extrañas y fantásticas maneras.
Sin embargo, a la par que nos hablan de lectores electrónicos, de literatura visual y de una tecnología que casi inventa más términos que productos, siguen infiltrándose en nuestro día a día las relaciones presenciales, cara a cara, de libro físico con lector, de autor con libro y de lector con autor. Las nuevas modas también pueden apoyar al uso menos tecnológico de la literatura, como puede ser formar un grupo para escuchar poesía acompañados de un café o un buen vino. Esta es la idea de la Poesía en el Túper o TupperPoetry, una manera informal de reunir a poetas y aficionados a la poesía en sus propios domicilios, como ya se hacía años ha con las reuniones para vender tupperware (de ahí el nombre de esta iniciativa literaria, dirigida por el poeta granadino Ventura Camacho), sistema que se halla otra vez en auge gracias a la venta a domicilio de artículos eróticos (TupperSex). Así que si quieres acoger a un poeta en tu casa no tienes más que visitar Poesía en el Tupper, y ver qué disponibilidad hay en tu zona para tener a un trovador personal que amenice tu próximo encuentro social. Eso sí, aclaramos que este encuentro será en persona, en una dirección física, con seres humanos reales, por lo que es posible que tengas que abandonar unas horas el Second Life para recordar los viejos tiempos.