Todos sabemos que desde el principio de los tiempos los libros han sido una fuente de preocupación para el poder, en cualquiera de sus formas. El peligro del pensamiento propio, el riesgo de las nuevas ideas, la posibilidad de la revolución y la mecha de la disconformidad eran algunos factores que impulsaron a lo largo de los siglos a la quema, recorte y prohibición de múltiples obras. Desde la propia Mesopotamia, en la que determinadas tablillas eran destruidas por ser consideradas impías, impropias o incendiarias, hasta nuestro propio siglo XXI, en el que la historia de dos pingüinos macho que adoptan una cría es rechazada por libreros estadounidenses y Harry Potter es acusado de satanismo, los libros han sido maltratados por considerarse peligrosos de una forma u otra. Por supuesto contamos con la famosa lista Index Librorum Prohibitorum et Expurgatorum de la Santa Madre Iglesia (si bien no se ha renovado desde 1966), pero a día de hoy se mueve en numerosos círculos el famoso índice de libros del Opus Dei, puntuados por peligrosidad del 1 al 6, desde válido hasta para niños a mejor consulte a su director espiritual antes de leer esta bazofia. A continuación voy a enumerar algunos de los libros que más han dado que hablar y que más han movilizado a dirigentes políticos y religiosos, comunidades de madres preocupadas y otros conservadores en general:
–1984, de George Orwell. Todo un clásico en el farragoso terreno de la paradoja: Un libro que trata de la censura que es censurado. Hoy en día todavía provoca dolores de cabeza a los sectores más retrógrados, debido a su talante pro-comunista y su contenido sexualmente explícito. Este curioso terreno también incumbe a Farenheit 451, de Ray Bradbury, obra prohibida en algunos colegios estadounidenses: una obra que trata de la quema de libros, de la prohibición del libro, es prohibida. Curiosamente, una de las razones por las que se ha prohibido esta obra entre católicos conservadores es que, al parecer, aboga por la quema de libros, entre ellos la Biblia. Obviamente algunas personas no se leen los libros antes de vetarlos.
–Los versos satánicos, de Salman Rushdie. Suficiente como para que se emitiera una fatwa contra el escritor de origen indio. El libro fue prohibido en su país natal y en su país de residencia, Inglaterra, además de ser quemado en diversas manifestaciones públicas de grupos islámicos extremistas.
–Lo que el viento se llevó, de Margaret Mitchell. Aunque nos parezca increíble, en su momento la novela atrajo numerosas quejas debido a su uso de las palabras damn (maldita sea) y whore (puta). Tampoco gustaba que la protagonista se casara más de una vez. Nada que nuestros niños no vean en los anuncios de la tele ahora, pero en 1936 hizo arquearse más de una ceja. Recientemente la novela ha suscitado reproches una vez más, pero por corrección política, por su inherente racismo y el uso de la palabra nigger, con connotaciones claramente despectivas. Razones parecidas impulsaron a algunos colegios a eliminar de su lista de lectura obras como La cabaña del Tío Tom, Matar a un ruiseñor o Las aventuras de Huckleberry Finn.
–Alicia en el País de las Maravillas, de Lewis Carroll. ¿Por qué? Muchos pensaréis, es por aquello de que se sospecha que el Sr. Carroll fuera un malvado pederasta. Pues no. Resulta que en la provincia china de Hunan la obra fue prohibida en 1931 porque contenía animales que hablaban. Las autoridades argumentaron que esto ponía al mismo nivel a animales y seres humanos, y que por tanto era inaceptable.
–Belleza negra, de Anna Sewell. Otro caso curioso de censores mal informados. Un clásico de la literatura juvenil anglosajona, la obra fue prohibida en Sudáfrica durante la época del apartheid, ya que un censor relacionó las palabras belleza negra con algún tipo de tratado sobre los derechos de la población negra, sin saber que lo que reivindicaba el libro eran los derechos de los animales.