Llega, o eso parece, el e-book para instalarse, de una manera u otra, en las vidas de libreros, editores, distribuidores y escritores. A cada uno de estos sectores que componen, a grosso modo, el mundo del libro, le toca jugar con mejores o peores cartas la mano que supone la aparición de un nuevo formato.
Los escritores, a priori, parece los que menos tienen que perder con toda esta transición. Hay muchas voces que aluden a que la labor del escritor sigue siendo la misma: escribir. Esa es su función básica, y que luego el libro se lea en un libro con cubiertas de lujo o en un clon chino del iPhone, pues pasa a ser problema del resto de implicados. Lo cierto es que no es así.
Los ejemplos de escritores que ponen a disposición del público ciertos libros en descarga gratuita, incluso algunos con cesión de derechos, encierran algunas pequeñas trampas. Que Vázquez Figueroa lo haga, indicando además que le es beneficioso a la hora de las ventas globales, o que en Estados Unidos lo practique Cory Doctorow -con un peso en la red que ya quisiera alguna editorial al completo-, son excepciones dentro del mundo digital. Los autores con un nombre ya hecho arriesgan poco en estos experimentos, digamos que el trabajo de márketing, de difusión del nombre, de creación de marca, ya está hecho y se están limitando, más o menos, a la parte final del proceso. Si además tienen a una editorial fuerte detrás y una buena tirada en papel… sólo son ejemplos de lo qué podría llegar a ser
Para que un autor pudiera saltarse la parte editorial -una idea que algunas voces están dando por seguro en un futuro próximo-, dejaría en manos del autor un proceso que hasta ahora seguía, con suerte, a cierta distancia. La creación de un libro -como objeto, aunque sea digital-, lleva bastante trabajo. La buena maquetación y corrección de un texto no son tarea fácil (aunque es cierto que hay editoriales en las que tampoco se aprecia mucho cariño por estas artes) siendo tareas a las que dedicar estudio y profesión. Luego, claro, está el mundo de la venta. ¿Anuncios? ¿Promoción? Los más optimistas piensan que el boca a boca y el márketing viral son la panacea para el libro, pero es más probable que haya que buscar estrategias como hasta ahora para que un libro determinado alcance cierta visibilidad en un mundo que se anticipa como superpoblado.
La venta directa escritor-lector existirá, no me cabe duda. Es una libertad nueva que autores conocidos podrán ejercer en un momento dado, y que servirá para dar a conocer a nuevos talentos. El problema al que llevo tiempo dándole vueltas es el mismo que atenaza a la red desde hace tiempo, el ruido. Un inmenso mar de fondo en el que discriminar lo bueno de lo corriente o lo muy bueno de lo realmente malo se puede convertir en una tarea titánica. Quizá sea ese el nuevo papel editorial, o puede que sea el hueco que las revistas, cada vez más de capa caída, ocupen para ahorrar al lector el bombardeo constante de novedades.
Otro de los aspectos que también cambiará a partir de ahora es la relación del autor con el lector. Parece improbable que la gente, acostumbrada cada vez más a la interacción constante e inmediata a través de las redes sociales, se conforme con los chats digitales promovidos por las editoriales. Sin duda las presentaciones físicas irán a menos -ya lo están haciendo- y los escritores -o sus sufridos becarios más jóvenes- se verán inmersos en el extraño mundo de las relaciones digitales.
¿Se aplica esto a todos los escritores? Por supuesto que no. Las grandes figuras de la literatura actual y aquellos outsiders que no aceptan normas ni las necesitan, tienen su propio camino. Es a los que traten de dar el salto profesional a la escritura, o al menos a un respetable y ocasional trabajo, a quienes el mundo digital les aguarda con gigantescas posibilidades y terribles problemas. Vamos a vivir, sin duda, tiempos interesantes.
Alberto Vázquez-Figueroa