Aclaro que voy a hacer referencia en especial a concursos literarios de cuento y relato corto, que son en los que tengo más experiencia como organizador, participante y jurado. Ciertamente, algunas de las cuestiones que mencionaré pueden parecer de perogrullo, pero no obstante no deben de serlo tanto dado que he visto cometer los mismos errores docenas de veces.
Lo principal para participar en un certamen es atenerse a las bases y no hacer caso omiso a ciertas reglas tales como la inclusión de una plica que garantice el anonimato del texto. Además, y aunque parezca mentira, mucha gente se olvida de no hacer figurar su nombre al inicio o final del texto, y eso pese a haber cumplido escrupulosamente con el resto de normas. Puede sonar jocoso, pero os aseguro que utilizar tu propio nombre con pseudónimo o lema (o un nombre demasiado “real”) no es para nada una buena idea, y puede predisponer negativamente al jurado, cuando no directamente ser decisorio para la eliminación de tu relato. Un texto firmado por un tal Carlos Pérez, se llame o no así el autor, llamará la atención y hará sospechar. Aunque en un escritor se presupone un mínimo de imaginación, yo recomendaría firmar con algo más que un nombre y un apellido comunes. Algunos, eso sí, crean grandes pseudónimos o lemas, que llamarán positivamente la atención (aunque no lo creáis, si tenéis ante vosotros cuarenta relatos y has de preseleccionar a cinco, en caso de duda es posible que elijas el del lema chistoso tipo “El chiste del loro no está incluido” o el del pseudónimo siniestro tipo “El niño que mascaba calaveras” antes que uno firmado por “La casa de Bernarda Alba” o “Anthony Rubio”). Otra recomendación: nunca podéis saber a ciencia cierta de qué pie cojea ese jurado o preseleccionador: puede ser católico practicante o ateo recalcitrante, militante político de uno u otro signo, futbolero a mucha honra o instructor de boy scouts, así que no es buena idea ofenderlo con lemas o pseudónimos tales como “Virgen puta”, “Ernesto Guevara consumiéndose en la hoguera” o “Asesino de Boy Scouts”. Lo mismo se puede decir de la temática del cuento: en un concurso de tipo generalista no hay muchas opciones para un relato acerca de monjas satánicas que son sodomizadas por siervos de Lucifer: seguramente si has tenido el estómago para escribir sobre el particular, podrás esperar un poco más hasta encontrar un concurso adecuado para este texto.
Sobre la temática, no hay mucho más que decir: si un concurso es sobre relatos de ciencia ficción, uno sobre unicornios o dragones sobra. Si es sobre fantasía épica, estarán de más los viajes en el tiempo y los rangers espaciales. Si es erótico, es erótico, no romántico (y al revés). Si es infantil o juvenil, mejor no incluir según qué elementos, por muy queridos que te sean (por lo pronto, y aún a riesgo de que se me tache de reaccionario, yo prescindiría de alusiones a sexo y drogas, a no ser que el convocante del premio lo quiera así: no mencionar el equivocado uso de las drogas en un concurso llamado “Di no a las drogas” puede llevar a su vez a equívocos, sobre todo si aparecen unicornios y viajes temporales).
Por último, una recomendación que también parecería de perogrullo: cuando a un jurado o preseleccionador le llegan treinta o cuarenta relatos, cada uno con sus buenas diez, quince o treinta páginas, se le pasan muchas cosas por la cabeza. La primera es un “¿qué hago yo aquí?” que deriva, instantáneamente, en un “hagámoslo lo antes posible”, así que probablemente hará una criba anterior a la criba definitiva, eliminando todos aquellos relatos que, tras el primer párrafo, acumulan una docena de faltas de ortografía, fallos de coordinación o joyas del tipo “La intentó tranquilizar con mucha tranquilidad” (más comunes de lo que uno puede creer), así como los que tienen dibujos en los márgenes, negritas por doquier, textos en varios colores, diálogos entre cinco personas sin acotaciones, etc.