La minificción, como tal, no es un arte nuevo pese al auge que está viviendo en la actualidad, si bien se podría decir que el uso, la difusión y el contenido sí que resultan innovadores. El continente, el formato, se conoce desde la antigüedad clásica y siempre ha existido a lo largo de la historia de la literatura, pero me gustaría hablar de qué es hoy en día la minificción y cuál es su uso.
De entrada, la minificción no tiene un tamaño determinado. ¿Cuál es el mínimo exigible para no caer en el simple cuento corto? Hay quien habla de unas quinientas palabras, quizá hasta mil. A mi gusto -esto es personal- quinientas ya es bastante largo, pero aquí entraríamos en tratar de definir los distintos tipos de minificción que hoy en día se están haciendo fuertes.
Por un lado tendríamos esas narraciones de doscientas a quinientas palabras, que suelen ser versiones reducidas de cuentos, manteniendo, más o menos, una estructura narrativa normal. Por el otro tendríamos la microficción, de hasta doscientas palabras, pero que suele ser menor incluso -ya se habla de la Twitterficción, ajustada al máximo de ciento cuarenta caracteres que impone Twitter– y cuya estructura se parece más a una greguería, siempre buscando la complicidad del lector para compartir referencias.
Ese es uno de los puntos fuertes de la microficción: sin un conjunto de referencias comunes y ganas de participar por parte del lector, los minicuentos perderían casi todo su encanto. Debemos considerar la microficción como un juego entre escritor y lector para que funcione al máximo. También, entonces, encontramos su limitación al establecer unos códigos que pueden parecer crípticos con sólo cambiar de grupos generacionales.
Pero, ¿cuál es la razón para el auge de la minificción? La respuesta creo que es evidente: Internet y la necesidad de inmediatez que se ha instaurado en la sociedad digital contemporánea. Una minificción, cuanto más pequeña, mejor, se lee en un instante, se digiere en otro y al momento siguiente ya se ha pasado al siguiente enlace. No existe otro formato -al margen de la poesía, y depende mucho del tipo de poesía- que permita esa integración tan perfecta con redes sociales, blogs y rápidos mensajes de texto.
¿Quién pierde con la minificción? La literatura de corte más realista. El minicuento es terreno abonado para el género por ese conjunto de reglas no escritas que se pueden compartir en apenas dos líneas, lo realista, en tan poco espacio, queda áspero y sin pulir, necesita de algo más de espacio para desarrollar sus propias claves. (Aunque ahora pienso en un Baroja microcuentista y veo una especie de conjunto infinito de diapositivas…)
El paso de la microficción por la red es un fenómeno nuevo y quizá una moda, pese a su larga existencia, ahora es cuando se enfrenta a su verdadera prueba de fuego, enfrentándose al gran público y convirtiéndose en parte de la nueva literatura popular.