- Bajo el califato del omeya Al-Hakam II, la ciudad de Córdoba se convirtió en uno de los centros culturales más florecientes y esplendorosos del mundo.
- Su gran biblioteca pudo llegar a albergar hasta 400.000 volúmenes, convirtiéndola en el mayor centro de sabiduría y documentación de todo Occidente.
La llegada de los musulmanes a la Península Ibérica en el 711, marcó profundamente el devenir de la historia de España. La muerte del último rey visigodo en la batalla de Guadalete, Don Rodrigo, a manos de las tropas musulmanas dirigidas por el caudillo bereber Tariq Ibn Ziyad, abrieron las puertas a la conquista e implantación del islam en la península.
A lo largo de los siglos, diversos caudillos, emires y en última instancia, califas, introdujeron la costumbre y cultura musulmana, convirtiendo los restos del antiguo reino cristiano visigodo en un nuevo reino de orden islámico. Abderramán I (731-788), siendo proclamado emir, sería el primero que establecería las bases duraderas de al-Ándalus, configurando el nuevo territorio, fomentando e implantando la cultura árabe y dotándolo con un nuevo orden jurídico.
Sin embargo, no sería hasta el siglo X, y más concretamente cuando Abderramán III (891-961), asumió el título de califa, cuando al-Ándalus gozaría de un esplendor económico y cultural sin precedentes. Tanto el califa, como su hijo, Al-Hakam II, poseían un alto grado de tolerancia que permitía a filósofos, eruditos, artistas y científicos de diversa procedencia, integrarse en su corte. Durante el califato de Abderramán III, la ciudad de Córdoba experimentó un auge cultural que la convirtió en la ciudad más admirada de todo Occidente.
A la muerte de este, su hijo Al-Hakam II (915-976), accedió al poder y reunió en Córdoba una biblioteca que se convirtió en la más importante y rica de Europa, siendo clave en la transmisión del saber grecolatino. Los traductores andalusíes realizaron una excelentísima labor al traducir miles de obras griegas y latinas al árabe, permitiendo que muchos de los textos clásicos de la cultura occidental se salvasen y hayan podido llegar hasta nuestros días. A su vez, al traducirlos a la lengua común musulmana, muchas de las doctrinas y pensamientos reflejados en dichas obras, llegaron a diferentes rincones geográficos que, de otra forma, no hubiese sido posible.
La pasión por la cultura del califa no fue casual, ya que desde bien joven fue instruido por brillantes filólogos y filósofos, como el célebre gramático Al-Zubaydi, que lo introdujeron en el mundo del saber. Cuentan las crónicas que él mismo leyó muchos de los volúmenes de la biblioteca, hecho que lo llevó a pasar demasiado tiempo entre libros, dejando de lado ciertas tareas políticas y militares que más tarde se volverían en su contra.
La famosa biblioteca se encontraba dentro del Alcázar de Córdoba, palacio musulmán fortificado por excelencia, que disponía de un catálogo metódico que constaba de 44 volúmenes. Además, junto a la biblioteca, se encontraba una escribanía, un taller de encuadernación, donde se impartían clases de gramática, caligrafía y poesía, así como diversos edificios que invitaban a la reflexión, el estudio y la armonía.
Tal fue la devoción del califa por el saber, que mantuvo una delegación permanente en Bagdad, capital del imperio Abassí. El objetivo era copiar o adquirir cualquier volumen que pudiese ser publicado, a la vez que mantenía relaciones con las delegaciones de Constantinopla, Alejandría o Damasco, ciudades también muy ricas en cultura, que le permitían seguir enriqueciendo la biblioteca de Córdoba.
Sin embargo, todo este crecimiento cultural se vio frenado abruptamente cuando el yemení conocido como Almanzor, desplazó del poder a Hisham II, hijo de Al-Hakam, e instauró una dictadura personal. Almanzor, belicista y fundamentalista, pronto dejó claro que la guerra era su único cometido, reemprendiendo la Guerra Santa contra los reinos cristianos y rompiendo con esa tradición y búsqueda del máximo saber cultural.
En cuanto a la biblioteca califal de Córdoba, una vez desfragmentado el califato y los reinos de taifas surgidos a lo largo de toda la península, sufrió una gran devastación. Muchas de sus obras fueron consideradas como heréticas, ya que contradecían a la doctrina ortodoxa islámica. Muchos eruditos y filósofos tuvieron que exiliarse y retirarse a otras regiones debido a la repercusión que supuso este cambio de poder, y parte de los volúmenes fueron trasladados a Toledo, ciudad que pasó a ser cristiana a partir del 1085 tras la conquista del rey de León, Alfonso VI.