- Es muy común que algunos escritores, por distintos motivos, firmen sus libros bajo otro nombre.
- En el caso de las mujeres, el uso de un seudónimo ha sido a lo largo de la historia más una imposición que una elección.
En el mundo de la literatura es muy común encontrarnos obras firmadas con seudónimo en lugar de bajo el nombre real del autor o la autora. Ahora bien, ¿qué es un seudónimo? La RAE lo define como “nombre utilizado por una persona en un determinado ámbito, en lugar del suyo verdadero, especialmente el usado por un escritor o un artista”. Ante su uso el lector podría preguntarse… ¿Qué ha llevado a alguien que ha invertido tanto tiempo y esfuerzo en escribir un libro a no querer ver su nombre en las páginas?
Son numerosos los motivos por los que un autor puede decidir esconderse tras un seudónimo. Uno de ellos es por razones de marketing, como tener un nombre demasiado largo o sin gancho. También puede darse el caso de que un autor firme con su nombre real un género —normalmente su sello personal— y use seudónimos para explorar otros. Escribir bajo seudónimo también garantiza al escritor libertad de expresión.
Sin embargo, el uso de seudónimo puede no ser una cuestión de elección, sino una necesidad. Así les ocurrió a las mujeres que, especialmente entre el siglo XVIII y XIX, tuvieron la audacia de escribir, cuando era una actividad intelectual reservada a los hombres. Si publicaban bajo su propio nombre estaban expuestas a numerosas críticas o, directamente, sus obras se ignoraban. Para evitar esta situación tenían dos opciones: el anonimato o firmar bajo un seudónimo masculino. A continuación os contamos algunos de los casos en los que las autoras optaron por la segunda opción.
Charlotte, Emily y Anne Brontë
El talento de Charlotte, Emily y Anne vio la luz por primera vez bajo seudónimos masculinos. Respetando la inicial de sus verdaderos nombres, firmaron sus obras como Currer Bell, Ellis Bell y Acton Bell, respectivamente. Una de las razones que las impulsó a hacerse conocer de este modo fue lo que le respondió el poeta Robert Southey a Charlotte cuando esta le envió el manuscrito de algunos de sus poemas: “La literatura no puede ser asunto de la vida de una mujer, y no debería ser así”. Desatendiendo su valoración, siguió escribiendo y en 1847 publicó Jane Eyre como Currer Bell. Solo después de cosechar gran éxito tanto por parte de la crítica como por parte del público, pudo Charlotte revelar su identidad. Emily y Anne también usaron sus seudónimos para publicar sus obras (Cumbres borrascosas y Agnes Grey), que terminaron pasando a la historia como clásicos de la literatura inglesa.
Mary Ann Evans
Bajo el seudónimo George Eliot, Mary Ann Evans publicó grandes novelas como Middlemarch, Silas Marner o El molino del Floss. La escritora británica, nacida en 1819, sintió inquietudes intelectuales desde muy pequeña. Gran lectora de Shakespeare, Milton o Walter Scott, Mary Ann nunca quiso seguir el camino establecido para las mujeres de su época. Afortunadamente, su padre le permitió educarse, lo que no era para nada frecuente en la era victoriana.
Para que sus obras fueran tomadas en serio, en lugar de tacharlas de literatura romántica por haber sido escritas por una mujer, Mary Ann decidió usar un seudónimo masculino. También aprovechó este nombre para ocultar el escándalo que se cernía sobre ella por mantener una relación con un hombre casado, con quien estuvo hasta que él murió.
Amantine Aurore Dupin
Figura clave del romanticismo francés, Amantine Aurore Dupin (1804-1876), fue una de las primeras mujeres que recurrió a un nombre masculino para dar a conocer sus obras literarias. Su primera novela, Rosa y Blanca, fue escrita junto a su amante Jules Sandeau, de quien adquirió el apellido para su seudónimo. Tras terminar su relación, Amantine escribe su primera obra en solitario, Indiana, que firmó como George Sand. Bajo este nombre también se publicaron obras como Valentine, Un invierno en Mallorca o La pequeña Fadette.
Dedicarse a la literatura no fue el único acto de rebeldía contra los estereotipos de género de la época, pues Amantine comenzó a utilizar en público ropajes masculinos —eran prendas de más calidad y le permitían desplazarse más fácilmente por París—, además de fumar y ser la protagonista de numerosos escándalos de carácter amoroso.
Cecilia Böhl de Faber
También tienen espacio en esta lista escritoras españolas como Cecilia Böhl de Faber. A Cecilia fue su padre quien le inculcó el amor por la literatura; curiosamente, también fue él el primero en oponerse a que se dedicara a las letras. Sus obras, de carácter costumbrista y romántico al principio y más realistas según avanzó su carrera, fueron publicadas bajo el seudónimo Fernán Caballero. De su producción literaria destacan títulos como La gaviota, Clemencia o La familia de Alvareda.
A pesar de ser una escritora en una época en la que lo único que se esperaba de una mujer es que se casara, tuviera hijos y se dedicara a cuidarlos, Cecilia fue una gran defensora de virtudes tradicionales, así como de la monarquía y el catolicismo.
Matilde Cherner
Al contrario que Cecilia, Matilde Cherner (1833-1880), también española, era republicana y abrazaba ideas más revolucionarias. Su ideología progresista y convicciones políticas la llevaron a escribir sobre temas polémicos, muchos de ellos en referencia al papel de la mujer en la sociedad. Es el caso de María Magdalena, su obra más controvertida, pues en sus páginas se habla sobre la prostitución.
Usando el seudónimo masculino Rafael Luna no solo se liberó de las restricciones que se solían aplicar a la literatura femenina, sino que también protegió su libertad de expresión y dio portazo a la censura a la que se habría visto expuesta en caso de publicar bajo su nombre real.