- Un uso excesivo de lo políticamente correcto puede llevar a desvirtuar el propio significado de lo que se pretendía trasmitir.
- Juzgar hechos del pasado con la mentalidad del presente puede llevar a desprestigiar ciertas obras de gran valor.
Cuando hablamos de corrección política, algo que está en boga sobre todo en la última década, nos referimos al término que se utiliza para describir un uso del lenguaje que intenta evitar a toda costa ofender a ciertos grupos o individuos específicos del conjunto de la sociedad. Sin embargo, aunque se trate de un término muy utilizado en nuestros días, la corrección política no es algo nuevo. De hecho, esta idea nació y se desarrolló a lo largo de los años 60 y 70 en los Estados Unidos. Concretamente, sería el Partido Demócrata estadounidense, así como la nueva izquierda americana, quienes comenzarían a utilizar este término como arma política para desprestigiar la actitud conservadora y tradicionalista de sus oponentes.
A diferencia de antaño, el uso moderno de este concepto, pretende especialmente evitar utilizar un lenguaje que pueda llegar a ser ofensivo para ciertas personas, así como fomentar el uso del lenguaje inclusivo e integrador. Ahora bien, aunque su propósito pueda ser más que loable, excederse en lo políticamente correcto, también conlleva ciertas dificultades y puede generar conflictos.
Un caso muy claro de esto lo encontramos recientemente en algunas universidades de Estados Unidos. Un conocido periódico español, anunciaba hace poco que la escuela de estudios superiores de Massachusetts había decido retirar de sus aulas obras como La Odisea y La Ilíada de Homero, por muchos autores bautizado como el padre de la literatura occidental, por considerarlas obras sexistas, violentas y machistas.
Pero esto no solo ha ocurrido en el ámbito universitario, ya que en otras escuelas de educación primaria, algunas obras también se han visto censuradas al contener ciertos mensajes que han sido tachados de xenófobos, homófobos, belicistas o racistas, entre muchos otros adjetivos. Si algo está claro, es que llama la atención que dos de las obras consideradas entre las más grandes de la humanidad, como son las obras de dicho poeta griego, puedan ser tachadas de tal cosa, más aún, cuando fueron escritas hace más de dos mil años. Juzgar escritos, expresiones, así como hechos del pasado con la mentalidad actual, es quizás uno de los errores más frecuentes y en el que no deberíamos caer.
La empatía histórica, es decir, comprender la historicidad del pasado, evitando los juicios de valor así como el presentismo, debería ser uno de los puntos vitales a la hora de analizar una obra, así como el mensaje de que ella emana. De esta forma, echando la vista atrás, es natural entender que en las fuentes históricas romanas, los ciudadanos de la antigua Roma tratasen a sus esclavos como objetos, pues así venía especificado en su ordenamiento jurídico. Del mismo modo que es natural encontrarse un ensayo de un político confederado estadounidense en el que se abogue por la esclavitud y la superioridad racial de los blancos.
El peligro que supone aplicar un uso de lo políticamente correcto sobre casi todo, puede llevar a desvirtuar el propio significado de lo que se pretendía trasmitir. Si Margaret Mitchell se hubiese regido por estas reglas en 1936, no hubiese podido publicar su novela, mundialmente conocida y posteriormente adaptada a la gran pantalla e icono cultural, Lo que el viento se llevó. Y siguiendo con el ejemplo, Jane Austen tampoco hubiese publicado Orgullo y Prejuicio, de haber seguido las consignas que feministas y otros colectivos actuales abanderan.
En conclusión, un uso indebido y llevado al extremo de dicho lenguaje puede llevarnos a incurrir en la censura ideológica así como a la estigmatización de ciertas obras y autores. Ahora bien, con objetividad y amplitud de miras, puede resultar beneficios, siempre y cuando, nos aporte nuevos horizontes a la hora de tratar ciertos aspectos sociales delicados, así como cuando nos permita tratar una cuestión de gran sensibilidad.