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Dos niños jugando a ser novelistas: la amistad de Harper Lee y Truman Capote

AutorYolanda Galiana el 11 de marzo de 2021 en Divulgación
  • Dos grandes de la literatura, Lee y Capote, crecieron siendo vecinos en un pueblo de Alabama.
  • Ambos llegaron a basar personajes de sus novelas en el otro.

Máquina de escribir antigua

Corren los años 30 en una apacible y tranquila localidad de Alabama. Paseamos por sus calles y sus vecinos nos saludan, amigables. Algo llama nuestra atención en un jardín: un niño y una niña trastean con una máquina de escribir. Se la turnan, posando sus pequeños dedos en las teclas. En las páginas empiezan a imprimirse letras, palabras que luego se convierten en párrafos y esos párrafos, en historias.

Nada sabían aquellos dos pequeños soñadores que aquellas historias serían el comienzo de un futuro prometedor. Ella crecería y se convertiría en una reputada escritora cuya obra, aunque escueta, le mereció nada más y nada menos que el Premio Pulitzer. Él, con una producción literaria más prolífica, alcanzaría también un notable éxito en las letras.

En efecto, Harper Lee y Truman Capote fueron grandes amigos de la infancia antes de dejar su imborrable huella en la historia de la literatura.

¿Cómo se conocieron pues? Harper Lee nació el 28 de abril de 1926 en ese pequeño pueblo sureño. Él, sin embargo, no llegó a Monroeville hasta los 4 años, edad a la que sus padres se divorciaron y él se mudó a vivir con su tía. Vecinos como eran, fue inevitable su encuentro. Pero ¿qué fue lo que les unió? Sencillamente, se necesitaban. No tenían otros amigos: Harper era demasiado masculina para las chicas y Truman demasiado sensible para los chicos. Esta sensibilidad, acompañada de su pequeño tamaño, hicieron a Capote el blanco de muchas burlas y, ante esta injusticia, Harper se convirtió en su guardaespaldas. También los unió su pasión por contar historias. El padre de Lee, abogado que inspiraría al personaje Attticus Finch de Matar un ruiseñor, les prestó a los jóvenes amigos su máquina de escribir. Junto a ella, jugaron a ser novelistas, sueño que no tardaría en cristalizar.

Ambos terminaron emigrando, en algún momento de su vida, a Nueva York. Cuando llegó allí en 1949 —donde Truman ya vivía desde hacía 7 años—, Harper comenzó a trabajar para una compañía aérea con el fin de ganar el suficiente dinero como para mantenerse y seguir con su afición por escribir historias. En 1956 sus amigos le regalaron un cheque con el salario de un año. Gracias a este desinteresado gesto, la autora pudo dedicarse doce meses a escribir una novela, que vería la luz —tras un arduo proceso de mejora del manuscrito— en 1960 bajo el título Matar un ruiseñor. Truman, por otra parte, se instaló en la gran ciudad en 1942, año en el que comenzó a trabajar en The New Yorker. A los 21 abandonó la revista y se dedicó a publicar sus primeros relatos, textos que enseguida llamaron la atención de la crítica. Dos años después debutaría como novelista con Otras voces, otros ámbitos, en el que aborda el tema de la homosexualidad.

Durante su residencia en la Gran Manzana, Lee y Capote mantuvieron su relación. En 1959, tras enterarse de que se había producido un cuádruple asesinato en Kansas, Truman llamó a Harper para que le acompañara a cubrir la noticia para The New Yorker. Debido a su personalidad extravagante y su naturaleza retraída, Truman no encajaba en la sociedad neoyorkina; por ello, la ayuda que le ofreció Harper fue decisiva a la hora de conseguir información para el reportaje que, posteriormente, se convertiría en su obra A sangre fría.

No es extraño pues que, cuando se publicó la novela en 1965 con unos agradecimientos que la mencionaban superficialmente, Harper lo tomara como una ofensa y una traición. Tampoco era de extrañar este comportamiento por parte de Truman que, desde que Lee ganó el Premio Pulitzer en 1961, había empezado a sentir envidia de ella. Estos celos se alargaron largos años pues, aunque muchos de sus libros cosecharon gran éxito (Desayuno en Tifanny’s, por ejemplo), además de triunfar en el mundo del cine, su obra no consiguió un reconocimiento de tanta envergadura como el que ganó Harper Lee con su única obra.

La amistad que los había unido fue degenerando; los problemas de bebida de él le llevaron a causar muchas polémicas, entre ellas, algunas relacionadas con Lee. También llegó a haber rumores sobre la autoría de Matar un ruiseñor, que muchos llegaron a creer que había escrito Truman; él, que no se esforzó en silenciarlos, siguió haciendo leña del árbol caído.

Ambos siguieron sus respectivos caminos. Harper volvió a Monroeville, donde se recluyó hasta su fallecimiento el 19 de febrero de 2016. Su presencia en el panorama literario siempre fue muy reservada; recelosa de su intimidad, no ofrecía entrevistas y, en los últimos años de su vida, quiso recuperar su anonimato. Su breve producción literaria, formada tan solo por Matar un ruiseñor y Ve y pon un centinela (publicada en 2015 y que se trataba, en realidad, de un manuscrito de su anterior obra), le valió toda una vida de reconocimiento en el ámbito de las letras. Truman, por otro lado, siguió escribiendo hasta que, debido a un cáncer de hígado, murió a los 59 años en Bel Air.

Nada quedó ya de aquella amistad forjada en el olvidado pueblo de Monroeville. Sin embargo, aún se puede vislumbrar su existencia entre las páginas de algunas de las obras más reconocidas de ambos escritores. En Matar un ruiseñor Harper Lee no solo convirtió en ficción a su padre; Truman apareció en su novela como Dill, un niño que, a sus 7 años, era pequeño para su edad. En la obra de Capote también quedaron trazos de la que fue su amiga, pues el personaje de Idabel de Otras voces, otros ámbitos lo basó en ella.

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Lectora empedernida desde que tiene uso de razón. Disfruta perdiéndose entre las hojas de cualquier buena historia que caiga en sus manos y compartiendo las reseñas de sus lecturas en su propio blog literario, donde da rienda suelta a sus opiniones.

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