- La amistad de J. R. R. Tolkien y C. S. Lewis es una de las más célebres en el mundo de la literatura.
- Fundaron una sociedad literaria, Los Inklings, donde dialogaban sobre libros, filosofía y religión.
“No hay enseñanza posible sin la bendita amistad, que es el mejor conductor de ideas entre hombre y hombre”, decía Benito Pérez Galdós. Esta afirmación bien la corroboraron C. S. Lewis y J. R. R. Tolkien, cuya relación influyó en las creencias y en las obras de ambos. Antes de adentrarnos en su amistad, es necesario conocer más de cerca a sus protagonistas.
J. R. R. Tolkien, de nombre completo John Ronald Reuel Tolkien, no necesita grandes presentaciones, pues su fama gracias a la trilogía de El señor de los anillos le precede.
De padres británicos, Tolkien nació en Sudáfrica el 3 de enero de 1892. A los tres años, por motivos de salud, se trasladó a Reino Unido junto a su madre y su hermano. Gracias a ella, Tolkien aprendió a leer y a escribir tempranamente, pues le instruyó desde muy joven en el latín, despertando en el pequeño la pasión por los idiomas. Su madre también supuso el primer contacto de John con el catolicismo, religión que marcó fuertemente tanto su vida como su obra.
En 1915, poco después de graduarse en Literatura y Lengua Inglesas, Tolkien se alistó en el ejército y sirvió en la Primera Guerra Mundial. Un año después de su partida, se vio obligado a regresar a Inglaterra debido a la “fiebre de las trincheras”. Su convalecencia y su consiguiente depresión le llevaron a escribir una serie de relatos que supondrían el origen de El Silmarillion.
Una vez recuperado, Tolkien inició una carrera como lingüista, ejerciendo como profesor de su especialidad en universidades como la de Leeds, Merton u Oxford.
En lo literario, se inspiró en las leyendas artúricas y la épica medieval anglosajona para comenzar a perfilar la que sería su propia mitología. De este modo nació El hobbit (1937), cuyo mundo fantástico seguiría desarrollando en la trilogía El señor de los anillos, convertida a día de hoy en un referente del género fantástico.
Por otro lado, Clive Staples Lewis —C. S. Lewis o Jack en sus círculos más cercanos—, nació en Belfast, Irlanda del Norte, el 29 de noviembre de 1898. Creció rodeado de libros, hecho que promovió su futuro interés por la escritura. De mente inquieta y creativa, creó junto a su hermano Warren mundos fantásticos que más adelante plasmaría en sus novelas.
A los 15 años dejó de lado el cristianismo y se convirtió en ateo. A lo largo de su vida la cuestión religiosa siempre estuvo presente, y Lewis osciló entre el ateísmo y la fe conforme se veía influido por sus circunstancias y por otras personas.
En 1917 abandonó sus estudios para alistarse voluntariamente en el ejército británico. Tras un año de servicio fue herido y, cuando su salud mejoró, se le destinó a Inglaterra, donde fue dado de baja del ejército tiempo después. A partir de ese momento, Lewis pudo retomar sus estudios, comenzando así su formación en la Universidad de Oxford, donde terminaría ejerciendo como profesor de Lengua y Literatura Inglesa.
A pesar de haber escrito tanto artículos como ensayos, análisis literarios y estudios filosóficos, la fama de Lewis se debe a sus novelas de fantasía juvenil, especialmente la saga de Las crónicas de Narnia.
¿Cuándo confluyeron, pues, la vida de ambos escritores? Fue en 1926, cuando ambos ejercían la docencia en la Universidad de Oxford, que sus caminos se cruzaron. Aunque Tolkien y Lewis tuvieran más cosas en común —su participación en la Primera Guerra Mundial, por ejemplo—, fueron sus conversaciones sobre literatura y religión lo que consolidó la que sería una de las amistades literarias más célebres. De hecho, fue por el influjo del pensamiento de Tolkien, además del de otros autores como George McDonald y G. K. Chesterton, que Lewis pasó del agnosticismo a recobrar su fe cristiana, hecho de especial relevancia en su posterior obra.
Apasionados ambos del diálogo, Lewis y Tolkien fundaron Los Inklings, un cenáculo literario conformado por académicos y escritores británicos que estaban vinculados a la Universidad de Oxford. En este círculo, que se reunía de forma regular, se debatía sobre cuestiones ya no solo literarias, sino también religiosas y filosóficas. Allí sus participantes se animaban a compartir sus manuscritos y obras inacabadas; de hecho, fue en Los Inklings donde Tolkien leyó por primera vez El señor de los anillos y donde Lewis comenzó a hablar de Narnia.
En cuanto a la amistad de Tolkien y Lewis, se resintió a partir de la Segunda Guerra Mundial. Por cuestiones religiosas y literarias principalmente, ambos autores comenzaron a distanciarse, separándose finalmente sus caminos años después. Aunque su relación no llegó a buen puerto, a ella le debemos algunos de los clásicos más destacados de la literatura fantástica pues, indudablemente, la influencia que ejercieron Tolkien y Lewis el uno sobre el otro quedó grabada en las páginas de sus obras.