- Es difícil saber en qué momento apareció esta figura.
- Nos tenemos que remontar al siglo VII a. C.
Parece una perogrullada, pero para poder hablar de la aparición del primer bibliotecario es necesario tener claro que no surgió hasta que apareció la primera gran biblioteca. Así pues, no es fácil tener claro el momento exacto, pero todo apunta a que la extraordinaria curiosidad del Rey Asurbanipal, el último de los grandes dirigentes del Imperio Asirio, resultó fundamental en este empeño, ya que fundó una gran biblioteca en su palacio de Nínive, donde llegó a acumular más de 30.000 textos.
Hay que aclarar que no estamos hablando ni de libros ni de rollos, sino de tablillas de barro escritas en lenguaje cuneiforme. Pero ese volumen de documentos era tan alto que, en un momento dado, necesitó de alguien capaz de mantener un cierto orden y velar por su conservación.
No era la primera vez que alguien se encargaba de esta función. Los sumerios ya habían generado suficiente documentación como para necesitar a alguien que se encargara de ella, normalmente sacerdotes. Sin embargo, con la biblioteca de Asurbanipal parece darse un salto más allá, con la creación de la gran biblioteca y de sus empleados.
A partir de este momento, la figura del bibliotecario se consolida, hay que tener en cuenta que este “guardián de los libros” se crea alrededor del siglo VIII antes de Cristo, hasta convertirse en un puesto de prestigio internacional en el mundo clásico.
No podemos dejar de mencionar a los grandes bibliotecarios de la Biblioteca de Alejandría, creada en el siglo IV antes de Cristo por Ptolomeo I, como Zénodot de Efeso, Calímaco de Cirente, Andrónico de Rodas, Eratóstenes de Cirene, Aristófanes de Bizancio, Apolonio Eidógrafo o Aristarco de Samotracia.
Cada uno de ellos aportó algo diferente a una de las grandes maravillas del mundo antiguo, incluyendo la creación de sistemas de clasificación mediante categorías temáticas, orden alfabético, además de elegir personalmente los textos que iban a configurar el fondo de la biblioteca, incluyendo grandes avances en matemáticas, geografía o filosofía.
Con la plenitud del Imperio Romano aparecieron algunas bibliotecas privadas de gran fama en manos de aristócratas, pero la pasión por el conocimiento estaba arraigada ya desde el punto de vista de los grandes dignatarios, que pasaron a considerar las bibliotecas académicas como una parte de su legado a la posteridad y un elemento para mantener contento al pueblo, si bien los bibliotecarios de la época podían combinar numerosos oficios y funciones.