- Realizamos un repaso al conjunto de la obra del más reciente Premio Nobel.
- Sus novelas y relatos son tan interesantes como diferentes.
Kazuo Ishiguro no es un autor especialmente prolífico. En ese sentido podríamos decir que en su trayectoria prima la calidad sobre la cantidad, y que los puntos comunes de su producción se basan más en su propio estilo y obsesiones que una supuesta pertenencia a un género o movimiento. Su ascendencia japonesa aparece en su manierismo y estética, que se une a la tradición narrativa inglesa, en la que encaja sin ningún problema. Pero hablemos de sus novelas más conocidas.
Pálida luz en las colinas fue su primer libro, el debut que le situó en la primera línea de la literatura. Esta historia situada en el Japón de la posguerra muestra una historia de recuperación del pasado, suicidio y problemas psicológicos. Siguiendo la vida de Etsuko, que vive en Inglaterra, al mismo tiempo que trata de superar el suicidio de su hija, Keiko. No es complicado ver el gran componente autobiográfico que yace en el sustrato de esta novela.
Lo que queda del día -o Los restos del día-, es una de sus obras más celebradas, sobre todo tras la excelente adaptación cinematográfica que recibió. En el verano de 1956, Steven, el maduro mayordomo de Dartington Hall, se lanza a unas vacaciones que le llevarán a recorrer su propio pasado, dentro del paisaje de la campiña inglesa. Amor perdido, enfrentamiento entre familias, recuperación del pasado. Todo un clásico contemporáneo.
Nunca me abandones es una novela memorable, que cuenta también con una buena adaptación. En esta ocasión Ishiguro decide usar una ambientación de ciencia ficción, una ciencia ficción de anticipación, como excusa para centrarse en una historia que nos lleva a los límites de la ética y de la percepción del ser humano. El destino que acecha a Kathy en la escuela Hailsham te destrozará poco a poco. Imprescindible.
En Un artista del mundo flotante, Ishiguro vuelve al Japón de la posguerra, pero se centra en la vida de un artista, Masuji Ono, que pasa los días envuelto en un aura de rutina, cuidando del jardín y de su vida ordinaria, bebiendo con amigos y con la esperanza de un retiro tranquilo. Algo que cada vez le cuesta más a medida que los recuerdos sobre su pasado no dejan de atenazarle. De nuevo la memoria y la identidad son elementos fundamentales de la novela.
Los inconsolables es otra obra extraña y casi onírica. Ambientada en una ciudad europea sin nombre, quizá un crisol de muchas facetas, el protagonista es un pianista que acude a dar un concierto para el que no recuerda haber sido contratado. En una espiral kafkiana, nos encontramos a un hombre atrapado en un torbellino del que es incapaz de escapar. De sus obras más recomendables.
Cuando fuimos huérfanos está situada en la Inglaterra de entreguerras, siguiendo a Christopher Banks, el más famoso detective de su época. Sin embargo, un crimen sin resolver no hace más que atormentarle, la misteriosa desaparición de sus padres en Shanghái cuando él no era más que un niño. La acción va de Inglaterra a China, de nuevo haciendo hincapié tanto en el viaje físico como en el de la memoria, confrontando la visión de la niñez con la del adulto.
Nocturnos es una excelente antología de relatos, íntimos y escritos de manera preciosista, donde explora el amor, con todas sus dificultades y recompensas, los sueños irrealizables, la pasión de la creación y el poder de la juventud.
Por último, El gigante enterrado. Aquí Ishiguro se lanza a la fantasía, aunque, según él, sin que sea una novela de género. Recupera muchas historias de la mitología medieval inglesa, en una historia en la que seguimos a unos padres en busca de su hijo perdido. Se enfrentarán a grandes peligros, pero su viaje -como es habitual en el autor británico- servirá para mucho más. Esta novela habla sobre la memoria, el amor, la guerra y la venganza. Quizá no sea el mejor libro para empezar con él, pero sí para comprender los motivos por los que ha recibido el Nobel.