- Verlo publicado es dejar de ser su dueño.
- Puede tener numerosas interpretaciones.
Existen pocas actividades más personales que la escritura. A la hora de narrar, ponemos no sólo nuestra habilidad para escribir en juego, sino también nuestros pensamientos, creencias y obsesiones. Lo más normal es que a la hora de escribir una novela tengamos en mente qué queremos de ella, es decir, qué queremos dar a entender, qué pensamos que va a significar para los lectores… todo ello dirigido por nuestra voluntad. Pues bien, tengo malas noticias para los que crean eso: cuando terminas una novela, tus intenciones desaparecen.
Puede que pienses que eres tan buen escritor que eres capaz de transmitir sin problemas la idea que tenías en la cabeza. O que esas sensaciones que quieres hacer despertar en el lector van a aparecer sin problemas justo cuando toca. O tal vez sigues empeñado en que el impacto del mensaje que has imbricado en las letras será claro e ineludible para la sociedad.
Sin embargo, la intención del autor, la intentio artis, es un hada elusiva y mitológica. Una vez has puesto el punto final y la obra ha pasado por la imprenta, llegando primero a las librerías y luego a manos de los lectores, nada ni nadie va a guiarlos para estar de acuerdo con tu visión, con tu cosmogonía tan cuidadosamente planeada.
Como se suele decir, el público es el juez final de una obra. Si eres un autor novel te sorprenderá ver cómo cada lector le da una visión personal y única a tu libro. Sí, claro, gran parte del mensaje que has puesto está ahí, pero al mezclarse con las experiencias, bagaje y creencias del lector.
Por mucho que te empeñes en explicar en las presentaciones cuál era tu objetivo al escribir la novela, ya da igual. El consenso está al otro lado de las páginas, en la mente de los lectores. Es complicado dejar escapar una creación tan personal, pero una vez existe de manera independiente, cortados los lazos con tu mente creadora, el libro cobra vida propia y es capaz de recorrer su propio camino.
Es posible, siempre es posible, que su recorrido sea el que esperabas, pero a veces se puede torcer. Recuerda que tu interpretación, pese a ser el autor, no es la única. No discutas con los lectores pensando que no han logrado entenderte. En todo caso, habrás sido tú el que no ha logrado expresarse mejor.