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Los clubes del libro donde se bebía más que se leía

AutorAlfredo Álamo el 4 de julio de 2017 en Divulgación
  • En la Inglaterra del siglo XVIII eran muy populares.
  • En ocasiones el vino era más importante que los libros.

Temple bar de Dublín.

El nacimiento de los clubes del libro no está nada claro, pero parecen ser una evolución de las tertulias literarias en el momento en que la lectura se hace más popular, dejando de ser una actividad reservada sólo a unos pocos afortunados. De las reuniones de autores y aristócratas, se pasa a encuentros de aficionados a la lectura, que compartían la pasión por la literatura, pero también por el buen vino.

Estamos hablando de los primeros años del siglo XVIII, y no es que hayan cambiado demasiado desde entonces. Al fin y al cabo, los clubes de lectura siguen siendo lugares que mucha gente escoge para socializar y no sólo hablar de uno o dos libros. Pero sí que es cierto que su fama en aquella época era diferente de la actual.

Hay que tener en cuenta que los libros seguían siendo caros. Muy caros. No eran clubes donde todo el mundo se pudiera permitir un ejemplar, así que muchas veces dependían de que el local donde se reuniera el grupo tuviera una biblioteca o bien que algunos de sus miembros sí que tuvieran la capacidad económica suficiente para ir comprando libros.

Así pues, los clubes eran lugares de reunión heterogénea, conocidos por su tendencia al humor ligero, al cotilleo y al vino, que se complementaba con los libros. La mayoría de locales que les daban cobijo eran bares o restaurantes, con salas de juego y de música donde, en teoría, se hablaba de literatura.

Estos clubes recibieron ayudas por parte de bibliotecas privadas, a las que había que pagar una cuota por acceder a los libros. Desde luego, estaban muy interesados en crear este tipo de encuentros para ganar socios. Se calcula que en la Inglaterra de 1740 el número de clubes oscilaba entre los 200 y los 1000.

Se conservan algunos estatutos de estos clubes, que nos muestran cómo debían ser de manera normal. De hecho, se centran en algunas multas: por jurar en vano, por ir borracho o por rebuscar libros para llevárselos prestados. Algunos se reunían para comer y hacer tertulia posterior: si alguien se saltaba una comida, tenía que pagar una multa.

Su fama como lugar de encuentro se refleja en comentarios y escritos satíricos de finales del siglo XVIII, donde se habla de, por ejemplo, “El club del libro de la campiña” conocido por saborear los dulces de la literatura… y el vino. Donde el vicario y el médico hablan tanto de cotilleos que apenas queda tiempo para la literatura.

Sí, los clubes de lectura han cambiado mucho desde entonces. Aunque quizá no tanto como pensamos, ¿no es cierto?

Vía: Atlas Obscura

Alfredo Álamo

(Valencia, 1975) escribe bordeando territorios fronterizos, entre sombras y engranajes, siempre en terreno de sueños que a veces se convierten en pesadillas. Actualmente es el Coordinador de la red social Lecturalia al mismo tiempo que sigue su carrera literaria.

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