- En los últimos meses se ha incrementado la presión contra ciertos títulos.
- En ocasiones el autor decide rendirse y abandonar.
Todos los años se reciben miles de quejas en bibliotecas de todo el mundo reclamando quitar tal o cual libro de sus estanterías. De hecho, la Asociación Americana de Bibliotecas organiza de manera anual una semana entera para mostrar los libros más odiados y enseñar los motivos por los que quieren que se retiren. Esta parece ser una lucha constante a lo largo de los años, pero que en los últimos meses parece haberse recrudecido, sobre todo en Estados Unidos.
Los casos más notorios que se han escuchado vienen desde el mundo de los colegios y las universidades, donde se están creando unos llamados “espacios seguros” que se extienden hasta los 18 años, nada menos, y en los que no pueden encontrar absolutamente nada que pueda resultarles ofensivo o perturbador. Estamos hablando de adolescentes a los que no se les permite leer nada sobre sexo o racismo.
De hecho, el uso de palabrotas tampoco les gusta a los guardianes de la moral. Ese es el caso de Matar a un ruiseñor o Huckleberry Finn, ambas novelas en tela de juicio en varias zonas de Estados Unidos por su lenguaje y mensaje final. No es la primera vez, claro: ambos han sufrido prohibiciones durante años, sobre todo en el Sur de los Estados Unidos, donde no gusta la visión cruda de su pasado más o menos reciente.
Pero la presión es continua, aunque no estemos hablando de libros juveniles. Ese es el caso de Bad Little Children’s Books (Los libros de los chicos malos), una sátira destinada a un público adulto en la que se parodian portadas de libros infantiles de los años 50 y 60, mezclando su imaginería típica con referencias sobre el alcohol, las drogas y el sexo. Al parecer, esto ha ofendido a muchísima gente que es incapaz de entender la diferencia entre imágenes típicas infantiles y mensaje adulto. A su autor, Arthur Gackley, y a su editorial, Abrams, le ha caído una de esas tormentas de fuego que Twitter ha puesto de moda, y al final el autor ha tirado la toalla. Cuando se acabe la primera impresión, ya no habrá más. Será un libro efímero que, independientemente de su calidad, habrá muerto por una campaña en redes sociales de gente indignada por un libro para adultos.
¿Hacia dónde nos lleva eso? ¿Dónde vamos a poner el listón? El altavoz que ofrecen las redes sociales es asimétrico: una pequeña comunidad puede provocar ataques mediáticos de gran intensidad, mientras que el resto de la gente pasa, no le interesa o, sencillamente, ni se entera. ¿Habrá que publicar sólo libros aptos para gente con la piel tan fina? ¿Importa dar explicaciones cuando una campaña de odio se ha puesto en marcha?
Que conste que no estamos hablando de publicaciones infantiles mal seleccionadas, sino de obras juveniles y para adultos en un contexto escolar y universitario, donde se analizan sus aspectos sociales y culturales. ¿Son esos espacios seguros algo más que el miedo a la exposición a la realidad? Como si los chicos y chicas de 17 años no tuvieran otras vías de acceder al sexo aparte de los libros. Es más, es posible que a partir de lecturas y discusión en clase aprendieran algo más allá de los clips de minuto y medio de porno que todos han visto.
¿Y vosotros? ¿Qué opináis? ¿Apartamos a los jóvenes de los libros complicados hasta que cumplan 20 años? Os esperamos, como siempre, en los comentarios.