- ¿Debe ser la cultura gratuita para el usuario final?
- ¿Qué mecanismos existen hoy en día para garantizarlo?
Hace unos días saltó la noticia de la detención de un internauta que había subido, según la policía, más de 11.000 libros a webs de descarga, cobrando por ello. La cantidad que cobraba es desconocida -tampoco sería mucho-, pero lo cierto es que no lo hacía por amor al arte y la compartición. Había dinero por el medio, lo que quita cierto romanticismo a buena parte del movimiento que se dedica a compartir libros de manera gratuita. Y es que, pese a que no exista dinero por el medio, la existencia de estas webs produce alteraciones en el mercado y en la manera que tienen los lectores de acceder al libro digital, un medio que ya de por sí está bastante castigado por las editoriales.
Según la Constitución Española, ‘los poderes públicos promoverán y tutelarán el acceso a la cultura, a la que todos tienen derecho’, algo que muchos entienden como que la cultura tiene que ser, de facto, gratuita, y, por lo tanto, que no pasa nada si se dedican a bajar de Internet todos los libros, películas y discos que quieren. Seamos sinceros, esta interpretación es un tanto sesgada, pero no demasiado equivocada en el fondo. No, la Constitución no garantiza la gratuidad de la cultura, pero sí que obliga a la administración a hacer muchísimo más de lo que hace en la actualidad por ella.
Es difícil en tiempos del neoliberalismo más radical y los recortes sociales pedir más dinero para bibliotecas. No solo para aumentar su fondo, que cada vez es más exiguo, o para modernizar el concepto de préstamo digital y dotar de infraestructuras necesarias a los centros para que haya un mayor acceso a la cultura. Sin embargo, por el momento, parece la única herramienta que, desde el estado, se puede utilizar para mejorar la situación actual.
Y es que la dejadez de las editoriales más grandes ha provocado una situación terrible en el campo del ebook en España. Una falta de catálogo durante años, precios inflados -en esto también tendría que hablar más de una distribuidora-, mala calidad del producto, la injerencia de distribuidoras digitales y un absurdo IVA del 21% han dado como resultado la proliferación de webs donde en un par de clicks te puedes bajar novedades, clásicos y libros descatalogados, completamente gratis.
El lector de libros electrónicos ha abandonado la mayoría de tiendas online para bucear en estas webs. De ese modo, no saben si lo que bajan valía 0,99 o 12 euros, si se ofertaba en pago social en otro lado o si era un producto benéfico. Estas webs desligan el libro no solo de su editorial, sino también de sus autores. Escaparates que, pese a sus buenas intenciones -hay algunas que no buscan lucro, eso es cierto-, acaban por perjudicar a la industria y a los autores, perpetuando un círculo vicioso en el que unos se quejan de la piratería para no apostar por el ebook y otros se quejan de la falta de apuesta por el ebook para practicar la piratería.
Entonces, ¿qué queda? Nos lo dicen muy a menudo, yo mismo lo he buscado: el cambio de paradigma; un animal mitológico que se nos escurre entre las manos. Hace unos años ya planteamos desde Lecturalia la posibilidad de que la cultura llegara a ser gratis para el usuario final, pero que esa gratuidad no repercutiera en editoriales y autores. Sin embargo, estaríamos hablando de cambios radicales dentro de la producción y distribución.
El patrocinio es una de las posibilidades. Bien a través del propio estado con las bibliotecas, como ya hemos mencionado antes, pero también mediante fundaciones privadas que subvencionen este acceso. También existe la publicidad insertada en los libros, algo que no era raro hace algunas décadas, pero que, con toda seguridad, correría la misma suerte que los anuncios de Internet en la época actual: que alguien los haría desaparecer. Otra opción es que las grandes compañías de telecomunicaciones paguen una parte por los contenidos que se descargan. Claro que conociendo sus antecedentes igual esto lo único que haría sería subir los precios.
También nos enfrentaríamos a una situación complicada: si el acceso a los ebooks es gratuito, ¿qué pasará con los libros en papel? ¿Se tendrían que subvencionar igual? ¿Acaso habría que preparar accesos diferentes en cuanto a la renta económica de cada uno? No es algo sencillo de planear, los cambios de paradigma conllevan revoluciones sociales y económicas.
Lo cierto es que hoy en día, con las herramientas que disponemos, se hace muy difícil que el mercado del ebook, actualmente subterráneo, alcance el potencial que debería en castellano, aumentando hasta por lo menos un 20% del mercado. También es cierto que aquellos que más piratean libros luego son los que más compran, así que no estaría de más tener eso en cuenta a la hora de trazar líneas de actuación.
¿Y vosotros? ¿Qué opináis? Si la cultura es gratuita, ¿de dónde se saca el dinero para producirla? Y si no lo es, ¿cómo garantizamos un buen acceso a ella para las rentas menos favorecidas? Os esperamos, como siempre, en los comentarios.