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La increíble historia del primer librero que llegó a millonario

AutorAlfredo Álamo el 13 de octubre de 2016 en Divulgación
  • James Lackington revolucionó el mundo de las librerías en el siglo XVIII.
  • Muchas de sus técnicas siguen siendo igual de válidas hoy en día.

Imagen de una vieja librería con libros de segunda mano.

Si hubiera que elegir a un librero capaz de haber cambiado el panorama general de las librerías no escogería al que decidió poner una máquina de hacer capuchinos y vender magdalenas caras, sino a James Lackington, un humilde zapatero inglés nacido en 1746 que llegó a regentar la librería más grande de todo el siglo XVIII, gracias a la aplicación de nuevas ideas y técnicas comerciales.

El templo de las musas fue en su día la librería más conocida de Londres, un lugar que supuso un cambio radical en cuanto al concepto que se tenía de estos establecimientos. Lo primero que hay que decir es que llegó a manejar un inventario de unos 500 000 libros, con ventas superiores a 100 000 ejemplares al año, que le dejaban unos ingresos de 5000 libras de la época. Una verdadera fortuna hoy en día.

Lackington comenzó su carrera como zapatero, sin educación formal, pero gran aficionado a la poesía desde niño. Digamos que fue un hombre que se hizo a sí mismo y cuando logró algo de dinero decidió abrir una zapatería-librería. Sí, como lo escucháis. En pleno siglo XVIII, momento de revolución social, los libros seguían siendo objetos de lujo dedicados a clases pudientes, pero poco a poco, la clase media podía ir accediendo a este producto. Ese fue el momento que aprovechó Lackington para poner en marcha sus ideas.

En aquella época, la idea de pasar el rato en una librería era algo poco usual. Los libreros no querían tener a gente merodeando por las estanterías, algo que fue de las primeras cosas que quiso cambiar. Además, creía que había que hacer los libros mucho más accesibles, así que trató de tomar algunas medidas innovadoras para conseguirlo.

Eliminó el pago a crédito, algo también muy común en la época, pese al enfado de muchos compradores. Pensaba que si solo vendía en efectivo tendría mayor facilidad para comprar también en efectivo y ahorrarse los pagos de créditos innecesarios cuyos intereses encarecían el producto final. Su otra táctica fue cambiar la costumbre de comprar los restos de tiradas y quemar una cuarta parte de ellas para que subiera el precio de los libros. En su lugar decidió comprar todo lo que pudiera, de donde fuera, y abaratar el precio.

Finalmente optó por poner el precio más bajo posible, alardear de ello, y evitar regatear por los libros. Precio fijo, asequible y punto, algo a lo que todavía no estaba acostumbrada la gente. Poco a poco esta estrategia le dio resultado y pronto fue dueño de una inmensa librería en la que incluso montó salas de lectura para que los clientes pudieran leer un rato. Ocupaba cuatro pisos de intrincadas escaleras, cuanto más arriba subieras, más baratos eran los libros.

Otro de sus intereses fue convertirse en editor. De hecho, en 1818 lanzó una tirada muy pequeña de un librito en el que poca gente tenía confianza, de una tal Mary Shelley. La novela en cuestión era Frankenstein o el moderno Prometeo.

El éxito de Lackington fue tal que muchos de sus competidores le pedían que abandonara el negocio ya que había hecho una gran fortuna y no le hacía falta seguir trabajando, pero este librero de grandes ideas mantuvo con mano firme su librería durante años, llegando incluso a acuñar su propia moneda para usarla en el establecimiento. Finalmente vendió El templo de las musas a un primo lejano y se retiró a la campiña. Años después, la impresionante librería cayó pasto de las llamas y nunca se volvió a reconstruir.

Vía: Literary Hub

Alfredo Álamo

(Valencia, 1975) escribe bordeando territorios fronterizos, entre sombras y engranajes, siempre en terreno de sueños que a veces se convierten en pesadillas. Actualmente es el Coordinador de la red social Lecturalia al mismo tiempo que sigue su carrera literaria.

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