- Logró salvar miles de libros históricos de la quema.
- Trabajó en secreto durante meses bajo la ocupación yihadista.
Tras ver cómo los yihadistas arrasaban con más de 4000 manuscritos, algunos de ellos con más de 700 años de antigüedad, Abdel Kader Haidara tomó la decisión de proteger el resto del legado escrito que guardaban en la ciudad de Tombuctú, un legado que había sobrevivido a épocas oscuras, hambrunas, pestes e invasiones. Como académico y fundador de la biblioteca Amma Haidara sabía que tenía que hacer algo antes de que la barbarie alcanzara la ciudad, así que trazó un increíble plan para salvar los manuscritos que les quedaban. ¿El problema? Además de la guerra y los yihadistas debía conseguir por lo menos un millón de dólares.
Meses antes ya había deslocalizado gran parte de la colección en casas particulares, aunque las bibliotecas seguían siendo los repositorios principales. Estamos hablando de casi 400 000 manuscritos encuadernados en piel, algunos de ellos de gran importancia histórica. Los yihadistas anunciaron que no iban a dejar pasar nada que amenazara su visión del mundo, algo que la mayoría de estos libros hacían, mostrando un pasado que nada tiene que ver con el dogmatismo y la intransigencia. Así que tenía que evitar que cayeran en sus manos.
Con apenas el dinero de una beca de la Fundación Ford -que en principio iba a usar para estudiar en Inglaterra- Haidara comenzó su plan sin contárselo a su familia, excepto a su sobrino y ayudante en la biblioteca. Un reducido grupo de voluntarios fueron comprando contenedores y maletas metálicas, tratando de no levantar sospechas. Cuando se acabaron en el mercado local, fueron a otra ciudad. Y a otra. Y cuando ya no quedaban ni maletas ni contenedores metálicos, compraron barriles que fueron convertidos en cofres. Luego, en un proceso lento y cuidadoso, guardaron los libros escondiéndolos en los almacenes de las bibliotecas, todo de noche, esquivando a las patrullas islamistas y trabajando en la oscuridad.
En 2012 comenzó un repunte de la violencia en contra de los sitios históricos y culturales, bombardeando universidades, edificios clave y arrasando mezquitas que no eran de su línea ideológica. Tenían que sacar los libros de Tombuctú, así que decidieron trasladar los contenedores hasta Bamako, a casi mil kilómetros de distancia. ¿Cómo? Alquilando coches, camiones y sobornando a todo el que preguntara. Es decir: con dinero. Casi un millón de dólares.
Se puso en marcha una operación que logró reunir el dinero de distintas asociaciones por todo el mundo, como el Centro Juma Al Maid de Dubai, la Fundación del Príncipe Claus de Holanda o la Lotería Nacional Holandesa, que es una de las instituciones culturales más ricas del mundo. También se inició una campaña de crowdfunding que recogió 60000 dólares.
El viaje no fue fácil. Decenas de puestos de control y de milicias descontroladas pululaban por el camino. Touré, el sobrino de Haidara, fue detenido en numerosas ocasiones y los libros revisados una y otra vez. Lejos de los yihadistas más radicales, el único problema estaba en que no se creían que estaban pasando libros de contrabando. ¡Era absurdo! Tras 30 extenuantes viajes, la mayoría de los libros estaban a salvo en el sur de Mali.
Sin embargo, la intervención francesa en este país supuso parar los viajes que quedaban, con 100000 libros a la espera de salir, guardados en casas seguras por Tombuctú. Haidara tuvo que tomar un viaje alternativo y recorrer con 30 barcazas el río Niger hasta Djenné, a 300 kilómetros, y de ahí a Bamako. Tuvo que alquilar camiones, furgonetas y hasta taxis. De nuevo fueron interrogados, pero al ver que sólo llevaban libros, les dejaron pasar. Excepto en una ocasión, cuando un grupo armado decidió quedarse un montón de manuscritos que tuvieron que rescatar.
La logística de mover casi 400000 libros en pequeños contenedores de metal, a través de un territorio ocupado y en guerra, usando todo tipo de transporte… además de la amenaza real de acabar con un tiro en la cabeza en casi cualquier momento. Toda una odisea que terminó sin un solo libro perdido. Un trabajo increíble y maravilloso que llegó a buen término gracias a la fuerza de voluntad de todos los que participaron, bajo la visión del bibliotecario más duro de toda África: Abdel Kader Haidara.