- El poeta y dramaturgo vuelve a la novela.
- La edición puede comprarse en casa de Francisco de Robles.
Miguel de Cervantes nos trae la segunda parte de la novela que ha llevado de cabeza a muchos de los seguidores de las grandes obras de caballería: El Ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha. Tras el éxito de su primera parte, Cervantes retoma a sus personajes más conocidos y en ella su autor explora la tragedia, la comedia y la picaresca, con un estilo fresco e innovador que dará mucho que hablar. Hoy en Lecturalia nos trasladamos al siglo XVII para someter al escritor de Alcalá de Henares a nuestro cuestionario.
Don Quijote es un gran aficionado a las novelas de caballerías… que acaban por volverle loco. ¿Acaso no le gustan este tipo de narraciones?
La verdad es que no me gustan. Llenan la mente de ideas que son contrarias a la razón y que pudren el cerebro. Aportan poco a la literatura y merecen el destino que sufren en mi libro. Y no, no se salva casi ninguno, ni Morgante, ni el Primaleón, ni el Clarián de Landanís o el Espejo de caballerías. ¿El Amadís, tal vez? ¡Tampoco! Si acaso tuviera que quedarme con uno, sería con el de Tirante el blanco. El resto, ¡nada de nada!
Don Quijote representa la imaginación, y va a caballo. Sin embargo, Sancho, la voz de la razón, avanza en burro.
Exacto. Quijote es rápido, inconsciente, apenas se para a pensar muchas de las cosas que hace y dice. La premura no es buena y hay que reflexionar antes de actuar. Sancho lo sabe bien y por eso avanza en su burro, lento, pero siempre hacia delante. Ambos son las dos caras de la moneda que cada hombre lleva en su interior: por un lado lo irracional y por otro, lo reflexivo.
Ha aprovechado usted para filosofar a través de los personajes. ¿Cree que sus muchas sentencias calarán en los lectores?
Mire, quien lee mucho y viaja mucho, ve mucho y sabe mucho. Yo, en mi humilde vida, he hecho las dos cosas de manera abundante. Nada me gustaría más que aquellos que puedan leer mis palabras estén de acuerdo con lo que allí planteo. Después de todo, qué es la vida sino una gran tragicomedia.
Hablando de tragicomedia, ¿ha acudido al estreno de la última obra de Lope de Vega?
No, no he tenido tiempo. Aunque si me promete que es la última, acudiré encantado a despedirme de él.
Muchos lectores han manifestado que el final de El Qujote les ha entristecido mucho.
Sí, es cierto. Mucha gente me ha comentado que después de todas las penurias que le hago pasar al pobre hidalgo, un final más dulce habría estado mejor. Pero yo les digo que no: el Quijote vive su gran aventura y recupera la razón. Acaba entre los suyos, eso sí, con el corazón encogido por la pena. Después de haber sido un caballero andante no se puede volver atrás. Esa es la contradicción que más me aterroriza.
¿Qué otras opiniones le han dado?
Bien, como dice Sancho, las más habituales han sido las de “loco pero gracioso”, “valiente pero desgraciado” o “cortés pero impertinente”. En general ha gustado mucho y he recibido felicitaciones de gente noble y educada.
Dicen que ha sacado usted esta segunda parte porque otro se le adelantó.
Mal rayo parta al tal Avellaneda, que no piense que no sé que detrás de tamaña afrenta literaria no anda la mano de Lope de Vega y sus amigos. Pues menudos inventos e injurias lanza hacia mí en su prólogo. Pero no digo más, que el propio libro se defiende, y a conciencia, de esta usurpación.
¿Tiene en marcha algún proyecto nuevo?
Además del teatro, estoy embarcado en una novela que creo que gustará mucho y que espero terminar pronto. La salud no me acompaña desde hace meses y quiero terminarla lo antes posible. Se titula Los trabajos de Persiles y Sigismunda. También estoy ultimando Las semanas del jardín, El famoso Bernardo y una continuación de La Galatea. Mucho trabajo para tan viejo escribano, me temo.
Miguel de Cervantes Saavedra
Don Quijote de la Mancha