Dentro del mundo literario español, la literatura para jóvenes adultos era simplemente llamada literatura juvenil. Durante muchos años la definición, el término young-adults es, o era, el mismo término para la literatura anglosajona, se mantuvo parejo, con el mismo significado.
Sin embargo, creo que es evidente el cambio de la definición en los últimos años. La literatura juvenil tiene un nuevo camino que seguir que se ha apropiado de ese nombre inglés y que está quedándose con casi todo el mercado.
Antes ya había diferencias, claro. La tradición clásica dice que un buen libro juvenil no tiene edad, ahí estarían libros como La isla del Tesoro o Moby Dick, o Alicia en el País de las maravillas, Olvidado rey Gudú… aunque de un tiempo a esta parte la literatura juvenil podía parece más un libro de autoayuda para el adolescente que una lectura narrativa. Quizá ese descuido sobre las verdaderas necesidades del adolescente, unas necesidades que cambian a una velocidad demasiado rápida para que nos demos cuenta, es la que da lugar a la nueva literatura para jóvenes adultos.
El fenómeno ha llegado con cuentagotas. El primer referente que podemos encontrar como fenómeno capaz de traspasar fronteras es el de Harry Potter. Rowling logra atrapar desde la infancia hasta al adolescente, en algunos casos incluso acompañando su crecimiento. Este inmenso éxito de literatura fantástica, capaz de marcar una vida lectora, creo que es fundamental para comprender el éxito de la literatura para jóvenes adultos.
Criados por Rowling y Laura Gallego nos encontramos a una generación de adolescentes acostumbrados a leer relatos fantásticos, de evasión, que comparten entre ellos. Aparece uno de los puntos más importantes en el crecimiento de los jóvenes, el gregarismo, la unión, el fenómeno fan. Ahora los autores, sobre todo los más jóvenes, o de más éxito, son tratados como cualquiera de las estrellas pop del firmamento adolescente, como sus cantantes favoritos o sus actrices fetiche. Todos quieren ser como ellos o como ellas. Y eso nos lleva a otro punto en la evolución de este tipo de literatura: El fan-escritor.
De toda esa generación ha surgido un sustrato que se dedica a escribir las historias que les interesan y que sus autores no pueden contar. Historias manidas, es cierto, pero que en algunos casos pueden dar obras llenas de influencias diferentes y sobresalir del resto, como sería el caso de Cassandra Clare, o bien hundirse en aburridas novelitas cortadas por el mismo patrón.
En la literatura para jóvenes adultos los protagonistas son adolescentes, no niños pequeños ni adultos a los que les pasan aventurillas, se logra la perfecta identificación con el lector. ¿Qué encuentran de nuevo? En realidad folletines de toda la vida: romance, aventura, misterio, fantasía. Un cóctel de éxito asegurado desde tiempos de Dumas y que, sin embargo, a nadie se le había ocurrido actualizar al universo y lenguaje propio de los adolescentes actuales. Así que han sido ellos propios los que han forzado el éxito de sagas como la de Stephenie Meyer con Crepúsculo, escapando a todo control editorial, como también sucedió con Potter, no lo olvidemos, arrastrando una nueva corriente que todavía sufre de altibajos y que ha escapado por completo a la literatura formativa juvenil y a su cuidada escala de valores