- Leer novelas no siempre fue una actividad relacionada con la cultura.
- Muchos críticos advirtieron de los peligros de leer ficción con demasiada frecuencia.
Si hoy en día se considera la lectura como un ejercicio saludable para el cerebro y fuente de cultura, no hace tanto se demonizaba acercarse a las novelas y relatos de ficción, avisando de las nefastas consecuencias que para el intelecto y la moral resultaban de la lectura de este tipo de libros.
Podríamos decir que el abuso del exceso lector comenzó a tener sus detractores ya en la Antigua Grecia, si tenemos en cuenta que Sócrates ya advertía contra los problemas de una saturación de lectura, ya que era demasiada información para poder analizarla de manera adecuada. Menos mal que no vivió en la era de Internet. Pero si atendemos a la novela, a la ficción, encontramos ya los primeros rastros de los peligros que pueden abordar a los lectores en obras como El Quijote, pues, ¿acaso Alonso Quijano no pierde la cabeza por leer libros de caballerías? La lectura de Oliver Twist fue considerada como una animación al robo y qué decir del auge del suicidio romántico tras la publicación de Las desventuras del joven Werther.
Lo cierto es que el poeta Coleridge llegó a decir a principios del siglo XIX:
…la novela no mejora el intelecto y llena el espíritu de sensiblería y morbosidad, imprimiéndole un rumbo francamente contrario al cultivo de las facultades más nobles del entendimiento…
Por poner un ejemplo interesante, en 1869 el reverendo T. J. Crane publicó en la revista Popular Amusements una serie de efectos perniciosos que la novela podía suponer en los desprevenidos lectores, aconsejando una abstinencia total de su uso.
– La novela ablanda la mente, ya que no imparte lecciones morales y sólo se lee por el mero placer y el disfrute, por lo que no hace que el cerebro funcione y, a la larga, se deteriore.
– Las historias te pueden dejar insatisfecho con la realidad, ya que pueden seguir pensando en los personajes y en las tramas tiempo después de haber terminado el libro, comparando sus propias vidas con la ficción y encontrándolas del todo insatisfactorias en comparación.
– Las novelas avivan las emociones, y eso es algo que no debería pasar, ya que las emociones son contrarias al intelecto y pueden provocar que, sobre todo en el caso de las impresionables jovencitas, se les ocurra buscar grandes romances en lugar de conformarse con el noviazgo habitual.
– Las novelas pueden nublar el alma frente a la tragedia, ya que la lectura continuada de grandes dramas, crímenes o historias terroríficas podría hacer que los lectores no se vieran afectados por los horrores y problemas de la vida real, perdiendo la empatía por el resto de los seres humanos.
Así que ya sabéis, no siempre la lectura ha gozado de simpatías y las novelas que hoy vemos como un elemento base de la cultura fueron acusadas de ablandar el cerebro y convertir a los hombres en poco más que animales, frente a otras lecturas mucho más espirituosas.
Samuel Taylor Coleridge