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Censura y libros en el franquismo

AutorAlfredo Álamo el 4 de agosto de 2014 en Divulgación

Censura

Hacer una lista completa y exhaustiva de los libros que durante parte del franquismo estuvieron prohibidos en España sería una labor ardua y complicada. A los que no se dejaban publicar habría que añadir los que fueron expurgados de las bibliotecas y librerías, además de aquellos que, al no pasar el filtro censor, acabaron muertos antes de nacer. De hecho, algunas de las obras publicadas durante la época vieron caer con lápiz rojo muchas frases y expresiones referidas al sexo, la política o, sencillamente, por ser consideradas de mal gusto. Censores los hubo de todo tipo y pelaje, desde los más cerriles hasta los que dejaban pasar ciertas cosillas de vez en cuando. Hasta hubo censores y escritores, como Camilo José Cela, quienes tampoco se libraron, a su vez, de ver cómo su propia obra pasaba por el «filtro de estilo» del momento.

Es evidente que tras la victoria del bando franquista en la Guerra Civil no había demasiado sitio para libros sobre política o filosofía que olieran demasiado a comunismo o, incluso, librepensamiento. Así pues, de una tacada se eliminaron los libros de Lenin y Marx (y de paso, en principio toda la literatura rusa, fuera cual fuera su época), Blasco Ibáñez, Pardo Bazán, Valle Inclán, Pérez Galdós y hasta La Celestina. Ideas extrañas, como las de Darwin, o consideradas decadentes y anticlericales, como Rabelais, también fueron purgadas. Se cuenta la anécdota de que mientras que en Barcelona Salgari estaba prohibido, en Valladolid se dejaba leer.

Con los años se afinó el criterio y se abrió la mano con los clásicos, sin dejar, claro, que llegaran ideas extrañas desde el extranjero, no fueran a calar idas difíciles de controlar. Autores como Simone de Beauvoir, Sartre, hasta Antonio Machado, por no hablar de Mao o Carpentier y casi toda la producción de autores en el exilio. Mención aparte tendría toda la literatura española no escrita en castellano, que vio cómo casi pasó completamente a la clandestinidad: en 1954 sólo se publicaron 96 libros en catalán.

Pero aunque la censura se fuera relajando, ahí estuvo hasta el final del franquismo. Un ejemplo sería la novela de Juan Marsé, Si te dicen que caí, que, pese a no ser esencialmente política, reflejaba el momento de decadencia y desencanto de una España que no podían dejar mostrar en su momento.

Esto no quiere decir que la producción literaria española desapareciera durante el franquismo: se escribió mucho y bien. Ahí tenemos los ejemplos de Nada, Hijos de la ira, La mordaza, Tiempo de silencio, Las ratas… grandes autores siguieron publicando, bordeando muchas veces la opresión del aparato censor, aunque está claro que se favoreció desde el poder político las obras menos transgresoras o que encajaban mejor en su ideología nacional-católica (ahí están las obras, de Eugenio D’Ors, Zunzunegui, Foxá o Gironella).

En cuanto a las penas, no era habitual ir a la cárcel por tratar de publicar una obra (ya que el filtro censor actuaba como freno), pero en el caso de vender o editar libros que estuvieran prohibidos y contuvieran injurias a la nación o a la iglesia la cosa se podía poner fea, sobre todo hasta antes de 1966, cuando se relajó la presión, usando la censura más como un elemento de intimidación sobre los autores. Caso aparte serían los libros considerados propaganda política (anarquista, comunista o maoísta) que en algunos casos podía llevar a la cárcel… y quién sabe a qué más, según las circunstancias.

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Alfredo Álamo

(Valencia, 1975) escribe bordeando territorios fronterizos, entre sombras y engranajes, siempre en terreno de sueños que a veces se convierten en pesadillas. Actualmente es el Coordinador de la red social Lecturalia al mismo tiempo que sigue su carrera literaria.

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