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Cuando el seudónimo es público y notorio

AutorAlfredo Álamo el 16 de junio de 2014 en Divulgación

Seudónimo

A lo largo de la historia de la literatura han sido cientos los autores que, en un momento u otro de sus vidas, han sentido la necesidad de usar otro nombre para firmar sus obras. Los motivos eran, y siguen siendo, de lo más variados: persecución política, marketing, no querer confundir al lector con diferentes géneros o incluso, como Orwell, no incomodar a sus padres con sus escritos.

Lo cierto es que hay autores que coleccionan seudónimos como si fueran caramelos, como Eleanor Alice Burford Hibbert, más conocida como Jean Plaidy, Philippa Carr, Victoria Elbur Ford, Kathleen Kellow o Ellalice Tate, pero hoy me gustaría hablar de qué sucede cuando esa doble identidad creada se hace pública y todo el mundo (bueno, o casi todo el mundo) sabe quién se esconde bajo ese nombre ficticio.

Los hay que nunca se han escondido, claro. El ejemplo claro de esta posición sería el reciente ganador del Príncipe de Asturias de las Letras, John Banville, que marca una clara barrera entre su obra más personal y sus novelas de género negro, que firma como Benjamin Black. Para Banville, las novelas que firma con su nombre son arte y las que publica bajo el paraguas de Black son artesanía. Interesante diferenciación. La verdad es que con el tiempo las novelas de Black han alcanzado más popularidad a nivel internacional que las de Banville y hoy en día ambos nombres son casi igual de conocidos.

Stephen King trató de probar suerte con el seudónimo de Richard Bachman, bajo el que publicó títulos como La larga marcha, Rabia o Maleficio. Un librero de Washington descubrió similitudes entre el estilo de Bachman y King y logró hacerse con un documento de la Biblioteca del Congreso donde se relacionaba a ambos autores. King decidió matar a Bachman de «cáncer de seudónimo» aunque luego hablaría de su relación con este alter ego en su novela La mitad oscura.

Un caso parecido ha sido el de J. K. Rowling. Decidida a cambiar de registro por completo, Rowling se inventó a Robert Galbraith, autor de género policiaco. Pese a ser descubierta apenas unos meses después del lanzamiento de su primera novela, Rowling ha decidido seguir usando este nombre para sus novelas de intriga policial y ya se está anunciando su segundo libro, El gusano de seda. Al parecer, ha superado que todo el mundo sepa que ella es la autora y el empujón de ventas no le ha desagradado demasiado.

Tres ejemplos claros: el autor que quiere diferenciar su obra y al que le da igual ser reconocido, el que una vez descubierto el pastel, desiste de usar su seudónimo y la que, al salir a la luz, decide seguir adelante.

¿Qué opináis? ¿Es el uso de los seudónimos necesario si no hay motivos graves de por medio, como persecución política o religiosa? ¿Qué me decís de los autores que usan nombres anglosajones escribiendo en castellano?

Os esperamos, como siempre, en los comentarios.

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Alfredo Álamo

(Valencia, 1975) escribe bordeando territorios fronterizos, entre sombras y engranajes, siempre en terreno de sueños que a veces se convierten en pesadillas. Actualmente es el Coordinador de la red social Lecturalia al mismo tiempo que sigue su carrera literaria.

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