La primera vez que leías a Leopoldo María Panero era una bofetada bien dada que te sacaba los mocos y te hacía ver que todo lo que habías estado escribiendo tenía la fuerza de un gusano. Sus poemas eran, a falta de un adjetivo mejor, tremendos. Nacidos de unas oscuridades, de unos escondrijos del alma, al que no todo el mundo puede, ni quiere, ni necesita, llegar.
La vida de Panero fue una revuelta, una partida de malas cartas de la que no te puedes retirar, una espiral que le llevaba y traía de la locura. Siempre sincero hasta la náusea, hoy nos deja uno de los poetas que marcaron el final del siglo XX en España. Su familia, como analogía de nuestra sociedad, ejemplo de tormentas.
Yo he sabido ver el misterio del verso
que es el misterio de lo que a sí mismo nombra
el anzuelo hecho de la nada
prometido al pez del tiempo
cuya boca sin dientes muestra el origen del poema
en la nada que flota antes de la palabra
y que es distinta a la nada que el poema canta
y también a esa nada en que expira el poema:
tres son pues las formas de la nada
parecidas a cerdos bailando en torno del poema
junto a la casa que el viento ha derrumbado
y ay del que dijo una es la nada
frente a la casa que el viento ha derrumbado:
porque los lobos persiguen el amanecer de las formas
ese amanecer que recuerda a la nada;
triple es la nada y triple es el poema
imaginación escrita y lectura
y páginas que caen alabando a la nada
la nada que no es vacío sino amplitud de palabras
peces shakespearianos que boquean en la playa
esperando allí entre las ruinas del mundo
al señor con yelmo y con espada
al señor sin fruto de la nada.
Testigo es su cadáver aquí donde boquea el poema
de que nada se ha escrito ni se escribió nunca
y ésta es la cuádruple forma de la nada.
Leer a Panero muchas veces era odiarlo. Descanse en paz. Esta noche nos tomaremos una por él antes de irnos todos al infierno.
Leopoldo María Panero