El día 27 de enero, José Emilio Pacheco nos abandonó, dejando a este mundo un poco más solo, huérfano de poesía y algo más oscuro, sobre todo tras la reciente desaparición de otro de los grandes poetas del siglo XX, Juan Gelman.
Pacheco destacó como poeta, aunque a lo largo de su carrera destacó también en todo el ámbito de la literatura: fue un excelente narrador, como se aprecia en títulos como Morirás lejos, Batallas en el desierto o La sangre de Medusa; también practicó el ensayo y de su mano se tradujo a autores tan importantes como T. S. Eliot.
Pero es en la poesía donde Pacheco demostró su talento. Es en obras como Los elementos de la noche, El reposo del fuego, Islas a la deriva, Trabajos en el mar o Como la lluvia donde se aprecia la fuerza del maestro mexicano, cronista de lo cotidiano, de lo contemporáneo, capaz de enlazar en cuatro versos pequeños destellos de vida, de historia, de alma.
Pacheco se va tras haber recibido hace poco el Premio Cervantes, el más prestigioso de las letras hispanas. Sus galardones, acumulados a lo largo de su carrera, resultan apabullantes por lo importante y numeroso. Discreto y humilde, fue una constante en los últimos años para la cultura mexicana.
Poco más se puede decir de este gran hombre de letras, salvo despedirnos de él con sus propias palabras.
Soledad de la campana.
Le dice adiós al tañido.
Último son de su bronce,
flecha ardiente en el silencio.
Vaga en busca de los ecos
pero nadie le contesta.