En este blog ya hemos hablado de la reciente edición de los cuentos completos de James Graham Ballard, el canto del cisne de la colección Literatura Fantástica de RBA que está llamado a ser uno de los acontecimientos editoriales del año, y no solo para los lectores de género. En otra entrada vimos cuáles eran, en mi modesta opinión, las cinco mejores novelas del británico, pero la producción breve de Ballard es tan brillante que aquella entrada no reflejaba en absoluto qué era lo mejor que había escrito el visionario autor.
Vaya por delante que los Cuentos completos de J. G. Ballard constan de más de mil páginas, y que es prácticamente imposible decantarse por solo cinco relatos, habida cuenta de que muy bien podría haber escrito… ¿cuántas?, ¿veinte obras maestras? Este es, por fuerza, un listado subjetivo, y mañana podría hablar de otros cinco cuentos, pero allá vamos.
Por orden cronológico de escritura, comienzo con Tiempo de paso. Podría considerarse una humorada, pero, visto el tirón que películas y novelas como El curioso caso de Benjamin Button y La mujer del viajero del tiempo, da la impresión de que es un relato precursor, y vaya por dios, ya les he hecho el spoiler. Sin embargo, Ballard sabe deconstruir esta temática para llenarla de humor e ironía, dobles sentidos y ese distanciamiento tan de cirujano que aplica el escalpelo sobre el cuerpo yerto del paciente y no encuentra nada digno de emocionar hasta el llanto, sino desarrollos lógicos e implacables de una historia que solo puede acabar de una manera. Aún no tenemos al Ballard maestro incontestable de la narrativa breve, pero este es un primer aviso en toda regla.
Siempre he considerado El gigante ahogado el mejor cuento de J. G. Ballard. La provocación permanente, las ideas visuales e impactantes y la manera de retorcer tramas hasta exacerbar la incomodidad del lector hallan aquí uno de sus máximos exponentes. Los seres humanos, se nos viene a decir, no somos más que turistas y carroñeros dispuestos a desmantelar un cadáver mastodóntico de alguien que podría ser dios, y que de hecho acaba convirtiéndose en algo que podría ser una catedral, o un parque de atracciones. Somos una versión hooligan de los liliputienses de Jonathan Swift. Nunca volverán a ver imágenes de ballenas varadas en la playa sin pensar en este cuento.
El índice es una vuelta de tuerca que, si te la cuentan de viva voz, prácticamente resulta imposible que salga bien. Y, sin embargo, Ballard la salda con uno de esos no-cuentos que, sintiéndolo mucho, hacen que este articulista vaya a dejar fuera de esta entrada algún relato de Vermillion Sands o de los múltiples relatos llenos de imágenes chungas que nos muestran las ruinas de los alrededores de Cabo Kennedy. La biografía tumultuosa y facetada de Henry Rhodes Hamilton, una especie de mesías británico típicamente ballardiano, solo puede reconstruirse de una manera: con un índice temático que, sin embargo y pese al aparente caos, adquiere todo su sentido leído en orden alfabético. Expresiones como tour-de-force parecen hechas para cuentos como este.
Teatro de operaciones es, lisa y llanamente, el cuento con más mala leche que surgió de la mente calenturienta de Ballard, que ya es decir. Nos habla de una hipotética guerra civil en un Reino Unido que, cuando Ballard escribió esta historia, se hallaba sumido en una época turbia y conflictiva en la que no habría sido de extrañar que la cosa se saliera de madre, como atestiguan las letras de los Sex Pistols o de los Clash. ¿Y qué hace nuestro autor para acentuar el efecto de advertencia? Ni más ni menos que poner en las bocas de todos los personajes de la trama (primeros ministros británicos, opositores marxistas y fuerzas de intervención estadounidense) las palabras auténticas y literales de los protagonistas de la guerra de Vietnam. Perverso y (si se sabe leer entre líneas) divertidísimo a partes iguales.
La unidad de cuidados intensivos es una feroz diatriba contra la institución familiar, que Ballard trata con auténtica saña. El viejo adagio de que la familia que se odia unida permanece unida alcanza aquí su máxima expresión, pero a la manera de Ballard: con la intromisión permanente de lo audiovisual, y con una reflexión muy seria sobre la incomunicación física en el seno de una pareja, e incluso de una familia completa. A todos aquellos que lo flipan con la serie Black Mirror y la consideran el no va más de lo moderno y el futuro de la televisión les recomiendo que lean este cuento… de hace treinta y cinco años. Todo, absolutamente todo, las dos temporadas enteras de la serie, está en este relato. Y no exagero, créanme.
¿Cuáles son sus relatos favoritos de Ballard? Opinen en la zona de comentarios, por favor.
James Graham Ballard
Cuentos completos