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Los escritores no son personas normales (II)

AutorGabriella Campbell el 25 de octubre de 2013 en Divulgación

Dan Brown botas

En la primera entrega de este artículo, al hablar de rarezas y manías de escritores, os hablamos de aquellos que escribían de pie. Otra que prefería esta opción era Virginia Woolf, pero no por una cuestión de salud ni comodidad, sino por algo más retorcido: rivalidad. Woolf se pasó la infancia en dura competencia con su hermana, la pintora Vanessa Bell. Como Vanessa pintaba de pie, usando el caballete, y a Virginia le daba la impresión de que esto hacía que sus padres la favorecieran, debido al esfuerzo extra que implicaba trabajar de pie, decidió que ella haría lo mismo. Aunque si hablamos de la Woolf, como os podréis imaginar, no faltan preferencias curiosas, y una de ellas era el color morado. Escribía todo lo que podía con tinta morada, en libretas encuadernadas en piel violeta. Tenía también opiniones muy firmes sobre la experiencia lectora: Do not dictate to your author; try to become him. Be his fellow-worker and accomplice (No le dictes a tu autor; intenta convertirte en él. Sé su compañero de trabajo y cómplice).

Roald Dahl, el célebre escritor de libros infantiles, no escribía de pie, sino sentado, lo cual sería muy normal y aceptable si no lo hubiese hecho encerrado en un saco de dormir (qué queréis, en Inglaterra hace frío). Pocos llegan, sin embargo, al nivel de Víctor Hugo, quien se imponía tal disciplina para escribir que procuraba evitar toda tentación de abandonar su novela y salir al exterior. Para ello, guardaba su ropa bajo llave para no tener acceso a ella, dejándose poco más que un gran chal gris que ponerse, una prenda de punto que había comprado expresamente. Algo similar hacía el gran orador y escritor griego Demóstenes, quien se rapaba la mitad de la cabeza para obligarse a permanecer en su domicilio escribiendo hasta que creciera, por miedo a salir y hacer el ridículo. Ninguno de los dos llegaba a los extremos de T. S. Eliot, que al parecer en los años veinte se escondía en apartamentos desconocidos haciéndose llamar “el Capitán” o “Capitán Eliot”. Si alguien acudía a verlo, se pintaba la cara de verde para parecer enfermo.

Pero los hay que llevan todavía más lejos su obsesión por su arte. Aaron Sorkin, el guionista detrás de La red social, El ala oeste de la Casa Blanca o The Newsroom, prueba en voz alta todos sus diálogos para comprobar su verosimilitud. Este es un truco bastante utilizado por parte de escritores, pero Sorkin lo lleva al extremo, en el 2010 se tomó tan en serio el diálogo que estaba interpretando que le dio un cabezazo a un espejo. Sorkin se lamentó de tener que confesar que se había roto la nariz escribiendo, en vez de en una pelea de bar o algo por el estilo.

No obstante, el que se lleva la palma es Dan Brown. Cuando Brown se bloquea, se coloca unas botas de inversión y se cuelga boca abajo de un marco especialmente diseñado para ello. Asegura que funciona; desde luego así se asegura de que le llegue la sangre al cerebro.

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