Muchas páginas se han llenado acerca de las diferencias teóricas y prácticas entre mito, leyenda y cuento popular. El mito suele pertenecer a una categoría superior, es un texto versátil que se adapta al paso del tiempo pero que permanece, a la vez, en la mente colectiva, que sobrevive a modas y a épocas, una entidad que sirve para explicar los grandes misterios de la humanidad, que atrapa y encandila al hombre de ahora tanto como al de antes. Por supuesto, la línea divisoria entre el mito y el cuento es entrecortada; muchas de las funciones del cuento clásico, cualquiera de las señaladas por Vladimir Propp, por ejemplo, pueden observarse en determinados mitos. Pero en lo que muchos teóricos suelen coincidir es en que el mito posee elementos de significado universal, y que contiene un poder de atractivo innegable.
Uno de mis mitos favoritos es el que atañe a las estaciones del año, en concreto a las estaciones de siembra y recogida, que a fin de cuentas era lo importante en los tiempos en los que el mito arraigó. Hay muchas historias que explican el cambio de las estaciones, todas poéticas, algunas románticas, pero pocas son tan imaginativas como el mito de Perséfone. La bella y joven Perséfone era la hija de Deméter, diosa del cereal y de los campos en general. Deméter era una Madre Tierra clásica, representación de la fertilidad, de la nutrición, del crecimiento. Formaba parte del panteón principal de las divinidades de la Antigua Grecia, era hermana de Zeus, señor de los dioses del Olimpo, e hija de Cronos, representación divina del tiempo, y de Rea, la madre protectora que salvó a Zeus de ser devorado por su padre. Por su carácter ahistórico, es muy probable que Deméter proviniera de un culto anterior al olímpico, ya que la figura de una divinidad fértil para los campos nace con la mismísima agricultura. Teniendo en cuenta que los dioses por aquel entonces eran pocos, y bastante incestuosos, no es de extrañar que tuviera una hija, Perséfone, con su propio hermano, Zeus.
Perséfone fue raptada por Hades, señor de los infiernos, hermano a su vez de Zeus y de Deméter, que vio en su sobrina un trozo bastante apetecible de carne olímpica. La historia es larga, pero para resumir y ahorrarnos múltiples versiones y desarrollos secundarios, concluyamos en que al final, tras variados enfrentamientos por este tema entre Hades y Deméter, que quería a su hija de regreso, se acordó que Hades permitiría que la hermosa Perséfone pudiera salir del inframundo durante nueve meses al año, mientras que los restantes tres los pasaría con el señor de los muertos (no he encontrado mención alguna acerca de qué opinaba la pobre Perséfone de todo este entuerto). Y es por esta razón por la que durante nueve meses, en los que Deméter tiene a su hija en casa, los campos brotan y florecen, mientras que durante los otros tres, los meses de invierno, todo está vacío y estéril, ya que la diosa de la agricultura llora la ausencia de su pequeña. Y sí, no es así de sencillo, no son exactamente tres y seis meses, y con el desarrollo de la agricultura, el barbecho y la rotación de cultivos, esto ha dejado de ser determinante en la cosecha, pero sigue siendo una historia curiosa, una bella forma de explicar el cambio de las estaciones.
En la segunda parte del artículo hablaremos de otros mitos curiosos, de otras historias que han sobrevivido, de una forma u otra, hasta nuestros días.