Designado como libro del año antes incluso de ponerse a la venta, La verdad sobre el caso Harry Quebert viene avalado por una avalancha de premios tan importantes como el Lire o el de la Academia Francesa (también el Goncourt des Lycéens, que queda bonito, pero no hay que confundirlo con el Goncourt: este está otorgado por 2000 alumnos de instituto). Con los derechos vendidos a más de treinta idiomas está claro que la industria editorial busca en este libro un nuevo best-seller al más puro estilo Millenium.
Dicker elabora en La verdad sobre el caso Harry Quebert una novela criminal con fuertes referencias cinematográficas a la hora de narrar, algo que evidencia en el uso de los flashbacks y de la descripción, que en ocasiones se asemeja mucho al de un guión, aunque trata de mantener una estructura clásica en el desarrollo (no en vano, en el fondo, es una novela sobre cómo escribir una novela).
La historia nos remite a grandes hitos de la literatura, como Lolita, y nos presenta la figura del joven escritor abrumado por el éxito y que se enfrenta a un bloqueo creativo. Tras buscar refugio en la casa de su antiguo amigo y mentor, un consagrado autor americano, se desarrolla la historia dentro de la historia: la resolución de un asesinato cometido hace treinta años y que llena la narración de giros narrativos y sorprendentes revelaciones. De ese modo tenemos un libro que funciona a dos niveles: el presente del escritor Marcus Goldman y su libro y la vida de Nola Kellergan, joven de 15 años desaparecida en 1975. Las dos historias avanzan imbricadas y la verdad es que el artefacto funciona bastante bien.
La verdad es que cuando una novela viene con tanto empuje editorial detrás siempre dan ganas de sacar el hacha y darle duro en las costuras, es lo más fácil. La verdad sobre el caso Harry Quebert es una novela que se lee con rapidez y se disfruta con indulgencia. ¿Sus puntos menos brillantes? Los diálogos, en ocasiones demasiado impostados, así como los consejos literarios de Harry Quebert, que van decayendo capítulo a capítulo y acaban por hacerse pesados. Nada que lastre el libro, la verdad.
Sin embargo, esa falta de realismo de los diálogos se extiende en ocasiones a la narración: en mi opinión es demasiado blanca, le falta suciedad y eso hace que pierda garra para convertirse en un fenómeno como lo fue Millenium (novelas, por otra parte, algo peores literariamente hablando).
Joël Dicker