A lo largo del tiempo, se han ido encontrando determinados textos que, a día de hoy, siguen dejando perplejos a historiadores, lingüistas y criptógrafos. Uno de los casos más famosos es el manuscrito Voynich, un texto fechado en el siglo XV que contiene numerosas ilustraciones de lo más curiosas, además de estar escrito en un lenguaje indescifrable. Su función y contenido han vuelto locos a expertos de todo el mundo, y entre las teorías más populares destaca la creencia de que podría tratarse de un herbario (por la gran cantidad de imágenes de plantas que aparecen, si bien estas no se corresponden con plantas conocidas), ya fuera alquímico (en la línea de libros repletos de plantas inexistentes que creaban los curanderos para impresionar a clientes potenciales) o astrológico.
Se ha postulado que podría tratarse de una gran estafa, de un texto escrito en un lenguaje inventado sin sentido, pero investigaciones recientes han puesto en duda esta hipótesis: el Dr. Marcelo Montemurro de la Universidad de Manchester y el Dr. Damian Zanette del Centro Atómico Bariloche e Instituto Balseiro de Argentina aseguran haber encontrado patrones lingüísticos en el texto, por lo que este sí contendría un mensaje. Esta teoría, no obstante, la niega de manera enfática el lingüista Gordon Rugg, que defiende desde el 2003 el carácter fraudulento del misterioso escrito, afirmando que el hecho de que las secuencias no sean aleatorias no prueba que se trate de algún tipo de lengua desconocida.
El texto recibió su nombre en honor a Wilfrid Voynich, el anticuario que lo tuvo en su posesión desde 1912 hasta su muerte en 1930. Se trata de un libro pequeño de 23,5 cm por 16,2 cm, de unas 240 páginas, llenas de ilustraciones. Se sabe que perteneció a Rodolfo II, Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico (entre 1576 y 1612), que lo compró por 600 ducados de oro (unos 70000 euros en dinero de hoy en día) y que creía que había sido creado por Roger Bacon; Rodolfo era un coleccionista ávido de peculiaridades, y el texto lo cautivó por completo. La autoría del manuscrito es desconocida, pero hay todo tipo de teorías que apuntan hacia el propio Bacon; hacia John Dee, un astrólogo de peso de la época; o hacia Edward Kelley, el compañero alquimista de Dee, famoso por mantener largas conversaciones con ángeles y similares, que hablaban en el idioma de Enoc. Se postula que, igual que pudo inventar el “enoquiano”, también podría haber creado la lengua utilizada en el manuscrito Voynich. El descubrimiento, por otro lado, en 1921, de unas palabras casi borradas en la primera página del manuscrito apuntan a Jacobus Sinapsius, médico personal de Rodolfo II, que fue también dueño del texto. Aunque la creencia de que fue Bacon su creador es la más popular, la autoría del manuscrito sigue siendo un misterio absoluto.
Como era de esperar, este texto, escrito de derecha a izquierda con un margen irregular, se ha convertido, por lo extraño de su escritura y lo bello de sus imágenes, en un favorito de aficionados a la criptografía, por no hablar de amantes de lo sobrenatural y esotérico. Lo cierto es que la propia estética de la obra recuerda a creaciones tan oscuras como la pintura de Hieronymus Bosch: ininteligible pero hermoso a la vez. Por ahora el manuscrito mantiene su misterio, y dudo que pierda nunca su capacidad de fascinación.