Mieville es uno de los autores más premiados de la literatura fantástica contemporánea, en sus estanterías podemos contemplar galardones como el Stoker, el Hugo, el BFA, el Locus, el World Fantasy Award, el Arthur C. Clarke o el Nebula. Con Embassytown se quedó a las puertas de llevarse el Hugo de 2012 que al final fue para Entre extraños, de Jo Walton.
Con este bagaje hay que decir que la obra de Mieville ha experimentado una rápida evolución en los últimos años, en los que ha ido abandonando el barroquismo más surreal y apabullante que podíamos encontrar en La estación de la calle Perdido o El consejo de hierro, para ir depurando un poco más su prosa, menos artificiosa en los decorados pero no menos compleja en los conceptos, como ya comentamos en la excelente La ciudad y la ciudad.
Embassytown es un libro en el que cuesta meterse de primeras. Mieville pone el listón alto y a partir de ahí todo es maravilla, pero la espina dorsal de la novela recorre unas teorías lingüísticas que a veces toca repasar una o dos veces para entender qué nos está contando. Su maestría a la hora de inventar sociedades alienígenas, en las que se nos detalla la cultura y, sobre todo, la relación con la propia dinámica humana, queda reflejada como nunca en los Anfitriones, la raza dominante donde la Ciudad Embajada se ha establecido.
La historia en sí nos lleva de la mano de Alice Benner Cho, una joven nacida en la Ciudad Embajada la cual es testigo directo, y actor importante, en un cambio sustancial del status-quo de esta colonia humana perdida en lo más lejano del espacio. Cómo contar en esta reseña todo el corpus que incorpora Mieville a través de los Anfitriones sin extenderme demasiado es muy complicado (no me quiero imaginar lo que ha sufrido Gemma Rovira para traducir el libro). Baste decir que estos seres sólo pueden comunicarse a través de su propio idioma y que este presenta una complejidad poco habitual: sólo puede ser expresada mezclando dos voces que compartan una misma mente. Para ellos es fácil: tienen dos bocas, pero para los humanos supone la creación de unos clones especiales: los embajadores, auténtica élite de la Ciudad Embajada.
A partir de esta premisa, de esta situación artificiosa hasta el límite, Mieville traza una historia de conjuras políticas, lingüísticas y religiosas que contiene no pocos momentos de acción y que, si bien a veces nadas algo perdido entre las teorías que expone (nada nuevo en Mieville), engancha a base de bien y hace de Embassytown una de las mejores novelas de ciencia ficción de los últimos años.
China Miéville
Embassytown